Esas coordenadas corresponden al lugar donde recibí mi bautismo en Mestalla. Sucedió el 26 de Septiembre, hace más de 40 años. Sé que para todos el primer día queda grabado en la memoria de forma indeleble. También, por supuesto, es mi caso. Era domingo, el Valencia recibía al Córdoba y la hora y la temperatura eran ideales. Se hacía suavemente de noche, corría una ligera brisa. Como cualquier niño que va de la mano de su padre por vez primera a ver un partido, me sentía el más feliz del mundo. Fue un descubrimiento que me cautivó. El césped, las luces, el gentío, la salida de los equipos, el marcador iluminado, las banderas, los goles y el triunfo. Un torrente de sensaciones me invadieron y, probablemente, marcaron el rumbo de mi vida. No es una petulancia, constato la realidad. Desde aquella jornada inolvidable, contaba los días que quedaban para repetir la experiencia. No siempre lo lograba. Mi padre, mi tío y un amigo tenían los tres abonos juntos y no era fácil acomodarme en ese espacio salvo que fallara el amigo, cosa que, para mi satisfacción y también incredulidad, sucedía en muchas ocasiones. Aquel hombre prefería quedarse en casa los días de partido y sólo iba a los choques más atractivos.
Eso significaba que me tocaba ver a los equipos de segunda fila. No me importaba. Les tengo afecto a los rivales de aquella época aunque la mayoría sobreviven con más pena que gloria en la actualidad. Años atrás, el Pontevedra, el Elche, el Sabadell o Las Palmas eran asiduos de Mestalla. En aquellos años sesenta el campo desprendía aromas propios; una mezcla arrebatadora e intensa, el césped fresco y el humo del tabaco, la gente perfumada vestida de domingo con traje y sombrero. Estampas del pasado, los grises formados ante la boca de vestuarios, los camilleros de la cruz roja desfilando por los laterales y un sinfín de ritos que han quedado sepultados por la llegada de nuevos tiempos. Es lo que había. Ni tele, ni fotos en color, salvo los carteles anunciadores de los partidos que llevaban la publicidad de Danone o de Cervezas Turia. Y los cromos, claro está. Tuve suerte. En mi primer año el Valencia ganó la Copa y volví de nuevo a Mestalla para recibir a los campeones. Subí hasta anfiteatro, nunca había visto el campo desde ese ángulo y todo me parecía extraño. Las sillitas de madera, aquellos potentes focos y la enorme altura de esa grada que solía ver desde enfrente. El equipo no llegaba y se palpaba la impaciencia hasta que empezaron a sonar las tracas. Hubo gente que se tiró al campo y la policía los sacó a empujones. Vi la copa de lejos. El capitán era Roberto y la multitud cantó con pasión el himno regional.
Ante la desaparición de Mestalla me consuelo siempre con la misma idea. En realidad, Mestalla ya no existe. El campo y el equipo de los que me enamoré perdidamente ya han desaparecido. Es duro pero cierto a la vez. Mi padre hace demasiado tiempo que murió y el fútbol como la vida no ha dejado de cambiar. Acepto esa inevitable evolución y no quiero caer preso de la nostalgia. Me dolerá el momento del adiós de Mestalla pero tengo asumido que la despedida ya tuvo lugar sin que fuera realmente consciente del momento. La inocencia te juega malas pasadas. Me considero feliz por haberlo vivido y por haber tenido el honor de haberle escrito a Mestalla un libro. He pagado así la deuda afectiva que tenía pendiente. Cuando miro atrás se acumulan los recuerdos: la liga del 71, la figura majestuosa de Kempes, días de angustia y de alegría, goles providenciales en el descuento, reveses dolorosos y momentos de ilusión, tantos instantes únicos que permanecen por siempre no sólo en la memoria sino también en el corazón.
Paco Lloret
Socio del Valencia CF
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El último párrafo del artículo lo firmo para mí. Todo, todo y todo...
ResponEliminaA menudo olvidamos que genios atemporales del valencianismo son también mortales, y, por lo tanto también tienen una primera vez.
ResponEliminaGracias Paco Lloret por transmitir tu pasión ché con tanta profundidad y emoción. Enhorabuena por tu trabajo.
Como dice en el epílogo de su libro, Camp de Mestalla, hay un primer Valencia al que luego sucediero muchos más. Ese primer Valencia, el del descubrimiento al que nos llevaban de la mano, adquiere forma de nebulosa mítica, con la cual me identifico. Seguro que esperan más Valencias y muchos más testigos que narren sus vivencias. Saludos.
ResponEliminaAlfredo Cardona
Bienvenido al blog Paco. Gran texto. Esperemos que participes más a menudo.
ResponEliminaEsa foto es una de las más bonitas que hay de Mestalla.
bar Torino (desde Almendralejo, con "afotos" del "gordo camarero español" por todas partes)
Paco, impresionante tu artículo, como lo es tu libro sobre Mestalla que guardo como un tesoro. Mi bautizo en el Luis Casanova (En esas fechas tenía ese nombre en la fachada y en las fichas de la Liga) fue un 12 de Abril de 1981, yo estaba de vacaciones aquí en Valencia, venía desde un pueblo de Zamora a ver a mis abuelos que trabajaban aquí. Me llevó mi tío que era policía nacional y pasaba gratis. Vi un Valencia 1- Atlético de Madrid 1 (Nuestro gol lo marcó Darío Felman) Después en 2004 vine a vivir a Valencia y pude disfrutar hasta 2006 de Pablo Aimar, para mí el mejor jugador del Valencia junto a Kempes. Si los dos hubiesen coincidido en el tiempo habríamos ganado 3 ó 4 Copas de Europa o Champions League.
ResponEliminaSiempre he querido felicitarte personalmente por tu libro, fue muy emotiva su lectura por primera vez y ahora se ha convertido en un balsamo para momentos de decepción institucional que no deportiva.
ResponEliminaYa que personalmente nunca he podido, aprovecho ahora para darte la enhorabuena por el libro, el articulo y tu buen hacer como periodista. Vinga!!!