Durante años, muchos desde la percepción de entonces, pocos desde la calvicie actual, pasé cuatro veces al día junto a aquel adefesio de hormigón que resultaba tan poco atractivo para cualquier mirada sensible sobre el paisaje urbano. Mestalla era la antesala de soporíferas clases de matemáticas a horas groseramente tempranas, o infumables lecciones sobre religión con la comida aun sin llegar al estómago. Pero también era la salida a la libertad tras el encierro cruel y tedioso al que me sometían aquellos semi-curas que se empecinaban en reconvertir mi irrefrenable tendencia libertaria en aquella cosa tan terrible que denominaban como “un hombre de provecho”. El Pilar no fue tal, sino una viga que me costaba un enorme esfuerzo llevar sobre mis hombros.
El feo y gris gigante de hormigón mutaba cuatro veces al día, de recibidor carcelario a desembocadura a la vida libre. Es curioso lo distinto que mi mirada dibujaba el edificio según lo percibiera desde el sur o desde el norte. Mestalla fue siempre el puente que enlazaba mi propio "yo" con el de “los otros”. Cuando mucho más tarde, ya en la adolescencia, un día aprendí el significado de aquel nombre, pude explicarme porqué aquel monstruo de hormigón había calado tanto en mí desde el inicio. Aquella acequia que le daba nombre explicaba ese sentimiento que me acompañó todo aquel tiempo, mi vida deambulaba com cagalló per sèquia.
Sin embargo, antes de llegar a conclusiones tan trascendentales, un día tuve la ocasión de descubrir que era lo que guardaba en su interior tantas toneladas de desproporción arquitectónica. Una puerta de servicio entreabierta era una invitación imposible de rechazar. Acompañado de un fiel amigo de aventuras, entramos en el recinto, subimos unas escaleras, y de pronto se abrió ante nuestros ojos una imagen absolutamente impactante. Un inmenso embudo oval escalonado venía desde el cielo hasta aquel precioso tapiz verde. Me quedé con la boca abierta, sin respiración. Todo aquel cemento gris, salpicado de pequeñas barandillas, se convertía en un gigantesco altavoz visual de aquel verde exquisito. Una imagen rotunda y perfecta, limpia, equilibrada. El horroroso y absurdo exterior no era mas que el entramado desnudo de aquella maravilla. El inmenso marco tridimensional en blanco y negro amplificaba hasta el infinito el puro y uniforme verde rectangular. Las perfectas rectas del proporcionado rectángulo enmarcadas con las suaves curvas del oval. Una imagen generosa y tremendamente bella.
Luego descubrí que aquel templo se usaba para desatar todo tipo de pasiones, bajas y altas, enfermizas y sanas, incluso algunas inconfesables. Y que también era donde mi equipo perdía y ganaba trocitos de gloria mientras alimentaba, sin darme cuenta, un trocito de mí “yo” que al cabo de los años se convirtió en un pilar de mi edificio sentimental.
Tono Errando Mariscal
Voyeur profesional. Valencianista en Barcelona.
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Sin embargo, antes de llegar a conclusiones tan trascendentales, un día tuve la ocasión de descubrir que era lo que guardaba en su interior tantas toneladas de desproporción arquitectónica. Una puerta de servicio entreabierta era una invitación imposible de rechazar. Acompañado de un fiel amigo de aventuras, entramos en el recinto, subimos unas escaleras, y de pronto se abrió ante nuestros ojos una imagen absolutamente impactante. Un inmenso embudo oval escalonado venía desde el cielo hasta aquel precioso tapiz verde. Me quedé con la boca abierta, sin respiración. Todo aquel cemento gris, salpicado de pequeñas barandillas, se convertía en un gigantesco altavoz visual de aquel verde exquisito. Una imagen rotunda y perfecta, limpia, equilibrada. El horroroso y absurdo exterior no era mas que el entramado desnudo de aquella maravilla. El inmenso marco tridimensional en blanco y negro amplificaba hasta el infinito el puro y uniforme verde rectangular. Las perfectas rectas del proporcionado rectángulo enmarcadas con las suaves curvas del oval. Una imagen generosa y tremendamente bella.
Luego descubrí que aquel templo se usaba para desatar todo tipo de pasiones, bajas y altas, enfermizas y sanas, incluso algunas inconfesables. Y que también era donde mi equipo perdía y ganaba trocitos de gloria mientras alimentaba, sin darme cuenta, un trocito de mí “yo” que al cabo de los años se convirtió en un pilar de mi edificio sentimental.
Tono Errando Mariscal
Voyeur profesional. Valencianista en Barcelona.
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Genial título y excelente colaboración,Tono.
ResponEliminaAlfredo Cardona
Genial.
ResponEliminaGracias por participar amigo. Sabemos que tiempo no es precisamente lo que te sobra. Un abrazo
bar Torino