·
"Durante el descanso sonaron los Madness con su "It must be love", acaso como expresión de que lo que siente la afición valenciana por su equipo debe ser amor, pero un amor ciego, porque si no, no se entiende".
Juan Pablo G. de Quijano y José Ángel Crespo
Revista Don Balón, Año XII, nº 550, del 29 de abril al 5 de mayo de 1986
Lo recuerdo todo con bastante nitidez. El antes, con la manifestación de apoyo y el pasacalle de las peñas por el terreno de juego. El partido, con el triste gol de Roberto en la portería del gol norte. El final, con la camiseta de Sánchez Torres lanzada al viejo Yomus, paso previo a la invasión de campo de la Muchachada Nui. Y el colofón, ya en la calle, con la escena surrealista del paseo a hombros del hispano-holandés por la avenida de Suecia como si hubiéramos ganado la liga en lugar de descender a segunda división.
Fue la TARDE con mayúsculas. La de los Madness y su "It must be love". Ahí estábamos, 20.000 irreductibles. O 15.000. No sé. Seguro que ya sabes de que partido hablo y del sainete que hubo antes y después. Seguro que recuerdas la congoja de la penúltima jornada en Barcelona; ese 3-0 sin paliativos y la ignominia del Cádiz-Betis del día siguiente, con el Butano hurgando en la herida de Salvador Gomar hasta hacerle llorar en antena. Recuerdo la tarde en el salón de casa, recién llegados del Nou Camp, esperando el milagro del gol verdiblanco desde la ingenuidad de mis 14 años. Recuerdo a mi padre cada vez más desencajado, a punto de llorar, incrédulo ante lo que pasaba. En segunda división 55 años después. El primer y esperemos que último descenso de nuestra historia.
Pero bajamos y pasé la semana en trance, sin enterarme de qué iba la fiesta. Cuando llegó el domingo y enfilé hacia Mestalla para ese innecesario Valencia-Cádiz empecé a descubrir matices nuevos. Matices que sólo años después aprendí a verbalizar.
En el descanso del partido la casualidad puso por los videomarcadores el tema de los Madness “It must be love”, Debe ser amor. Y eso era, amor. La canción que nadie escuchaba en ese momento describía con veracidad lo que a todos atormentaba. El amor. El ciego y loco amor. Un amasijo de emociones y vivencias a pie de estómago. No un amor de balada romántica. Ni tan siquiera un amor imposible. Otra cosa. Posiblemente el único amor puro y honesto que un hombre puede permitirse sin que haya interferencias, vanidades enfrentadas, deslices, resentimientos, dudas u olvidos. Ese amor algo insensato pero definitivo por una realidad etérea y sin rostro. Una paradoja de nuestra condición: forofos de un club de fútbol que nada explica sobre nada sustancial pero que lleva implícito en su ADN el corolario de todas las pasiones. Ese secreto.
Cuando acabó el partido y saltamos de nuevo al terreno de juego me acosté con mi bandera en el círculo central. Una ráfaga de aire movilizó al vuelo cientos de papelitos en las gradas ya vacías. De manera súbita me invadió un escalofrío. Allí, tumbado sobre el césped, preso de una congoja lúcida y sonrojante a la vez. No debí comprender nada, pero el impacto del escalofrío ha perdurado hasta hoy. En ese temblor, estoy seguro, la vida almacena la naturaleza de la militancia que no pide nada a cambio. O que pide, en justicia, la posibilidad del relato eterno. Anónimo, pero eterno. Yacer para siempre en ese círculo central, a merced de las brisas y la épica de 90 años de sueños y expectativas no siempre cumplidas.
Lo bien seguro es que fue ese domingo de primavera, con los Madness de teloneros y el “It must be love” convertido en himno oficioso del descenso que supe que las lealtades no se eligen: nos atrapan. Llámenme enfermo. O exagerado. No importa. Todavía necesité algunos años más para articular de manera razonable la naturaleza de aquel temblor. Ser del Valencia CF y estar en Mestalla. Nada por lo que morir, nada de lo que sentirse orgulloso. Pero si he de explicar alguna vez en qué consiste la lealtad y el amor sin réditos sólo tengo a mano esta historia. La de aquel 20 de abril de 1986 en Mestalla.
Rafa Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
·
Juan Pablo G. de Quijano y José Ángel Crespo
Revista Don Balón, Año XII, nº 550, del 29 de abril al 5 de mayo de 1986
Lo recuerdo todo con bastante nitidez. El antes, con la manifestación de apoyo y el pasacalle de las peñas por el terreno de juego. El partido, con el triste gol de Roberto en la portería del gol norte. El final, con la camiseta de Sánchez Torres lanzada al viejo Yomus, paso previo a la invasión de campo de la Muchachada Nui. Y el colofón, ya en la calle, con la escena surrealista del paseo a hombros del hispano-holandés por la avenida de Suecia como si hubiéramos ganado la liga en lugar de descender a segunda división.
Fue la TARDE con mayúsculas. La de los Madness y su "It must be love". Ahí estábamos, 20.000 irreductibles. O 15.000. No sé. Seguro que ya sabes de que partido hablo y del sainete que hubo antes y después. Seguro que recuerdas la congoja de la penúltima jornada en Barcelona; ese 3-0 sin paliativos y la ignominia del Cádiz-Betis del día siguiente, con el Butano hurgando en la herida de Salvador Gomar hasta hacerle llorar en antena. Recuerdo la tarde en el salón de casa, recién llegados del Nou Camp, esperando el milagro del gol verdiblanco desde la ingenuidad de mis 14 años. Recuerdo a mi padre cada vez más desencajado, a punto de llorar, incrédulo ante lo que pasaba. En segunda división 55 años después. El primer y esperemos que último descenso de nuestra historia.
Pero bajamos y pasé la semana en trance, sin enterarme de qué iba la fiesta. Cuando llegó el domingo y enfilé hacia Mestalla para ese innecesario Valencia-Cádiz empecé a descubrir matices nuevos. Matices que sólo años después aprendí a verbalizar.
En el descanso del partido la casualidad puso por los videomarcadores el tema de los Madness “It must be love”, Debe ser amor. Y eso era, amor. La canción que nadie escuchaba en ese momento describía con veracidad lo que a todos atormentaba. El amor. El ciego y loco amor. Un amasijo de emociones y vivencias a pie de estómago. No un amor de balada romántica. Ni tan siquiera un amor imposible. Otra cosa. Posiblemente el único amor puro y honesto que un hombre puede permitirse sin que haya interferencias, vanidades enfrentadas, deslices, resentimientos, dudas u olvidos. Ese amor algo insensato pero definitivo por una realidad etérea y sin rostro. Una paradoja de nuestra condición: forofos de un club de fútbol que nada explica sobre nada sustancial pero que lleva implícito en su ADN el corolario de todas las pasiones. Ese secreto.
Cuando acabó el partido y saltamos de nuevo al terreno de juego me acosté con mi bandera en el círculo central. Una ráfaga de aire movilizó al vuelo cientos de papelitos en las gradas ya vacías. De manera súbita me invadió un escalofrío. Allí, tumbado sobre el césped, preso de una congoja lúcida y sonrojante a la vez. No debí comprender nada, pero el impacto del escalofrío ha perdurado hasta hoy. En ese temblor, estoy seguro, la vida almacena la naturaleza de la militancia que no pide nada a cambio. O que pide, en justicia, la posibilidad del relato eterno. Anónimo, pero eterno. Yacer para siempre en ese círculo central, a merced de las brisas y la épica de 90 años de sueños y expectativas no siempre cumplidas.
Lo bien seguro es que fue ese domingo de primavera, con los Madness de teloneros y el “It must be love” convertido en himno oficioso del descenso que supe que las lealtades no se eligen: nos atrapan. Llámenme enfermo. O exagerado. No importa. Todavía necesité algunos años más para articular de manera razonable la naturaleza de aquel temblor. Ser del Valencia CF y estar en Mestalla. Nada por lo que morir, nada de lo que sentirse orgulloso. Pero si he de explicar alguna vez en qué consiste la lealtad y el amor sin réditos sólo tengo a mano esta historia. La de aquel 20 de abril de 1986 en Mestalla.
Rafa Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
·
Recuerdo aquel día, en que yo era uno de esos 15.000, como uno de los más tristes de mi vida. La constatación de que aquel descenso era una prueba de fuego para el valencianismo, una criba para saber si el sentimiento era, como dices, verdadero amor al club.
ResponEliminaDe nuevo, Gran Torino.
Creo que hay una colección no editada de canciones del valencianismo. En esa hipotética colección debería estar la de madness, eso sí, huyendo de algunas horteradas que, no sé por qué, suenan últimamente a principio del partido.
ResponEliminaY sobre el texto. ¡EMOCIONANTE! y verdadero..., afirmo.
ResponEliminaUno de los partidos mas extraños a los que he asistido jamás. Ahora lo recuerdo, con la perspectiva del tiempo y creo que fue lamentable, todo. El colmo fue sacar a hombros a ese pseudo futbolista llamado Sanchez Torres. Patetico.
ResponEliminaUn saludo
Jose Miguel Lavarías
No recuerdo ese partido, sólo recuerdo que en la distancia, en el fregadero de la cocina (por prevención), quemé un póster del Cádiz que tenía de los que aparecían en los extras de Don Balón al comienzo de temporada.
ResponEliminaSé que no es algo ejemplar, ni mucho menos, pero en ese momento no podía pensar más que en 2ª división.
Gracias a Dios, la pesadilla duró sólo unos meses. Menudo curso, aguantando las burlas cuando me preguntaban que de qué equipo era en mi primer año en el instituto.
Pero siempre defendiendo que era del Valencia. Mi equipo de toda la vida, ese equipo que se lleva en el alma.
Excel·lent Rafa. Una descripció perfecta.
ResponEliminaRecorde eixe partit, tot i no haver anat a Mestalla Tenia uns 8 anys i estava en una d'eixes tradicionals paelles que els caps de setmana feien amb la seua colla d'amics. Després del dinar, les mares xarraven de les seues coses i els pares, acompanyats d'alguns dels fills que no preferien jugar per la marjal, es congregaven en la taula per a escoltar, en una radiet, cada partit del VCF. D'eixe partit l'únic que recorde és el silenci i la mirada perduda d'aquella gent, amb la retransmisió del partit com a soroll de fons. Però tots estaven com en altre món, sense encara haver asimilat allò que havia passat la setmana anterior.
V. Chilet
Mi memoria es muy torpe con aquella triste temporada. Todo lo contrario de nuestro paso por la Segunda División. Dicen que los fracasos hacen crecer. Añado: eso, Arturo Tuzón y aficionados como tú, Rafa.
ResponEliminaAlfredo Cardona
Lahuerta tiene cada vez más un toque a lo Chirbes o Marzal que me resulta cansino, dicho lo cual hay que reconocer que con sólo un puñado de Rafas seríamos otra cosa, diferente y mucho mejor.
ResponEliminaChirbes y Marzal es demasiado. Déjalo en Corín Tellado y Gala.
ResponEliminaun abrazo Bicorp.
BT
Eres un crack, BT :-)
ResponEliminaUn abrazo desde Bicorp.
Llamadme sagaz y perspicaz, pero BT y Rafa Lahuerta son el mismo, no ???
ResponEliminaSin duda es uno de esos momentos que marcan para siempre. Por cierto Rafa ¿Cuantas veces has saltado al terreno de juego?
ResponEliminaJuan Puçol.
Bon dia Juan;
ResponEliminala primera volta en 1977 quan no hi havien tanques i els jugadors no calfaven al camp. Recorde que a voltes botavem xiquets i jugavem abans que ixqueren els grissos, la creu roja i finalment els jugadors. Jo ho vaig fer 2 ó 3 voltes. Em donava molta vergonya.
Després la del 86, el dia del ascens i en una presentació, crec que de la 90-91.
Mai més. Encara que a soles i estant el camp buit unes 10 voltes per lo menos. Es una sensació de pau absoluta. Ni en una esglesia.
un abraç i a vore si t'animes i escrius algo.
BT
La del dia de la presentaçio sigué impresionant, recorde que de repent aparegueres en el terreny y te ficares a tocar el balo en un rondo que feien els jugadors del Valencia, que crack.Vinga!, per cert ya me he decidit a escriure.
ResponEliminaRecuerdo vagamente auquella tarde. Era el bautizo de mi hermano y las caras de la gente, todo un poema. Entre lágrimas y sollozos se forjó un resurgimiento
ResponEliminaImpresionante y duro documento Rafa, el más triste de nuestra historia.
ResponEliminaNo se puede ser más del VCF, que vivir el duro trago de estar esa maldita tarde en Mestalla.
La recuerdo con mi padre tirando de transistor, mirandonos las caras sin apenas decir nada, el con su pesimismo "se veia venir", y yo con mi optimismo "empezaremos de cero".
Entonces fuimos más del VCF que nunca.
Recuerdo con claridad aquella tarde de abril,tenia 10 años y veia mestalla como un maravilloso lugar de sueños.
ResponEliminaTodavia puedo sentir aquel ambiente cargado,aquella fiesta de mascaras,no entendia nada.
Y en el descanso sono Madnes,desde entonces aquella canción tiene una inequivoca "ventana" triste.
Cuando acabo el partido quise saltar al verde y no me dejaron,en el centro del campo un niño, mas o menos de mi edad, trasteaba con una bandera,parecia triste.Ahora ya se quien era ese niño.
Finalmente alguien me dijo:"venga vamos a casa". Volvi a mirar aquel hermoso verde y sus tristes gradas y supe que estaba atrapado.
cubellista