A Juanjo de Oro, que supo retirarse en el momento cumbre de toda esta historia. Con afecto y amistad.
Han pasado 10 años. Algunos, como Juanjo de Oro, no han vuelto a Mestalla. ¿para qué? suele decir cuando voy a verle a su garito de la calle san Jacinto. Juanjo, que siempre fue Elvis en Mestalla, dio alas al mito de San Marino con un comentario en el momento exacto que apenas medio minuto después ya era canción. Uno de esos cantitos memos y pueriles que acaban traspasando fronteras. Bien pensando, el fútbol y la canción del verano se nutren de similares emociones. Cultura popular. Seguro que Georgie Dann tendría algo que contarnos. Él y Gramsci. Mano a mano.
Pero vayamos a lo sustancial. Ese 6-0. Una ida de semifinales de copa. 20 años sin ganarla. Y la manifiesta sensación de que aquello no estaba sucediendo. Vi el partido entre algodones, con una contractura muscular, sin acertar a vindicar la mirada exacta. Sólo de madrugada, con todos los periódicos recién comprados en la Glorieta, empecé a darme cuenta de la machada. 6-0.
Durante meses, el titular de El País colgado en la barra de La Edad de Oro, aún en la calle Generoso Hernández: "El Valencia humilla al Real San Marino", fue la única certeza de que ese 6-0 había existido. Todavía hoy vuelvo a veces a los papeles para asegurarme. 6-0. Pero es extraño comprobar como las grandes goleadas inesperadas tienen menos impacto estomacal que las victorias agónicas. De ese 9 de junio recuerdo algo parecido a una irrealidad creciente con cada gol. Como si fuera un espectador neutral asistiendo a un partido entre el Oviedo y el Figueras. La misma sensación que, por otra parte, me ha sobrevenido en todas las grandes citas del VCF. Como si la tensión me aislara del acontecimiento a fin de salvaguardar mi propia integridad.
Siempre me he considerado un buen hincha de partidos ligueros; constante y animoso. Pero las grandes citas me superan. No las mastico hasta pasado un buen tiempo. Lo achaco a un mecanismo de defensa de mi propia psique, incapaz de codificar todos los mensajes envenenados que le lanzo desde horas antes del inicio del partido. Hay, por supuesto, una deriva literaria. El hecho claro de disfrutar a posteriori lo que en el momento no es tan perceptible. También, por qué no, la incapacidad de salir a la calle con una bandera a pegar saltitos y gritos inconexos: esa vergüenza ajena que sin embargo no me atrapa en la grada, donde si creo que la hinchada tiene un papel fundamental: el de saber leer el partido y estar con su equipo cuando más lo necesita. Posiblemente, en las grandes citas, sé que el equipo juega casi solo, a merced de sus impulsos y la motivación extra. Lo que cuenta, creo, es participar en los partidos de sobremesa dominical, en los 1/8 de final de la copa y en todos esos días donde la exigencia se relaja y el personal olvida lo que está en juego. O eso al menos me cuento a mi mismo para explicar mi manera de abdicar en los días señaladitos. Casi muerto. Aterrado. Con el culo prieto.
Por otro lado, y más allá de los Gauden Villas de turno, me cuesta entender que la gente aspire a ser feliz en el fútbol cuando todos sabemos que el material de la militancia no es el goce estético sino la superación de la propia batalla interior entre lo ridículo y lo necesario. Un hincha a solas es una bomba de relojería. Un cúmulo de ausencias, desequilibrios y trampas. Un cabalista con patas a merced de su locura. Todo lo que el inconsciente archiva aflora en esos días agónicos donde el fútbol es lo de menos. Los sortilegios, la búsqueda de motivos y la falta de razones son el material real del futbolerismo. Yo mismo acudo a Mestalla con el cromo de Kempes y dos pases de más cada partido: el de mi abuelo de 1962 y el de mi padre de 1971. Lo que pretendo conjurar con toda esa magia negra sobre mis espaldas es posiblemente el gran misterio al que me acojo: mi trauma fundacional. Detecto los síntomas, asumo la enfermedad, pero no encuentro los antídotos.
Lo cierto es que no fui muy consciente del 6-0 hasta que lo leí en la prensa. 10 años después, lo releo a menudo. 6-0. Estuve, seguro que estuve en Mestalla, pero todavía hoy sigo sin advertir el disfraz de mi conciencia aquella noche. Lo mejor, como casi siempre, fue verlo escrito en los periódicos de madrugada. Justo ahí, en esa ciudad que tampoco existe ya: con el viejo Ventura y sus extraños acólitos de termo e insomnio. En la Glorieta. 6-0 al Madrid.
Rafael Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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Pero vayamos a lo sustancial. Ese 6-0. Una ida de semifinales de copa. 20 años sin ganarla. Y la manifiesta sensación de que aquello no estaba sucediendo. Vi el partido entre algodones, con una contractura muscular, sin acertar a vindicar la mirada exacta. Sólo de madrugada, con todos los periódicos recién comprados en la Glorieta, empecé a darme cuenta de la machada. 6-0.
Durante meses, el titular de El País colgado en la barra de La Edad de Oro, aún en la calle Generoso Hernández: "El Valencia humilla al Real San Marino", fue la única certeza de que ese 6-0 había existido. Todavía hoy vuelvo a veces a los papeles para asegurarme. 6-0. Pero es extraño comprobar como las grandes goleadas inesperadas tienen menos impacto estomacal que las victorias agónicas. De ese 9 de junio recuerdo algo parecido a una irrealidad creciente con cada gol. Como si fuera un espectador neutral asistiendo a un partido entre el Oviedo y el Figueras. La misma sensación que, por otra parte, me ha sobrevenido en todas las grandes citas del VCF. Como si la tensión me aislara del acontecimiento a fin de salvaguardar mi propia integridad.
Siempre me he considerado un buen hincha de partidos ligueros; constante y animoso. Pero las grandes citas me superan. No las mastico hasta pasado un buen tiempo. Lo achaco a un mecanismo de defensa de mi propia psique, incapaz de codificar todos los mensajes envenenados que le lanzo desde horas antes del inicio del partido. Hay, por supuesto, una deriva literaria. El hecho claro de disfrutar a posteriori lo que en el momento no es tan perceptible. También, por qué no, la incapacidad de salir a la calle con una bandera a pegar saltitos y gritos inconexos: esa vergüenza ajena que sin embargo no me atrapa en la grada, donde si creo que la hinchada tiene un papel fundamental: el de saber leer el partido y estar con su equipo cuando más lo necesita. Posiblemente, en las grandes citas, sé que el equipo juega casi solo, a merced de sus impulsos y la motivación extra. Lo que cuenta, creo, es participar en los partidos de sobremesa dominical, en los 1/8 de final de la copa y en todos esos días donde la exigencia se relaja y el personal olvida lo que está en juego. O eso al menos me cuento a mi mismo para explicar mi manera de abdicar en los días señaladitos. Casi muerto. Aterrado. Con el culo prieto.
Por otro lado, y más allá de los Gauden Villas de turno, me cuesta entender que la gente aspire a ser feliz en el fútbol cuando todos sabemos que el material de la militancia no es el goce estético sino la superación de la propia batalla interior entre lo ridículo y lo necesario. Un hincha a solas es una bomba de relojería. Un cúmulo de ausencias, desequilibrios y trampas. Un cabalista con patas a merced de su locura. Todo lo que el inconsciente archiva aflora en esos días agónicos donde el fútbol es lo de menos. Los sortilegios, la búsqueda de motivos y la falta de razones son el material real del futbolerismo. Yo mismo acudo a Mestalla con el cromo de Kempes y dos pases de más cada partido: el de mi abuelo de 1962 y el de mi padre de 1971. Lo que pretendo conjurar con toda esa magia negra sobre mis espaldas es posiblemente el gran misterio al que me acojo: mi trauma fundacional. Detecto los síntomas, asumo la enfermedad, pero no encuentro los antídotos.
Lo cierto es que no fui muy consciente del 6-0 hasta que lo leí en la prensa. 10 años después, lo releo a menudo. 6-0. Estuve, seguro que estuve en Mestalla, pero todavía hoy sigo sin advertir el disfraz de mi conciencia aquella noche. Lo mejor, como casi siempre, fue verlo escrito en los periódicos de madrugada. Justo ahí, en esa ciudad que tampoco existe ya: con el viejo Ventura y sus extraños acólitos de termo e insomnio. En la Glorieta. 6-0 al Madrid.
Rafael Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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Magníficas reflexiones Rafa. Quizá sea yo tu complemento, pero son esos partidos los que he retenido con fuerza y no necesito casi nada para rememorar. Los detalles, los recuerdo, las sensaciones, siguen vivas y explotaron desde el primer gol y la sensación de alivio y grandeza a partes iguales tras el pitido final. En lo que coincido plenamente contigo es en la ración de sortilegio que tiene cada partido en Mestalla. Y eso sí que se va a perder, ahora que dejaremos de tener un campo propio...
ResponEliminaGran Rafa, però quina put... comprovar com passa el temps, ja deu anys.
ResponEliminaEixe partit per a mi és inoblidable per tres motius: Primer, per la meua condició d'aficionat a les emocions "bronques i coperes".
Segon, pel "set en blanc" al rival en qüestió.
I per últim, per una xicoteta anecdota que passa en eixe partit. Uns del Madrid, fent gala de la seua prepotència habitual, s'encengueren uns cohibes a l'inici del partit i conforme anaven caiguent els gols, la careta els anava canviant fins el descans. Moment en el que, encertadament decidiren anar-se'n de Mestalla.Allí a la grada quedaren les restes dels cohibes. Sempre he suposat que l'últim gol l'escoltaren a la ràdio del cotxe a l'altura de Motilla.
Josep Bosch.
Fou una nit molt eufòrica i molt bèstia, però extranya al mateix temps. Ens haviem acostumat a guanyar al Madrid en partits agònics, patint o amb remuntades com la del 92... Tanta exuberància davant eixe rival era difícil d'asimilar...
ResponEliminaEixe partit, en tot cas, marca l'inici d'una època increible. Una renaixaneça que comença en la inhòspita piscina de Yaroslavl...
Una època qua s'ha acabat perquè no la saberem digerir quan arrivàrem al cim més alt en 2004. No obstant això, cal ser optimista. Estem en plena catarsi i, a diferència dels 80, on varem fer molts errors que ara s'han repetit, amb el susto de la 07/08 i la crisi econòmica actual, de la que es pot eixir en sacrifici paciència i sentit comú, hem de tindre prou per prendre nota i tornar a emergir...
Amunt!!!
V. Chilet
Juanjo del Oro debió inventar el concepto "cambio de ciclo".
ResponEliminaA propósito, que mención tan oportuna al diplomático Villas. Ya es hora de que alguien le diga a la cara de qué va esto.
Me ha encantado este artículo. Es verdad, en la Glorieta se podía certificar que lo sucedido en Mestalla unas horas antes había sido cierto. Una pena que ya no vendan los periódicos a esa hora de la madrugada.
ResponEliminaTranquilo Rafa, es cierto, aquella semifinal la ganamos 6-0. Yo estuve en el partido de vuelta en Madrid y te aseguro que sólo nos ganaron 2-1. Grité con fuerza el gol del Piojo López rodeado de Merengues. Ah! Y luego ganamos la Final con un gol antológico de Mendieta.
Asumo esa contradicción como propia. Refugiado en el periodismo se encuentra la coartada para escapar de esa vorágine que te devora. Enhorabuena, Rafa, una vez mas, por la precisión con que describes ese curioso fenómeno.
ResponEliminaSaludos.
Paco Lloret
Per a la generació del 90 es el partit que et marca, dels que fan epoca (de la nostra es clar)
ResponEliminaSalva Baixauli Bosch
Vaya, me alegra comprobar que esa sensación de irrealidad en las grandes citas no es sólo cosa mía.
ResponEliminaSiempre me ha tenido intrigado esa sensación de extrañeza que me invade en algunos de los momentos estelares del Valencia. Por ejemplo, la tanda de penaltis de la final de Milán la viví en las gradas de Mestalla con un tenue deseo de que la ganara el Valencia, pero era algo casi objetivo, contrapuesto a ese sentimiento que nace del estómago y me posee durante la mayoría de los partidos del Valencia.
Nunca he tenido muy claro a qué se debe. Lo achacaría a que el Valencia es más ese patiment incesante hasta el gol definitivo cercano al pitido final (Forment, Arroyo, Carew, Baraja, Aimar...) que la exuberancia de los grandes resultados. Y hablo en condicional porque me parece un argumento demasiado pueril para ser cierto, una certeza presente en la superficie de la conciencia valencianista, donde se suelen hallar las ideas que al darse por sentadas dejan de percibirse con el necesario espíritu crítico.
Yo diría que puede deberse también a una sobreabundancia de estímulos no acostumbrada. La información del Valencia la recibimos normalmente de Julio Insa o de Morata, de las discusiones en el trabajo o las sobremesas familiares. Cuando pasamos a copar los informativos nacionales y todos los focos se dirigen a nosotros, es como si descubrieran nuestro tesoro y nos lo robaran, ya no es nuestro Valencia sino el Valencia.
Hola Manuel,
ResponEliminacreo que ese apunte final es bastante certero. Es como un exceso de responsabilidad. Nunca he sido tan infeliz en Mestalla como en la temporada 2002-03, justo después de ganar la primera liga. Era como una obligación ganarlo todo. Llegaba al campo muerto. La tensión me superaba. Ese año aprendí lo jodido que es ser hincha de un club campeón. Las expectativas no cumplidas hacen mucho más daño que la miseria asumida. No es fácil convivir con eso.
saludos
BT