dimecres, 16 de febrer del 2011

Un premi Goya

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El diumenge 13 de febrer de 2011 el col·laborador del nostre blog Tono Errando Mariscal, juntament amb Fernando Trueba i el seu germà Xavier Mariscal, va guanyar el premi Goya a la millor pel·lícula d'animació amb "Chico & Rita". Des d'últimes vesprades a Mestalla volem felicitar-li per este gran èxit i retre-li un xicotet homenatge tornant a publicar el seu post del 9 de desembre de 2008.

Me estalla la retina

Durante años, muchos desde la percepción de entonces, pocos desde la calvicie actual, pasé cuatro veces al día junto a aquel adefesio de hormigón que resultaba tan poco atractivo para cualquier mirada sensible sobre el paisaje urbano. Mestalla era la antesala de soporíferas clases de matemáticas a horas groseramente tempranas, o infumables lecciones sobre religión con la comida aun sin llegar al estómago. Pero también era la salida a la libertad tras el encierro cruel y tedioso al que me sometían aquellos semi-curas que se empecinaban en reconvertir mi irrefrenable tendencia libertaria en aquella cosa tan terrible que denominaban como “un hombre de provecho”. El Pilar no fue tal, sino una viga que me costaba un enorme esfuerzo llevar sobre mis hombros.

El feo y gris gigante de hormigón mutaba cuatro veces al día, de recibidor carcelario a desembocadura a la vida libre. Es curioso lo distinto que mi mirada dibujaba el edificio según lo percibiera desde el sur o desde el norte. Mestalla fue siempre el puente que enlazaba mi propio "yo" con el de “los otros”. Cuando mucho más tarde, ya en la adolescencia, un día aprendí el significado de aquel nombre, pude explicarme porqué aquel monstruo de hormigón había calado tanto en mí desde el inicio. Aquella acequia que le daba nombre explicaba ese sentimiento que me acompañó todo aquel tiempo, mi vida deambulaba com cagalló per sèquia.

Sin embargo, antes de llegar a conclusiones tan trascendentales, un día tuve la ocasión de descubrir que era lo que guardaba en su interior tantas toneladas de desproporción arquitectónica. Una puerta de servicio entreabierta era una invitación imposible de rechazar. Acompañado de un fiel amigo de aventuras, entramos en el recinto, subimos unas escaleras, y de pronto se abrió ante nuestros ojos una imagen absolutamente impactante. Un inmenso embudo oval escalonado venía desde el cielo hasta aquel precioso tapiz verde. Me quedé con la boca abierta, sin respiración. Todo aquel cemento gris, salpicado de pequeñas barandillas, se convertía en un gigantesco altavoz visual de aquel verde exquisito. Una imagen rotunda y perfecta, limpia, equilibrada. El horroroso y absurdo exterior no era mas que el entramado desnudo de aquella maravilla. El inmenso marco tridimensional en blanco y negro amplificaba hasta el infinito el puro y uniforme verde rectangular. Las perfectas rectas del proporcionado rectángulo enmarcadas con las suaves curvas del oval. Una imagen generosa y tremendamente bella.

Luego descubrí que aquel templo se usaba para desatar todo tipo de pasiones, bajas y altas, enfermizas y sanas, incluso algunas inconfesables. Y que también era donde mi equipo perdía y ganaba trocitos de gloria mientras alimentaba, sin darme cuenta, un trocito de mí “yo” que al cabo de los años se convirtió en un pilar de mi edificio sentimental.


Tono Errando Mariscal
Voyeur profesional. Valencianista en Barcelona.
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dijous, 10 de febrer del 2011

La camiseta


La novedad durante aquellos años era, precisamente, que no había novedad. Temporada tras temporada, la primera elástica valencianista fue básica e integralmente blanca. Un gran escudo en el pecho orgullosamente visible y poco más.

En aquellas presentaciones nuestros todavía inocentes ojos se fijaban en las recientes incorporaciones y no en unos nuevos pantalones, un nuevo ribete en la camiseta o un añadido que respondiera a extrañas razones de mercadotecnia. Simplemente no había novedades ni las buscábamos. Los "grandes cerebros" todavía no osaban interferir en los colores básicos de un equipo de fútbol. No sabíamos nada del "merchandising" y, aunque nos lo hubieran jurado, no hubiésemos creído que el dinero que generaría años después sería razón más que suficiente para modificar los colores representativos de un club, de una ciudad, aunque éstos estuvieran en el imaginario colectivo desde hacía décadas.

Durante muchos años, el primer equipaje del Valencia CF no presentó variación alguna y si bién otros clubs que compartían color merengue empezaron a añadir ribetes morados o rojos en sus camisetas, el impasible Valencia siguió inmaculado hasta bién entrados los años 90.

El fútbol cambiaba y la publicidad empezó a inundar históricas zamarras que antaño eran sólo manchadas por el barro. El Real Madrid sería uno de los pioneros en aquello de la publicidad serigrafiada en las camisetas e intentaba convencer a los españoles de la Transición de que si queríamos empezar a disfrutar del estado del bienestar tendríamos que comprar determinados electrodomésticos. Y así, tras el mundial de naranjito y las apreturas económicas, todos los jugadores de nuestro fútbol patrio empezaron a lucir diferentes eslóganes en su pecho... Y como no podía ser de otra manera aquello también acabó aterrizando en el Luis Casanova... Tanto las apreturas económicas como el hecho, casi obligado, de lucir en aquella camiseta blanca inmaculada el primer patrocinador de nuestra historia. A partir de aquel momento ambas entidades, la futbolística y la financiera, estrecharían una relación de dependencia por razones diversas que no vienen al caso.

El hecho es que acabamos acostumbrándonos a esa visión y a casi nadie le importó. Porque nuestros ya no tan inocentes ojos seguían fijándose en las caras nuevas de cada temporada y no en las novedades de la indumentaria que, por supuesto, seguían sin existir.


Fernando Tomás Puchades
Antiguo socio del Valencia CF
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