dimecres, 20 d’abril del 2011

Un cobijo acogedor

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Amb motiu de la disputa d'una nova edició de la final de Copa a Mestalla compartim l'excel·lent article de José Vicente Aleixandre publicat al diari Levante-EMV.

http://www.fuerzaperica.com/media/galeria/37/8/9/0/6/n_rcd_espanyol_los_jugadores-2196098.jpg

Con los achaques propios de la edad —88 años de azarosa vida le contemplan— pero todavía lleno de vida por delante (no le queda otra, a la vista de ese monumento a la estulticia que es el non nato nuevo estadio), Mestalla acoge esta noche su novena final del Campeonato de España. Las ha visto bajo las diversas adscripciones políticas que ha ostentado la competición: Copa del Rey, Torneo Presidente de la República y Trofeo del Generalísimo —con perdón—.

Recién inaugurado, guapo como un san Luis — y no como ahora, que requiere de liposucciones periódicas y botox constante para seguir aparentando— Mestalla recibió su primera final en 1926, como premio por ser el único campo con gradería —de madera— dotado de césped. El solar sobre el que se asienta había costado 350.000 pesetas y la construcción 270.000. (Total, 3.700 euros de ahora). Tres años más tarde, en 1929, fue escenario de la famosa final del agua. Dos días jarreando no amilanaron a los 25.000 aficionados que llenaban el campo —150.000 pesetas de recaudación— y aguantaran impertérritos para ver como el Espanyol, capitaneado por el mítico Ricardo Zamora, le ganaba 2-1 al Real Madrid.

Desde entonces acá, esta ciudad y ese entrañable recinto, hoy con sus cimientos recosidos con prótesis y con sus fachadas recompuestas a base de liftings, han dado cobijo a aficiones de todos los colores, adscripciones e ideologías, para que dirimieran sobre el campo incruento de batalla, en buena lid y de la manera más ordenada posible, las supremacías tribales, las diferencias conceptuales, los conflictos estilísticos e incluso la hegemonía futbolística. Que de todo eso y más, hay en juego y se resuelve en una final de Copa, el partido cumbre de la temporada española, y ya no digamos de la inglesa, donde adquiere un sabor único e incomparable.

El Cap i casal aún saborea la magnífica confrontación de fútbol y de ambiente que nos obsequieron Athletic y Barça hace dos años. A ver si hoy podemos repetir.


J. V. Aleixandre
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diumenge, 17 d’abril del 2011

La rebeca de Marín

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Mire la foto. Sí, mire la foto ¿qué ve? Tómese su tiempo, no hay prisa. La foto, como lo que representa, pertenece a otra era, cuando la prisa no formaba parte de las patologías de la vida. En mi caso, la he mirado un buen rato. ¿Y qué veo? Veo a un tipo contento, satisfecho, encantado de ser fotografiado. Peinado con un corte de pelo moderno y algo atrevido para la época, moreno y vestido con una coqueta rebeca de lana. Ignoro si el día en el que el fotógrafo J. Llopis lo inmortalizó hizo frío o, simplemente, este hombre satisfecho estaba haciendo lo mismo que todos sus compañeros. Hacerse una bonita foto que reflejara el orgullo y la alegría de pertenecer a un equipo de fútbol. Su equipo de fútbol, el de su ciudad. Una actividad que ocupaba una pequeña parte de su vida pero que le otorgaba un gran placer, al menos por lo que la foto desprende. Su sonrisa esbozada, su mirada franca y limpia, su pose natural y relajada, mixtura de relajo y cotidianeidad, nos dice de forma inequívoca que ser un jugador del Valencia F. C. colmaba de felicidad una parcela de su existencia. La foto no nos permite decir mucho sobre qué cromatismos iluminaban la estancia de aquel día de mediados de los años veinte, pues a nuestros ojos tecnológicos todo son gamas de grises. La rebeca, con 6 botones, cuello, solapas y bolsillos a juego y unos puños reforzados podría pasar por una agradable prenda de abrigo, hogareña, cálida y adorada por su poseedor. Es el escudo el que lo cambia todo. El escudo, cosido a la prenda, dotándola de un espíritu que vuela más allá del reducto doméstico y salta sobre nuestras memorias para decirnos que Marín estaba en su club tan a gusto como en su propia casa. Quizá vea demasiado en tan poco. Quizá me esté dejando llevar por una ensoñación, tal vez me pueda el amor...

Vuelvo a la realidad. Delante de una pantalla plana, con una mano inutilizada por un ratón. Páginas web, seient lliure, revistas digitales en tu buzón electrónico, concurso de diseño de pases virtuales, programas oficiales y patrocinadores, muchos patrocinadores. Premium y vulgaris. Derechos de todo tipo: imagen, televisión, información,… productos licenciados (¿a la vuelta de la esquina estarán los productos doctorados?). Ruedas de prensa medidas al milímetro, jugadores que no hablan, entrenadores que hablan y no dicen nada, otros que hablan y hablan como el ruido molesto de un moscardón veraniego rondando una mierda pastosa. Precios de los abonos al alza, siempre al alza, horarios para los partidos a la altura de una extorsión mafiosa. Diarios deportivos que falsean lo que todos han visto y lo convierten en casus belli. Diarios subvencionados por los equipos, periodistas ultras. Televisiones adalides del amarillismo deportivo. ¡Caramba! Hay que ser un tipo duro para mantener a flote la fe en que tu equipo te representa y en esa representación van implícitos algunos valores universales como el tesón, la garra, la voluntad de llegar y el triunfo. No importa lo que éste tarde en llegar. Ha estado aquí muchas veces y volverá a estar. En este fresco impresionista no todo está a la vista. Es un iceberg de tamaño notable. Deuda, incapacidad, burócratas en los despachos, ignorancia de la historia del club, soberbia e incluso atisbos de mala educación. Tras el paso funesto de la anterior directiva y ante el páramo yermo en que convirtieron el club, nuevos aires trajeron la esperanza de que al menos el club no desaparecería, aunque restos de algunos malos hábitos flotan aún en los despachos. Cuando miro la foto y me asombro ante la factura y hechuras de la rebeca de Marín, soy plenamente consciente de todo lo que hemos perdido en el camino, lo cual me hace preguntarme con cierto estupor: ¿qué hemos ganado?


Francisco García
Socio del València CF
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diumenge, 3 d’abril del 2011

Vale la pena la espera

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Hui tenim de nou el privilegi de poder publicar un altre excel·lent article de Vicent Chilet, publicat al diari l'informatiu el passat 31 de març en la seua secció Semper Proximus Annus Est.
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Nunca hay dos partidos iguales, suelen repetir los entrenadores para esquivar preguntas sobre estadísticas y presagios. Hay encuentros, sin embargo, unidos por un delgado hilo que habla de fútbol, por supuesto, pero sobre todo de recuerdos, anhelos y frustraciones íntimas, la base insobornable sobre la que se forja toda militancia. En mayo de 2002, dos goles muy ingleses de Baraja, apareciendo por sorpresa desde la segunda línea, propiciaban una remontada heroica contra el Espanyol que dejaba la quinta liga del Valencia en bandeja. Un choque áspero en el que el equipo de Rafa Benítez llegó a verse desposeído del título y en el que tuvo que crecerse ante las adversidades de un gol visitante en contra o la infantil expulsión de Carboni en la primera mitad. La eufórica celebración de Mestalla también tenía escondido un componente de rabia, de ajuste de cuentas. Los goles del Pipo, rematados una semana después con la victoria en Málaga, reescribían la historia rompiendo una maldición de 31 años sin oler un título de Liga.

Aquella noche de mayo, los valencianistas de cuarenta años para arriba, aplaudían, aplaudían y aplaudían. Cuando las lágrimas ya no les daban para distinguir la celebración de la grada, la memoria les transportaba al 28 de marzo de 1971. Todo el padecimiento del partido contra el Espanyol y toda la gloria posterior de los festejos la habían experimentado en el choque contra el Celta de Vigo del curso 70/71. Faltaban cuatro jornadas para acabar el campeonato y el conjunto gallego logró neutralizar el gol inicial de Claramunt II para sumir al Valencia de don Alfredo Di Stefano en un estado irreparable de ansiedad, que contagió a todo el estadio. Las victorias del Atlético y del Barcelona en Atotxa y el Molinón desbancaban al Valencia del liderato y lo alejaban de la consecución de su cuarto título liguero, que se resistía desde la postguerra.

Con todo en contra, sin más argumento futbolístico que el corazón, el Valencia, empujado por un viento imparable, asedió la portería viguesa. Se adentró en la guerra de guerrillas propuesta por su rival, que se defendió rozando la violencia, y atacó con todo. Gómez Platas anuló correctamente dos goles de Forment, el forner d'Almenara, y se acumularon hasta catorce córners a favor. En el último saque de esquina, Sergio, un joven estudiante con tendencias izquierdistas, envió la pelota hacia el primer palo. Allí apareció como una exhalación Forment. Encima, como fieras, se le echaron dos defensas y Gost, el portero. Adelantándose a todos ellos, en un escorzo acrobático, Forment peina de un testarazo la pelota a la red. En la misma portería que Baraja, la del Fondo Norte, la de los goles milagrosos. El césped se inunda de almohadillas y Mestalla explota de júbilo en una celebración que desborda el orgasmo. En cada abrazo se comprimían los 24 interminables años de sequía. Una emoción novedosa para muchos espectadores, una cálida caricia olvidada para quien había visto jugar a la delantera eléctrica en los 40.

En 2002, 31 años después, tras los dos goles ingleses de Baraja, los cuarentones niños del 71 comprenden aquellos sollozos de sus padres, algunos ahora ya ausentes, acordándose entonces de los que no vivieron lo suficiente para festejar el testarazo de Forment. Y se reconocen en el hijo o el sobrino que tienen agarrado por la mano, hechizado con la eufórica celebración que invade el viejo estadio. Hasta en el equipo de currantes que acaba de derrumbar al Espanyol identifican fácilmente a los héroes de su infancia. Baraja posee la clase de Claramunt, Aimar la chispa de genialidad de Valdez, Cañizares reúne la sobriedad bajo palos de Abelardo, con una mirada el Ratón Ayala impone la jerarquía defensiva del "cacique" Jesús Martínez. Hasta en el más mínimo detalle están hermanados. Este equipo, como aquel, es granítico en defensa y, a falta de un referente goleador, es furtivo e intuitivo en ataque.

Incluso los que no vivieron el gol de Forment, igualmente, sienten la implicación histórica que conlleva una velada así. No habían nacido en 1971 pero, por la prolongada nostalgia de aquel último "alirón", han escuchado por boca de sus padres la historia. Se la saben de memoria, la tienen mitificada como una hazaña clásica, la han sufrido en sus carnes como la travesía a Ítaca...

Esta semana se han cumplido 40 años del gol de Forment. En poco más de un mes los goles ingleses de Baraja alcanzarán los nueve años, matizados con el doblete de 2004. Las incertidumbres que acechan al presente del club, el poder absoluto de Barcelona y Real Madrid, hacen presagiar que la epopeya envejecerá más años todavía, quizá décadas. No pasa nada. A los valencianistas que vengan les hablaremos de la noche de Baraja, les recordaremos lo que nos contaban de aquella tarde de Forment. Entenderán que, al final, el Valencia siempre regresa y que vale la pena la espera.


Vicent Chilet
Socio del Valencia CF
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