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Me he pasado la vida huyendo de Mestalla en Mestalla. En estos 40 años de militancia he pasado por el sector 6, el sector 5, la general norte, la general sur, el gol gran, la esquinita o atzucac sur, el comando itinerante de sentarse cada partido en un lugar distinto y definitivamente el lugar soñado: la última fila del gol Xicotet. Solo, a mi aire, con inmejorables vistas sobre la ciudad y a la distancia adecuada para vivir los partidos sin tanta tensión.
Soy consciente de que hasta ahí me han llevado mis múltiples manías, mi incapacidad para entablar relaciones amistosas con los vecinos de grada y muy especialmente la necesidad de no tener cerca a nadie que pueda importunarme. Y, lo reconozco, me inoportunan muchas cosas en Mestalla: los comepipas, los entrenadores de salón, los cenizos, las familias, los niños pequeños, los listillos agoreros, los posturitas intuitivos, los entusiastas a toro pasado, los sabelotodo compulsivos, los gafarrones...la lista es tan larga que en estos años he tenido todo tipo de encontronazos y desavenencias hasta el extremo de desarrollar un manual fóbico que haría las delicias de cualquier psicólogo. No me siento orgulloso. Es un problema personal. Hay quien tiene juanetes o dolores de cabeza. En Mestalla, yo soy misántropo.
Todo iba bien en la última fila del gol xicotet hasta que apareció el Inquilino, sosías del personaje de la novela de Malamud. Fue en el VCF-Zgza de marzo de 2012. Le vi subir las escaleras con desconfianza creciente, cojitranco y de pelo churritoso, gafapastas y ensimismado, con abrigo de opositor perenne a notarías y pantalones de pana comprados en Lanas Aragón. Pensé que no llegaría hasta el final pero me equivoqué. Con un vaso gigante de coca-cola y un paquete de palomitas se apalancó apenas 5 asientos a mi izquierda. No daba crédito. Hasta esa fatídica noche mi campo de acción se medía por 40 sillas libres a mi alrededor y me bastaba con una simple mirada para intimidar a quien osara romper mi cerco. No fue el caso. Pronto, el Inquilino demostró ser algo más que un gafe. El Zaragoza remontó un partido inverosímil y él se pasó la noche escupiendo. Mi fascinación y mi asco crecían de manera exponencial. Marcó el territorio con un meritorio charco de escupitajos de calidad óptima. Por un momento pensé en Leopoldo María Panero y su afición por lamer lapas ajenas del suelo, pero soy de natural tímido. Sin duda, hubiera sido un golpe de efecto demoledor...
Desde esa noche se estableció entre ambos un asimétrico duelo psicológico por el control de la última fila del Gol Xicotet. El Inquilino y yo, mano a mano. Frente a su impasibilidad de lapas, pipas y miradas de soslayo, yo oponía mi clásico espíritu de forofo desatado, lenguaraz e histérico. Por momentos, el Inquilino llegó a obsesionarme. Estuve varios partidos llegando antes de hora a Mestalla para verle entrar por el vomitorio y estudiar con detenimiento su triste figura. Llegué a pensar que era el mismo Gallolo, reaparecido además en un VCF-Zaragoza, circunstancia que no hizo sino alimentar aún más mis paranoias. Nunca cruzamos palabra alguna aunque soy consciente de que él también me marcaba de cerca. Durante las semanas en que el Inquilino vino a romper mi precario equilibrio nunca celebró un gol, nunca se levantó del asiento, nunca le recriminó nada a nadie, nunca insultó al árbitro, nunca hizo otra cosa que comer pipas, engullir palomitas, beber coca-colas gigantes, escupir con saña de adicto al escupitajo, imaginar quizás que se la cascaba de nuevo. En esas, por suerte, acabó la temporada.
Con el inicio del nuevo curso, el Inquilino se hizo acompañar por una especie de lacayo cuyo propósito, lo vi claro desde el minuto uno, era desquiciarme. Un Monchito activado por el Inquilino, convertido a su vez en ventrílocuo onanista. Desde el principio la emprendió contra Parejo, Jonas y tutti cuanti. Por primera vez vi al Inquilino sonreír hacia dentro, como si del mismo Juan Soler se tratara. Ya el día del Depor estuve tentado de liarme a ostias con los dos. Con el Inquilino ventrílocuo onanista y con su lacayo Monchito. Si no lo hice fue por el férreo marcaje al que me someten los seguratas, que deben conocerme de mis otras vidas mestallísticas.
El día del Celta, segundo partido en Mestalla, no lo soporté más y en el minuto 30 me fui a casa harto de los comentarios del Inquilino ventrílocuo a través de su lacayo Monchito. Desde la puerta del vomitorio busqué la última fila. Por primera vez en meses el Inquilino me miró. Autosuficiente, crecido, confiado. Sólo él y yo sabíamos que me había derrotado. Todavía no sé si el Inquilino era en realidad el mismísimo Gallolo, porque volver, lo que se dice volver, ya no ha vuelto. Ni él ni su lacayo. La última fila vuelve a ser mía. Pero siento que algo se ha quebrado para siempre. Cualquier día el Inquilino puede reaparecer.
Soy consciente de que hasta ahí me han llevado mis múltiples manías, mi incapacidad para entablar relaciones amistosas con los vecinos de grada y muy especialmente la necesidad de no tener cerca a nadie que pueda importunarme. Y, lo reconozco, me inoportunan muchas cosas en Mestalla: los comepipas, los entrenadores de salón, los cenizos, las familias, los niños pequeños, los listillos agoreros, los posturitas intuitivos, los entusiastas a toro pasado, los sabelotodo compulsivos, los gafarrones...la lista es tan larga que en estos años he tenido todo tipo de encontronazos y desavenencias hasta el extremo de desarrollar un manual fóbico que haría las delicias de cualquier psicólogo. No me siento orgulloso. Es un problema personal. Hay quien tiene juanetes o dolores de cabeza. En Mestalla, yo soy misántropo.
Todo iba bien en la última fila del gol xicotet hasta que apareció el Inquilino, sosías del personaje de la novela de Malamud. Fue en el VCF-Zgza de marzo de 2012. Le vi subir las escaleras con desconfianza creciente, cojitranco y de pelo churritoso, gafapastas y ensimismado, con abrigo de opositor perenne a notarías y pantalones de pana comprados en Lanas Aragón. Pensé que no llegaría hasta el final pero me equivoqué. Con un vaso gigante de coca-cola y un paquete de palomitas se apalancó apenas 5 asientos a mi izquierda. No daba crédito. Hasta esa fatídica noche mi campo de acción se medía por 40 sillas libres a mi alrededor y me bastaba con una simple mirada para intimidar a quien osara romper mi cerco. No fue el caso. Pronto, el Inquilino demostró ser algo más que un gafe. El Zaragoza remontó un partido inverosímil y él se pasó la noche escupiendo. Mi fascinación y mi asco crecían de manera exponencial. Marcó el territorio con un meritorio charco de escupitajos de calidad óptima. Por un momento pensé en Leopoldo María Panero y su afición por lamer lapas ajenas del suelo, pero soy de natural tímido. Sin duda, hubiera sido un golpe de efecto demoledor...
Desde esa noche se estableció entre ambos un asimétrico duelo psicológico por el control de la última fila del Gol Xicotet. El Inquilino y yo, mano a mano. Frente a su impasibilidad de lapas, pipas y miradas de soslayo, yo oponía mi clásico espíritu de forofo desatado, lenguaraz e histérico. Por momentos, el Inquilino llegó a obsesionarme. Estuve varios partidos llegando antes de hora a Mestalla para verle entrar por el vomitorio y estudiar con detenimiento su triste figura. Llegué a pensar que era el mismo Gallolo, reaparecido además en un VCF-Zaragoza, circunstancia que no hizo sino alimentar aún más mis paranoias. Nunca cruzamos palabra alguna aunque soy consciente de que él también me marcaba de cerca. Durante las semanas en que el Inquilino vino a romper mi precario equilibrio nunca celebró un gol, nunca se levantó del asiento, nunca le recriminó nada a nadie, nunca insultó al árbitro, nunca hizo otra cosa que comer pipas, engullir palomitas, beber coca-colas gigantes, escupir con saña de adicto al escupitajo, imaginar quizás que se la cascaba de nuevo. En esas, por suerte, acabó la temporada.
Con el inicio del nuevo curso, el Inquilino se hizo acompañar por una especie de lacayo cuyo propósito, lo vi claro desde el minuto uno, era desquiciarme. Un Monchito activado por el Inquilino, convertido a su vez en ventrílocuo onanista. Desde el principio la emprendió contra Parejo, Jonas y tutti cuanti. Por primera vez vi al Inquilino sonreír hacia dentro, como si del mismo Juan Soler se tratara. Ya el día del Depor estuve tentado de liarme a ostias con los dos. Con el Inquilino ventrílocuo onanista y con su lacayo Monchito. Si no lo hice fue por el férreo marcaje al que me someten los seguratas, que deben conocerme de mis otras vidas mestallísticas.
El día del Celta, segundo partido en Mestalla, no lo soporté más y en el minuto 30 me fui a casa harto de los comentarios del Inquilino ventrílocuo a través de su lacayo Monchito. Desde la puerta del vomitorio busqué la última fila. Por primera vez en meses el Inquilino me miró. Autosuficiente, crecido, confiado. Sólo él y yo sabíamos que me había derrotado. Todavía no sé si el Inquilino era en realidad el mismísimo Gallolo, porque volver, lo que se dice volver, ya no ha vuelto. Ni él ni su lacayo. La última fila vuelve a ser mía. Pero siento que algo se ha quebrado para siempre. Cualquier día el Inquilino puede reaparecer.
Rafa Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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¡Qué bueno, Rafa, qué buebno! La sombra de Gallolo es alargada. Un relato perfecto
ResponEliminaFran
Juajuajua..., quina panxà de riure.
ResponEliminaBrutal!!!
Josep Bosch
Rafa eres un antisocial, pero que te ha pasado, con todo lo que has sido. Te haces mayor... la insoportable vejez del ser.
ResponEliminaEn fin, la verdad que en Mestalla, cada 4 filas te encuentras algo parecido.
Me quedo con tu primera frase. Un símil: El Fugitivo de Mestalla.
ResponElimina"Yo no puedo ser hincha de esta villa miseria".
Un placer leerte, Viejo.
Alfredo Cardona
Hilarante Rafa.
ResponEliminaY no podría ser que fuera todo un sueño?, El sueño de una noche de verano, digo yo
PEPELU.
¡Cortometraje ya!
ResponEliminaYo no soporto a los/as niñatos/as "voluntarios" come pipas que ven los partidos gratis, te las tiran a tu lado y tienes que tragar sus cigarros y sus charlas sobre tios y tias que nada tienen que ver con el partido. Y yo pagando entrada...Abolición del voluntariado ya. Prefería a los acomodadores de las gorras de antaño.
ResponEliminaRafa, me he reído y te he imaginado con esa fulminante mirada, de valencianismo obsesivo, que sabe atraparte en terreno de Mestalla y apunta a cualquiera que ose a manchar, con malas formas y sin gracia alguna, otra página del libro que escribe tu vida en las gradas de Mestalla. Otro partido al fin y al cabo.
ResponEliminaUn més de la generació del 94.
Salut!