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En la nostra celebració al 90 aniversari de Mestalla voliem recordar una figura excepcional en la història del nostre club, Arturo Montesinos "Montes", autor del primer gol que es marcà al nostre estadi. En eixe sentit és un privilegi poder publicar un testimoni tan pròxim com el que tan amablement ens ha regalat el seu nét i que vos oferim hui.
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En estos días en que todo, incluso aquellas cosas a las que hemos sido incondicionalmente fieles, parece seriamente amenazado, acaso sea el momento de retornar al origen, a esos momentos en los que, como diría García Márquez en relación a Macondo, el mundo era tan nuevo que ni siquiera sabían qué nombre darle a cada cosa. Es misteriosa la amnesia que domina los grandes clubs de fútbol españoles con respecto a sus inicios. El Valencia que fundaron unos señores entre los humos de puro de un lóbrego rincón del Bar Torino fue sólo una tentativa más entre otras muchas –la mayoría de ellas malogradas- de fundar un club de foot-ball que cohesionara a los distintos barrios y sectores sociales de la ciudad. Puede que, en un momento en que el mecenazgo y la obra social se encauzaban en el deporte como la nueva forma de redención moral de la alta burguesía, pensaran en sacar de la sordidez de las calles y la explotación laboral a niños sin futuro. O a lo mejor sólo querían divertirse y, entre vino y vino, empezaron a desafiarse para ver quién era capaz de hacer la insensatez más grande. Lo cierto es que este intento tan aparentemente frágil sí cuajó, hasta el punto de que aquella reunión de amigos construyó los primeros cimientos de la institución civil más influyente que ha conocido la sociedad valenciana.
Me pregunto si esa desmemoria –que podemos asociar sin eufemismos al desagradecimiento- tiene que ver con la resistencia de las gentes a asumir que incluso las aventuras más colosales suelen tener orígenes humildes y, a veces, incluso disparatados. Cuando, al inicio la enloquecida década de los veinte, el Valencia disputaba el campeonato regional, apenas aquel club inexperto soñaba con asomarse a las fastuosas competiciones nacionales en las que destacaban el Barcelona o el Real Unión de Irún. Y sin embargo fue justamente entonces cuando se forjó la leyenda que sacó al Valencia de la irrelevancia y el fango de Algirós, convirtiéndolo en ese equipo de nuestros desvelos que, por muy adultos que creamos habernos hecho, continúa endulzándonos los domingos cada vez que gana, y nos los amarga cuando vemos a un mercenario traído de vaya usted a saber dónde arrastrándose indolente por Mestalla, incapaz de entender que noventa años atrás, en aquel mismo escenario –aunque entonces sólo era un campo de tierra con cuatro o cinco filas de grada junto a una acequia de las afueras-, unos tipos venidos de la huerta se partían el alma por defender el escudo de la rata penada.
El Valencia CF que conocemos actualmente no hubiera sido posible sin Arturo Montes y Eduardo Cubells, o, para ser más preciso, sin aquella polémica permanente entre montistas y cubellistas que, de manera imprevista, desencadenó tal atracción en la ciudad que, al cabo de poco tiempo, fue necesario marchar de Algirós y construir un estadio digno de un equipo grande.
La historia de Montes comienza en Benicalap, donde nació con el siglo, en un lugar llamado La Alquería del Padre, una casa de campo sita en las Barracas de Lluna y que todavía existe y sigue siendo propiedad de la familia. Empezó a jugar al fútbol en los Salesianos de la Calle Sagunto, bajo la tutela, como tantos otros, del Padre Viñas. Su destino era labrar la huerta familiar, pero no le gustaba el campo, de manera que lo enviaron a estudiar a Valencia, aunque, tras destacar en etapas infantiles, terminó abandonando la práctica de aquel deporte que habían traído los ingleses y que generaba un extraño poder de seducción entre la gente.
Recaló en el Valencia por casualidad, cuando acompañó a un amigo a probar ante la mirada del capitán Cubells y un directivo. No eligieron a su amigo, pero tras verle tocar el balón para devolverlo desde detrás de la portería, le propusieron acudir a entrenarse al día siguiente. Andaban en aquel entonces preocupados por la baja del ariete vasco Guerendiain; no se concebía un “nueve” que no fuera potente y aguerrido, pues ni los campos de tierra de entonces ni lo encarnizado de las batallas en el área con defensas despiadados permitía pensar en refinados estilistas. Montes era un armario de cien kilos, un cíclope en aquel tiempo de españoles menudos y enjutos, y en cuanto debutó se dieron cuenta de que, lejos de dejarse intimidar ante patadas, insultos e incluso escupitajos de los que se recibían por esos campos de Dios –el fútbol nunca fue un juego de señoritos-, era más bien él quien acomplejaba a los rivales con regates que arrancaban desde el medio campo, cargas de búfalo sobre el portero en los corners, y un disparo plano y demoledor –la Tellà, marca de la casa y que acabó siendo uno de los sobrenombres de Arturo-, con el que destrozó más de una vez las débiles redes de las porterías de la época. No tenía el carácter fácil, si le pegaban la devolvía con creces, si algún aficionado de los que le detestaban –que los había- le censuraba un fallo, era capaz de tirarse veinte minutos enfurruñado viendo pasar el balón y dejando que creciera el malestar en la grada hasta que, de pronto, reaccionaba –“xiuleu, xiuleu, que ara aneu a vore a Montes”- y desataba una tempestad de goles sobre el infortunado rival, generando una de esos estallidos de exaltación de un futbolista al que habían querido linchar minutos antes y que han quedado ya para siempre como una costumbre de Mestalla.
La sucesión de acontecimientos toma entonces aspecto de leyenda. Es cierto que salió de la cama con cuarenta de fiebre y, tras tomarse una cafiaspirina, se fue a Mestalla en una tartana de su padre desde Benicalap para jugar un partido, nada menos que de la Copa de España, contra el entonces formidable Sporting de Gijón. Victoria de 1 a 0 del Valencia con gol de Montes. También lo es que ganó cinco a cero al Zette en el primer partido internacional de la historia del club, los franceses se llevaron cinco en el saco, todos ellos de Montes. Y ésta, claro, el primer gol en la historia de Mestalla, uno a cero contra el Levante en el partido inaugural del nuevo estadio, nada menos que en el año 23.
Su trayectoria como goleador no encuentra parangón en el Valencia hasta la llegada del gran Mundo, punta de lanza de “la Delantera Eléctrica”. Montes emocionaba, a veces irritaba. Instruido por el checo Antón Fibver, el primer gran entrenador contratado por el club, aprendió a controlar su potencia y mejoró sustancialmente su técnica, de manera que se convirtió en algo más que un trompellot destinado a la artillería pesada. Por aquel entonces le llegó por fin la llamada de la selección, cuando muchas informaciones llegaban a Madrid en un momento en que aún no existía una liga estatal, de que el mejor nueve de España jugaba en Valencia. Le relegaron a un papel secundario por la influencia de Ricardo Zamora, el Divino, y, al contrario que Cubells, mucho menos dado a dejarse arrebatar por el orgullo, abandonó la selección y regresó a casa para jugar un partido contra el Levante que el Valencia ganó por dos goles, adivinen quién los marcó.
La lista de hazañas sería interminable, como imponente es la trascendencia social que adquirió tan carismático personaje, uno de las primeras celebridades propiamente dichas de la Valencia del XX que, con el recuerdo aún fresco de la Exposición Universal, se abría a duras penas a la modernidad. Tengo la certeza de que el Valencia de la época fundacional no se hubiera hecho grande de no ser por el encendido debate entre los partidarios de una y otra de las estrellas del Valencia. Montes era genial, imprevisible, áspero y un gigante bien parecido al que “algunes dones anaven a vore-li les cames”, Cubells era pequeño y astuto, y jugaba al fútbol con la sensatez de la que carecía su amigo, con el que tan bien se entendió dentro y fuera del campo. Dos estilos contrapuestos, dos maneras de entender el fútbol, y seguramente la vida, completamente diferentes. Sostengo que la sociedad valenciana empezó a interesarse por el fútbol porque en la batalla entre montistas y cubellistas encontraron la continuación del debate taurino entre Belmonte y Joselito. Aquel espectáculo que trajeron los ingleses era más barato que los toros y podía celebrarse semanalmente, pero fue el mismo “culto a la personalidad” que arrastra atávicamente la tauromaquia lo primero que inclinó a los valencianos a acercarse en masa hasta un campo de tierra situado junto a una acequia de la huerta. Montes y Cubells, con aquella polémica entre dos bandos de la que ellos nada entendían, hicieron posible Mestalla, sin ellos no habríamos salido de Algirós.
No sé si se llamará Soldado o Alcácer el que marque el último gol antes de que el viejo estadio sea demolido, sé quien marcó el primero, y sé, sobre todo, que las colectividades tienden a olvidar demasiado fácilmente a los hombres que forjaron las instituciones de las que dicen sentirse tan orgullosas.
Siempre recuerdo aquella noche del verano del 82, su cuerpo expuesto tras un cristal del tanatorio, lo pequeño que me parecía entonces. Pero fue muy grande.
David P. Montesinos, nieto de Montes
Me pregunto si esa desmemoria –que podemos asociar sin eufemismos al desagradecimiento- tiene que ver con la resistencia de las gentes a asumir que incluso las aventuras más colosales suelen tener orígenes humildes y, a veces, incluso disparatados. Cuando, al inicio la enloquecida década de los veinte, el Valencia disputaba el campeonato regional, apenas aquel club inexperto soñaba con asomarse a las fastuosas competiciones nacionales en las que destacaban el Barcelona o el Real Unión de Irún. Y sin embargo fue justamente entonces cuando se forjó la leyenda que sacó al Valencia de la irrelevancia y el fango de Algirós, convirtiéndolo en ese equipo de nuestros desvelos que, por muy adultos que creamos habernos hecho, continúa endulzándonos los domingos cada vez que gana, y nos los amarga cuando vemos a un mercenario traído de vaya usted a saber dónde arrastrándose indolente por Mestalla, incapaz de entender que noventa años atrás, en aquel mismo escenario –aunque entonces sólo era un campo de tierra con cuatro o cinco filas de grada junto a una acequia de las afueras-, unos tipos venidos de la huerta se partían el alma por defender el escudo de la rata penada.
El Valencia CF que conocemos actualmente no hubiera sido posible sin Arturo Montes y Eduardo Cubells, o, para ser más preciso, sin aquella polémica permanente entre montistas y cubellistas que, de manera imprevista, desencadenó tal atracción en la ciudad que, al cabo de poco tiempo, fue necesario marchar de Algirós y construir un estadio digno de un equipo grande.
La historia de Montes comienza en Benicalap, donde nació con el siglo, en un lugar llamado La Alquería del Padre, una casa de campo sita en las Barracas de Lluna y que todavía existe y sigue siendo propiedad de la familia. Empezó a jugar al fútbol en los Salesianos de la Calle Sagunto, bajo la tutela, como tantos otros, del Padre Viñas. Su destino era labrar la huerta familiar, pero no le gustaba el campo, de manera que lo enviaron a estudiar a Valencia, aunque, tras destacar en etapas infantiles, terminó abandonando la práctica de aquel deporte que habían traído los ingleses y que generaba un extraño poder de seducción entre la gente.
Recaló en el Valencia por casualidad, cuando acompañó a un amigo a probar ante la mirada del capitán Cubells y un directivo. No eligieron a su amigo, pero tras verle tocar el balón para devolverlo desde detrás de la portería, le propusieron acudir a entrenarse al día siguiente. Andaban en aquel entonces preocupados por la baja del ariete vasco Guerendiain; no se concebía un “nueve” que no fuera potente y aguerrido, pues ni los campos de tierra de entonces ni lo encarnizado de las batallas en el área con defensas despiadados permitía pensar en refinados estilistas. Montes era un armario de cien kilos, un cíclope en aquel tiempo de españoles menudos y enjutos, y en cuanto debutó se dieron cuenta de que, lejos de dejarse intimidar ante patadas, insultos e incluso escupitajos de los que se recibían por esos campos de Dios –el fútbol nunca fue un juego de señoritos-, era más bien él quien acomplejaba a los rivales con regates que arrancaban desde el medio campo, cargas de búfalo sobre el portero en los corners, y un disparo plano y demoledor –la Tellà, marca de la casa y que acabó siendo uno de los sobrenombres de Arturo-, con el que destrozó más de una vez las débiles redes de las porterías de la época. No tenía el carácter fácil, si le pegaban la devolvía con creces, si algún aficionado de los que le detestaban –que los había- le censuraba un fallo, era capaz de tirarse veinte minutos enfurruñado viendo pasar el balón y dejando que creciera el malestar en la grada hasta que, de pronto, reaccionaba –“xiuleu, xiuleu, que ara aneu a vore a Montes”- y desataba una tempestad de goles sobre el infortunado rival, generando una de esos estallidos de exaltación de un futbolista al que habían querido linchar minutos antes y que han quedado ya para siempre como una costumbre de Mestalla.
La sucesión de acontecimientos toma entonces aspecto de leyenda. Es cierto que salió de la cama con cuarenta de fiebre y, tras tomarse una cafiaspirina, se fue a Mestalla en una tartana de su padre desde Benicalap para jugar un partido, nada menos que de la Copa de España, contra el entonces formidable Sporting de Gijón. Victoria de 1 a 0 del Valencia con gol de Montes. También lo es que ganó cinco a cero al Zette en el primer partido internacional de la historia del club, los franceses se llevaron cinco en el saco, todos ellos de Montes. Y ésta, claro, el primer gol en la historia de Mestalla, uno a cero contra el Levante en el partido inaugural del nuevo estadio, nada menos que en el año 23.
Su trayectoria como goleador no encuentra parangón en el Valencia hasta la llegada del gran Mundo, punta de lanza de “la Delantera Eléctrica”. Montes emocionaba, a veces irritaba. Instruido por el checo Antón Fibver, el primer gran entrenador contratado por el club, aprendió a controlar su potencia y mejoró sustancialmente su técnica, de manera que se convirtió en algo más que un trompellot destinado a la artillería pesada. Por aquel entonces le llegó por fin la llamada de la selección, cuando muchas informaciones llegaban a Madrid en un momento en que aún no existía una liga estatal, de que el mejor nueve de España jugaba en Valencia. Le relegaron a un papel secundario por la influencia de Ricardo Zamora, el Divino, y, al contrario que Cubells, mucho menos dado a dejarse arrebatar por el orgullo, abandonó la selección y regresó a casa para jugar un partido contra el Levante que el Valencia ganó por dos goles, adivinen quién los marcó.
La lista de hazañas sería interminable, como imponente es la trascendencia social que adquirió tan carismático personaje, uno de las primeras celebridades propiamente dichas de la Valencia del XX que, con el recuerdo aún fresco de la Exposición Universal, se abría a duras penas a la modernidad. Tengo la certeza de que el Valencia de la época fundacional no se hubiera hecho grande de no ser por el encendido debate entre los partidarios de una y otra de las estrellas del Valencia. Montes era genial, imprevisible, áspero y un gigante bien parecido al que “algunes dones anaven a vore-li les cames”, Cubells era pequeño y astuto, y jugaba al fútbol con la sensatez de la que carecía su amigo, con el que tan bien se entendió dentro y fuera del campo. Dos estilos contrapuestos, dos maneras de entender el fútbol, y seguramente la vida, completamente diferentes. Sostengo que la sociedad valenciana empezó a interesarse por el fútbol porque en la batalla entre montistas y cubellistas encontraron la continuación del debate taurino entre Belmonte y Joselito. Aquel espectáculo que trajeron los ingleses era más barato que los toros y podía celebrarse semanalmente, pero fue el mismo “culto a la personalidad” que arrastra atávicamente la tauromaquia lo primero que inclinó a los valencianos a acercarse en masa hasta un campo de tierra situado junto a una acequia de la huerta. Montes y Cubells, con aquella polémica entre dos bandos de la que ellos nada entendían, hicieron posible Mestalla, sin ellos no habríamos salido de Algirós.
No sé si se llamará Soldado o Alcácer el que marque el último gol antes de que el viejo estadio sea demolido, sé quien marcó el primero, y sé, sobre todo, que las colectividades tienden a olvidar demasiado fácilmente a los hombres que forjaron las instituciones de las que dicen sentirse tan orgullosas.
Siempre recuerdo aquella noche del verano del 82, su cuerpo expuesto tras un cristal del tanatorio, lo pequeño que me parecía entonces. Pero fue muy grande.
David P. Montesinos, nieto de Montes
Seguidor del Valencia CF
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Memorable aportación David.
ResponEliminaGracias por compartirla en este blog.
1 abrazo
BT
La importància de la dupla Montes- Cubells, Cubells-Montes, per al nostre esport i per al nostre club és tal que fins i tot un escriptor com Max Aub no pot deixar de mencionar-la al seu llibre "Campo abierto":
ResponElimina"[...] el Valencia Fútbol Club fue a jugar a Barcelona contra el equipo titular y le encajó tres goles, aunque a su vez le metieron cinco; alta gloria debida a Montes –delantero centro-, y a Cubells –interior derecho-”.
Ells dos feren creixer l'afició al futbol i al Valencia FC.
Josep Bosch
Una maravilla se mire por donde se mire. Me gusta todo desde la impagable fotografía hasta eso de que les dones anaven a vore-li les cames.
ResponEliminaGracias David.
Fran
Muchas gracias David, por tu texto. Emocionante a más no poder y un lujo poder contar con tu colaboración en el blog.
ResponEliminaUn saludo
Jose Miguel,Lavarías
El honor y el placer es mío, caballeros. Creo que esta página -y la empresa solidaria con una persona en dificultades que la impulsa- tiene un enorme mérito. He leído cosas estupendas en "Últimes vesprades a Mestalla", he visto fotos magníficas, como esa tan impagable de la asamblea de socios en las gradas tras la riada, el honor, insisto, es para mí porque me hayan dejado incluir este artículo en el monográfico. Qué cosas, empezaron ustedes pensando que esto duraría poco, que Mestalla sería entonces demolido en cuestión de un par de años, y ya van unos cuantos desde entonces. No sé si es la maldición de la acequia, que no quiere que nos vayamos de allá, pero la cosa tiene su ironía. Qué le vamos a hacer, mi imagen del Valencia es inseparable de ese estadio.
ResponEliminaGracias a ustedes por esta oportunidad de homenajear a mi abuelo, en nombre de todos los Montes, los de Benicalap, los de Valencia, y los que andan por ahí desperdigados.
Y por cierto, yo que creo saberlo todo de Montes, pues toma cura de humildad gracias a ustedes, en concreto Josep Bosch, desconocía la mención de "Campo abierto", demonios, nada menos que Max Aub, no tardo nada en hacerme con el libro, vaya que sí.
ResponEliminaUn texto especial de principio a fin... está bien ir hacia adelante con todo, pero a veces hay que volver la cabeza un poco hacia atras, para saber como y de donde venimos.
ResponEliminaMontes y Cubells tienen un espacio enorme en el universo valencianista, pues sin sus primeras extraordinarias tardes de un fútbol lejano y primitivo (aunque mantiene el mismo objetivo... el gol), no hubiéramos llegado tan lejos.
Es emocionante saber que un descendiente directo de Arturo Montes, le honra con estas palabras.
PEPELU.
Al hilo de Max Aub, la historia de ese Vicent Farnals,debería tener un hueco en este blog...
ResponEliminaQuerido hijo David:
ResponEliminaGracias por escribir sobre mi padre, sobre todo cuando recuerdo lo poco que se le tuvo en cuenta por el Club a su fallecimiento, aunque no era una actuación infrecuente dado que el final de su vida deportiva en el Valencia CF fue triste pues Montes tuvo el atrevimiento de reclamar mejora de sueldo ante el aumento de aficionados que llenaban el campo, en parte debido al juego emocionante de Montes, lo que trajo en consecuencia que estuvo su última temporada en el Valencia apartado del juego por una supuesta lesión.
En lo que se refiere a la afición hacia el fútbol y hacia el Valencia, los aficionados crecían día a día en los primeros años 20 del pasado siglo. En aquellos tiempos jóvenes y heróicos, los aficionados eran parte del partido, la rivalidad entre equipos levantaba ampollas, se rompían sillas, entraban los aficionados en el campo o esperaban a gritos a los jugadores en la puerta de salida, tanto que los numerosos hermanos de mi padre, todos de buena envergadura, acudían al campo en los partidos de riesgo para defender a su hermano, bien a la salida o en el propio terreno de juego.
Era especialmente feroz la competencia entre los seguidores del Valencia y del Castellón hasta el punto de que acompañaban al equipo aficionados, amigos y familiares para escudar los ataques "dels orelluts", en especial de las terribles esposas castellonenses, que insultaban, pellizcaban y clamaban si no podían ponerles la mano encima.
En aquellos tiempos de los años 20, el mundo era nuevo otra vez después de la Primera Guerra Mundial, la gente estaba llena de ilusión y de fuerza y en medio de todo éllo creció el fútbol y el Valencia C.F.
Muchas gracias y alguna vez te contaré leyendas que se citaban a veces en nuestra casa sobre nuestro padre.
Juan, hijo de Montes.
Hermano David,
ResponEliminaMe ha emocionado el artículo.
Fue un gran hombre, ninguno de sus nietos olvidaremos al "Abuelo Montes".
Lucrecia, nieta del gran Montes.
Per favor, família Montes, eixes històries sobre el primers futbolistes i el primer futbol jugat a València mereixen un article a este blog.
ResponEliminaHui és un dia trist per al valencianisme, ha faltat Tonico Puchades.
Josep Bosch
Para Juan, hijo de Montes, padre de David: el Valencia C. F. como hecho inmaterial se hace palpable y verdadero en casos como el presente, cuando el recuerdo nos inunda y nos ofrece el orgullo de pertenecer a él. Gracias a usted y a su hijo por abrirnos su corazón y sus archivos.
ResponEliminaUn gran abrazo a toda su familia
Fran
Gracias a todos por vuestra generosidad, es una semana muy emocionante para todos nosotros. Y va y justamente en estas horas se nos acaba de morir el gran Tonico Puchades. Yo lo he visto muchas veces a la entrada de tribuna, qué presencia más imponente. Siempre me tentaba decirle algo, cuánto le estimábamos, el respeto reverencial que le teníamos. Mi padre le vio jugar en aquella época gloriosa del Valencia. Siempre me habló de Puchades, de la Delantera Eléctrica. Todo mi afecto para la gente de "Últimes". Por cierto, el video preparado por Pepelu me parece una joya.
ResponEliminaVaig ser alumne dels salesians i vaig vore, quan jo era un xiquet, en el primer ciquentenari de la fundació del col·legi al Pare Guillermo Viñas acompanyat dels Montes, Cubells i Rubio, tres dels jugadors que van ser amics d'ell en aquell col3legi u Oratori Restiu Salesià. Jo als anys 54-56 vaig jugar contra el meu company un any major que jo que va ser un bon jugador del València, Salvador Aliaga. En la selecció dels salesians vaig jugar i vam guanyar una vegada als Dominics o Dominicans, on jugava de porter Pesudo. ERA EL cAMPIONAT gERMANOR.. El nostre jugador mes venerat va ser Antoni o Toni Puchades, que veia al col·legi (lliure de concentració) els diumenges que podía a vore als seua amics interns com jo de Sueca. Als anys 2000 vaig arribar a ser amic del meu admirat el millor jugador mig volant del Campionat Mundial de Brasil de 1950, el nostre Tonet o Toni Puchades, que ara he llegit ací que va morir el 24 de >Maig, data molt important per als salesians i antics alumnes, perquè és Maria Auxiliadora. Angel Fabregat.
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