Encetem hui una sèrie d'articles en homenatge a la recentment desapareguda figura d'Antonio Puchades, i ho fem amb un article del nostre col·laborador habitual José Ricardo March publicat al diari Levante-EMV el passat 25 de maig de 2013.
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Desde mediados de los años 40 el valencianismo ha concentrado en apenas tres sílabas la máxima expresión de su universo simbólico: Puchades. Tonico, el pulmón y corazón del Valencia CF, lo sabía, y asentía con modestia cada vez que se aludía a su condición de mito. En realidad a él, alejado de la primera línea, le bastaba con la partida con los amigos en Sueca o El Perelló, la conversación sobre los arrozales y la visita quincenal a Mestalla, donde el “mira, aquell és Puchades” se convirtió en la primera lección, transmitida de padres a hijos, de esa narración ágrafa e imperfecta que es la historia del Valencia.
Puchades fue el titán Atlas del valencianismo en un momento particularmente duro: la transición del equipo millonario y ganador al austero club de los 50, condenado a sacar petróleo del CD Mestalla. Con el peso del equipo sobre sus hombros asumió la ingrata tarea de despedir a la delantera eléctrica y capitanear a la nueva y bisoña generación: Mañó, Sendra, Fuertes, Piquer, Mestre... Saludó a Wilkes y a Walter, la puerta de entrada de la modernidad a este lado del Camí de Trànsits. Y dijo adiós en la frontera con los 60, cuando el empresariado valenciano se preparaba para asaltar el Mercado Común a través de containers de cítricos y goles de Waldo y Guillot.
Durante esos quince años de periplo valencianista, Puchades lo fue todo. Y lo tuvo todo: títulos, aplausos, reconocimientos, algún desencuentro (Mestalla, siempre ansioso, lo llamó coll gelat, reminiscencia de sus inicios en el Sueca) y éxitos internacionales. En el Mundial de Río fue nombrado mejor centrocampista del torneo junto a Obdulio Varela. A su vuelta de Brasil, cuando el Valencia disputaba algún amistoso contra un rival de campanillas, las estrellas foráneas corrían a fotografiarse con el sueco. Él, acabado el partido, montaba en su Topolino y volvía a su descansada vida de la Ribera.
Tonico es nuestro particular Jimmy Braddock, carne de biopic estadounidense: alto, rubio, robusto, fuerte, un coloso (así lo llamó su primera biografía) jamás derribado, de estómago frágil e inmensos pulmones. Formó junto a Pasieguito una sociedad de corte y confección cuyo excelente rendimiento solo se vio nublado por la ausencia de títulos en los 50. Hasta que dijo adiós en el 58. “Ciática”, aseguró, certificando que su retirada era definitiva. O casi definitiva. Porque Mestalla volvería a ovacionarlo una noche de diciembre del 59 mientras los atletas de las secciones deportivas escribían con sus cuerpos un gigante Puchades sobre el césped. Y también diez años después, cuando, ya cuarentón, disputó el encuentro de veteranos de las Bodas de Oro del Valencia.
En vida Tonico mereció aucas, coplillas, crónicas, homenajes íntimos y multitudinarios, exposiciones y hasta biografías. En sus últimos años, quebrada la fuente de los recuerdos, todavía acertaba a narrar con lucidez su debut en Balaidos en septiembre del 46: “Pasarín em va dir que només si plovia a Vigo jugaria de titular”. Llovió a mares. Afortunadamente.
José Ricardo March
Seguidor del Valencia CF, autor de Bronco y liguero
·Puchades fue el titán Atlas del valencianismo en un momento particularmente duro: la transición del equipo millonario y ganador al austero club de los 50, condenado a sacar petróleo del CD Mestalla. Con el peso del equipo sobre sus hombros asumió la ingrata tarea de despedir a la delantera eléctrica y capitanear a la nueva y bisoña generación: Mañó, Sendra, Fuertes, Piquer, Mestre... Saludó a Wilkes y a Walter, la puerta de entrada de la modernidad a este lado del Camí de Trànsits. Y dijo adiós en la frontera con los 60, cuando el empresariado valenciano se preparaba para asaltar el Mercado Común a través de containers de cítricos y goles de Waldo y Guillot.
Durante esos quince años de periplo valencianista, Puchades lo fue todo. Y lo tuvo todo: títulos, aplausos, reconocimientos, algún desencuentro (Mestalla, siempre ansioso, lo llamó coll gelat, reminiscencia de sus inicios en el Sueca) y éxitos internacionales. En el Mundial de Río fue nombrado mejor centrocampista del torneo junto a Obdulio Varela. A su vuelta de Brasil, cuando el Valencia disputaba algún amistoso contra un rival de campanillas, las estrellas foráneas corrían a fotografiarse con el sueco. Él, acabado el partido, montaba en su Topolino y volvía a su descansada vida de la Ribera.
Tonico es nuestro particular Jimmy Braddock, carne de biopic estadounidense: alto, rubio, robusto, fuerte, un coloso (así lo llamó su primera biografía) jamás derribado, de estómago frágil e inmensos pulmones. Formó junto a Pasieguito una sociedad de corte y confección cuyo excelente rendimiento solo se vio nublado por la ausencia de títulos en los 50. Hasta que dijo adiós en el 58. “Ciática”, aseguró, certificando que su retirada era definitiva. O casi definitiva. Porque Mestalla volvería a ovacionarlo una noche de diciembre del 59 mientras los atletas de las secciones deportivas escribían con sus cuerpos un gigante Puchades sobre el césped. Y también diez años después, cuando, ya cuarentón, disputó el encuentro de veteranos de las Bodas de Oro del Valencia.
En vida Tonico mereció aucas, coplillas, crónicas, homenajes íntimos y multitudinarios, exposiciones y hasta biografías. En sus últimos años, quebrada la fuente de los recuerdos, todavía acertaba a narrar con lucidez su debut en Balaidos en septiembre del 46: “Pasarín em va dir que només si plovia a Vigo jugaria de titular”. Llovió a mares. Afortunadamente.
José Ricardo March
Seguidor del Valencia CF, autor de Bronco y liguero
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