"No sé si usted tiene 30 ó 40 años, no importa. Pero usted es un hombre hecho, es decir deshecho, como todos los hombres a su edad cuando no son extraordinarios"
-"Bienvenido Bob", Juan Carlos Onetti-
-"Bienvenido Bob", Juan Carlos Onetti-
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Era el orgullo de su madre, viuda de militar, amantísima beata del viejo mundo, aparatosa reliquia de aquella otra España que empezaba a languidecer. Una mujer salazón. Él era el estudiante ejemplar, el hijo modelo, la envidia del vecindario. Algunas mañanas de finales de los años 70', cuando yo bajaba al obrador a despedirme de mi padre antes de ir al colegio, solía coincidir con él. Entraba sigiloso pero solemne, con un saquito tejido laboriosamente por una abuela castellana donde se leía la palabra pan. Su abuela era una mujer de peinado imposible y gesto rancio. La abuela salazón. Carmen Polo a este lado del Turia. Carmen Polo de paseo por Blasco Ibáñez. Carmen Polo en la iglesia de San Francisco Javier, junto a la plaza Xúquer, escuchando en trance la misa de don Valeriano. Carmen Polo sin entender a esos hombres que fumaban farias y bramaban en un idioma extraño en la terraza del bar Los Checas. La abuela del nieto ejemplar.
Nuestro héroe, metódico y rutinario, pedía siempre dos barras y un croissant y miraba sin mirar con el desdén ilustre de los que aspiran a todo. Estaba a punto de licenciarse en medicina, y nuestro barrio, aquel barrio recién nacido a espaldas de Mestalla y con las calles aún por asfaltar, se le quedaba pequeño.
A mí me llamaba la atención su gesto estreñido, su alopecia incipiente, la extraña manera de combinar camisas a rayas con sueters Lacoste, la fina montura de sus gafas de empollón sapientín. No sonreía, no participaba de la cháchara, era inmutable.
Pasó el tiempo, apenas 3 ó 4 años, una eternidad para un niño, y el estudiante modelo se convirtió en médico. Dejé de verle, y sólo en la gloriosa jornada del 1 de mayo de 1983 reapareció de nuevo por el barrio. Fue ese día en el que tantas y tan variadas emociones se concitaron, hasta el extremo de que sigo pensando que está por escribir el relato rollo "Vidas cruzadas" de Robert Altman que recoja de manera concisa el trazo y la furia de aquella fecha imborrable. Yo podría hablar de la mía, pero sólo era un niño de 11 años, y mi relato quedaría sesgado, cogido con pinzas, sin el aliento rotundo de los corazones a punto de estallar.
Lo dejaré claro. Con esa edad y con mi vicio por lo anecdótico, yo sólo podía aspirar a fijarme en el doctorcillo ya totalmente calvo, que horas antes del partido se paseaba ufano con una bandera del Madrid y una de esas ridículas cintas con la leyenda "Hala Madrid" que se pusieron de moda para el mundial 82 y que en su caso, calvo prematuro y contumaz, carecía totalmente de sentido práctico aunque le otorgaba sin duda un aspecto de forofo voluntarioso, de hombre que no es hombre pero que todavía puede reciclarse en hombre, aspirante quizás a mearse un día en la vajilla de su abuela. La abuela salazón. Carmen Polo en el Barrio de San José.
Y recuerdo aquella mañana luminosa. La del 1 de mayo de 1983. Y la sorpresa de encontrarme en la puerta del bar Los Checas con el ilustre vecino, ¡¡¡¡madridista!!!!, ¡¡¡coño!!!, ¡¡¡este es del Madrid!!!!, ¡¡¡¡hostia-puta, le gusta el fútbol....pero es del Madrid!!!! y verlo extrañamente feliz, sonriente como nunca lo había visto, confiado en su cinta de Eva Nasarre madridista, exultante por volver al barrio y mostrarse en todo su esplendor de madridista que hoy si, hoy puede decir bien alto "hala madrí y que os follen a todos, paletosdemierda, rojos, provincianos, que todavía andáis con alpargatas cogidas con cuerda y en el fondo queréis ser españoles pero sólo sois españoles de segunda. Y eso, cojones, que hoy os vais a segunda. Y coño, que buena está la cerveza, venga va, otra cerveza, un día es un día, y vaya monologuito me estoy echando, que parezco ya el mismísimo Martín-Santos escribiendo Tiempos de silencio, aunque la verdad es que yo soy más del rollo Sánchez-Mazas y a tiros con los rojos, un médico con cojones soy yo, y venga va, otra cerveza, me estoy poniendo tibio de cervezas, igual luego le meo la vajilla a mi abuela de una puta vez y que se vaya la vieja a tomarporculo con sus misales y sus estampitas de los cojones, eh tú, ponme otra cerveza". Y sonreía, cada vez más beodo, ciego, borrachuzo del halamadrí, con la cercana silueta de Mestalla articulando en silencio las aristas de una jornada que aún hoy me parece imposible. Sonreía el muy cabrón, era un madridista feliz, ajeno al drama en el que el xoterio local vivía la mañana. Yo mismo, en la iglesia de 10 a 12, rezando cuando todavía creía en Dios, paseando con un hueso de aceituna en el bolsillo por los alrededores de Mestalla, rezando sobre todo para que el corazón de mi padre aguantara lo que se avecinaba, más preocupado por él que por mí. Y el ilustre mediquillo ataviado de preultrasur de la movida, bebiendo cervezas y chascando altramuces en la misma mesa donde meses atrás Albano y Romina Power habían llenado de estupor y falso glamour la resaca del mundial 82.
Puede que fuera el día de la madre y es seguro que era el día del Trabajo pero yo sólo recuerdo el canguelo atroz, el miedo, el pánico, la tensión que veía en los caretos de todos los valencianistas veteranos con los que me encontraba. Apenas comimos y dos horas antes del partido ya estábamos en Mestalla, fila 17 sector 5. El culo bien apretado, la senyera de Heyssel, el cromo de Wilkes, el autógrafo de Claramunt en un pase del 72', la medallita de una virgen que nos había dado mi tía y 3 huesos de aceituna en el bolsillo del pantalón. De la previa soleada e histérica recuerdo la música agonista del "en vanguardia y siempre avanzando, Mishubishi Electric", esa música que parecía la banda sonora del desastre porque empezó a oírse en Mestalla justo entonces. Ya del partido, el minuto de silencio en memoria de Rafa, la protesta de la AFE, el gol de Tendillo, la galopada de Arias, el inconsistente Metgod convertido en policía urbano. Faltando cinco minutos mi padre dejó de ver el partido y escondió la cabeza entre los muslos gimoteando y superado por el drama. Los de delante, siempre cínicos y procaces, lloraban atascados, con lágrimas de vieja experta en duelos. Todos los resultados encajaban y entonces la peña se levantó. Con el último remate de Santillana mi padre ya estaba también de pie, desencajado, descompuesto, repentinamente envejecido. Tuvo un amago de desmayo que provocó una pequeña avalancha. En realidad fueron varias pequeñas avalanchas porque hubo varios desmayos, algún colapso, una carnicería de babas y abrazos que olían a tragedia de farias y cervezas derramadas sobre las banderas del infierno. Puedo decirlo. Ese partido fue mi bautismo en el drama de la militancia.
Cuando todo pasó y la certeza de la salvación era un hecho pasamos por el bar Los Checas camino de casa. Entonces volví a verlo. Ahí estaba, con las gafas rotas, la ceja abierta, la cinta del pelo convertida en una compresa de sangre y lodo, la camisa de rayas tal cual un guiñapo, la bandera del Madrí hecha un pergamino, medio quemada. Lo habían ahostiado a base de bien, seguramente por patoso, por bocazas, por esas cosas por las que suelen cobrar los forofos ocasionales que no saben beber ni entender el terreno que pisan. El ilustre nieto e hijo, el don ejemplar, vapuleado, lloroso, borracho, sentado de nuevo en la misma mesa de Albano y Romina Power, herido de sangre y humillado en algún akelarre de los muchos que hubo aquella tarde-noche en los alrededores del campo, bebiendo a duras penas las últimas cervezas de su experiencia mestallística. Alguien, el espontáneo de turno, dejó en el aire el epitafio: "eixe ja no tornará més a Mestalla". Y es posible que diera en el clavo, porque lo que vino después merece otro post, otra historia, un análisis más concienzudo. Pero no me creo capaz. Lo mío, entonces y ahora, son sólo las anécdotas. Y aunque a veces lo he pensado, tampoco creo que el gol de Tendillo tuviera la culpa de todo lo que vino después...
Nuestro héroe, metódico y rutinario, pedía siempre dos barras y un croissant y miraba sin mirar con el desdén ilustre de los que aspiran a todo. Estaba a punto de licenciarse en medicina, y nuestro barrio, aquel barrio recién nacido a espaldas de Mestalla y con las calles aún por asfaltar, se le quedaba pequeño.
A mí me llamaba la atención su gesto estreñido, su alopecia incipiente, la extraña manera de combinar camisas a rayas con sueters Lacoste, la fina montura de sus gafas de empollón sapientín. No sonreía, no participaba de la cháchara, era inmutable.
Pasó el tiempo, apenas 3 ó 4 años, una eternidad para un niño, y el estudiante modelo se convirtió en médico. Dejé de verle, y sólo en la gloriosa jornada del 1 de mayo de 1983 reapareció de nuevo por el barrio. Fue ese día en el que tantas y tan variadas emociones se concitaron, hasta el extremo de que sigo pensando que está por escribir el relato rollo "Vidas cruzadas" de Robert Altman que recoja de manera concisa el trazo y la furia de aquella fecha imborrable. Yo podría hablar de la mía, pero sólo era un niño de 11 años, y mi relato quedaría sesgado, cogido con pinzas, sin el aliento rotundo de los corazones a punto de estallar.
Lo dejaré claro. Con esa edad y con mi vicio por lo anecdótico, yo sólo podía aspirar a fijarme en el doctorcillo ya totalmente calvo, que horas antes del partido se paseaba ufano con una bandera del Madrid y una de esas ridículas cintas con la leyenda "Hala Madrid" que se pusieron de moda para el mundial 82 y que en su caso, calvo prematuro y contumaz, carecía totalmente de sentido práctico aunque le otorgaba sin duda un aspecto de forofo voluntarioso, de hombre que no es hombre pero que todavía puede reciclarse en hombre, aspirante quizás a mearse un día en la vajilla de su abuela. La abuela salazón. Carmen Polo en el Barrio de San José.
Y recuerdo aquella mañana luminosa. La del 1 de mayo de 1983. Y la sorpresa de encontrarme en la puerta del bar Los Checas con el ilustre vecino, ¡¡¡¡madridista!!!!, ¡¡¡coño!!!, ¡¡¡este es del Madrid!!!!, ¡¡¡¡hostia-puta, le gusta el fútbol....pero es del Madrid!!!! y verlo extrañamente feliz, sonriente como nunca lo había visto, confiado en su cinta de Eva Nasarre madridista, exultante por volver al barrio y mostrarse en todo su esplendor de madridista que hoy si, hoy puede decir bien alto "hala madrí y que os follen a todos, paletosdemierda, rojos, provincianos, que todavía andáis con alpargatas cogidas con cuerda y en el fondo queréis ser españoles pero sólo sois españoles de segunda. Y eso, cojones, que hoy os vais a segunda. Y coño, que buena está la cerveza, venga va, otra cerveza, un día es un día, y vaya monologuito me estoy echando, que parezco ya el mismísimo Martín-Santos escribiendo Tiempos de silencio, aunque la verdad es que yo soy más del rollo Sánchez-Mazas y a tiros con los rojos, un médico con cojones soy yo, y venga va, otra cerveza, me estoy poniendo tibio de cervezas, igual luego le meo la vajilla a mi abuela de una puta vez y que se vaya la vieja a tomarporculo con sus misales y sus estampitas de los cojones, eh tú, ponme otra cerveza". Y sonreía, cada vez más beodo, ciego, borrachuzo del halamadrí, con la cercana silueta de Mestalla articulando en silencio las aristas de una jornada que aún hoy me parece imposible. Sonreía el muy cabrón, era un madridista feliz, ajeno al drama en el que el xoterio local vivía la mañana. Yo mismo, en la iglesia de 10 a 12, rezando cuando todavía creía en Dios, paseando con un hueso de aceituna en el bolsillo por los alrededores de Mestalla, rezando sobre todo para que el corazón de mi padre aguantara lo que se avecinaba, más preocupado por él que por mí. Y el ilustre mediquillo ataviado de preultrasur de la movida, bebiendo cervezas y chascando altramuces en la misma mesa donde meses atrás Albano y Romina Power habían llenado de estupor y falso glamour la resaca del mundial 82.
Puede que fuera el día de la madre y es seguro que era el día del Trabajo pero yo sólo recuerdo el canguelo atroz, el miedo, el pánico, la tensión que veía en los caretos de todos los valencianistas veteranos con los que me encontraba. Apenas comimos y dos horas antes del partido ya estábamos en Mestalla, fila 17 sector 5. El culo bien apretado, la senyera de Heyssel, el cromo de Wilkes, el autógrafo de Claramunt en un pase del 72', la medallita de una virgen que nos había dado mi tía y 3 huesos de aceituna en el bolsillo del pantalón. De la previa soleada e histérica recuerdo la música agonista del "en vanguardia y siempre avanzando, Mishubishi Electric", esa música que parecía la banda sonora del desastre porque empezó a oírse en Mestalla justo entonces. Ya del partido, el minuto de silencio en memoria de Rafa, la protesta de la AFE, el gol de Tendillo, la galopada de Arias, el inconsistente Metgod convertido en policía urbano. Faltando cinco minutos mi padre dejó de ver el partido y escondió la cabeza entre los muslos gimoteando y superado por el drama. Los de delante, siempre cínicos y procaces, lloraban atascados, con lágrimas de vieja experta en duelos. Todos los resultados encajaban y entonces la peña se levantó. Con el último remate de Santillana mi padre ya estaba también de pie, desencajado, descompuesto, repentinamente envejecido. Tuvo un amago de desmayo que provocó una pequeña avalancha. En realidad fueron varias pequeñas avalanchas porque hubo varios desmayos, algún colapso, una carnicería de babas y abrazos que olían a tragedia de farias y cervezas derramadas sobre las banderas del infierno. Puedo decirlo. Ese partido fue mi bautismo en el drama de la militancia.
Cuando todo pasó y la certeza de la salvación era un hecho pasamos por el bar Los Checas camino de casa. Entonces volví a verlo. Ahí estaba, con las gafas rotas, la ceja abierta, la cinta del pelo convertida en una compresa de sangre y lodo, la camisa de rayas tal cual un guiñapo, la bandera del Madrí hecha un pergamino, medio quemada. Lo habían ahostiado a base de bien, seguramente por patoso, por bocazas, por esas cosas por las que suelen cobrar los forofos ocasionales que no saben beber ni entender el terreno que pisan. El ilustre nieto e hijo, el don ejemplar, vapuleado, lloroso, borracho, sentado de nuevo en la misma mesa de Albano y Romina Power, herido de sangre y humillado en algún akelarre de los muchos que hubo aquella tarde-noche en los alrededores del campo, bebiendo a duras penas las últimas cervezas de su experiencia mestallística. Alguien, el espontáneo de turno, dejó en el aire el epitafio: "eixe ja no tornará més a Mestalla". Y es posible que diera en el clavo, porque lo que vino después merece otro post, otra historia, un análisis más concienzudo. Pero no me creo capaz. Lo mío, entonces y ahora, son sólo las anécdotas. Y aunque a veces lo he pensado, tampoco creo que el gol de Tendillo tuviera la culpa de todo lo que vino después...
Rafa Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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Socio del Valencia CF
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Este va para el segundo volumen de UVAM. ¡Qué gozada!
ResponEliminaY algo se dejaba entrever en tu bonhomía, quizá esa fe de creyente preadolescente...
El mensaje anterior es mío
ResponEliminaFran
Extraordinario Rafa.
ResponEliminaEn ciberche estan las repeticiones del partido de marras.
Nos estamos dejando la vida en Mestalla y con este club. Pero de todas las veces k volviera a nacer, elegiría vivir y morir en ese estadio y defendiendo este escudo.
Pepelu
Pero ¿cómo coños puedes recordar la música de Mitsubishi?
ResponEliminaExcelente, Rafael
Com diria un clàsic:"A eixe moniato encara li passa poc".
ResponEliminaGenial Rafa.
Josep Bosch
Lo peor de esa tarde es que nos hizo pensar que nunca bajaríamos...
ResponEliminasiempre he creído que esa tarde certifica la teoría del absurdo. Un hombre supera un cáncer y al mes lo atropellan. Tal cual es en la hª del VCF el 1-5-1983...
BT
Igual hasta lo conozco, Rafa.
ResponEliminaLas crónicas de los Checas son parte ilustre del barrio. Tras leer tu genial relato, he buscado el libro de Hernández Perpiñá; hay una foto del gol de Tendillo que no tiene desperdicio: mientras la pelota entra ante la insuficiente estirada de Agustín, Camacho la mira lamiéndose el labio superior, el melenas Juan José observa con cara de rumba la tragedia y Bonet certifica su trayectoria.
En la publicidad estática de anfiteatro se lee, PIDA UN NIU BONMART y abajo, a ras del césped RROZOS (juego de letras léase ZORROS) Camacho y el palo tapan la A y la S de ARROZ SOS.
Alfredo Cardona
El antimadridismo me enerva. Todo el mundo sabe que el madrí vive del mito de solos contra todos. Mito falso porque ellos son más de la mitad. Es decir, enarbola una bandera victimista en una batalla que ya tiene ganada por mayoría. Pero como los antimadridistas son tan tontos y cazurros, madridistas colonizados en realidad, le hacen el juego con una guerra de tirachinas y boomerangs. Lo dije hace muchos años. Sólo hay una manera efectiva de hacer antimadridismo: la indiferencia. Por eso este año no voy a realizar ni un solo comentario sobre el Madrid. Tampoco sobre su filial catalán: el FC Barcelona.
ResponEliminaBT
Como dijo aquel valencianista ya desaparecido (político)"La verdadera humillación al valencianismo viene de los vecinos del norte..Lo de Madrid es más bien indiferencia"
ResponEliminaNos iría mejor si la practicáramos. Quiero decir la indiferencia al Madrid, como hacen ellos. Y bien que hacen.
Siempre he pensado que ser "anti" es síntoma de un complejo de inferioridad.
Y siendo francos. Si me hubiera tocado nacer en Madrid, por supuesto sería del Real Madrid y no del Atleti. Como Dios manda. O no? sinceramente...
ResponEliminaYo en Madrid sería posturitas del café Gijón.
ResponEliminaBT
Me encanta la frase de Arias. "Hemos ganado por nosotros, nos da igual el Bilbao". Como diciendo, a mi que c...me preguntas sobre el Bilbao?Joder, Arias era un crack, nuestro Juanito pero con clase.
ResponElimina