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“Hoy, en un viejo libro de texto, he vuelto a encontrar un cromo tuyo, de los que entonces, cuando niño, tenía repetido. Porque este eres tú, Guillermo Gorostiza, “Bala Roja”, y ya ni me acordaba de ti, perdóname. Por eso me he preguntado dónde estás y he salido a buscarte.” (*) He salido a buscarte por la Valencia de los años cuarenta, la de los coches de gasógeno y cartillas de racionamiento, la de cultivos de boniato en el cauce del Turia para engañar al hambre.
La del estraperlo en las esquinas, la de sombreros exagerados, la de la tisis, guantes de seda y aceite de ricino.
He pasado junto al Colegio Loreto y me he detenido unos minutos para contemplar cómo construyen el Puente del Ángel Custodio. Luego, he seguido caminando un rato y desde las ventanas abiertas de cocinas indiscretas me ha llegado un aroma a cazuela con caldo de gallina, fuego lento, ingredientes escasos y mucha imaginación.
He pasado por el kiosko de refrescos de la Glorieta y ya cansado, he decidido subirme al Pájaro Azul, con sus novedosas puertas automáticas, hacia la calle Colón. He leído en el diario que ojeaba a mi lado un pasajero, junto a anuncios de “Armería Altarriba” y “Tejidos la Pastora” que los puestos de flores saldrán del mercado subterráneo de la Plaza del Caudillo y que han robado la corona de plata dorada de la Virgen en la Basílica aprovechando el corte de fluido eléctrico al que obliga el racionamiento.
“Es una pena que el Palacio del Marqués de Dos Aguas amenace ruina, pero el alcalde Barón de Cárcer tendrá otras prioridades, la escasez obliga a gestionar” ha comentado otro pasajero.
Me he apeado cerca de Sorolla para seguir buscándote, y en el número cuatro he visto las oficinas de CIFESA, con sus anuncios de películas con Amparo Rivelles como protagonista, esas que luego se proyectan en el Cine Coliseum de Germanías junto con otras de estreno y artistas internacionales como Casablanca, Ciudadano Kane o Gilda.
Comenzaba a anochecer, en posguerra siempre anochece antes, y cansado de buscarte y no encontrarte, Viejo Goros, he decidido subirme de nuevo al tranvía. Me he sentado en un rincón intentando evitar el sueño…
Me despertó el anuncio de próxima parada “Facultats”, era ya noviembre de 2015 y quise seguir buscándote, Gorostiza, Bala Roja, el mejor extremo izquierdo del mundo de todos los tiempos.
Me acerqué al viejo Mestalla, me acoplé a un grupo de guiris que estaban a punto de comenzar el Tour del estadio, y cuando el guía se despistó, me aparté y me escondí detrás de una barra de bar donde los días de partido sirven refrescos.
He de confesar que Ricardo Arias, que salía en esos momentos de una oficina hacia la calle, me vio, pero nuestro gran capitán, siempre uno de los nuestros, debió adivinar en mis ojos la ilusión por encontrar al Viejo Goros y como fiel cómplice pasó de largo sin decir nada.
Era el último turno de visitantes ese día por lo que apenas tuve que esperar media hora para quedar sólo, dentro del estadio.
Entonces me acerqué a la banda, nieta de sus huesos, para preguntar al viento quién fue Gorostiza y Mestalla me lo susurró como solo sabe susurrar Mestalla, directo y al corazón, con rumor de acequia bautismal al fondo.
Soledad fue nuestra banda izquierda con la ausencia de quien la electrificó, Guillermo Gorostiza, Bala Roja, blanco de sí mismo, corazón al portador, juguete roto, todo o nada.
Frontera entre la noche que no deja de ser noche y el día que no comienza a ser día, veloz contradicción a pierna cambiada, diagonal a puerta, atajo al gol y a la ciudad prohibida.
Goles, regates, galopadas, tabernas, cantinas, trallazos, ovaciones, silencio… la multitud es cobarde, el olvido asesino.
Banda que se termina, carrera que continua, verde que se oscurece mientras la luna asoma convirtiendo corners en esquinas.
Un sesenta pesetas apoyado en la barra, cincuenta y cinco mil de traspaso, zapatos de charol, traje a medida, botas con barro colgadas de la mano, noche indigesta.
Alegría de mi pueblo en posguerra, marcando goles, arrancando penas, orgullo que se desangra, mancha de vino, penalti fallado, insulto en vena.
Derroche, portento, Café Infernal Trocadero, cerveza, mariscos, bronco y copero.
Delantero que hace al balón besar redes y después se va, quedando el gol tan eterno y su vida tan fugaz.
Escribir cien veces en la pizarra los jugadores de fútbol no son importantes, más de once mentiras que valen la pena cuando sobra hambre y la ilusión alimenta.
Dandy con barba de seis días, gol quinientos, colonia barata, perros del amanecer, partido que ganar, alma que perder.
Gol como redención, dedos entrados en años que ya no anudan botas y apenas ya dan cuerda a su reloj, inquieto, rebelde, bonachón, quemando noche, improvisando días, ruleta rusa.
Primera edad de oro de mi Valencia, dos Ligas y una Copa, driblings, brindis, carreras, goles, asistencias, seis años de intensa vida, fundador del nuevo extremo, solista en banda, canción aún por escribir de Lou Reed…
Pitido final, monumento al olvido, posición fetal, pitillera de plata, años cuarenta, uno de cinco, Delantera Eléctrica.
(*) Extracto de “Juguetes Rotos” de Summers (1966)
Jose Carlos Fernández Haba
Socio del Valencia.
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