LA PARÁBOLA DEL TROMPETILLAS
A veces tropiezo con El Trompetillas en el cruce de Palleter con Calixto III. No sabría decir si recoge colillas o aspira a la santidad. Merodea de continuo por el barrio de Arrancapins. Son calles amables. Abastos, los colegios de monjas, la casa natalicia de don Pío. En Maestro Palau huele todo el año a azahar. El Trompetillas no. Como tantos héroes anónimos pasea por Valencia fundido en su propio delirio. Parece sacado de la última novela de Kiko Amat, “Antes del huracán”, ese minucioso tratado que bucea en la soledad, la locura, la puta miseria. Desconozco su edad real pero nació adolescente de arrabal y morirá como tal. No tiene escapatoria. Siempre tendrá 13 años y medio, 14 a lo sumo.
En la década plomiza de los 80’, el Trompetillas entraba en Mestalla con un pase de favor. Se ponía en la última fila de la general de pie del gol norte y hacía sonar todo el rato una vuvuzela prehistórica. En aquella jungla hormonal y juvenil del viejo Yomus, él no parecía uno más. Le delataba el gesto, la dificultad para entablar una conversación, el brillo enloquecido de sus pupilas. No era un hervor lo que le faltaba; era otra cosa. A mí me daba un poco de pena y hacía lo posible por integrarlo. No era factible.
Todavía hoy, lo primero que hace es preguntarme por el Levi’s, como si la vida se hubiera detenido en 1989 y nada tuviera sentido al margen de sus años en la general de pie. No sé nada de él, le digo, hace siglos que no le veo. Por su expresión deduzco que no me cree. Lo siguiente es pedirme dinero. En ocasiones me gustaría contarle que escribí un cuento donde le inmortalicé, pero desisto enseguida, ¿Para qué? El debate fiction/faction no parece de su incumbencia. Lo suyo es otra cosa: sobrevivir, soñar que vuelve a Mestalla, saber si el Levi’s vive. Ni siquiera me atrevo a recordarle lo que pasó el 24 de mayo de 1986, en el transcurso de un Valencia-Betis de la copa de la liga, con el equipo hundido en segunda división y las secuelas del Cádiz-Betis en la memoria de todos. Seguro que muchos no lo han olvidado. El ambiente, la textura, la atmósfera de clara animadversión.
Tras eliminar a Conquense y Español nos tocó el rival deseado. La peña quería venganza. Aquel era un Betis muy literario que empezaba con Cervantes en la portería y terminaba en punta con Calderón. Según la rumorología, el argentino Calderón quería ganarle al Cádiz, mientras que Rincón y Cervantes encabezaban la cédula del empate. Ese empate cambió la norma del fútbol español. Desde entonces, las dos últimas jornadas se juegan en horario unificado. El resto, ya lo sabes.
Al Betis, por tanto, se le esperaba con ganas. Si en el campo de Juan Luis Guerra llovía café, en Mestalla diluviaban naranjas. Para el Trompetillas, sin embargo, la algarada cítrica no bastaba. Ese día apareció en la grada con una bolsa llena de pomos de puerta. Fue un salto patológico que me impactó. Ahí había un loco dispuesto a todo. Como se esperaban incidentes subió un destacamento de la policía nacional a lo más alto de la general de pie. Con el tiempo se convirtió en norma, pero esa noche fue la primera. A pesar de ello, la lluvia de naranjas, huevos y botes fue generalizada cuando Cervantes se acercó a nuestra portería. Por suerte, un agente se percató de la maniobra del Trompetillas, dispuesto a descalabrar al portero del Betis por la vía rápida. Eh chaval, ¿pero qué haces con una bolsa llena de pomos de puerta? Inquirió el madero. Con una naturalidad impropia, el Trompetillas dijo lo que pensaba: ¡¡pos pa que va a ser, pa matar al hijoputa ese que nos ha mandao a segunda!!
Lo que vino después está en la memoria de bastantes. La policía lo trincó y se lo llevó. Jamás olvidaré su extraña mueca de satisfacción caminando entre la pasma. Era un muchacho feliz, una especie de Lute a este lado del Turia, un preso político por amor al Valencia. Luego, como no podía ser de otra manera por aquellos días, el Betis nos eliminó. Con justicia además. Esa noche comprendí la sutil diferencia entre estar moderadamente pillao o completamente sonao. Una cosa es evidente: El Trompetillas fue el primer expulsado en la historia de Mestalla. Si lo piensas bien, sólo por eso merece ser invitado al Palco vip y que le regalen la camiseta del Centenario. A otros, por mucho menos, les condecoraron con la insignia de oro y brillantes.
Rafa Lahuerta Yúfera
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