Jornada 29
BANDERAS PARA EL RECUERDO
Diciembre 1985.
Tuve que ahorrar varias pagas semanales para comprar mi primera bandera del Valencia, la blanca con el escudo en medio.
Quinientas pesetas me costó en el puesto del señor de bigote que montaba su tenderete en la acera del fondo norte de Mestalla.
Curiosamente la compré al acabar el partido y no al comienzo, de aquel extraño Valencia 6 Deportivo Aragón 1 de Copa del Rey.
Era finales de noviembre de 1985 y con trece años ya realizaba mis liturgias, quizá supersticiones, alrededor del club y su simbología. Quería hacer debutar aquella inmaculada bandera contra el Sevilla en el siguiente partido de Liga, cuatro días después.
Aquel 1 de diciembre de 1985, jornada 14 de Liga, era la fecha escogida para el debut de lo que esperaba fuera una larga y laureada trayectoria.
Nada me hacía prever lo que luego sucedió.
Perdimos cero a uno con uno de los arbitrajes más lamentables que se recuerdan en la historia del club. Pes Pérez pitó un inexistente penalti fruto de un choque entre Ruda y Sempere, que materializó Montero.
Dos horas le costó al árbitro abandonar el entonces Luis Casanova. Además lo hizo por una puerta falsa.
Nada más finalizar el partido hubo una enorme concentración de valencianistas indignados (en aquella época se decía cabreados) en la Avenida de Suecia, frente a Tribuna.
Allí estaba yo con mi bandera nueva y mi insolencia de trece años, gritando que aquello era un atraco y mentando a la madre del barbudo árbitro aragonés.
La policía no tardó en hacer presencia y tampoco en actuar para dispersar la congregación.
Botes de humo enturbiaban el ambiente y bolas de humo cortaban el aire.
No recuerdo un episodio de violencia igual. En aquella época dejaban aparcar coches en la acera de enfrente de tribuna, lo que provocó un tapón entre la multitud que intentaba escapar y las pocas vías libres para hacerlo.
Me recuerdo saltando de coche en coche, de capot en capot, intentando huir entre la histeria de la gente y el amenazador ruido de los disparos de las pelotas de goma.
En medio del tumulto, mi recién estrenada bandera se enganchó entre los brazos de otra persona que también intentaba escapar, presa del pánico y se desgarró del palo.
Ahí acabó su historia y palmarés, un partido me duró.
Recuerdo a mi hermano burlarse de mí cuando me vio aparecer por casa únicamente con el palo.
Podría haber sido peor, me dije para consolarme, podría haber vuelto sin el palo y con la marca de una bola de goma tatuada en la espalda como con la que al día siguiente acudió mi amigo Emilio al colegio.
Mayo 2014.
Sobre la alfombra, a sus seis años, Rober jugaba a construir palabras con las tapas de los Danoninos en cuyo reverso salían impresas letras del abecedario.
Con orgullo de padre, me acerqué a ver qué había escrito y cuál fue mi asombro cuando descubrí que las dos palabras que había formado eran “Puta Sevilla”.
Durante varios segundos, dudé si echarle una bronca o darle un abrazo.
Cuando mi mujer asomó por la puerta ya no tuve elección.
Bajo la mirada fija y expectante de Clara, expliqué al niño de la forma más didáctica que pude, que aquello que había escrito estaba muy mal, que no podía decir palabrotas y que había que respetar a los rivales.
Se lo dije además en serio, no tiene sentido enemistarnos con un club que como nosotros intenta plantar cara a los dos de siempre, labor siempre respetable y meritoria.
El nano, en su inocencia, no tenía ni idea qué significaba aquella palabra, simplemente había trasladado a la alfombra de casa, por inercia, lo que unos días antes había escuchado en Mestalla cuando M,Bia nos privó de jugar la final de la UEFA en el tiempo de descuento.
Aquella noche, festivo del uno de mayo de 2014, fue la Confirmación a la militancia de Rober y de todos los niños valencianistas de su generación. Su primera gran hostia, de esas que no se esperan ni se olvidan.
Durante el camino de vuelta, a lo largo del kilómetro y ochocientos metros que separan nuestra casa Mestalla de nuestra otra casa, la de residencia habitual, el nano, con su bandera blanca con el escudo en medio enrollada alrededor del cuello en forma de bufanda, no despegó palabra, se pasó todo el camino mirando al suelo, con gesto serio.
Cuando llegamos, se fue directamente a su habitación a llorar desconsoladamente.
Yo estaba triste por él pero a la vez orgulloso. Sabía de sobra, la experiencia me lo había enseñado en primera persona, lo que aquella noche de desilusión y desgarro infinito significaba, la forja de un sentimiento heredado a prueba de bomba, más allá de victorias o derrotas, militancia pura, de la buena, la que hace diferente y eterno este sentimiento.
El Valencia había perdido jugar una final pero había consolidado una nueva generación de valencianistas, auténticos, irreductibles, como la de aquellos cinco mil valencianistas que estuvieron en el Camp Nou el 12 de abril de 1986 a los que se dedica La Balada que aquella noche del 1 de mayo de 2014 se comenzó a gestar.
Marzo 2019.
Pese al cansancio acumulado de Fallas y a que ayer trasnochamos, ni Rober ni yo tenemos sueño cuando a las siete de la mañana nos suena el despertador. Hoy es un día muy grande. Hemos quedado con nuestros amigos para homenajear los 100 años de historia que hoy cumple nuestro club. Lo haremos en forma de caminata, cada uno con su bandera blanca con el escudo en medio, por las calles de nuestra ciudad, Valencia, esa cuyo equipo de fútbol desde 1919 lleva su nombre. El próximo fin de semana no hay Liga y jugaremos el próximo partido, el primero como centenarios, en el Sánchez Pizjuán.
José Carlos Fernández Haba.
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