Jornada 31
EN DOS PALABRAS: RAYO VALLECANO.
RAYO:
El rayo no fue vallecano, el rayo fue argentino, más concretamente cordobés. Fue una noche en la que ya no tenía nostalgia de Bellville. Eso había quedado atrás, olvidado, aquel 16 de agosto de 1976.
Era la temporada en la que el Rayo se estrenaba como equipo de Primera División, con “el Palomo” Héctor Nuñez en el banquillo.
Fue un 8 de abril de 1978. Por aquellos días sonaba sin parar el “Night Fever” de los Bee Gees en las emisoras de radio, mientras esperábamos impacientes el estreno de la película “Fiebre del Sábado Noche” pocas semanas después. Además el partido se jugó en el habitual, en aquellos tiempos, horario discotequero de las 22:30 h. Si Tony Manero se transformaba en la pista de baile convirtiéndose en una estrella, Mario Kempes hacía lo mismo en un terreno de juego. Y volvió a hacerlo esa noche, una vez más. Sólo faltó la icónica bola de discoteca con cristales de espejo.
Fue el debut oficial de Pablo Rodriguez, “la ardilla de Ibrox Park”, al que Marcel Domingo había subido del Mestalleta al primer equipo. Pero el partido no se recordará por esto.
Ganó el Valencia 7-0 con cuatro goles de Kempes, todos ellos en la segunda parte, en un intervalo de tan sólo 20 minutos. Fue un vendaval de esos a los que nos tenía acostumbrados. Entre el minuto 55 y 75 de partido un rayo cruzó Mestalla, entonces aún Luis Casanova, para fulminar a La Franja. Ese rayo se llama Mario Alberto Kempes. Él fue el auténtico y único rayo en aquel partido.
Muchos años después, concretamente en agosto de 2015, en una de las visitas de Kempes a Valencia se lo recordé mientras me firmaba, como siempre con una sonrisa y amabilidad asombrosa, en la portada del monográfico “Kempes Story” que le dedicó la revista francesa Onze. Mario, con la humildad que le caracteriza, me respondió: “¿Cuatro goles en veinte minutos? ¿Vos está seguro? No sería yo, sería el Lobo”.
“El tiempo nos ha enseñado a recordarte con amor. Por siempre, Mario Kempes, matador” (La Gran Esperanza Blanca).
VALLECANO:
Laurie Cunningham nació en un humilde barrio de Londres en 1956, pero bien podría haberlo hecho en Vallecas.
La primera vez que le vi jugar fue en noviembre de 1978 en partido de ida de la Copa de la UEFA con el West Bromwich Albion. Fue una de las actuaciones individuales que más me ha impresionado en directo en mis muchos años de fútbol. Uno de los jugadores más elegantes que he visto sobre un terreno de juego tan sólo viéndolo correr.
Su carrera apuntaba a lo más alto. Condiciones futbolísticas no le faltaban. Lamentablemente, carecía de otras necesarias para ser un buen deportista profesional. Le gustaba más la noche, las drogas, el alcohol, el tabaco y las discotecas (era un extraordinario bailarín) que la vida sana. Maneras de vivir.
Fue uno de los primeros jugadores negros en jugar con la selección inglesa en una época en la que la multiculturalidad no estaba tan aceptada como ahora y el primer futbolista inglés en jugar en el Real Madrid. A partir de aquí, un deambular por varios equipos hasta que en 1986 fichó por el Rayo Vallecano que estaba en Segunda División, coincidiendo con nuestra temporada en el infierno, ese con el que solía coquetear demasiado Laurie Cunningham.
Me lo imagino en el club de boxeo que hay bajo el propio estadio de Vallecas enseñando a “bailar” a Poli Diaz.
Tras probar fortuna en el Charleroi y después proclamarse campeón de la FA con el Wimbledon volvió al Rayo en 1988 para intentar el ascenso a Primera. Y lo consigue, precisamente con un gol de Laurie. Termina la temporada.
Cunningham estaba negociando su renovación con el Rayo. Tras una reunión con el Presidente se sabe que Cunningham se citó con un misterioso joven americano. Tras pasar la tarde el el hipódromo de la Zarzuela, deciden disfrutar de la noche madrileña, bailando sin parar en una discoteca y, de regreso a casa, a las 06:45 h de la mañana del 15 de julio de 1989, Cunningham fallece tras chocar su Seat Ibiza dorado contra una farola en la carretera de La Coruña. Su acompañante sale ileso.
Nadie sabe quién era el joven americano, pero según mis pesquisas, le llamaban “el sabudet”. Me llamó la atención tal apodo. Me resultaba familiar. Tirando de hemeroteca, descubro que, veinticinco años antes, el Valencia C.F. acudió a una reunión a Madrid con motivo de la Copa de Ferias. A ella asistió el omnipresente D. Vicente Peris, como siempre acompañado por su inseparable y enigmático amigo americano, más conocido por “el sabut”, que ejercía de traductor. Tras la reunión, D. Vicente volvió al hotel, pero “el sabut”, que era un golfo empedernido, sucumbió a la noche madrileña. Dicen las malas lenguas que terminó con Anuska Loren, famosa vedette del Molino Rojo de Madrid. También dicen que nueve meses después la vedette tuvo un hijo. ¿Sería “el sabudet”? Yo no lo descartaría.
DEP Laurie Cunningham, quien decidió que la vida pirata es la vida mejor.
PD. El novio de mi hija es madridista. Mi madre, prueba del amor incondicional de los abuelos por sus nietos, lo justifica diciendo que el chaval es madrileño. Yo le respondo: “¡Coño, pues ya podría ser del Rayo!
Jesús Roig Sena.
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