dijous, 23 de maig del 2019

HUELLAS ETERNAS



No sabía que aquel viaje iba a acabar por fundir del todo el escudo del Valencia CF en su corazón, y no por el resultado del partido. Se había dejado convencer para ir. No estaba siendo una buena época ni para el país ni para él, pero si algo le ayudaba a soportar las penurias era su club. Las ligas y las copas le habían dado fuerzas para seguir adelante los últimos años, pero últimamente su ánimo había decaído y parecía que la mala suerte rondaba al equipo. 


—Ya verás que esta es la buena, es la revancha. —Su amigo Tonet, que conduce en silencio desde hace un rato, intenta animarle. 

—Seguro —dice Vicent, no muy convencido. 

Ahora le ronda por la cabeza que en Quart de Poblet van a inaugurar en pocas semanas un colegio. Espera que el maestro tenga suerte y le dejen trabajar libremente. Sacude la cabeza para tratar de evadirse de todo, no está siendo un buen copiloto. Tonet sigue hablando, aunque no le está escuchando. 

—Ellos han tenido unas semifinales complicadas y nosotros no nos desgastamos mucho contra el Sevilla. ¡Nos los comemos, Vicent, nos los comemos! —La sonrisa del conductor empieza a ensancharse; está a nada de cantar «La manta al coll». 

—Mira que te emocionas enseguida y luego…, mira el año pasado… 

—¿Para eso te traigo? ¡No seas cenizo! —Ya pueden ver el estadio de Chamartín. 

—No me trae buenos recuerdos… —dice, señalando el campo de la capital. 

—¡¿Vols callar, collons?! 

Nada más bajar del coche, Vicent saca su pitillera. La mira por enésima vez mientras saca un cigarro. 

—Disculpe, ¿tiene fuego? —Detiene a un hombre de mediana edad por la calle que pasea con tres chicos más jóvenes. 

—¿De Valencia? —le pregunta el interpelado, que ha notado su acento. 

—Sí, venimos a la final. —Señala a Tonet, que ante el calor del verano está dejando la chaqueta en el coche y sacando unos banderines valencianistas. 

—¡Nosotros también! ¡Esta vez les ganamos! ¡Cuatro a cero, les vamos a devolver los cuatro! 

—¡Hala! Yo con ganar… —dice el más joven. 

—Patirem, però guanyarem, ja ho voràs... —añade otro dirigiéndose a Tonet, que se suma a la porra de resultados y se deja contagiar por la euforia valencianista. 

De repente, Madrid parece una extensión de Valencia, porque al ver los banderines se han acercado más aficionados. 

—¿Tiene cerillas? —insiste Vicent, que ha vuelto a desconectar de la situación. 

—¡Por supuesto! —El aficionado saca una caja de fósforos con el escudo de su equipo. Prende uno y se lo acerca—. ¡Quédate la caja entera! —le dice, animado. Se siente desprendido y sólo piensa en levantar la copa. 

Con el cigarro encendido respira más tranquilo. Tras dar un par de caladas deja que le invada el entusiasmo de los suyos. Empieza a pensar que se puede ganar, que Quincoces ya ha demostrado que puede hacerlo. 

Deciden ir todos juntos a comer a un bar cercano. La sobremesa se alarga y empiezan a rememorar goles y jugadores. Hasta los más agoreros se suman a la fiesta y creen en el equipo. Pero Vicent, pese a su renovada motivación, le da vueltas a lo último que le ocurrió en el trabajo. Su cabeza le dice que debe venderla, su familia agradecería muchísimo una ayuda económica, pero él no la cogió por eso, si no por lo que representa para él, por su valor sentimental. 

Encontrarla es lo mejor que le ha pasado en los últimos meses y le gusta tenerla. 

—¡Venga, o no llegaremos! 

Vicent puede ver, oír y sentir en su piel a la afición del Valencia, que con sus cánticos y con su fervor está adueñándose de la entrada del estadio. Se hace escuchar más que la culé. Hacen surgir su sentimiento valencianista como si fuera un ente, y lo llevan en volandas entre todos; flota y se respira en el aire. Sabe que el Valencia está por encima de todo. Mira a la gente que se ha desplazado, la alegría inundando los rostros. Es día de partido, es día de final y juega el Valencia. ¿Puede haber algo mejor? La emoción le hace gritar: 

—¡Venga, va! —Tonet le mira satisfecho y se frota las manos con ahínco. 

Se puede. Ya no hay miedo al Barça. El Barça es el que tiene que tenerlo, porque el Valencia y su afición han llegado. 

Antes de que empiece el partido, ya dentro del estadio, las dudas hacen zozobrar a Vicent una última vez al recordar la final de hace dos años. Sonríe; está acostumbrado a este tipo de vaivenes emocionales. Piensa que ahí está la gracia de pertenecer a un gran club como el suyo. Pese a todo y pese a todos, ahí están y estarán. 

—¡Vamos! —Tonet jalea al equipo. 

Vicent saca la pitillera. La mira pensativo mientras extrae un cigarro. Lo enciende. 

Los azulgrana comienzan dominando el partido y el temor empieza a adueñarse de algunos. Vicent ya va por el segundo cigarro cuando oye el primer «¡burro!». Nervioso, agacha la cabeza, pensando en el arqueo que hizo en Monte de Piedad. 

—¡Esa es, Seguí! —Tonet alza la voz. 

Cuando Vicent levanta la cabeza ve a Buqué jugar con Pasieguito. El rumor empieza a trasformarse en vítore cuando recibe Fuertes y, a la media vuelta, dispara con la zurda. 

—¡GOOOOL! —La marabunta valencianista se abraza. 

El éxtasis embriaga a Vicent de felicidad. Incluso cuando el colegiado pita el saque de centro, Tonet y él siguen celebrando el tanto de Fuertes. 

Vicent pierde la noción del tiempo. Cuando menos se lo espera, el árbitro señala el descanso. Los últimos treinta minutos han sido fugaces, algo que no le sucedía desde hacía mucho tiempo. Escucha a alguien deshacerse en elogios hacia Luis Casanova. Al oír el nombre del presidente, saca un nuevo cigarro y espera fumando a la reanudación. 

La segunda parte arranca de forma inmejorable. Tonet y Vicent gesticulan con cada acción, totalmente conectados y metidos en el partido. Son uno con los jugadores. 

—¡Fuertes! —Cabecea hacia delante Vicent al ver al jugador driblar. 

Se va de uno, de dos... Y da un pase atrás. 

—¡¡¡GOOOOOOL!! —estallan de júbilo una vez más. No sólo están ganando, si no que se están deleitando. 

Manuel Badenes ha enviado el balón al fondo de las mallas. Cuando acaban de saltar, Vicent tiene que darse la vuelta para secarse las ojos. Conforme están las cosas últimamente, estas lágrimas son un elixir para él. El equipo le ha devuelto el apoyo incondicional. David está venciendo otra vez a Goliat. Se siente grande. 

—¡Esto está hecho! ¡Esta noche...! —Pero el aficionado no acaba la frase, porque tiene los ojos clavados en el césped. Mañó y Badenes vuelven al ataque con una gran jugada. Vicent se da la vuelta a tiempo para ver como chuta Fuertes. 

—¡GOOOOOL! 

No se lo pueden creer, van tres goles ya. Vicent se siente fuerte. Siente que está ante algo memorable, ante un gran momento de la historia de un gran club. Su club. Que el instante tan mágico que están viviendo es a la vez algo pequeño en comparación con lo que es y será el Valencia como institución y como símbolo. Y entonces entiende algo. 

Deja de prestar atención al partido. Todos están eufóricos y parece que la vida les sonría de repente. La pelota ha entrado. Tres veces. Se han enamorado de cada gol. Se han sentido poderosos cada vez que Velasco no ha podido detener el esférico. 

—Oye, Tonet —dice casi al tiempo que el árbitro pita el final y los valencianistas se convierten en una masa homogénea perfecta. Su amigo le mira con las pupilas dilatadas de la emoción, y el blanco y el negro de sus ojos le parece una combinación perfecta. 

Como vestían al principio. 

Valencianistas de corazón y de mirada, piensa. 

—Dime. 

—¿Gorostiza volvió al norte cuando se marchó? —Tonet no entiende a qué viene esa pregunta, pero pocas veces comprende a su compañero de fatigas, así que no le da importancia. 

—Sí. —Conforme le contesta, varias personas se lo llevan a festejar el triunfo; le arrastran gradas abajo. 

En vez de seguir a todos, Vicent se aleja unos pasos, dispuesto a sacar otro cigarro. A lo lejos puede ver cómo un fotógrafo ayuda a subir a Quique Martín al larguero. La sonrisa le llega de oreja a oreja. 

—Al mejor extremo izquierdo del mundo de todos los tiempos —vuelve a leer la inscripción de su valiosa pitillera en voz alta—. Es hora de encontrar a tu dueño y de que vuelvas a casa. Esto es más grande que todos nosotros juntos.

Álvaro Coll.


dissabte, 18 de maig del 2019

BITÁCORA DEL CENTENARIO

Jornada 38. 

Una de las patrañas más extendidas en el mundo del fútbol es la de la sublimación del juego bonito.

Dejémoslo claro de una vez por todas, aun a riesgo de sufrir en los comentarios del blog un desembarco masivo de puretas con los sentidos nublados por los gambeteos del artista de turno: si no se ve acompañado de resultados positivos, el buen juego (percepción, a fin de cuentas, subjetiva, y por lo tanto variable en función de cada aficionado) importa más bien poco. O nada. Es algo así como un placebo que tomamos para sentirnos mejor en tiempos de escasez. El paso de los años, de hecho, acaba matizando los recuerdos, volteando opiniones aparentemente inquebrantables, otorgando valor a entrenadores rácanos o equipos de práctica árida pero con buenos resultados y restando importancia a aquellos que, sin otro clavo al que asirse, hacen del toque y el rondo sus principales señas de identidad.

La máxima expresión del juego bonito en los Valencias que he conocido se corresponde con el primer once del que guardo recuerdos precisos: el equipo noventero de Guus Hiddink. Tras la experiencia con Víctor Espárrago, que había llevado al Valencia a un tercer puesto y un subcampeonato liguero de la mano de un fútbol de pocas florituras que acabó por cansar al personal, la llegada de Hiddink pareció traer un aire nuevo, y moderno, a Mestalla. El de un fútbol muy vistoso y llamativo pero que al final se revelaría insuficiente para completar el asalto del Valencia a los títulos. El equipo pasó a ser visto desde fuera como un rival sencillo que siempre caía en el momento decisivo, que alternaba actuaciones sublimes con encuentros poco defendibles. Para compensar, quizá, se le colocó desde Madrid aquel engañoso apelativo, “made in Valencia”, que hizo fortuna como parte de la nueva visión del fútbol que impuso El día después. Como en tantas ocasiones, el halago serviría para debilitar a su destinatario.

El primer año de Hiddink en el Valencia coincidió con un momento en que las acciones del juego bonito cotizaban alto en el mercado: Cruyff en el Barça, Víctor Fernández en el Zaragoza y Valdano en el Tenerife eran frecuentemente loados en la prensa y solían ser señalados como los gurús del fútbol futuro. El entrenador que obtenía resultados sin practicar un juego vistoso podía llegar a ser puesto en la picota y fustigado sin piedad por los medios. A Radomir Antic, por ejemplo, se lo limpió Ramón Mendoza tras una dura campaña en su contra cuando el Madrid marchaba líder destacado de la Liga. Lo que ocurrió más adelante, con Beenhakker en el banco, lo recordamos perfectamente, casi con delectación: una gloriosa remontada en Mestalla abrió el camino de la debacle madridista, que cristalizaría en el famoso partido de Tenerife.

Como parte de esta colección de técnicos amantes del fútbol de defensas adelantadas, toque y sobeteo de balón y promesas de espectáculo destacaba en aquellos años el colombiano Pacho Maturana. Después de una primera temporada en la que sorprendió a propios y extraños dejando al Valladolid a las puertas de Europa, Maturana recibió carta blanca para confeccionar el equipo que quisiera. Craso error mil veces repetido: resolvió confeccionar una plantilla de artistas, el famoso Valladolid de los colombianos, con Higuita, Valderrama y Leonel Álvarez. Mucha calidad, muchos millones y poco músculo y disciplina, en realidad. Tal y como haría en el Valencia, con idéntico resultado, Valdano solo un lustro después.

Aquel Valladolid de las estrellas melenudas, desdibujado ya por los malos resultados deportivos y tempranamente condenado al descenso, visitó Mestalla en diciembre de 1991. Sobre el maltrecho césped el planteamiento de Maturana cayó por su propio peso en apenas cuarenta y cinco minutos: el Valencia de Hiddink fue, por una vez, sorprendentemente resultadista, aprovechó sus ocasiones e impuso su ley sin demasiada dificultad en la primera parte. En la segunda, vestido con el traje del conformismo y la relajación, vio peligrar su ventaja de tres goles para desesperación de la grada. De aquel partido se me quedaron grabadas para siempre dos lecciones que recupero al ver el resumen del encuentro en Youtube casi treinta años después: la primera, que la acumulación de talento sobre el césped no implica necesariamente llevar a un equipo al éxito. Y la segunda, que bajar los brazos en mitad del trabajo, aun creyendo tener la faena controlada, nunca es una buena opción. Fue una lástima que el Valencia de Hiddink, al que, deslumbrados por la calidad de su juego, creíamos aspirante a todo, no supiera aplicárselas.

José Ricardo March

diumenge, 12 de maig del 2019

BITACORA DEL CENTENARIO

Jornada 37 (II)



UN PARTIT QUALSEVOL: 22/09/2016 


En una lliga que no arrancava com toca, jugar contra l'Alabès entre setmana no era una d'eixes experiències que quedaria en la memòria d'aquells que acudim habitualment a Mestalla. No jugant-se res de moment i sense una rivalitat forta ni antecedents recents, aquell partit hauria passat a formar part del record intranscendent de molts altres partits. 

No era la primera volta que anàvem els tres junts a Mestalla, els meus primers records allí van de la seua mà en algun trofeu Taronja de finals dels 70, al costat dels meus germans, buscant un còmplice que es fera passar per familiar perquè així ens pogueren deixar entrar amb aquelles "mitjes entrades" que permetien als menors acompanyats accedir debades al camp. 

Però poder anar els tres no era l'habitual. A casa els "passes" eren els dels meus pares i els fills només els hem aprofitat quan ells no han pogut acudir. Únicament he estat abonat "oficialment" la temporada de segona divisió. 

Aquell dijous no va ser fàcil convèncer a la meua mare per anar a Mestalla, el mal començament de lliga i els seus 82 anys la van fer renegar prou abans de consentir a anar eixa nit. 

Ells anirien al seu lloc en el sector 7 descoberta i jo compraria una entrada a la grada alta. 

Els vaig deixar a prop del camp, començant el meu particular recorregut per trobar lloc on aparcar correctament per no patir multes ni grues inesperades. Eixe dia semblava impossible, tant, que la desesperació va fer que desistira en l'intent d'aplegar a hora al partit i finalment atabalat vaig abandonar la idea d'accedir al camp. 

Però quan perds la pressa sembla que tots els camins s´obrin i un lloc davant de l´antiga Facultat de Psicologia va resoldre el meu problema d´aparcament. 

Escoltaria el partit per la ràdio. Evidentment no era el primer que escoltava així al cotxe, però tan a prop de Mestalla semblava estrany. No com el primer que la meua memòria recorda l'1-0 al Madrid. Aquell gol de Tendillo que ens deixava en primera i la rematada de Medgot al travesser van ser durant anys una imatge “radià” que vaig viure amb els meus pares davant l'església de Santa Maria del Mar en el Grau l'1 de maig de 1983. 

Després de la primera part, inquiet pel resultat vaig decidir fer un passeig i estirar les cames. Mestalla des de Blasco Ibañez era una imatge atraient, la llum que irradiava i la seua pròpia veu tantes voltes escoltada dins, des de fora semblava una altra, com quan escoltes un gravació de la teua pròpia veu i no la reconeixes. Tot contrastava en la soledat dels carrers pràcticament buits de gent. 

La segona part no la vaig escoltar per la ràdio, vaig començar un passeig al voltant del camp mentre tractava de fotografiar l'ànima d'aquell Mestalla ple que des de fora semblava un gegant que rugia de tant en tant davant d'una imaginària falta, una ocasió fallada o una decisió arbitral contrària. 

El cantó de l'avinguda de Suècia amb Blasco Ibañez és el lloc des d'on sempre m'ha sorprès i impressionat la grandiositat de Mestalla, la seua primera imatge que recorde. És també el lloc des d'on m'imaginava que voria, un dia o altre, la seua demolició, entre llàgrimes i records, com a Cinema Paradiso. 

Des d'allà, fins a arribar a tribuna era tot més o menys identificable per a mí, la mà de pintura i les lones de jugadors rellevants li donaven un aspecte diferent però conegut, només faltava l'afició, la gent que estava dins. 

Més enllà de les actuals taquilles era per a mí una cara pràcticament desconeguda de Mestalla, com la cara oculta de la lluna, saps que existeix, però no ho havia viscut en un dia de partit. L'únic record que tenía d'ella és el de la cua infructuosa i sense premi que vaig fer per a les entrades de la final de Paris. La cara de l'avinguda Aragó és la cara d'estos últims anys, la qual em rep quan gire el cantó del Col·legi Guadalaviar. Ja quasi difuminats en el rècord quedaven els pilars que apuntaven grisos a cada planta. Eixa nit el gran ratpenat taronja semblava mes lluent que altres vegades. 

Després a la cara d'Arts Gràfiques no vaig reparar massa, és la més coneguda ja que entrem sempre per les seues portes, però m’incomodava la soledat del lloc en eixes circumstàncies. 

El passeig va acabar de nou a Blasco Ibañez, a la vorera ampla davant els edificis de la Confederació Hidrogràfica del Xúquer i el de l'Agència Tributària. Entre ells es pot veure el fons nord i en eixe moment vaig tornar a ser conscient del partit en joc contra l'Alabès. 

El resultat incert i voluntàriament desconegut em va deixar jugar al tram final del partit a endevinar què és el que passava dins. Passejant amunt i avall, rodant sobre mi mateix, posant en pràctica totes les meues manies per ajudar a obtenir la victoria, mentre grups de joves Erasmus passaven al meu costat camí dels seus “botellons” sense entendre res del meu comportament. 

De sobte, un fort clam. Una cosa important havia passat, segurament un penal, però no sabía a favor de qui. El silenci es va allargar més del normal i Mestalla va bramar "GOOOOOOOOOOL!!". 

Vaig somriure imaginant que els meus sortilegis havien donat efecte. Després una altra exclamació, seguida d'aplaudiments i poc després va començar un riu de gent a eixir per les portes, buidant Mestalla. 

Esperant en el punt d´encontre acordat en mos pares a l´altra banda de Blasco Ibañez, entre les ombres de la gent que venien cap a mi, vaig vore les seues siluetes agafades del braç, creuant l'avinguda per un lloc no correcte per fer-ho a peu. Al trobar-nos els vaig “renyir” per aquella imprudència, tal i com ells haurien fet quan jo era menut, pero al voltant de Mestalla quasi tot estava permés i ells ho sabien. 

Ma mare va dir: "Jorge, jugant aixína no farem res este any", certament no va ser el nostre millor començament de temporada. 

Els vaig dir que havia vist el partit des de la grada alta (una mentirola sense maldat) i de camí a casa vaig rememorar les evocadores imatges externes de Mestalla, ple i lluent. Creient que havia viscut un moment especial, una cosa diferent per explicar als amics. 

No era la primera vegada que tornàvem els tres junts de Mestalla, però si l'última. 

El fred i després la malaltia no van permetre a Adelaida tornar a la que ella considerava sa casa i aquell partit, a priori sense mes historia, contra l'Alabès va ser la seua última nit a Mestalla. 

Això si, vam guanyar. 

Jorge Verdeguer

dimarts, 7 de maig del 2019

BITACORA DEL CENTENARIO

Jornada 37 (I)


Me siento raro. Hablando como visitante de la que considero que es mi casa. Es el partido más especial de la temporada. El primero que miro cuando sale el calendario. El partido de Mestalla. Para mi es único entre todos los desplazamientos que hacemos. Ahora recuerdo la primera vez que fui. Mi padre me llevaba a ver al Valencia. Era todo un acontecimiento. Venía la R.Sociedad, entonces vigente campeón de liga y también luchando por aquella. El partido ya no comenzó bien. Marcó la Real. Pero yo estaba impresionado por estar en aquel mastodonte lleno de gente. Demasiado anonadado como para prestar atención a ese pequeño detalle. En la segunda parte, no recuerdo cuando, el Valencia marcó. Y el estadio reaccionó con tal estruendo, que se quedó ya en la memoria. Ahí comprendí lo que significaba un gol y cómo sonaba. Solsona marcó ese gol del Valencia y, a partir de ahí, ya fue un jugador especial para siempre. Nació mi primer icono. Al final, 1-2 perdimos. Pero en aquellos tiempos, eso no tuvo trascendencia. Estaba en el Luis Casanova y entraba en un mundo nuevo. Miraba todo con detalle. Aquel marcador manual. Y el simultáneo, que tenías que descifrar mediante códigos publicitarios. Irrepetible. 

Desde entonces, ya fueron muchas tardes y noches disfrutando de acudir a Mestalla. Muchos sinsabores y muchas alegrías. Pero era el Valencia y allí estábamos. Era el motivo para juntarte con los amigos e ir allí fueran cuales fueran la climatología y las circunstancias. Era un rito. Impensable por aquel entonces, que en el futuro se iba a disfrutar de dos ligas, y mucho menos acceder, no a una, sino a dos finales de la Champions League. Noches de ambiente de fútbol increíbles. 

Mestalla es un campo especial, se vive el fútbol en su esencia. Las gradas están pegadas al terreno de juego, la gente está muy cerca. Cuando eres el contrario, demasiado cerca. Suben como gigantes paredes verticales repletas de gente que parece que en cualquier momento puedan caer sobre ti. Y sientes que ahí va a haber presión. Sientes que ahí hay fútbol. Cuando eres el visitante, te das cuenta de cómo suena Mestalla. Y quieres jugar en estadios así. De los de siempre. 


Javier Cabello Rubio 
Segundo Entrenador del Deportivo Alavés.


dissabte, 4 de maig del 2019

BITACORA DEL CENTENARIO

Jornada 36


MEMÒRIA 


El record i la imaginació són exercicis que superen la realitat, recorda Baixauli a L’home manuscrit. I això ocorre tant en la vida com en el futbol. Ens detindrem en el record i la memòria. 

Admire i envege la gent amb memòria fabulosa, amb múltiples records provinents de vivències personals, en solitari o en companyia. Em fascina i sorprén qui fa ús de la memòria no productiva, assignada de forma aleatòria com a do de Déu que cal preservar. No parle de la tècnica memorística que es treballa i cultiva de forma sistemàtica, necessària per a l’estudi reglat o per preparar unes oposicions o traure’s el carnet del cotxe, memòria necessària per a obtenir un producte. Eixa és monòtona i repetitiva, i sovint es viu com un sense sentit pel qui ha de fer-ne ús, tot i que els pedagogs tornen a parlar bé d’eixa tècnica. 

La vertaderament meravellosa és la memòria innata, el record i l’evocació vinculats a l’entusiasme per alguna afició lligada a la infantesa. Parle de l’amic que als sis anys ja li llegia a sa iaia cega l’Antic Testament, coneixia la part de la missa que recita el capellà i ordenava de memòria tots els pobles i ciutats que hi havia des que eixia de sa casa en el camió de son pare fins a Saragossa, per la vella carretera on viatjava sovint per motius de feina i que arribà a fer-lo fanàtic del Real Zaragoza, rara avis... Impossible competir contra ell. Enumerava les seleccions del Mundial 82 per seus, amb el nom dels estadis sense fallar-ne ni un. Vora 30 anys després, en una festa de retrobament de vells amics, encara encertava cada selecció amb la ciutat que li va correspondre. 

Però, en un plànol superior estan els qui no sols recorden golejadors d’un determinat partit, sinó que són capaços de relatar si feia fred o plovia, quin dia de la setmana era i inclús quin programa de televisió feien alhora del partit... De partits jugats en els 70 i 80! Prodigiós. Admirable per a mi, que no recorde com vam quedar fa dos jornades, i no ho duc gala, precisament. 

Són aficionats sorprenents que a vegades pense si com el personatge de Borges eviten vore més partits i passen els 90 minuts enclaustrats a fosques per no acumular en la memòria més fets que vagen acumulant-se i acumulant-se... 

En el meu cas, sols conserve una espècie de fotogrames en el cervell que donen per tres o quatre converses simples amb eixos aficionats que recorden perfectament anècdotes o successos en tal o qual partit, i no sols en les grans finals, sinó també de pretemporada o bolos del València pels pobles, com era costum en els 80. 

Sí, és cert que no oblide la primera vegada que vaig entrar a Mestalla contra el Sevilla l’infaust dia de Pes Pérez a finals de 1985 o la victòria contra l’Hèrcules en abril de 1986 on albiràvem l’esperança de no baixar i que no arribà finalment o la victòria l’any següent contra el Huelva on asseguràvem tornar a Primera o el debut de Rabah Madjer en gener de 1988 contra l’Athlètic o el gol de Mendieta en la final de Cope del 99 o la victòria contra l’Espanyol que ens feia tocar la Lliga del 2002... Però, d’ahí no passe... 

Ara que el València jugarà per primera vegada en El Alcoraz contra el SD Huesca tots quedarem igualats, amb la mateixa memòria verge, amb el comptador de records a zero. No hi haurà ni Funes el memorioso ni l’amnèsic de Leonard de Memento. 

No obstant, és recent la visita de l’equip aragonés a Mestalla, la seua primera vegada, i ha quedat enregistrada i mai oblidaré, perquè no eren els millors moments de l’equip, l’eufòria pel gol que feia el 2-1 en l’últim minut de Piccini. I un àngel desplega ses ales i ompli el cel ple de claror mentre un dels nostres abraça els companys i crida encara a la gespa: “Hem patit com a gossos” ( https://www.superdeporte.es/multimedia/videos/valencia-cf/2018-12-23-161417-sufrimos-como-perros.html ). Fum i pirotècnia del València que estimem, del que patix i ho dóna tot, vinga qui vinga a Mestalla, el primer o l’últim. El València que ens enamora i fa que reste als nostres cors per sempre més. El record sublim. 

Toni Martínez Vendrell, soci del València CF.