CALABUCH. 1956.
Un famoso científico estadounidense al que pese a su voluntad le hacen investigar sobre bombas atómicas, decide dar un vuelco a su vida, huir y refugiarse como vagabundo en Calabuch, pueblo mediterráneo y costero, donde poco a poco va ganándose el cariño de todo el pueblo.
Para su desgracia y la de todos sus vecinos, es finalmente localizado por los americanos y se lo llevan, a la fuerza, del idílico pueblo.
Calabuch como pueblo de Mestalla, con sus personajes tan variopintos y particulares, en ocasiones muy difíciles de entender fuera de su hábitat natural: Els bessons de Rafelbunyol ofreciendo naranajas en el aeropuerto de Manises a los nuevos fichajes, un torero (José Luis Ozores) que teme que su toro se constipe bebiendo agua fría, Nica con su puro dirigiendo las bandas de música, el Langosta (Franco Fabrizi) que entra y sale cuando quiere de la celda en la que la llave está por fuera, el Papi con su altavoz y muñeca hinchable, un párroco (Félix Fernández) y un farero (Pepe Isbert) que juegan al ajedrez a distancia y por teléfono, Gallolo y sus prácticas onanistas…
Tantos y tantos personajes que como en la película de Berlanga son tiernos, a veces ingenuos pero siempre sinceros. No hay mejores secundarios que los de Berlanga y Mestalla, son los verdaderos protagonistas en su maravillosa e inimitable coralidad.
Un Calabuch y un Mestalla libres y mediterráneos, con sus virtudes y defectos, sin necesidad de que nadie los juzgue. Acogedor con el que llega y se quiere integrar en su mundo sin pretender cambiarlo.
Con su pirotécnica idéntidad, sus tracas en días de partido grande aunque ahora sean fuera del recinto, sus fuegos artificiales como forma y expresión de celebración y felicidad. Con la luz cegadora de su cielo y la brisa del Mediterráneo entrando por la grada de la Mar mientras el sol se sienta un rato en la cubierta de anfiteatro a ver cómo transcurre el partido. Con las pancartas de Rafa Lahuerta que son un género literario, valencianista y autóctono, en sí mismas.
En el cartel publicitario de la película se podía leer “Un pueblo feliz porque nadie se preocupó de que lo fuera”.
Así se ha escrito nuestra historia, cuando más felices hemos sido es cuando no hemos necesitado líderes ni salvapatrias. Los que gestionaban el club lo hacían por puro amor como en la película Manuel Alexandre rotula las eses de su barca.
Luis Casanova, don Vicente Peris… Jaume Ortí… No tenían otro objetivo que el de hacer feliz al valencianismo, sin ningún afán de protagonismo ni artificialidad, sin alejarlo de su característico ADN al que ellos mismos tanto contribuyeron: trabajo, humildad, dignidad y espíritu de superación.
La película es la primera coproducción italiana de Berlanga. En nuestro Calabuch-Mestalla particular, cómo olvidar aquella coproducción con Ranieri que fue el inicio del lustro más laureado de nuestra historia. Don Claudio, como el científico Jorge Hamilton en Calabuch, supo comprender perfectamente la idiosincrasia del pueblo de Mestalla, por eso lo acogimos con los brazos abiertos y pese a que como el protagonista de la película también terminó yéndose, siempre será uno de los nuestros. Contribuyó a que veinte años después el nombre del Valencia se proyectara sobre el cielo del fútbol mundial en forma de fuegos artificiales.
@MESTALLIDOS (Desde el tendido 7 de Mestalla, aspirante a secundario de Berlanga).
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