La semana pasada Mario Kempes cumplió 70 años.
Super Deporte hizo un bonito especial por la efeméride, en el que tuve el honor de colaborar. Inicialmente mi participación se ceñía a ceder material de mi colección kempesiana para ilustrar los artículos, pero la cosa se complicó cuando Pascu Calabuig me pidió un texto. Tras darle una pensada, rápida pues solo disponía de dos días y 500 palabras para entregarlo, me vino a la cabeza una situación vivida de la que salía un texto un poco alternativo para la ocasión, por lo que me decanté por uno bastante más mainstream, dejando el indie para el blog de uvaM y sus raritos lagrimitas, que lo soportan casi todo.
Corría la temporada 83-84. Hacía poco que habían retirado la estatua ecuestre de Franco de la hoy plaça del Ajuntament, la que pocos años después, durante el servicio militar, más de una vez tuve que custodiar dando vueltas alrededor de la misma en Capitanía General cuando un sargento de guardia, de cuyo nombre no quiero acordarme, se pasaba con el alcohol; y el VCF estaba inmerso en una gravísima crisis económica derivada de la reforma de Mestalla, entonces Luis Casanova, por el puto Mundial de Naranjito (a ver si aprendemos la lección). La plantilla cobraba con retraso y aún no existía Gedesco, lo que provocó una salida de jugadores importantes, como Solsona, Arnesen, Felman, Carrete o Cerveró; y otros que lo eran menos, como Welzl o Idígoras. Pero, para mi alegría pese a que ya no era ni mucho menos lo que fue, nos seguía quedando mi ídolo, Mario Kempes, “el Matador”.
Yo era un mediocre estudiante de tercero de Derecho (con Romano a cuestas, como Dios manda), cuya puerta de la habitación de estudios estaba repleta de posters, fotos y recortes de Mario Kempes hasta que un día, no sé por qué, nuestro perro pastor alemán, de nombre Sarcómero (cosas de tener un hermano mayor estudiante de Medicina) le dio por arrancar todos aquellos a los que llegaba a zarpazos. Aún sigue ahí la puerta y lo que queda de aquellos posters para quien quiera comprobarlo.
Mi hermano Juan Carlos tenía 14 años y le habían invitado a un cumpleaños en la urbanización Alfinach. Mi padre estaba pasando consulta y, por tanto, mi madre tenía que ir sola a recogerlo. No le gustaba conducir, por lo que le propuse llevarla yo a cambio de que me comprara dos discos, “Synchronicity” de The Police y “Canciones Profanas” de Alaska y Dinarama. Aun recuerdo a la tía Pilarín la del forn diciéndome: “Poca vergonya. Li vas a fer aixó a ta mare? Poca vergonya”.
El cumple era de Mari Carmen Galán. Su padre, Juan Galán, tras unos inicios en el Mestalleta, fue portero, entre otros, de Levante y Espanyol; y su tío, Enrique Galán, también empezó en el Mestalleta, para triunfar años más tarde en el Oviedo, llegando a alcanzar la internacionalidad. Pero mi familiar preferido de Mari Carmen era su tío Vicent, “el coixo”. Y todo tiene una explicación, futbolera, por supuesto. Vicent es de mi pueblo, Museros. Tiene una discapacidad física debido a una enfermedad de infancia que le hace ir en silla de ruedas. Pues el tío, pese a ello, en la Final de Copa del 79, tras pitar Guruceta el final del partido, ayudado por “Barreta” (otro entrañable vecino de mi pueblo, que en paz descanse) campaba a sus anchas por el césped del Vicente Calderón junto a los Kempes, Bonhof, Arias, Solsona, Carrete, Manzanedo, Botubot o Castellanos. Yo, desde mi localidad de Tribuna de Fondo Sur, junto al tío Pepico, mi hermano Javi, Manolo el del mas y su hijo Vicente, alucinaba viendo a Barreta correr empujando el carrito y Vicent con los brazos abiertos imitando la celebración de Mario en sus dos goles al puto Real Madrid. ¿Cómo no va a ser mi preferido?
Bueno… volvamos a 1983 y al cumple de Mari Carmen. Ahí que llegamos mi madre y yo a casa de los Galán en el Ford Fiesta gris de mi hermano Javi. Tras unos saludos de cortesía, mientras mi madre se queda hablando con un grupo de personas, Mari Carmen, conocedora de mi idolatría, me dice que me va a presentar a su tío Mario. Y allí estaba. Mario Alberto Kempes Chiodi (campeón del Mundo con Argentina y dos veces pichichi, campeón de Copa del Rey, de la Recopa y de la Supercopa de Europa con el VCF) con su amigo y compañero Ricardo Penella Arias, luciendo sus dos abundantes melenas ochenteras. Hoy, en la puta era de los teléfonos inteligentes, que son de todo menos teléfonos, tendría una maravillosa foto de extraordinaria calidad y nosecuántos megapíxeles. Pero, aquel día, apenas acerté a balbucear un “Encantado, yo soy socio del VCF…” cuando me interrupió mi madre, con cara de pocos amigos, y me dijo: “¿Y tú de qué conoces a estos dos peluts?” Mi madre, futbolera y valencianista donde las hubiera, que en los años 50 hubiera reconocido a kilómetros de distancia a Pasieguito o a Puchades, incluso disfrazados y con peluca, en los años 80 había apartado temporalmente de su vida el fútbol y su VCF para encargarse de la casa, su marido y sus tres hijos (afortunadamente, hemos avanzado mucho y estas cosas ya no pasan o no deberían pasar) y no tenía ni puta idea de quiénes eran. Le dije: “Mamá, los conozco de Mestalla” (aunque su nombre oficial era Luís Casanova, en mi casa siempre le hemos llamado Mestalla), a lo que ella respondió: “¿Se sientan a tu lado?”. Y yo le contesté: “No, yo los veo desde mi asiento mientras ellos juegan abajo, en el césped. Mamá, son Mario Kempes y Ricardo Arias”. Respondió, rápidamente: “¡Ah, los jugadores del VCF! Son guapos, pero si se cortaran el pelo aún lo serían más. Seguro que sus madres piensan lo mismo, pero no se atreven a decírselo. Y también tengo que decirles una cosa, juegan muy bien, pero Pasiego-Puchades eran mucho mejores. On va a parar!”. Mario, que estaba descojonándose de risa, le respondió muy amablemente: “Señora, si ganamos la Liga le prometo que nos cortamos el pelo cortito, ¿te parece bien, Richard?”. Arias asintió: “Me parece bien, Mario. Nos cortamos el pelo como si estuviéramos en la mili”.
El fin de semana siguiente, el VCF ganó 2-1 en Mestalla a la Real Sociedad y se puso líder de Primera División. Al llegar a casa, se lo dije a mi madre, quien me respondió: “Vaig a posar un ciri a la Mare de Deu dels Desamparats. Sus madres me lo agradecerán. Y tú, haz el favor de cortarte ese pelo o el próximo partido no vas a Mestalla, que es lo único que te duele. Ay… el fútbol dels collons!!!”
Algunos años más tarde, no demasiados, con mi padre, desgraciadamente, ya fallecido y sus hijos criados, mi madre volvió a ser la futbolera valencianista que su padre le enseñó a ser, y cuando yo le recordaba aquella anécdota, me decía: “Calla, calla. Mentirós. ¿Cómo no voy a reconocer a Kempes? Si hay más fotos suyas en casa que del resto de la familia, porque él ya es uno más de la familia, familia lejana, pero uno más”.
Jesús Roig Sena
Socio num. 590 VCF
Jesús, eres una caixa de sorpreses!
ResponEliminaAmunt!