Pongamos que es noviembre, podría ser abril también, pero dejemos que un ambiente otoñal nos envuelva y situémonos en una tarde de noviembre de un año de estos. Un año cualquiera. No importa cuál. Un año en el que nuestra vida fuera tan sencilla o complicada como siempre lo es. Es fin de semana, la televisión está encendida y estoy sentado en el sofá viendo un partido de fútbol mientras mi hijo lee una revista musical. No importa qué partido es, uno cualquiera, de cualquier liga, con dos equipos que intentan hacerse con el control del juego pero que están ofreciendo un pobre espectáculo futbolístico. Un partido de esos. Tengo un bocadillo de chistorra en las rodillas y una jarra de cerveza a mi izquierda, con solo estirar el brazo soy capaz de acercarla hasta mis labios. Justo cuando estoy mordiendo el bocadillo y un pequeño chorro de aceite carmesí me ensucia el dedo índice de la mano derecha, el medio centro del equipo local supera a un contrario y abre un balón diáfano y preciso a la banda de tribuna. Allí un lateral brioso, y rápido como un hurto, supera a su par y coloca un centro raso al borde del área, en la perpendicular del punto de penalti. La defensa visitante se ha metido con demasiada rapidez en su propia área siguiendo el ataque feroz del contrario, lo que ha generado un espacio de ensueño para la incorporación del enganche, en el punto exacto hacia donde el balón rueda. El media punta abre los ojos como un dibujo animado japonés. Lo ve claro. Visualiza la jugada y el resultado de la misma como le ha explicado el psicólogo del equipo. Arma la pierna. Balón y bota se funden en un golpe violento, seco e inmisericorde. Tengo el volumen del televisor quitado. No soporto a los comentaristas. El chut se ha ido a las nubes. Trago el bocado de chistorra y digo a mi hijo, que no ha prestado atención a la jugada:
-¡Le ha pegado al Danone!
Mi hijo levanta la cabeza de la revista y me mira extrañado, no sabe de qué hablo, no se le ocurre más que decir, con esa desfachatez adolescente que exhibe últimamente:
- Papá, no bebas.
¿Tiene sentido esta viñeta? ¿Qué significa, si es que significa algo? Llegados a este punto es muy posible que algunos esbocen una sonrisa con la seguridad de que sí saben de qué hablo; aunque otros, seguramente con menos preocupaciones que uno mismo, piensen que el fútbol produce raros especímenes que incluso se atreven a escribir. Escribir en un blog. Para que otros lo lean.
Os hablo de un tiempo donde era “blanco”, “de fresa” y “de chocolate”. Sota, caballo y rey. De ponerle azúcar antes de degustarlo. De devolver el recipiente de vidrio en la lechería y así convertirse en un viajero del tiempo. Un reciclador de ciencia-ficción en una vida en blanco y negro. Os hablo de cuando no había una florecilla que enturbiara un despejado camino comercial. Cuando el nombre del producto y el producto en sí, se confundían hasta convertirse en un perfecto fenómeno de feria. Yogur. Danone. Sí, pero ¿qué hay de esa escena escalofriante de aburrimiento crónico de fin de semana de otoño frente a un bocadillo de chistorra y un partido penoso? No es nada demasiado importante. Nada demasiado trascendente. Es sólo el modo sigiloso e indoloro en el que los lugares por donde pasamos en nuestra vida, los lugares en los que nos hemos sentido vivos, nos marcan. Nos dejan una impronta y nos hacen suyos tras haberlos hecho nuestros primero. Parajes de la vida y la memoria. Y si esta no me falla, en lo más alto de los fondos de Mestalla, en la general de pie, en la curva, cerca de uno de los marcadores y en su esquina opuesta, siguiendo la diagonal del campo, había dos enormes anuncios de yogur Danone. Anuncios desaparecidos hace décadas pero que ocupan un espacio físico en nuestro recuerdo. Y uno no puede evitar experimentar una profunda frustración si alguno de nuestros jugadores apunta allí siguiendo un arcano designio; al igual que un alivio indisimulado se extiende como un reguero de pólvora por las gradas, cuando es un rival el que dispara a ese lugar de nuestra memoria.
Francisco García (àlies Cisco Fran)
Soci del València CF
-¡Le ha pegado al Danone!
Mi hijo levanta la cabeza de la revista y me mira extrañado, no sabe de qué hablo, no se le ocurre más que decir, con esa desfachatez adolescente que exhibe últimamente:
- Papá, no bebas.
¿Tiene sentido esta viñeta? ¿Qué significa, si es que significa algo? Llegados a este punto es muy posible que algunos esbocen una sonrisa con la seguridad de que sí saben de qué hablo; aunque otros, seguramente con menos preocupaciones que uno mismo, piensen que el fútbol produce raros especímenes que incluso se atreven a escribir. Escribir en un blog. Para que otros lo lean.
Os hablo de un tiempo donde era “blanco”, “de fresa” y “de chocolate”. Sota, caballo y rey. De ponerle azúcar antes de degustarlo. De devolver el recipiente de vidrio en la lechería y así convertirse en un viajero del tiempo. Un reciclador de ciencia-ficción en una vida en blanco y negro. Os hablo de cuando no había una florecilla que enturbiara un despejado camino comercial. Cuando el nombre del producto y el producto en sí, se confundían hasta convertirse en un perfecto fenómeno de feria. Yogur. Danone. Sí, pero ¿qué hay de esa escena escalofriante de aburrimiento crónico de fin de semana de otoño frente a un bocadillo de chistorra y un partido penoso? No es nada demasiado importante. Nada demasiado trascendente. Es sólo el modo sigiloso e indoloro en el que los lugares por donde pasamos en nuestra vida, los lugares en los que nos hemos sentido vivos, nos marcan. Nos dejan una impronta y nos hacen suyos tras haberlos hecho nuestros primero. Parajes de la vida y la memoria. Y si esta no me falla, en lo más alto de los fondos de Mestalla, en la general de pie, en la curva, cerca de uno de los marcadores y en su esquina opuesta, siguiendo la diagonal del campo, había dos enormes anuncios de yogur Danone. Anuncios desaparecidos hace décadas pero que ocupan un espacio físico en nuestro recuerdo. Y uno no puede evitar experimentar una profunda frustración si alguno de nuestros jugadores apunta allí siguiendo un arcano designio; al igual que un alivio indisimulado se extiende como un reguero de pólvora por las gradas, cuando es un rival el que dispara a ese lugar de nuestra memoria.
Soci del València CF
Tiempos aquellos en lso que nos daban Danone... hoy vamos a Madrid y nos dan galletas... y a montones
ResponEliminaHace ya tiempo que no voy al fútbol. Todavía tengo el pase a mi nombre pero cada día estoy más seguro que no volveré a ir ¿quizá vendrá alguien que me haga cambiar de opinión? quizá... pero por el momento no. "Sufrí" temporadas en Mestalla con Sempere, Arias, Camarasa, Giner, Fernando... y disfrute mucho (unos días más que otros, ¡claro!), pero no sé si es que he cambiado yo o ha cambiado el fútbol ¿alguien podría decirme si este deporte siempre ha sido el negocio que es ahora? creo recordar que no, pero ya no estoy seguro
ResponEliminaVaya que si me acuerdo del Danone... Y del marcador simultáneo, claro... Yo solía ir a la otra esquina de la general de pie, y desde allí se veía perfectamente. Lo que no recuerdo es que llegara ningún pelotazo hasta allí arriba...
ResponEliminaLa evocación del Danone la recuerdo a algunos valencianistas de generaciones precedentes a la mía referida a Tomás, lo que muestra su pervivencia y popularidad en ciertos estratos del valencianismo. Obviamente, estos fenómenos de creación de lugares comunes en el imaginario colectivo son frecuentes en las hinchadas y dan fe de su vitalidad, de su interés por rescatar parcelas de la memoria y de su capacidad para reinventar el patrimonio conceptual del club.
ResponEliminaUn ejemplo de ello podría ser también la que en los ochenta se llamó, por una valla publicitaria, Curva Firestone, ubicación de la Tercera Graderia del Camp Nou en la que situaban los hinchas más radicales y animosos del FCB.
Un saludo y enhorabuena a todos los que hacéis posible este blog!