Mi uso de razón estrenado hacía más de un año. La colección de cromos inacabada a falta del cromo de Iríbar. Mi padre en Barcelona y mi memoria incapaz de ubicar los recuerdos. Aunque siempre que esa desazón explota en mi interior abro un libro y veo la foto de Di Stéfano con sus dedos índices apuntando al cielo, la mirada inquisitiva y, en segundo plano, la presencia esperanzada de Barrachina enfundado en un chándal blanco con cuello oscuro y tres rayas en las mangas. Crecí a la vida con memoria con las internadas de Valdez, el orgullo indisimulado de sentirme campeón, los adhesivos para el parabrisas del coche de la marca de balanzas “Capeli” y la sensación de que Di Stéfano era el Valencia. Muy lejos del actual rodillo mediático del madridismo, muy lejos de la beatitud futbolística de Don Alfredo elevada a los alatares catódicos y en el más allá de la despreciable manía de dar por sentado aquello que te gustaría creer en lugar de lo que en verdad es.
Con nombre de mafioso y al parecer, una personalidad arrolladora, Di Stéfano ofreció momentos grandiosos en la historia de nuestro club. La liga 1970-71, la Recopa 79-80 y la vuelta a la primera división en la temporada 1986-87 certifican lo que, sin duda alguna, fue un positivo paso por el banquillo de Mestalla. Más allá de estos hitos, dos finales de Copa y haber convertido a Quique Sánchez Flores en valencianista deberían aparecer también en la columna de su haber. Con la mirada inocente y bobalicona de mis diez años, Di Stéfano era para mí como el murciélago del escudo. Elemento inherente al club, incomprensible en su ausencia. Ignoraba totalmente su pasado futbolístico, aunque alguna vez se me dijera que fue un jugador genial. A mí me daba igual. Lo realmente genial era que nos había llevado a ganar la liga, que hacía chistes hablando en serio y que le prohibió a Españeta demostrar sus habilidades en el toque de pelota delante de los futbolistas, pues los desanimaba. Corrían los ochenta cuando caí en la cuenta que aquel hombre que yo consideré emblemático y campeón del valencianismo no dejaba de ser más que un profesional. Y encima, a pesar de que sus raíces familiares quedaron hundidas profundamente en la tierra de levante, su corazón era madridista. Me sorprendí un día, con una tarta al whiskey delante de mis narices, dicéndome a mí mismo: entonces. ¿Don Alfredo no es del Valencia? Pues claro que no, chalado.
Si consideramos su vertiente profesional, debo admitir que Di Stéfano fue honrado y trabajó para el club con empeño y hasta un casi inesperado amor. Brindemos por ello. Pero abrir los ojos a su verdadera naturaleza fue para mí decepcionante. Achaco mi reacción a la edad, la inmadurez y el acné. Estoy casi seguro que fue el acné. Y lo que más me duele de todo aquello no ocurrió entonces, sino que pasa ahora, en estos tiempos vacuos y galácticos. Hordas y legiones de gacetilleros alabando las virtudes de un Di Stéfano al que no vieron jugar, del que se conservan escasos documentos videográficos, casi todos ellos fragmentarios, que son desplegados como pruebas irrefutables de la legitimidad de un cetro compartido con Pelé, Cruyff y Maradona. Bien, lo dejaré estar. Ahora ya sé que “La saeta rubia” sólo visita Valencia porque tiene hijos y nietos en esta tierra (aquí lo sorprendió un infarto el día de nochebuena de 2005). Desde la distancia parece un abuelete entrañable, algo cascarrabias que presenta cierto estoicismo pragmático cuando debe ejercer su presidencia de honor madridista. No estoy seguro de haberlo superado, pero quizá exclamarlo a los cuatro vientos me sirva de terapia. NO HAY NADA COMPARABLE A ENVEJECER. Y no lo digo por él, lo digo por mí.
Francisco García
Socio del València CF
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Con nombre de mafioso y al parecer, una personalidad arrolladora, Di Stéfano ofreció momentos grandiosos en la historia de nuestro club. La liga 1970-71, la Recopa 79-80 y la vuelta a la primera división en la temporada 1986-87 certifican lo que, sin duda alguna, fue un positivo paso por el banquillo de Mestalla. Más allá de estos hitos, dos finales de Copa y haber convertido a Quique Sánchez Flores en valencianista deberían aparecer también en la columna de su haber. Con la mirada inocente y bobalicona de mis diez años, Di Stéfano era para mí como el murciélago del escudo. Elemento inherente al club, incomprensible en su ausencia. Ignoraba totalmente su pasado futbolístico, aunque alguna vez se me dijera que fue un jugador genial. A mí me daba igual. Lo realmente genial era que nos había llevado a ganar la liga, que hacía chistes hablando en serio y que le prohibió a Españeta demostrar sus habilidades en el toque de pelota delante de los futbolistas, pues los desanimaba. Corrían los ochenta cuando caí en la cuenta que aquel hombre que yo consideré emblemático y campeón del valencianismo no dejaba de ser más que un profesional. Y encima, a pesar de que sus raíces familiares quedaron hundidas profundamente en la tierra de levante, su corazón era madridista. Me sorprendí un día, con una tarta al whiskey delante de mis narices, dicéndome a mí mismo: entonces. ¿Don Alfredo no es del Valencia? Pues claro que no, chalado.
Si consideramos su vertiente profesional, debo admitir que Di Stéfano fue honrado y trabajó para el club con empeño y hasta un casi inesperado amor. Brindemos por ello. Pero abrir los ojos a su verdadera naturaleza fue para mí decepcionante. Achaco mi reacción a la edad, la inmadurez y el acné. Estoy casi seguro que fue el acné. Y lo que más me duele de todo aquello no ocurrió entonces, sino que pasa ahora, en estos tiempos vacuos y galácticos. Hordas y legiones de gacetilleros alabando las virtudes de un Di Stéfano al que no vieron jugar, del que se conservan escasos documentos videográficos, casi todos ellos fragmentarios, que son desplegados como pruebas irrefutables de la legitimidad de un cetro compartido con Pelé, Cruyff y Maradona. Bien, lo dejaré estar. Ahora ya sé que “La saeta rubia” sólo visita Valencia porque tiene hijos y nietos en esta tierra (aquí lo sorprendió un infarto el día de nochebuena de 2005). Desde la distancia parece un abuelete entrañable, algo cascarrabias que presenta cierto estoicismo pragmático cuando debe ejercer su presidencia de honor madridista. No estoy seguro de haberlo superado, pero quizá exclamarlo a los cuatro vientos me sirva de terapia. NO HAY NADA COMPARABLE A ENVEJECER. Y no lo digo por él, lo digo por mí.
Francisco García
Socio del València CF
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Estás envejeciendo de lujo, amigo Fran. Gran post, no dejas un detalle en el tintero. Abrazo.
ResponEliminaYo casi prefiero que tenga el corazon madridista, ellos lo gozaron como jugador, y nosotros como entrenador. De esto último por lo que se le recuerda en Madrid es por haber hecho debutar a la quinta del buitre, pero a nosotros nos hizo campeones de liga en el 71 después de 22 años sin ganarla, con un equipo de andar por casa, armado atrás y guerrillero delante (nuestro verdadero estilo de juego), luego la Recopa, y el ascenso, ya digo.. casi lo prefiero, allí es presidente de honor, aquí estaría viendo pasar su tiempo, y nadie del club se acordaria de el, como a tantas otras leyendas.
ResponEliminaGracias Don Alfredo.
Maravilloso artículo Francisco
Pepelu.
Creo que fué después de ganar la Recopa del año 80 cuando al ser cesado pronunció aquella célebre frase con su eterno acento porteño: "bueno pues, cuando quieran ganar otra copa, ya saben donde estoy"
ResponEliminaNada comparable... ¡Y tan cierto!
ResponEliminaUna de les frases genials de Don Alfredo, sintetitza el que va ser eixe València: "Quien quiera divertirse... que vaya al bombero torero".
ResponEliminaJosep Bosch
Exacto, Josep, auqella frase fue mítica. Y recuerdo la portada de Las Provincias con aquel fotomontaje del bombero torero con las caras de los jugadores.
ResponEliminaOtra frase genial fue cuando a raiz de un campo que fue regado antes de jugar, el típico manguerazo, vino a decir que en las partidas de billar no echaban alpiste sobre el tapete para que tropezaran las bolitas.
Mis mayores por respetos por un grande de la historia del VCF.
Un saludo
Jose Miguel Lavarías.
La veritat és que D. Alfredo ha dit algunes "perles" dignes d'un recopilatori:
ResponEliminaReferida a Sánchez Torres:
"El único problema es que Sánchez no se coordina con Torres".
A Emili Fenoll:
"Si en los partidos jugara como en los entrenos... no tendría precio".
A un jugador dels de "Pata i avant":
"La pelota es de cuero, el cuero viene de la vaca y la vaca come pasto, así que a la pelota lo que le gusta es ir por la hierba".
Tot un crack dins i fora del camp.
Josep Bosch.
Aún recuerdo a D. alfredo, riñeéndome por saltar al campo a pedir autógrafos a los jugadores. Mi padre era acomodador y tenía que estar dos horas antes del partido en Mestalla. Con el campo vacío y vestidos de paisano, los jugadores salían al campo a charlar en corrillos. Yo,que iba con mi padre, aprovechaba para saltar al césped y pedirles su firma. En una de esas, D. Alfredo me dio un grito, malhumorado por verme ir hacia los jugadores. Yo, por supuesto lo ignoré y luego él me ignoró a mí, dejándome realizar mi trabajo. Recuerdo que mi padre me dijo que era un tipo con muy malas pulgas, cosa que a través de los años y muchas entrevistas, he podido comprobar.Un saludo
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