Parlar de Mestalla és parlar d'una part molt important de la meua vida. Els vincles amb la figura paterna no seríen els mateixos, ni molt menys, de no haver-se preocupat en portar-me des dels tres anys a l'estadi on jugava aquell equip que vestía de blanc-i-negre. L'objectiu del meu pare era que el València Club de Futbòl fora tant important en la meua vida com ho era per a ell. I ho aconseguí totalment.
Mestalla es l'olor de la barreja de pipes, puro i gespa mullada. Es escoltar a Pepico, un home al qual recorde amb bigot, que s'assentava a la filera de davant i es girava a dir-me: “Pere, has portat els cerealitos?” Jo callava i em reia. Es reviure aquell ambient que m'envoltava i mirava bocabadat.
Aquell lloc no el podía comparar amb cap altre; els meus pares van cometre una errada portant-me abans a Mestalla que al circ, perquè mai he arribat a valorar al segon.
Per a mí un espectacle era veure com corría aquell argentí que anomenaven “Piojo” López, o com un jove valencià anomenat Farinós era capaç de llançar unes faltes des de quasi el mig del camp que a poc a poc s'enverinaven i acabaven dins la portería. Eixa portería del fons sur en la que els meus ulls van vore tants desitjos complits.
El meu seient, que moltes vegades era el braç del meu pare, em calmava i anulava les meues inquietuds d'infant per a convertir-me en un aficionat més. Cridaner, patidor, valencianista...
Recordant ara ixos dies em fa l'efecte que Mestalla sempre estava ple. Tal volta era així o, quasi segur, els meus borrosos records em fan recordar-ho d'aquesta manera.
És increïble que, passats més de quinze anys, recorde perfectament aquelles voltes que tenía que prendrem el brick de llet a les quatre i mitja de la vesprada perquè no podía accedir amb ell a la grada. Quantes agressions s'han estalviat amb eixa prohibició!
El cas és que ara tinc quasi vint anys i seguisc anant a Mestalla a veure al meu equip, però el meu pare ja no ve. Diu que es posa molt nerviós i que preferix escoltar el partit per la ràdio. Ara vaig amb tres amics, molt valencianistes, com jo, però no sé per qué ja no és el mateix. La il•lusió per anar a l'estadi no puc ni comparar-la amb la d'aquells temps. Tampoc m'assec ja on em sentava de menut i de Pepico fa molt de temps que no sé res.
El sabor del futbòl a Mestalla s'ha perdut, almenys per a mí, i donaría molt per poder tornar enrere, agafar amb una mà els cerealitos i amb l'altrà al meu pare, posar-me la bufandan i gaudir una vegada més d'aquelles primeres, però a la vegada, últimes vesprades a Mestalla.
"No sé si usted tiene 30 ó 40 años, no importa. Pero usted es un hombre hecho, es decir deshecho, como todos los hombres a su edad cuando no son extraordinarios" -"Bienvenido Bob", Juan Carlos Onetti-
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Era el orgullo de su madre, viuda de militar, amantísima beata del viejo mundo, aparatosa reliquia de aquella otra España que empezaba a languidecer. Una mujer salazón. Él era el estudiante ejemplar, el hijo modelo, la envidia del vecindario. Algunas mañanas de finales de los años 70', cuando yo bajaba al obrador a despedirme de mi padre antes de ir al colegio, solía coincidir con él. Entraba sigiloso pero solemne, con un saquito tejido laboriosamente por una abuela castellana donde se leía la palabra pan. Su abuela era una mujer de peinado imposible y gesto rancio. La abuela salazón. Carmen Polo a este lado del Turia. Carmen Polo de paseo por Blasco Ibáñez. Carmen Polo en la iglesia de San Francisco Javier, junto a la plaza Xúquer, escuchando en trance la misa de don Valeriano. Carmen Polo sin entender a esos hombres que fumaban farias y bramaban en un idioma extraño en la terraza del bar Los Checas. La abuela del nieto ejemplar.
Nuestro héroe, metódico y rutinario, pedía siempre dos barras y un croissant y miraba sin mirar con el desdén ilustre de los que aspiran a todo. Estaba a punto de licenciarse en medicina, y nuestro barrio, aquel barrio recién nacido a espaldas de Mestalla y con las calles aún por asfaltar, se le quedaba pequeño.
A mí me llamaba la atención su gesto estreñido, su alopecia incipiente, la extraña manera de combinar camisas a rayas con sueters Lacoste, la fina montura de sus gafas de empollón sapientín. No sonreía, no participaba de la cháchara, era inmutable.
Pasó el tiempo, apenas 3 ó 4 años, una eternidad para un niño, y el estudiante modelo se convirtió en médico. Dejé de verle, y sólo en la gloriosa jornada del 1 de mayo de 1983 reapareció de nuevo por el barrio. Fue ese día en el que tantas y tan variadas emociones se concitaron, hasta el extremo de que sigo pensando que está por escribir el relato rollo "Vidas cruzadas" de Robert Altman que recoja de manera concisa el trazo y la furia de aquella fecha imborrable. Yo podría hablar de la mía, pero sólo era un niño de 11 años, y mi relato quedaría sesgado, cogido con pinzas, sin el aliento rotundo de los corazones a punto de estallar.
Lo dejaré claro. Con esa edad y con mi vicio por lo anecdótico, yo sólo podía aspirar a fijarme en el doctorcillo ya totalmente calvo, que horas antes del partido se paseaba ufano con una bandera del Madrid y una de esas ridículas cintas con la leyenda "Hala Madrid" que se pusieron de moda para el mundial 82 y que en su caso, calvo prematuro y contumaz, carecía totalmente de sentido práctico aunque le otorgaba sin duda un aspecto de forofo voluntarioso, de hombre que no es hombre pero que todavía puede reciclarse en hombre, aspirante quizás a mearse un día en la vajilla de su abuela. La abuela salazón. Carmen Polo en el Barrio de San José.
Y recuerdo aquella mañana luminosa. La del 1 de mayo de 1983. Y la sorpresa de encontrarme en la puerta del bar Los Checas con el ilustre vecino, ¡¡¡¡madridista!!!!, ¡¡¡coño!!!, ¡¡¡este es del Madrid!!!!, ¡¡¡¡hostia-puta, le gusta el fútbol....pero es del Madrid!!!! y verlo extrañamente feliz, sonriente como nunca lo había visto, confiado en su cinta de Eva Nasarre madridista, exultante por volver al barrio y mostrarse en todo su esplendor de madridista que hoy si, hoy puede decir bien alto "hala madrí y que os follen a todos, paletosdemierda, rojos, provincianos, que todavía andáis con alpargatas cogidas con cuerda y en el fondo queréis ser españoles pero sólo sois españoles de segunda. Y eso, cojones, que hoy os vais a segunda. Y coño, que buena está la cerveza, venga va, otra cerveza, un día es un día, y vaya monologuito me estoy echando, que parezco ya el mismísimo Martín-Santos escribiendo Tiempos de silencio, aunque la verdad es que yo soy más del rollo Sánchez-Mazas y a tiros con los rojos, un médico con cojones soy yo, y venga va, otra cerveza, me estoy poniendo tibio de cervezas, igual luego le meo la vajilla a mi abuela de una puta vez y que se vaya la vieja a tomarporculo con sus misales y sus estampitas de los cojones, eh tú, ponme otra cerveza". Y sonreía, cada vez más beodo, ciego, borrachuzo del halamadrí, con la cercana silueta de Mestalla articulando en silencio las aristas de una jornada que aún hoy me parece imposible. Sonreía el muy cabrón, era un madridista feliz, ajeno al drama en el que el xoterio local vivía la mañana. Yo mismo, en la iglesia de 10 a 12, rezando cuando todavía creía en Dios, paseando con un hueso de aceituna en el bolsillo por los alrededores de Mestalla, rezando sobre todo para que el corazón de mi padre aguantara lo que se avecinaba, más preocupado por él que por mí. Y el ilustre mediquillo ataviado de preultrasur de la movida, bebiendo cervezas y chascando altramuces en la misma mesa donde meses atrás Albano y Romina Power habían llenado de estupor y falso glamour la resaca del mundial 82.
Puede que fuera el día de la madre y es seguro que era el día del Trabajo pero yo sólo recuerdo el canguelo atroz, el miedo, el pánico, la tensión que veía en los caretos de todos los valencianistas veteranos con los que me encontraba. Apenas comimos y dos horas antes del partido ya estábamos en Mestalla, fila 17 sector 5. El culo bien apretado, la senyera de Heyssel, el cromo de Wilkes, el autógrafo de Claramunt en un pase del 72', la medallita de una virgen que nos había dado mi tía y 3 huesos de aceituna en el bolsillo del pantalón. De la previa soleada e histérica recuerdo la música agonista del "en vanguardia y siempre avanzando, Mishubishi Electric", esa música que parecía la banda sonora del desastre porque empezó a oírse en Mestalla justo entonces. Ya del partido, el minuto de silencio en memoria de Rafa, la protesta de la AFE, el gol de Tendillo, la galopada de Arias, el inconsistente Metgod convertido en policía urbano. Faltando cinco minutos mi padre dejó de ver el partido y escondió la cabeza entre los muslos gimoteando y superado por el drama. Los de delante, siempre cínicos y procaces, lloraban atascados, con lágrimas de vieja experta en duelos. Todos los resultados encajaban y entonces la peña se levantó. Con el último remate de Santillana mi padre ya estaba también de pie, desencajado, descompuesto, repentinamente envejecido. Tuvo un amago de desmayo que provocó una pequeña avalancha. En realidad fueron varias pequeñas avalanchas porque hubo varios desmayos, algún colapso, una carnicería de babas y abrazos que olían a tragedia de farias y cervezas derramadas sobre las banderas del infierno. Puedo decirlo. Ese partido fue mi bautismo en el drama de la militancia.
Cuando todo pasó y la certeza de la salvación era un hecho pasamos por el bar Los Checas camino de casa. Entonces volví a verlo. Ahí estaba, con las gafas rotas, la ceja abierta, la cinta del pelo convertida en una compresa de sangre y lodo, la camisa de rayas tal cual un guiñapo, la bandera del Madrí hecha un pergamino, medio quemada. Lo habían ahostiado a base de bien, seguramente por patoso, por bocazas, por esas cosas por las que suelen cobrar los forofos ocasionales que no saben beber ni entender el terreno que pisan. El ilustre nieto e hijo, el don ejemplar, vapuleado, lloroso, borracho, sentado de nuevo en la misma mesa de Albano y Romina Power, herido de sangre y humillado en algún akelarre de los muchos que hubo aquella tarde-noche en los alrededores del campo, bebiendo a duras penas las últimas cervezas de su experiencia mestallística. Alguien, el espontáneo de turno, dejó en el aire el epitafio: "eixe ja no tornará més a Mestalla". Y es posible que diera en el clavo, porque lo que vino después merece otro post, otra historia, un análisis más concienzudo. Pero no me creo capaz. Lo mío, entonces y ahora, son sólo las anécdotas. Y aunque a veces lo he pensado, tampoco creo que el gol de Tendillo tuviera la culpa de todo lo que vino después...