Jornada 2
TERESA RAMPELL EN CORNELLÀ
Me gusta imaginar a la “Teresa Rampell” de Manel en la tribuna de Cornellà. En mi película, la Rampell es hija de la protagonista de “Últimas tardes con Teresa”, la novela de Juan Marsé. No necesito tu permiso para ubicar a la madre en Sarrià y a la hija en Cornellà. Mi teoría sobre el Espanyol es estética, oblicua, poco futbolera. Hay un hilo de industria textil que llena desde siempre las zonas nobles del club perico. Si te fijas, a nadie le queda mejor la bufanda de su equipo que a los habituales de la tribuna de Cornellà. Si hubiera una liga de hinchadas elegantes, la del Espanyol levantaría el título. Es un hecho constatable. Desde que los ultras dejaran de interesarme como fenómeno, mi foco viró hacia escenarios menos categóricos. Casi nadie lo descifra, pero la tribuna es el último reducto que les queda a los clubs para explicarse. No hay un repertorio de canciones que las iguale, ni una estética común que las vincule. La tribuna de Mestalla, por ejemplo, combina mal los colores y tiende al barroquismo. El Bernabeu es el “Salvaje Oeste” de Xoan Tallón, una pasarela de snobs y abrigos Loden que recoge el legado de la banda sonora de “La Ramona Pechugona”, ese hit de Fernando Esteso que cantaban los madridistas en la puerta del bar Los Checas a mediados de los años 70’. El Espanyol siempre fue distinto. Lejos de los tugurios del barrio Chino donde el Barça ensayaba su teoría de asimilación del charnego en “Furia Española”, los pericos desprendían el aroma de los habanos que Manuel Meler, el abogado cómplice del poeta Gil de Biedma en su estancia filipina, se fumaba en el palco de Sarrià durante su presidencia. Comparto con Miquel Nadal esa rara fascinación. Hay un Espanyol-Valencia televisado en la semana santa de 1979 que recoge esa atmósfera. Hemos hablado mucho de ese coro atávico que surgía de la bombonera asimétrica del recinto españolista. Aquel ¡Español, Español, Español! con ñ que sonaba a coro familiar, a nana, a gente que se anudaba la bufanda al cuello con elegancia mientras las últimas tardes del Pijoaparte colapsaban las avenidas de la Barcelona claudicante. Fue un domingo de abril de 1979 y el campo de la carretera de Sarrià inauguraba iluminación. Mister Chip nunca te lo dirá, pero el Espanyol-VCF es el partido más repetido en liga entre Sociedades Anónimas Deportivas. Es una constante histórica que ambos clubs se crucen de forma habitual para celebrar todo tipo de efemérides. Es un clásico agónico y silenciado. En Sarrià debutó el VFC en primera división, y en Sarrià, 40 años más tarde, logró la liga de todas las ligas, la de 1971. En abril de 1979, el gol de la victoria blanquiazul lo marcó ese genio del arrabal que era Canito, acaso el futbolista más parecido al Pijoaparte que ha dado nuestro fútbol. Ese partido se jugó tres días antes de una remontada histórica en Mestalla, el inolvidable 4-0 al Barça en copa del rey. Lo que todavía nadie podía intuir es que el último partido oficial de Sarrià también sería un Espanyol-Valencia. Para entonces, 21 de junio de 1997, Gil de Biedma ya había cumplido su letal profecía.
Rafa Lahuerta Yúfera
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