Aprofitant el recordatori fet per Ciberche i l’amic Esteban Fernández a Twitter fa uns dies d'un dels episodis més negres vistos a Mestalla recuperem un article publicat en Levante El Mercantil Valenciano el 16 d'agost de 2003 per Rafa Lahuerta Yúfera.
Infantilizar a la afición y reducirla a masa consumista e irresponsable ha tenido consecuencias funestas para el mundo del fútbol. Tal como anticipara el siempre lúcido Martin Queralt hace 10 años, el forofo de aluvión se ha hecho fuerte en su exigencia de espectáculo grandilocuente a todas horas. Espectáculo que ya no se reduce a los meses de competición oficial, sino que se alarga durante las semanas de pretemporada con la necesidad de ver cada día caras nuevas y famosillas con las que alimentar esa gran trampa llamada ilusión ¿El cuponazo, quizás? El adicto a la futbolmanía no piensa jamás en el carácter real de su club. La entidad es una entelequia dejada del mundo bronco y cotidiano de la barra del bar, lugar sagrado donde se dirimen las verdades futboleras. El único objetivo del futbolmaniaco es pasarlo bien a toda costa (en el fondo son grandes hedonistas (sic)), sin importarle para nada las posibilidades reales del club. La clave reside en fichar cracks, y saciar así un ridículo orgullo de pertenencia mediática que consiste en acaparar portadas de prensa en fechas inútiles. Un orgullo tonto que denota, ante todo, complejo de inferioridad ante los de siempre, aburrimiento estival, falta de perspectiva histórica, nula confianza en la cantera y en los profesionales actuales, irresponsabilidad ante la situación financiera del club, y ceguera total ante la crisis del fútbol en general, que como suele suceder, acabará pagando el contribuyente. Es decir, usted y yo. Pero no importa. Al pachanguero irresponsable todo eso le da igual. La mística de Anfield Road o Celtic Park le parecen cosa de fanáticos. El modelo Ajax, utópico. La variable cantera no existe en su imaginario atolondrado, y como lleva la camiseta Toyota, se cree con derecho a todo. El cliente siempre tiene razón. Y es precisamente ahí, en ese axioma mercantilista y tramposo, donde se dibuja el drama del fútbol y del Valencia en particular.
El socio clásico ha involucionado. Ahora es cliente, de la misma forma que el ciudadano se ha convertido en simple consumidor. Rebajas morales de estos nuevos tiempos condicionados por audiencias y mayorías en apariencia democráticas, pero con comportamientos intolerantes y marcadamente caprichosos. De tal manera que lo acontecido en Mestalla durante la presentación no es ninguna sorpresa. El propio club, con su política banal y carente de toda mística, ha engendrado en su seno esa bestia irresponsable que no atiende a más razones que a las de los fichajes de relumbrón (como si esa fuera la tradición de la casa). El malestar contra la directiva puede ser más o menos lícito en función de la capacidad de análisis y autoengaño de cada cual. Ahora bien, lo inadmisible es esa alegría estúpida en el insulto, en el linchamiento premeditado y sin venir a cuento contra Ortí, cuando ni siquiera ha empezado a rodar el balón. Viendo las imágenes de prensa y televisión se contempla el ambiente de chufla que reinaba en la protesta. Una protesta festiva e irresponsable, destructiva porque sí, sin más espíritu que el de manifestar una rabia ilógica y desproporcionada, construida sobre castillos en el aire; negando, por anticipado, toda posibilidad de éxito en el curso recién estrenado.
Seguramente, porque la mayoría de los presentes ha olvidado que hasta hace algunos años, el Valencia sólo ilusionaba en verano, para vegetar en la mediocridad el resto del campeonato. O sea, justo lo contrario que ahora. Teoría que confirma lo que un viejo amigo sostiene. Mucha gente, forofillos de aluvión, no aspira a tener un club serio y competitivo. Lo que quieren, en realidad, es un circo ambulante. Un realityshow que les entretenga, dé cobertura a sus conversaciones en el bar, y mantenga vivas las emociones extremas con las que amortiguar la rutina.
Como socio del Valencia que estuvo en Barcelona el 12 de abril de 1986, represento a un valencianismo distinto, que en absoluto se siente feliz con la patochada fachista de negarle la palabra al presidente, en un alarde patético de desmemoria y jocosidad de botellón.
Como irreductible valencianista que no pone su ilusión en manos de nada que no sea la propia historia del club y su carácter sagrado, celebro la presencia de jóvenes canteranos en el acto del pasado miércoles, y espero, de todo corazón, que logren estar a la altura de sus predecesores más ilustres: Puchades, Claramunt, Guillot, Arias, Fernando, Albelda, etc. ¿Habrá paciencia?
Como hincha fiel y amante del buen fútbol, espero que los fichajes del Valencia no prejuzguen a su nueva afición por lo acontecido el miércoles. Y sepan que este es un club grande y especial. Lo comprenderán muy pronto, cuando el embrujo de Mestalla renazca y el empuje del murciélago recobre las viejas claves de siempre: Humildad, coraje, pasión... y unas gotitas de fantasía. Todo muy lejos, afortunadamente, de los cuentos chinos y la futbolmanía. Esa lacra insufrible.
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