dimecres, 29 d’agost del 2018

A PROPÓSITO DE LAS PRESENTACIONES...



Aprofitant el recordatori fet per Ciberche i l’amic Esteban Fernández a Twitter fa uns dies d'un dels episodis més negres vistos a Mestalla recuperem un article publicat en Levante El Mercantil Valenciano el 16 d'agost de 2003 per Rafa Lahuerta Yúfera.


Infantilizar a la afición y redu­cirla a masa consumista e irresponsable ha tenido con­secuencias funestas para el mun­do del fútbol. Tal como anticipa­ra el siempre lúcido Martin Queralt hace 10 años, el forofo de aluvión se ha hecho fuerte en su exigencia de espectáculo gran­dilocuente a todas horas. Espec­táculo que ya no se reduce a los meses de competición oficial, sino que se alarga durante las se­manas de pretemporada con la necesidad de ver cada día caras nuevas y famosillas con las que alimentar esa gran trampa llama­da ilusión ¿El cuponazo, quizás? El adicto a la futbolmanía no piensa jamás en el carácter real de su club. La entidad es una en­telequia dejada del mundo bron­co y cotidiano de la barra del bar, lugar sagrado donde se dirimen las verdades futboleras. El único objetivo del futbolmaniaco es pa­sarlo bien a toda costa (en el fon­do son grandes hedonistas (sic)), sin importarle para nada las po­sibilidades reales del club. La cla­ve reside en fichar cracks, y saciar así un ridículo orgullo de perte­nencia mediática que consiste en acaparar portadas de prensa en fechas inútiles. Un orgullo tonto que denota, ante todo, complejo de inferioridad ante los de siem­pre, aburrimiento estival, falta de perspectiva histórica, nula con­fianza en la cantera y en los pro­fesionales actuales, irresponsa­bilidad ante la situación financie­ra del club, y ceguera total ante la crisis del fútbol en general, que como suele suceder, acabará pa­gando el contribuyente. Es decir, usted y yo. Pero no importa. Al pachan­guero irresponsable todo eso le da igual. La mística de Anfield Road o Celtic Park le parecen cosa de fanáticos. El modelo Ajax, utópico. La variable cante­ra no existe en su imaginario atolondrado, y como lleva la ca­miseta Toyota, se cree con de­recho a todo. El cliente siempre tiene razón. Y es precisamente ahí, en ese axioma mercantilis­ta y tramposo, donde se dibuja el drama del fútbol y del Valen­cia en particular. 

El socio clásico ha involucio­nado. Ahora es cliente, de la mis­ma forma que el ciudadano se ha convertido en simple consumi­dor. Rebajas morales de estos nuevos tiempos condicionados por audiencias y mayorías en apa­riencia democráticas, pero con comportamientos intolerantes y marcadamente caprichosos. De tal manera que lo acontecido en Mestalla durante la presentación no es ninguna sorpresa. El propio club, con su política banal y ca­rente de toda mística, ha engendrado en su seno esa bestia irres­ponsable que no atiende a más ra­zones que a las de los fichajes de relumbrón (como si esa fuera la tradición de la casa). El malestar contra la directiva puede ser más o menos lícito en función de la capacidad de análi­sis y autoengaño de cada cual. Ahora bien, lo inadmisible es esa alegría estúpida en el insulto, en el linchamiento premeditado y sin venir a cuento contra Ortí, cuando ni siquiera ha empezado a rodar el balón. Viendo las imágenes de prensa y televisión se contem­pla el ambiente de chufla que reinaba en la protesta. Una pro­testa festiva e irresponsable, destructiva porque sí, sin más espíritu que el de manifestar una rabia ilógica y despropor­cionada, construida sobre cas­tillos en el aire; negando, por an­ticipado, toda posibilidad de éxi­to en el curso recién estrenado. 

Seguramente, porque la ma­yoría de los presentes ha olvida­do que hasta hace algunos años, el Valencia sólo ilusionaba en ve­rano, para vegetar en la medio­cridad el resto del campeonato. O sea, justo lo contrario que aho­ra. Teoría que confirma lo que un viejo amigo sostiene. Mucha gen­te, forofillos de aluvión, no aspira a tener un club serio y competiti­vo. Lo que quieren, en realidad, es un circo ambulante. Un reality­show que les entretenga, dé co­bertura a sus conversaciones en el bar, y mantenga vivas las emociones extremas con las que amortiguar la rutina. 

Como socio del Valencia que estuvo en Barcelona el 12 de abril de 1986, represento a un valen­cianismo distinto, que en absolu­to se siente feliz con la patochada fachista de negarle la palabra al presidente, en un alarde patético de desmemoria y jocosidad de botellón. 

Como irreductible valencia­nista que no pone su ilusión en manos de nada que no sea la propia historia del club y su ca­rácter sagrado, celebro la pre­sencia de jóvenes canteranos en el acto del pasado miércoles, y espero, de todo corazón, que lo­gren estar a la altura de sus pre­decesores más ilustres: Pu­chades, Claramunt, Guillot, Arias, Fernando, Albelda, etc. ¿Habrá paciencia? 

Como hincha fiel y amante del buen fútbol, espero que los fichajes del Valencia no prejuz­guen a su nueva afición por lo acontecido el miércoles. Y sepan que este es un club grande y es­pecial. Lo comprenderán muy pronto, cuando el embrujo de Mestalla renazca y el empuje del murciélago recobre las viejas claves de siempre: Humildad, coraje, pasión... y unas gotitas de fantasía. Todo muy lejos, afortu­nadamente, de los cuentos chi­nos y la futbolmanía. Esa lacra insufrible.


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