“Lo inacabado tiene un profundo encanto. Esta fuerza rota, este impulso interrumpido, este vuelo detenido, ¿qué hubieran podido ser y adónde hubieran podido llegar?” – Azorín.
Desde que subieron a primera división ha sido uno de los viajes que más me llamaban la atención hacer. No es que al equipo lo siguiera con especial interés -reconociéndoles su buen papel estas últimas temporadas- ni que la ciudad tenga mucho que ver más allá de la iglesia de San Andrés, sin embargo, su viejo y pequeño estadio siempre me parecía que tenía cierto encanto y que era motivo más que suficiente para ir a Ipurua.
No me atraen nada los estadios modernos, me parecen todos iguales, fríos, sin personalidad, carentes de alma, sin embargo, me quedo con esos viejos campos con cubiertas oxidadas y gradas incómodas que parecen más cerca de pasar a mejor vida que de perdurar en el tiempo. Los nuevos estadios que se construyen actualmente parecen más pensados para realizar cualquier actividad menos para lo que se supone que importa, el fútbol.
Uno que además siempre le ha gustado el fútbol inglés siempre ha sentido atracción con los viejos estadios que allí hay o habían. Craven Cottage, Upton Park, Brisbane Road, City Ground…
Hace unos días saltaba otra vez la noticia del posible adiós a nuestro viejo estadio. Tenía que llegar, solo habían pasado doce años desde que Soler (sic) nos anunciara el Nou Mestalla, y pese a todo, en algún rincón de mi mente aún albergaba la esperanza de que a algún gestor quisiera reconsiderar el cambio de barrio y dinamitara la mole de cemento de la avenida de la Cortes Valencianas.
Alegaba Rafa Lahuerta en el diario El Mercantil Valenciano hace unos días: “la militancia más ilustrada de Mestalla puede cometer el error de lastrar poéticamente lo que se ha convertido en necesario para la supervivencia de la entidad. Sería un error que la autografía sentimental de unos pocos pusiera palos a la rueda del futuro”.
Bien, no es que me moleste ir a un campo donde pueda llegar a mi localidad sin que previamente tenga que pisar varias cabezas, o que cada vez que llueva tenga que estar pendiente de no irme rodando por las escaleras, o que el cambio de barrio sea un trauma ya que ambos me pillan igual de mal para llegar, ni tampoco que la novedad, en cierta manera, no me parezca excitante incluso ilusionante. No, no es eso. Simplemente me cansan y me aburren los estadios nuevos y relucientes. Visto uno, vistos todos.
Me quedo con el Mestalla vertical y furioso, con el Mestalla de las cicatrices y las tensiones acumuladas y con esa vieja que apela a las voces ancestrales que nos recordaba Rafa en su artículo y sobre todo me quedo con la idea de un Mestalla actual remodelado antes de un Nou Mestalla que nos puede deparar unas gradas más horizontales que verticales y más lejanas que cercanas al terreno de juego.
Un mal cambio puede ser la puntilla a un club cogido con alfileres en la parcela económica.
Amunt Mestalla!
Josep A.
PD: Somos conscientes de la sentencia que nos obliga a derribar parte de las gradas de Mestalla, de la misma manera que somos conscientes que se podría llegar a un acuerdo con la asociación de vecinos y también somos conscientes que no veo muchos visos de llegar a buen puerto la venta a esos futuros cooperativistas.
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