La convulsiva Transición española tuvo un correlato futbolístico que acercó el balompié a los dictados de la política. Tras años en los que el fútbol había servido como adormidera por parte del régimen de Franco para que los españoles no repararan en la represión, la muerte del dictador provocó un curioso fenómeno: en España el fútbol perdió terreno en favor de los acontecimientos políticos. La liga se volvió loca y, entre 1977, primera liga disputada sin el yugo del dictador, y 1985, cuando acaba el periodo de transición política, hubo hasta cinco campeones diferentes, un hecho que no conocía el fútbol español desde la década de los cuarenta, cuando el país, devastado, tenía cosas más importantes en qué ocuparse que no fueran el fútbol. Y un hecho que no ha vuelto a repetirse.
Fue la época de la hegemonía de los equipos vascos, que se repartieron cuatro ligas consecutivas, del Madrid de los García, que sorprendentemente rozó una Copa de Europa, y del reforzamiento del victimismo barcelonista, cuando la excusa del “equipo maldito” del régimen que habían esgrimido los culés durante años se desnudó en forma de mala gestión deportiva.
Y fue la época del considerado unánimemente como el mejor Valencia de la historia. Un Valencia que tenía un presidente, José Ramos Costa, que jugó a ser Florentino Pérez muchos años antes de que el dueño de ACS desembarcara en el fútbol español, y reventó el mercado gastando 100 millones de pesetas de aquellos tiempos en hacer “un Valencia mejor”. Ramos trajo a Diarte, Kempes, Carrete, Solsona, Bonhof, Castellanos, Manzanedo o Felman, algunos de los mejores futbolistas del momento. Pero el Valencia no ganó casi nada con aquel equipo. Una Copa del Rey, una Recopa y una Supercopa, un botín menor para una plantilla que reunía a los mejores futbolistas de la liga.
Paralelamente a la sucesión de ligas y copas, España se iba conformando, poco a poco, como un estado de las autonomías. El País Valenciano o Reino de Valencia, denominaciones que ya de por sí sugerían una orientación política según quienes las emplearan, se quedó a medio camino en la carrera por lograr una autonomía con mayores competencias, como rezaba el artículo 151 de la Constitución. La absurda guerra de símbolos que inició la derecha y que secundó la izquierda moderada llevó a que la Comunitat Valenciana, como pasó a denominarse en decisión salomónica, se quedara al nivel de autonomías sin peso histórico, como Castilla La Mancha o Extremadura.
La trayectoria del Valencia en aquellos tiempos de dudas fue una perfecta metáfora de lo que sucedía en los órganos legislativos del Estado y en las conversaciones políticas. El Valencia tenía un potencial deportivo tan grande como los tradicionales dominadores de la liga, pero no ganó ningún campeonato. Los éxitos se los repartieron el Atlético de Madrid, símbolo de la clase obrera madrileña, el Barcelona, que volvió a ganar una liga 12 años después cuando el estatuto catalán se acababa de perfilar, Real Sociedad y Athletic de Bilbao, en pleno proceso autonómico, y el eterno Real Madrid.
El Valencia se tuvo que conformar con una Copa, la edición de 1979. Hoy se cumplen 30 años de aquella final que el Valencia ganó en el Vicente Calderón al Real Madrid con dos goles de Kempes, tesoros de filmoteca deportiva tres decenios más tarde.
Esa final fue tan simbólica como todo lo que sucedió en España y en la Comunidad Valenciana durante los años de la Transición. El Valencia jugó en un campo teóricamente neutral pero en la ciudad de su contrincante, sufrió como pocas veces para lograr un título (el segundo gol de Kempes llegó en el crepúsculo del encuentro y el Madrid falló un penalti) y vistió los colores de la Senyera, el signo de identidad que Ramos Costa había elegido para diferenciar al Valencia del blanco madridista y del catalanismo que consideraba una amenaza para la ciudad. 25.000 valencianistas acudieron a la final, con banderas tricolores de la ciudad (por entonces, todavía no eran los colores de la Comunidad), y con tracas, cuando se podían disparar petardos en los campos de fútbol.
Ganó la batalla, gracias al mejor futbolista que ha militado en el Valencia en toda su historia, pero no la guerra. El Valencia, un actor secundario en la fiesta político-deportiva que vivía el país en su aprendizaje democrático, no lograría ningún título nacional más hasta 20 años más tarde. Un escaso premio para un club que, como siempre, era el reflejo de la sociedad que lo sustentaba.
Paco Gisbert
Accionista del Valencia CF
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