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diumenge, 3 d’abril del 2011

Vale la pena la espera

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Hui tenim de nou el privilegi de poder publicar un altre excel·lent article de Vicent Chilet, publicat al diari l'informatiu el passat 31 de març en la seua secció Semper Proximus Annus Est.
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Nunca hay dos partidos iguales, suelen repetir los entrenadores para esquivar preguntas sobre estadísticas y presagios. Hay encuentros, sin embargo, unidos por un delgado hilo que habla de fútbol, por supuesto, pero sobre todo de recuerdos, anhelos y frustraciones íntimas, la base insobornable sobre la que se forja toda militancia. En mayo de 2002, dos goles muy ingleses de Baraja, apareciendo por sorpresa desde la segunda línea, propiciaban una remontada heroica contra el Espanyol que dejaba la quinta liga del Valencia en bandeja. Un choque áspero en el que el equipo de Rafa Benítez llegó a verse desposeído del título y en el que tuvo que crecerse ante las adversidades de un gol visitante en contra o la infantil expulsión de Carboni en la primera mitad. La eufórica celebración de Mestalla también tenía escondido un componente de rabia, de ajuste de cuentas. Los goles del Pipo, rematados una semana después con la victoria en Málaga, reescribían la historia rompiendo una maldición de 31 años sin oler un título de Liga.

Aquella noche de mayo, los valencianistas de cuarenta años para arriba, aplaudían, aplaudían y aplaudían. Cuando las lágrimas ya no les daban para distinguir la celebración de la grada, la memoria les transportaba al 28 de marzo de 1971. Todo el padecimiento del partido contra el Espanyol y toda la gloria posterior de los festejos la habían experimentado en el choque contra el Celta de Vigo del curso 70/71. Faltaban cuatro jornadas para acabar el campeonato y el conjunto gallego logró neutralizar el gol inicial de Claramunt II para sumir al Valencia de don Alfredo Di Stefano en un estado irreparable de ansiedad, que contagió a todo el estadio. Las victorias del Atlético y del Barcelona en Atotxa y el Molinón desbancaban al Valencia del liderato y lo alejaban de la consecución de su cuarto título liguero, que se resistía desde la postguerra.

Con todo en contra, sin más argumento futbolístico que el corazón, el Valencia, empujado por un viento imparable, asedió la portería viguesa. Se adentró en la guerra de guerrillas propuesta por su rival, que se defendió rozando la violencia, y atacó con todo. Gómez Platas anuló correctamente dos goles de Forment, el forner d'Almenara, y se acumularon hasta catorce córners a favor. En el último saque de esquina, Sergio, un joven estudiante con tendencias izquierdistas, envió la pelota hacia el primer palo. Allí apareció como una exhalación Forment. Encima, como fieras, se le echaron dos defensas y Gost, el portero. Adelantándose a todos ellos, en un escorzo acrobático, Forment peina de un testarazo la pelota a la red. En la misma portería que Baraja, la del Fondo Norte, la de los goles milagrosos. El césped se inunda de almohadillas y Mestalla explota de júbilo en una celebración que desborda el orgasmo. En cada abrazo se comprimían los 24 interminables años de sequía. Una emoción novedosa para muchos espectadores, una cálida caricia olvidada para quien había visto jugar a la delantera eléctrica en los 40.

En 2002, 31 años después, tras los dos goles ingleses de Baraja, los cuarentones niños del 71 comprenden aquellos sollozos de sus padres, algunos ahora ya ausentes, acordándose entonces de los que no vivieron lo suficiente para festejar el testarazo de Forment. Y se reconocen en el hijo o el sobrino que tienen agarrado por la mano, hechizado con la eufórica celebración que invade el viejo estadio. Hasta en el equipo de currantes que acaba de derrumbar al Espanyol identifican fácilmente a los héroes de su infancia. Baraja posee la clase de Claramunt, Aimar la chispa de genialidad de Valdez, Cañizares reúne la sobriedad bajo palos de Abelardo, con una mirada el Ratón Ayala impone la jerarquía defensiva del "cacique" Jesús Martínez. Hasta en el más mínimo detalle están hermanados. Este equipo, como aquel, es granítico en defensa y, a falta de un referente goleador, es furtivo e intuitivo en ataque.

Incluso los que no vivieron el gol de Forment, igualmente, sienten la implicación histórica que conlleva una velada así. No habían nacido en 1971 pero, por la prolongada nostalgia de aquel último "alirón", han escuchado por boca de sus padres la historia. Se la saben de memoria, la tienen mitificada como una hazaña clásica, la han sufrido en sus carnes como la travesía a Ítaca...

Esta semana se han cumplido 40 años del gol de Forment. En poco más de un mes los goles ingleses de Baraja alcanzarán los nueve años, matizados con el doblete de 2004. Las incertidumbres que acechan al presente del club, el poder absoluto de Barcelona y Real Madrid, hacen presagiar que la epopeya envejecerá más años todavía, quizá décadas. No pasa nada. A los valencianistas que vengan les hablaremos de la noche de Baraja, les recordaremos lo que nos contaban de aquella tarde de Forment. Entenderán que, al final, el Valencia siempre regresa y que vale la pena la espera.


Vicent Chilet
Socio del Valencia CF
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divendres, 27 de març del 2009

El gol de Forment (28-03-1971)

·Hui volem agrair tots els nostres lectors i col·laboradors haver fet possible arribar a este post #100 d'¨Últimes vesprades a Mestalla".
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Yo no estuve aquella tarde en Mestalla pero como tantos otros soy hijo de aquel delirio del 28 de marzo de 1971. Lo supe definitivamente 31 años después, cuando el Pipo Baraja remontó con 2 golazos el partido clave contra el Espanyol de abril de 2002 y un estallido de locura colectiva inundó el viejo campo. Como todos los que estuvimos en Mestalla aquel sábado por la noche me vi preso de la congoja; envuelto en lágrimas y babas ajenas, con la certeza casi palpable de que por fin veríamos ganar una liga a nuestro equipo, la liga que llevábamos esperando más de 30 años y cuyo impacto emocional se me antoja como el más contundente de cuantos como hincha he vivido y creo que viviré: nada en la vida se espera y se desea durante tantos años. Pero más allá de odiosas e innecesarias comparaciones, creo que el de Forment contra el Celta de 1971 es el gol más celebrado de la historia de Mestalla. Más incluso que el de Tendillo al Madrid de 1983, el de Roberto a Buyo en 1992 o el ya comentado de Baraja al Español en abril de 2002. A favor del tanto de Forment juega el crono, la tensión de 90 minutos agónicos, la falta de costumbre. El gol de Forment reformuló un anhelo colectivo, el del gol milagroso que cambia la historia y sacia años y años de sequía.

Asumido el hechizo, volvamos a ese domingo de primavera de 1971. Llevaba el VCF 24 temporadas sin ser campeón de liga y faltaban 4 jornadas para el final. Un empate en casa era perder demasiado. El partido había sido áspero, duro, a cara de perro. Entonces llegó el corner en la portería del gol Xicotet, la de la épica. Minuto 92. 1-1. "Para la cinta" en ese momento. El rumor ansioso de Mestalla, los corazones desbocados, el sí o sí recorriendo las 4 esquinas del campo. Sergio se acerca al banderín del córner más cercano al marcador del gol norte, jaleado por la hinchada, sin apenas espacio entre el césped y la grada. "Ara sí", se dice a si mismo mientras ejecuta el saque. Esos segundos del balón en el aire lo explican todo. En esos segundos se esconde la verdad del fútbol. Todo pasa tan rápido que las cábalas, los dedos cruzados, las invocaciones a la virgen de los creyentes, la mano del padre siempre cálida o el susurro de "ara sí" contenido en miles de gargantas se quedan en el limbo de las cosas que hacemos sin saber que las hacemos. Las que nos definen. "Ara sí" vuelves a pensar. Lo piensan todos. Los presentes, los ausentes, los que casi 40 años después intentaran recrear el instante justo en que Forment se adelanta al portero vigués para, in extremis, peinar la pelota al fondo de la red ante el frenesí desatado de un Mestalla en estado de máxima excitación. GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL. El rugido es tan potente que se oye al otro lado del río.

Por momentos el tiempo queda suspendido, en un globo de felicidad expansiva y extática. Un paroxismo emocional sin medida. Mucho más que un orgasmo. 2-1. Los abrazos con desconocidos, los desmayos, la rabia contenida durante tantos y tantos años son sólo una pequeña muestra del sufrimiento acumulado. 24 años de expectativas no siempre satisfechas reducidas al clamor de un instante único. La parroquia lanza almohadillas al terreno de juego, en pie, fuera de sí; algunos incluso, como me contará años después mi padre, se lanzan al campo en un estado de enajenación absoluta. Hay que saber lo que está en juego. Y sólo ellos lo saben realmente. Los presentes, los ausentes, los que ahora intentamos recrear ese día a partir de unas cuantas fotos y un puñado de testimonios. Ese gol. Un hito fundacional de tertulias familiares, el icono de una tarde imborrable en el marco de un año mágico. 1971. Un estallido de alegría inexplicable, nuevo, histórico. Ese gol convertido en hilo conductor de un programa de televisión 20 años después, con Forment explicando la jugada para absoluta conmoción de quien firma este escrito, apenas unos meses después de enterrar a la persona que me hizo partícipe de ese sentimiento irrenunciable, mi padre. Lo que hay detrás de ese gol es la primera liga del Gran Mestalla; la primera vez que más de 60.000 valencianistas se funden en un solo grito y ven más cerca la epopeya del título. Lejos queda la liga del 47' y aquel Mestalla de gradas de madera y caminos embarrados de la postguerra. Estamos en el presente, en la España predemocrática de 1971 y vamos a volver a ganar una liga. Sólo quedan 3 jornadas. Y este gol de Forment es algo más que una señal. Es la culminación de un sueño largamente acariciado.

Casi 40 años después, la perspectiva del tiempo transcurrido y las ligas de la factoría Benítez no pueden hacernos cambiar de criterio. La de 1971 es posiblemente la más meritoria del palmarés. Por la fisonomía del equipo, por lo inesperado, por la dificultad añadida de la coyuntura sociopolítica, por la tensión máxima con que se desarrollan las últimas jornadas del campeonato. Diría, incluso, que por la literatura generada durante los siguientes 30 años de travesía en el desierto.

Sólo una semana después es Antón quien marca en Sabadell el gol de la victoria, también de manera agónica, a falta de cinco minutos. La penúltima jornada es de trámite, con un Mestalla entregado y un ambiente festivo, con globos y pólvora a raudales. La victoria es cómoda y abultada, 3-0 al Elche. Finalmente, y para añadir más zozobra y tensión, la no menos angustiosa tarde de Sarrià. 18-04-1971. No hace falta insistir. 20.000 valencianistas en Barcelona, toda una afición movilizada. Perdemos 1-0 pero somos Campeones de Liga por cuarta vez. El recibimiento es apoteósico desde el momento en que se cruza el rio de la Sénia hasta la llegada al Cap i Casal. La emoción se desborda. Hemos vuelto. No importa que vayamos a tardar 31 años en volver: siempre lo hacemos. En el camino, una certeza: el gol de Forment inventó un género. El "forner d'Almenara" puso la cabeza, Mestalla el corazón. Posiblemente, el gol más celebrado de nuestra historia. Llamen al marmolista e inmortalicen el testarazo. Para que nadie olvide jamás el material con el que se construyen las gestas, los mitos, la memoria, el compromiso, la lealtad.

Rafa Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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