dijous, 24 de juny del 2021

VALENCIA C.F. UN CLUB BERLANGUIANO (y XV)



PARIS-TUMBUCTÚ. 1999.

Michel des Assentes, cirujano plástico, cansado de la monotonía de su vida y deprimido por su impotencia sexual, intenta poner fin a su vida tirándose por la ventana. En el preciso momento de hacerlo, ve pasar a un ciclista con un cartel en el que pone “París-Tumbuctú” y cambia de planes. Le compra la bici y decide emprender la aventura del viaje. En el trayecto sufre un accidente que le hace acabar en Calabuch, un pueblo de la costa mediterránea con habitantes muy particulares.

La última película del genio valencianista, su premeditado epílogo. Justo en 1999, cuando nuestro Valencia comenzaba el lustro más laureado de su historia con aquella memorable Copa del Rey en Sevilla.

La película es coproducida por Jordi García Candau, periodista experto en fútbol y en la historia y entresijos de nuestro Valencia.

De nuevo Calabuch, nuestro universo Mestalla, como lugar escogido por el maestro para colgar sus botas, que no su genialidad pues le seguiría acompañando durante el resto de sus días.

Cuarenta y tres años después los habitantes del pueblo costero ya no son los mismos, los tiempos han cambiado. La desconfianza ha ganado terreno a la ingenuidad como ha sucedido en el pueblo de Mestalla por el continuo engaño que hemos sufrido todos estos años por muchos de los dirigentes que han gestionado el club.

La película, como nuestro Mestalla, huele a Mediterráneo, desborda luz y es más de personajes que de argumento. Juan Diego es un mecánico anarquista y nudista, Amparo Soler Leal una monja viciosa del sexo y la horchata y Santiago Segura interpreta a un cura condenado por el asesinato de un árbitro que pitó un penalti en el último minuto contra su equipo aunque él sigue justificándose en que la moviola, antecedente del VAR, le dio la razón. En estos tiempos de hortera corrección política sería imposible ese personaje, aún hay mucha gente que no entiende que la caricatura es una forma de denuncia inteligente, legítima y respetable.

El viaje que Michel realiza en bicicleta es su huida imposible pero a la vez ilusionante, nuestra “voluntad de querer llegar” como rasgo que siempre ha caracterizado al valencianismo.

A sus habituales ingredientes de sarcasmo y ternura, el maestro añade una importante dosis de nostalgia que convierte París-Tumbuctú en una película muy especial dentro de su filmografía, una maravillosa forma de despedida del mundo del cine y probablemente también de la vida. Se percibe en todo ello un hastío vital, un cansancio asumido, una humana e inevitable resignación de fin de trayecto en el que siempre se regresa un poco al principio. Lo hace con maravillosos guiños a muchos de los personajes, escenas y situaciones que han formado parte importante de su trayectoria profesional y personal, porque sus películas trascienden más allá del propio cine, como nuestro Valencia lo hace del propio fútbol tal como comprobamos en la temporada del Centenario, en aquella marcha popular y en aquel inolvidable partido de Leyendas en el que como en París- Tumbuctú, sobre la pantalla del césped de Mestalla rememoramos inolvidables escenas de partidos y jugadores de tiempos pasados, de diferentes etapas de nuestras vidas.

Berlanga, además de al fútbol, era un gran aficionado al ciclismo. En una escena de la película homenajea a Federico Martín Bahamontes, el águila de Toledo.
En la película utiliza la bicicleta como un símbolo de búsqueda de la libertad.

París-Tumbuctú es una comedia con un trasfondo tremendamente duro, como todo el proceso que ha ido gradualmente desgastando nuestro club hasta venderlo, una encrucijada terminal.

Tumbuctú (nuestro democratizar el club) está todavía demasiado lejos, juntos debemos ir pedaleando sin que la desesperanza venza a la ilusión.

¿Hasta cuándo nos durará la pasión en esta nueva realidad de nuestro Valencia en la que nos quieren hacer totalmente prescindibles?.

¿Debemos como Imperio “Cheaustrohúngaro” sacar la bandera blanca, ya sin el escudo del murciélago, a modo de rendición?.

En el último plano de la última película de nuestro director de cine más universal y querido, aparece un cartel con dos palabras y una letra: “Tengo miedo. L”. Como nosotros ahora con la incertidumbre que amenaza al club de nuestras vidas en manos de unos irresponsables que nada han aprendido en el tiempo que llevan aquí.

¿Cómo lo pudimos permitir?. Como solía repetir el genio cuando creía que la escena no había sido bien rodada: “¡Vaya cagada!”. Sigamos pedaleando, aún estamos a tiempo.

Pero para el último párrafo de este último texto de “Un Valencia Berlanguiano” con el que durante quince semanas hemos pretendido humildemente homenajear la vida y obra del genio valencianista repasando cada una de sus diecisiete películas relacionándolas con nuestro querido club para acercarlas principalmente a los más jóvenes, hemos elegido quedarnos con otra escena de nuestra especialmente querida París-Tumbuctú:

Manuel Alexandre, que en Calabuch interpretó al pintor de la entrañable barquita “Esperanza” en cuya “s” ponía toda su pasión, mimo y empeño, interpreta ahora un veterano anarquista que rotula la fachada del casino libertario mientras declara su pasión por la voluptuosidad de las “eses”. Cuarenta y tres años después, quizá de distinta forma pero con el mismo amor por esa letra. La de Sempre Amunt y Sempre Berlanga!.

¡Imperio Cheaustrohúngaro forever!



@MESTALLIDOS (Desde el tendido 7 de Mestalla, aspirante a secundario de Berlanga).




dijous, 17 de juny del 2021

VALENCIA C.F. UN CLUB BERLANGUIANO (XIV)




TODOS A LA CARCEL. 1993.

En la Cárcel Modelo de Valencia se celebra el Día Internacional del Preso de conciencia, para lo que se inician una serie de preparativos. El evento se plantea como un día de solidaridad y fraternidad pero todos los asistentes buscarán intereses diversos y egoístas. Entre las situaciones más disparatadas se planea la fuga de un mafioso italiano que vive a cuerpo de rey en la prisión. Todo ello bajo un motín de presos que hacen más caótica la situación.

Nueva comedia coral de un Berlanga en estado puro y atronador ejerciendo su maestría en un escenario fijo (fue uno de los condicionantes que impuso para el rodaje) de la ciudad de Valencia, la antigua cárcel modelo que actualmente es un macro complejo administrativo…

Las escenas, como ya caracterizaron a Moros y Cristianos, son una sucesión de tracas y terremotos, unos tras otros, como la actualidad valencianista desde hace muchos años, más propensa a aparecer en páginas de sucesos, tribunales o economía que en las específicamente deportivas.

Hasta intentos de secuestro (Juan Soler- Vicente Soriano) hemos llegado a tener, al más puro estilo mafioso del italiano Tornicelli que Torrebruno interpreta en la película ocupando una celda que bien podría ser una suite de lujo desde la que disfruta del compadreo y atenciones de los funcionarios de prisiones, quienes reciben a cambio obsequios del capo.

Para algunos estudiosos de la obra de Berlanga podría haber sido el primer epílogo de su filmografía. La película fue galardonada con tres premios Goya: mejor película, dirección y sonido.

Pese al continuo torbellino de situaciones disparatadas la película termina por autocontrolarse en cada momento. Nada que ver con el devenir valencianista que en vez de haberse ido apaciguando cada cierto tiempo o etapas, ha ido ganando gravedad hasta desembocar en la venta del club.

En el argumento de nuevo nos encontramos con un fin de aparente bondad, fraternidad y solidaridad pero tras el que se desenvuelven una serie de personajes que ansían aprovecharse de la situación para sus lucros y beneficios particulares. Nadie se salva, ninguno es de fiar. Podríamos extrapolarlo, una vez más, a muchos de los últimos presidentes y gestores que ha tenido nuestro Valencia, con sus respectivos intereses partidistas en perjuicio del club. Prestigio social, réditos económicos, etc.

En la película se dan muchas situaciones escatológicas, como un cocinero orinando en el marmitako que está cocinando o las “cacofonías” a modo de voces de presos que se escuchan a través del inodoro.

Berlanga volvió a priorizar las risas a la ortodoxia, como él mismo calificaba con ironía, de creador exquisito. La risa como única meta pero no exenta de crítica y reflexión, esa que tantas veces nos falta a los valencianistas y que deberíamos valorar antes de poner alfombras rojas a salvadores externos.

Muchos analistas consideran esta película como una continuación de la llamada Trilogía Nacional. Ahora en lugar de repartir tortas a la aristocracia y la burguesía de la derecha, Berlanga lo hace a los movimientos progresistas que caracterizaban la primera etapa socialista. El maestro siempre incomodando desde su innegociable libertad, tocando libremente los cojones a unos y otros. No cae en la simplicidad de muchos debates valencianistas en los que si criticas a Meriton es porque eres de Llorente, o viceversa. O en el maniqueísmo de los que legitiman a Meriton con el recurrente “Haberlos puesto tú”.

En esa especie de Bioparc en el que se convierte la Cárcel Modelo de Valencia, conviven desde un comunista que lleva toda la vida preso y solo piensa, literalmente en follar y comer, interpretado por Manuel Alexandre, hasta un falangista acérrimo como el que interpreta Rafael Alonso.

Berlanga hace un guiño a la Escopeta Nacional cuando Antonio Resines comenta:

“La cárcel es el mejor sitio para hacer negocios, antes con Franco eran las cacerías”.

Podríamos actualizar esa lista haciendo mención a los palcos de los equipos comprados como medios para hacer networking.

La película es otro lienzo que el genio incorpora al mejor retrato satírico de la España que abarca desde la propia Guerra Civil (La Vaquilla) hasta los primeros años de la democracia, pero que es perfectamente válido para todas las etapas que han venido posteriormente.

A diferencia de la ternura que podíamos encontrar en La Vaquilla, ahora ya no desprende piedad ni comprensión, es mucho más duro con estos personajes que actúan con premeditación y alevosía. Al estilo Meriton y sus cómplices que ya no engañan a nadie. Solo los interesados están dispuestos a darles nuevas oportunidades.

En la película, Berlanga, como todos los genios capaz de reírse de sí mismo, incorporó una anécdota real que a él le había pasado unos años antes cuando en su etapa de director de la Filmoteca Nacional fue cesado de una manera surrealista por Pilar Miró.

La escena en cuestión se produce cuando un ministro llega a prisión y comenta a un subsecretario que ha firmado algo para él esa misma mañana. Como no recuerda exactamente qué, le pregunta a su asesor, quien le confirma que lo que ha firmado es su cese. Así es como una década antes el ministro Solana notificó a Berlanga su despido firmado por Pilar Miró.

En Valenciastán las escenas de muchos despidos podrían haberse rodado en un plano secuencia desde el Bar La Deportiva hasta las oficinas del club, que viene a ser lo mismo.

En la escena final, en mitad de un baile, Artemio Bermejo (interpretado por el gran Saza en otro guiño a la Escopeta Nacional), siendo consciente de la frustración de sus logros, quizá los menos viciados de todos los que se exponen en la película, totalmente desquiciado se dirige a la cámara y se tira un tremendo pedo, una declaración de intenciones hacia un país gestionado por corruptos.

Quizá el próximo partido en Mestalla con la KissCam enfocándonos y Anil en el palco sea momento de rememorar coralmente esa escena como colofón al grito unánime y ya imparable de Lim Go Home!.
 

@MESTALLIDOS (Desde el tendido 7 de Mestalla, aspirante a secundario de Berlanga).


dijous, 10 de juny del 2021

VALENCIA C.F. UN CLUB BERLANGUIANO (XIII)




MOROS Y CRISTIANOS. 1987.

Los miembros de Planchadell y Calabuig, una empresa familiar tradicional de turroneros de Xixona, se trasladan a Madrid para promocionar sus productos en una feria de alimentación. Allí les convencen para contratar a un asesor de imagen que les publicitará sus turrones. Todos parecen contentos con la nueva estrategia de marketing y sus resultados, excepto el padre de familia que continúa pensando que el negocio ha perdido su esencia.

“Against modern turrones” podríamos calificar la actitud del padre frente a la postura del resto de familiares que ceden a las demandas de los nuevos tiempos.

El debate de siempre, si el nuevo fútbol hace perder la esencia del mismo.

La llegada de Meriton al Valencia ha sido quizá la confirmación, el golpe de realidad cruel y definitivo a partir del cual que ya nada será como antes.

Es el último guión conjunto de Berlanga y Azcona, trasladado a nuestro Valencia, el último partido juntos de Pasieguito y Puchades, de Claramunt y Paquito, de Albelda y Baraja. Parejas que no volverán a juntarse pero siempre permanecerán en el imaginario colectivo de muchas generaciones porque sus obras les trascienden y quedan.

La antepenúltima película del genio tiene un marcado carácter mediterráneo, valenciano y fallero, con continuas escenas y situaciones de humor y risas introducidas de manera muy anárquica dentro de una incorrección temática. Los personajes son ninots dentro de una falla, reflejo de una sociedad que avanza acelerada y grotescamente hacia una amoralidad y egolatría en la que vale cualquier atajo para conseguir el objetivo individual, casi siempre mercantilizado. Una vez más el maestro predijo lo que años más tarde conocimos política y socialmente como “La cultura del pelotazo” que traducido a nuestro Valencia fue aquel “Equipasso” de Paco Roig.

Berlanga, que siempre reconoció su verborrea, comentaba que no le gustaban los silencios en sus películas, lo que relacionaba a su carácter valenciano y fallero, a su afición por las mascletás. Muchos de los diálogos de Moros y Cristianos son eso, una interminable traca de palabras que se superponen unas a otras en explosión continua.

Hubo una época en la que las gradas de Mestalla también fueron así, literalmente, con sonidos de tracas y olor a pólvora, nada que ver con esta temporada en la que por la epidemia nuestro campo ha estado vacío a excepción del partido contra el Eibar en el que unos dos mil aficionados pudimos acudir.

Ojalá la temporada que viene volvamos todos y al unísono rompamos su silencio con un estruendoso y continuo Meriton Go Home. Sin parar, hasta que se vayan.

A Berlanga siempre le gustó desdramatizar muchos temas que la sociedad trataba como tabú o territorio sagrado. Ya lo hizo en su película anterior, La Vaquilla. Ahora, en Moros y Cristianos, rehúye el tono academicista y pulcro para dar rienda suelta a la espontaneidad individual dentro del caos colectivo de su coralidad, sello del maestro.

Pero hasta en eso hay que tener arte y sabiduría para saberlo plasmar en sus continuos planos secuencias. Nada que ver con las continuas y desastrosas improvisaciones de la gestión de Meriton en la que la coralidad, esa que va más allá de un simple equipo de fútbol, no tiene cabida.

El maestro siempre se mantuvo abierto al cine industrial y de entretenimiento, tenía claro que ser comercial no estaba reñido con tener calidad.

En eso Meriton también ha sido muy torpe. Podían haber hecho perfectamente compatible su concepto de club como empresa y la esencia de lo que el Valencia significa para sus seguidores. Con dar un mínimo cariño a la historia y tradiciones del club, hubiera sido suficiente. Pero nunca han querido, jamás han realizado un esfuerzo más allá de dos o tres tópicos muy simplistas y superficiales.

Es una lástima porque el potencial de nuestro club es enorme e incluso se le podría sacar una rentabilidad económica, aspecto que tanto les interesa. A modo de ejemplo, camisetas vintage, Mestalla como campo más antiguo de Primera División, obsequios de libros de historia del club al renovar el pase, etc.

En definitiva, era perfectamente compatible que aceptáramos que los tiempos han cambiado a una mayor e inevitable mercantilización y globalización, como el mundo en general, con un cierto cariño a la cultura y tradiciones del club, a nuestro ADN.

En Moros y Cristianos la frase fetiche del maestro, su supersticiosa alusión al “Imperio austrohúngaro,” se realizó precisamente a través de la megafonía de unos grandes y modernos almacenes en los que se anunciaba la venta de un delicioso libro sobre su obra, “Berlanga, el último austrohúngaro”.

Tiempos modernos y tradición formando parte de una misma comparsa, esa que Peter Lim y sus gestores nunca han querido escuchar.

@MESTALLIDOS (Desde el tendido 7 de Mestalla, aspirante a secundario de Berlanga).

dijous, 3 de juny del 2021

VALENCIA C.F. UN CLUB BERLANGUIANO (XII)






LA VAQUILLA. 1985.

En plena Guerra Civil, en el frente de Aragón, combaten nacionales y republicanos. En Perales, zona nacional, están de fiestas y van a realizar entre otros actos el encierro de una vaquilla que los republicanos intentarán robar para comérsela. Para conseguirlo, un grupo tendrá que infiltrarse en el pueblo del “otro bando”.

La película tiene el final más escalofriante de toda la filmografía de Berlanga. La escuálida vaquilla yace muerta en tierra de nadie con las órbitas de sus ojos llenas de moscas mientras los buitres sobrevuelan en la cercanía con la intención de devorarla.

Entre todos la mataron y ella sola se murió.

El guión es de 1956, la primera colaboración de la pareja mágica Azcona-Berlanga. La idea era incluso anterior pero no se pudo materializar por los continuos problemas motivados por la censura y el elevado presupuesto que suponía.

Cuando por fin se pudo rodar sobrepasó los 250 millones de pesetas, la película más cara hasta ese momento que también se convirtió en su mayor éxito comercial.

De nuevo asistimos a una película coral con unos maravillosos personajes que caricaturizan a la perfección el sinsentido y miseria de la guerra.

Una de las consecuencias más tristes y lamentables de la etapa Meriton ha sido la capacidad de dividir absurdamente a la afición. Afortunadamente el tiempo ha puesto a cada uno en su sitio y hoy en día apenas quedan afines a su desastrosa e injustificable gestión. Solo la defienden los que como ellos intentan servirse de nuestro club por temas egoístas y particulares.

Son los de siempre, los que hasta de las guerras intentan sacar beneficio.

La visión de Berlanga sobre la guerra era humanista, no hay un bando ganador, todos perdemos. En nuestro caso el Valencia.

Qué sentido tiene enemistarnos con nuestro vecino de localidad de Mestalla o con compañeros de nuestra misma Peña si al final todos somos parte de nuestro club, si al final celebramos los goles con la misma euforia fundidos en abrazos. Como sucede en la escena en la que los republicanos se bañan en la balsa y son sorprendidos por los nacionales, en cuestiones de pelotas somos todos iguales. Ellos pasando completamente desapercibidos sin símbolos o ropas que los diferencien, y nosotros deseando que el esférico bese la red de la portería contraria.

Meriton no merece esas guerras fraticidas.

Berlanga hace en La Vaquilla un tratamiento satírico de la guerra, dejando claro lo irracional e innecesario de la misma. Lo hace además sin heroicidades, como hay que querer a nuestro Valencia, sin los delirios de grandeza y salvapatrias que tanto daño nos han hecho históricamente. La desmitificación, que es lo que hace el maestro con la Guerra Civil, también es una forma de contundencia para dejar en evidencia la sinrazón de los conflictos bélicos.

Ya lo hicieron los Monty Python (no confundir con Los Murthy Python que tan poca gracia tienen) con el tratamiento de la religión en su magnífica La Vida de Brian.

Al valencianismo de vez en cuando nos vendría bien quitarnos trascendencia, probablemente nos restaría presión e incluso esa dosis de autodestrucción que de vez en cuando nos caracteriza.

El Valencia siempre ha sido un club integrador y de carácter transversal en el que cabemos todos. Es parte de su grandeza.

La mimada “hija de Peter”, Kim, que en numerosas ocasiones ha dado muestras de utilizar nuestro club como un juguete del que presumir en redes sociales, nos tildó de racistas porque según ella criticábamos la gestión de su papá condicionados por su raza asiática. Una muestra más del desconocimiento de la historia de nuestro Valencia en el que nunca hemos juzgado a nadie por su procedencia sino por su honestidad y servicio al club. Difícil de entender para quienes únicamente vale el argumento del dinero y no aceptan críticas.

Ojalá aprendamos de una vez por todas a ir juntos de la mano sin bandos y que nuestro Valencia, al que se puede querer desde distintos puntos de vista, no acabe agonizando en tierra de nadie. Es posible, los actos del Centenario lo demostraron, estuvimos todos unidos dando muestras de nuestro potencial como la entidad civil más importante de la Comunidad Valenciana, esa en la que hay lugar para absolutamente todos siempre que el verdadero objetivo, tal como hacía don Vicente Peris con nuestro club, sea servir y no servirse.


@MESTALLIDOS (Desde el tendido 7 de Mestalla, aspirante a secundario de Berlanga).