El actual Valencia que amamos, no el de los carruseles incesantes de expectativas ficticias ni el de la locura constante, sino el que nos recuerda a nuestra infancia, por el cual noventa minutos a la semana nos convertimos en niños de nuevo, tiene algunos pilares indiscutibles, que, la historia, si es justa, algún día habrá de ubicar en su merecido lugar. Me gustaría referirme, en especial, en estas líneas, a don víctor Espárrago, director técnico del “último Valencia clásico”, gobernado entonces por otra viga maestra de nuestra historia reciente: Arturo Tuzón.
Los partidos de la llamada “Era Espárrago”, me vienen a la memoria como los últimos del “Valencia Clásico”. A bote pronto cabría argumentar que son las últimas memorias de un Valencia en blanco total. Pero la justificación de “último clásico” alcanza aún al reducido número de fichajes (aumentando la parte de ilusión en cada uno de ellos), y a un Mestalla viejo y hogareño que era refugio de un club grande que volvió a serlo.
De Víctor Espárrago recuerdo muy especialmente su primera temporada, aquellas tardes en que Mestalla volvía a quedarse pequeño, con la frescura de una ilusión renovada. Su llegada es fiel reflejo de la línea de discreción y cordura propia del Sr. Tuzón y vino acompañada del primero de una larga y provechosa línea de porteros nacionales brillantes, Ochotorena en competición bajo los palos con un ya veterano Sempere. El portero vasco, con su inseparable camiseta Rasán gris fue la piedra angular de un Valencia renovado. Por la izquierda Zurdi, extremo desgarbado y un pelo a lo Cipriá Ciscar y también desde Asturias el eslabón mexicano de las eternas esperanzas blancas frustradas, un nuevo 9 interruptus: Lucho Flores y su simpático bigotito. Y, capítulo aparte, el gigante disfrazado, que era el gran Eloy Olaya, cuya dupla con Penev, debe entrar con letras de oro en nuestra historia.
Aquella temporada, mi primera como Socio del Club de pleno derecho, fue la del 1-0 casi eterno, partidos trabados, bien medidos tácticamente, victorias, peleas… sin más ambiciones que “Volver”…La tercera posición a final de liga fue, en aquellas circunstancias, un logro descomunal y que puso en órbita europea al valencia de los Quique, Fernandos, Arroyos y compañía…
El segundo año fue más que el “año Penev” (“llámenme Lubo” decía el talludo búlgaro ante el jocoso juego de palabras que provoca su apellido en castellano). La primera parte de la temporada estuvo, en realidad, sostenida por Toni y Fernando, además de los sempiternos Arroyo, Quique y Ochotorena. Lo del brasileño es un caso a analizar: 12 goles en la primera parte de la liga (y sus apasionadas y jolgoriosas celebraciones) merecen un análisis más profundo que aquella noche contra el Celta…
Vendría el Subcampeonato (la tarde de Cuxart contra el Logroñés) y una tercera campaña más discreta y olvidable pusieron fin al trabajo del mezcla doctor, mezcla alfarero, que fue Espárrago en nuestro club.
Del uruguayo se recuerda su chubasquero, su gorra, el balón blanco con triangulitos negros, a Modesto Emir Turren, alquimista de lo físico, la defensa Ochotorena-Quique-Voro-Giner-Arias primero, Camarasa después- Revert. Las gafas de culo de vaso y el cañón en la pierna de Tomás, El mundial de Italia con ¡Tres! Valencianistas, un Quique espléndido que no llegó, injustamente, a participar, un Fernando en la tradición del 10 (pocos minutos ante Corea) y Ochotorena.
Capítulo aparte merece el REGRESO A EUROPA, aquella noche europea, la primera de mi vida consciente, contra el Vitoria de Bucarest (3-1, estreno goleador, celebrado como era habitual en él, del brasileño Toni) y la épica ya trillada contra el Oporto, en aquel 3-2 que, los que lo vivimos, nunca olvidaremos.
Ver aparecer a los rumanos, con su equipaje azul, sus nombres casi impronunciables y la tensión de una eliminatoria europea, despertó del letargo europeo al viejo cemento que aún habría de ver noches de gloria infinita…Pero por aquel entonces, ganar a un equipo rumano, en UEFA era un triunfo más que memorable.
Aquel Valencia era peleón, serio, como su entrenador. Grande, pero sin delirios, rebosante de humildad, festejando toda victoria como se merecía, peleando cada balón como si fuera el último.
El “Último Valencia Clásico”… Como en una espiral del tiempo, llegó Hiddink y Mijatovic, la delirante era Roig y el nuevo cemento sobre el antiguo, la gloria europea… pero ya sin dorsales por titularidad, con foráneos comunitarios y Ligas de Campeones… El fútbol antiguo, el de toda la vida murió con los ochenta y, en Valencia, gracias a Espárrago y Tuzón, le dimos un entierro digno y, para siempre, memorable.
Sergi Calvo
Socio del Valencia CF
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