dilluns, 20 d’agost del 2018

BITÁCORA DEL CENTENARIO


Jornada 1

Debuté en Mestalla en un Valencia-Atleti de la temporada 73-74. Tenía dos años.  No recuerdo nada, salvo lo que me contaron años después. En el descanso, mi padre salió corriendo del sector 6 y me dejó en casa. Volvió a tiempo de ver la segunda parte. Perdimos.

En los años 70’, los Valencia-Atleti eran partidos de tensión extrema. Se jugaban en el filo de un cuchillo. La zaga atlética era conocida por su contundencia. En el centro de la misma destacaba Eusebio, un zamarro de casi dos metros. Era la bestia negra familiar. Un hermano suyo, capitán en la brigada paracaidista, mandó a la enfermería a mi padre de un puñetazo. ¡Cuádrese! Le dijo, ¡Qué se cuadre! Ya no escuchó nada más. Con cada VCF-Atleti mi padre revivía su particular pesadilla. Cuando se despertaba, el Atleti seguía ahí, agazapado, proyectando contragolpes, encomendándose al juego trilero de Rubén Cano. 

En realidad, la vitalidad del fútbol español la mide la intensidad clasificatoria de los Atleti-Valencia. Es un partido emboscado, de aspirantes. Les separa la metafísica. Melancolía versus Pirotecnia. Los dos juegan a lo mismo, a incomodar. Ahora es el Atleti quién lleva la delantera, pero hace 10-15 años era el Valencia. Conviene recordarlo de vez en cuando. Lejos de ver al Atleti como un equipo cómplice, es nuestro gran rival. Para jugártela con los otros dos, primero tienes que superar al tercero en discordia. El Atleti vive a la sombra del Madrid pero se sirve de las mismas herramientas. La capitalidad proyecta ondas expansivas que un equipo periférico aunque hegemónico difícilmente puede compensar. El Atleti llega, el Valencia no. El Atleti puede construir fácilmente un relato transversal, sin fronteras. Al Valencia eso le cuesta mucho más. Somos un club local, de marca local, ligado a un territorio. Para elevarse, el Valencia necesita chispazos, hacerse fuerte en su carácter de alternativa creíble, inventar un lenguaje que no sea fagocitado fácilmente. La gran peculiaridad del Valencia es que ha crecido solo, sin contarse a sí mismo salvo para completar las casillas del palmarés. Las rivalidades domésticas le han aparecido de repente, sin tiempo para construir una tradición. Mientras buscaba la cima le han crecido los satélites. En ese desconcierto el club ha navegado con dificultades. De alguna forma, el Centenario es una oportunidad para pensar el club.

Las celebraciones son siempre necesarias, pero detrás de un equipo hay intangibles e inercias que no conviene desdeñar desde la imprudencia o el paternalismo. El fútbol se impone en el corto plazo, pero es la médula espinal de la entidad la que sostiene y garantiza su viabilidad real. Al Centenario no sólo le pido fuegos de artificio y banderas en los balcones. Al Centenario también hay que exigirle reflexión, debate civilizado, ideas. La primera y fundamental, saber qué somos sin trampas ni fanfarronerías. Que la liga del Centenario empiece con un Valencia-Atleti no parece tan casual. Es el rival que nos ha pasado por encima mientras jugábamos a proyectar castillos en el aire. Como lección me parece insuperable.

Rafa Lahuerta Yúfera.