dissabte, 20 de maig del 2023

NADA DE ADIÓS MESTALLA



En mi caso no fue un sentimiento heredado. A mis padres debo agradecerles algo que
 tiene mucho más mérito, que no se volvieran locos intentando comprender mi locura. 

Todo surgió en un modesto patio de colegio desde el que se divisaba la silueta del Fondo Sur. Cuando Mestalla te guiña un ojo ya eres parte de él.

A la salida de clase jugábamos a fútbol en sus aceras. Las puertas, por aquel entonces verdes, hacían de porterías y más de una vez “encalábamos” el balón en sus entrañas a las que acudíamos a recuperarlo. Nos las sabíamos de memoria, éramos parte de ellas.

En primavera, cuando alargaba la luz del día, pasábamos algunas tardes en la sede social que soñó Peris, rodeados de banderas, trofeos y fotos. Era una habitación más de nuestra casa.

Los primeros pases eran de cartón y las crecientes muescas sobre su superficie un certificado de fidelidad al club.

Sobre su General de Pie, entre avalanchas, creímos llevarnos la vida por delante hasta que la maldita Ley de Sociedades Anónimas Deportivas nos escupió que la vida iba en serio y nos obligó a permanecer sentados y controlados en las dimensiones del nuevo teatro en el que habían convertido nuestro club y nuestro campo.

Han pasado cuarenta años de mis cincuenta y sus cien y ahora que acudo a él con mis hijos de la mano (se trata ya de un sentimiento heredado), puedo decir que nunca he vivido tanto tiempo en otro lugar. Mi arqueología vital gira a su alrededor: infancia, adolescencia, juventud, madurez y hasta que el cuerpo (el suyo y el mío) aguanten.

En los años noventa un amigo me dijo: “Nano, tú no podrías huir nunca de nada.

Sabríamos dónde encontrarte. Bastaría con esperar un domingo de fútbol en Mestalla”. Años más tarde, Campanella dio forma a aquella reflexión en El secreto de sus ojos y yo continúo regresando al viejo campo. Teníamos que haber patentado aquel guión.

No puedo imaginar la posibilidad de que un día Mestalla deje de existir, de que se cometa esa aberración de la que tantos años llevan hablando, incluso presumiendo.

Si Mestalla es un pueblo su destrucción será un genocidio. Que se metan sus delirios de grandeza por donde les quepa, no necesitamos un estadio nuevo, queremos quedarnos en nuestro campo.

Me niego visceralmente a formar parte de esa complicidad que asume su caducidad impuesta. ¿Por qué?. Todo, absolutamente todo es reconducible y yo me quiero quedar en Mestalla para siempre. ¿A dónde podré huir si no?

Felicidades, viejo, y ya sabes que por lo que a mí respecta, nada de adiós Mestalla.

Jose Carlos Fernández Haba, socio del VCF y miembro de Uvam. Cuarenta años y mil partidos en Mestalla.