Vaya por delante, antes de adentrarnos en el meollo del asunto, que la afición valencianista se ha caracterizado, en todo tipo de coyunturas, por ser una de las más fieles de nuestro entorno. Aportamos, además, un poco de contexto: somos el club representativo de la tercera ciudad de España (sin adversario homologable intramuros) y una de las más relevantes de la Europa mediterránea y contamos con un territorio de potenciales adhesiones, incluyendo una pobladísima área metropolitana y una significativa red de ciudades medianas, que supera ampliamente los tres millones y medio de almas. Asimismo, nuestro equipo, como destacó recientemente Rubén Uría, se encuentra entre el selecto grupo de los que han ganado prácticamente todo en las competiciones continentales.
Así que, aunque Meriton nos haya convertido en una medianía (debido, como resulta obvio, a su relegación de lo deportivo en los antiproyectos que sucesivamente perpetra), conviene recordar que, antes del punto de inflexión que, en nuestra historia, supone el viciado, por amañado, proceso de venta, no era nuestra divisa flotar como basura espacial a mayor gloria de los negocios de un fondo buitre, sino la voluntad de querer llegar. Interesa constatarlo –insistimos- para quienes, compra de voluntades aparte, se sienten cómodos, lo cual equivale a no hacer nada para combatirlo, en este escenario. No es una cuestión solo de dinero (arraigado pensamiento de mezquinos y mediocres), que también; sino, sobre todo, de dignidad y voluntad. Y, como repasaremos posteriormente, estas virtudes no requieren del gregarismo para ser puestas en práctica, sino que se pueden y se deben ejercitar, primeramente, de forma individual.
Entrando ya en el tema que nos ocupa, hay comparaciones históricas que, si no son abordadas en sus contextos precisos, van a resultar harto odiosas. ¿Por qué Mestalla se llena ahora (en el peor momento, como acreditan las estadísticas, deportivo, económico y social de la historia de la entidad) más que en algunas temporadas en las que el VCF disputaba la Liga de Campeones? ¿Se ha vuelto la afición valencianista más fiel que hace 15 años? ¿Ha conseguido Meriton un éxito atribuible a alguna modalidad de buen hacer?
Una vez descartada la última de las preguntas retóricas, pues los intereses de Meriton son endémicamente contrarios a los de la institución a la que parasita, vamos a profundizar, para intentar sacar algo en claro, en esta suerte de enigma. No se trata de impugnar las afluencias a Mestalla, que están a la vista de todos, sino de arrojar luz sobre un fenómeno que no tiene tanto de incomprensible como, en principio, podríamos pensar. De este modo, va a ser posible entender por qué los esbirros de Lim y Mendes están maravillados con la estampa, mientras que el seguidor concienciado, el que no se limita a ser ni cliente ni atrezzo, asiste, con cierta perplejidad, a un nuevo viejo Mestalla en el que cada vez se siente más fuera del cuadro.
Como todos los fenómenos complejos, el Mestalla a rebosar con Meriton no se puede explicar desde el reduccionismo de la monocausalidad. Y que suponga un fenómeno complejo no significa que sea raro, sino, simplemente, que tiene unas causas que no se pueden ventilar mediante el recurso a argumentos que, por parciales o generalistas, resultan insuficientes.
Así que, como las consecuencias (autocomplacencia, propaganda para los intereses de Lim, minimización de la combatividad…) ya las conocemos, vamos con las causas. Será un análisis denso, extenso y que huirá de los falsarios relatos épicos mediante los que recurrentemente nos hacemos trampas al solitario y que carecen de objetividad, desvían el foco y, por tanto, operan como munición de nuestros enemigos.
¿Por qué, justo ahora, Mestalla se llena tanto?
En primer lugar, hemos de señalar que existe una tendencia global de crecimiento del ocio pospandemia que ha pasado incluso por encima de la inflación. Se trata de una ola consumista general, relativamente previsible y correlacionada –cómo no- con el nivel de renta. Comprende desde el turismo al cine, pasando por la hostelería. Y, por supuesto, abarca los espectáculos deportivos. Por consiguiente, hay más ganas de gastar en ocio el dinero ahorrado y la asistencia a Mestalla no supone una excepción.
Efectivamente, los valencianistas no somos, en este aspecto, ni originales ni pioneros. Estamos enmarcados en una corriente global que tiene una acusada manifestación local en nuestra Liga. ¿Acaso a nadie le extraña que una competición con un notable descenso de nivel en las últimas campañas y un sistemático maltrato al aficionado, desde los precios a los horarios, presente unas gradas cada vez más repletas? Ni siquiera hace falta que nos remitamos al Metropolitano o a los estadios sevillanos o vascos para calibrar el indudable alcance de esta tendencia. Incluso campos como Riazor o La Rosaleda, con sus equipos en categorías impropias, muestran unos graderíos más poblados de lo, en otras épocas, imaginable.
Otra tendencia general con especial incidencia en nuestro caso es la del turismo, una actividad que ha crecido exponencialmente en el Cap i Casal durante la última década. Valencia está en el top 10 de las ciudades europeas más visitadas. Y, como es normal, a numerosos de nuestros huéspedes les mola dejarse caer por Mestalla. Sí, por esa centenaria catedral deportiva que, entre el autoodio de unos políticos snobs y la apatía de una sociedad civil desmovilizada, puede ser derribada para albergar en 2030 un Israel-Corea del Norte; y, de paso, dar vidilla a los negocios de un especulador asiático que se cisca en las instituciones locales y se jacta del dolor que genera entre los valencianistas. Un Mestalla gentrificado y copado por turistas es el sueño húmedo de Meriton. Le permitiría prescindir ya totalmente del aficionado local y, consecuentemente, del gasto en medios de comunicación y mercadotecnia que requiere tenerlo permanentemente engatusado. Si frecuentas las gradas altas del estadio, podrás comprobar que la presencia de turistas, en algunos sectores, oscila alrededor de un tercio de los asistentes. Como puedes imaginar, el turista, a grandes rasgos, ni siente ni padece por el VCF. Consume una experiencia de ocio que, por lo general, no conlleva ninguna involucración especial en la liberación del club. Por otro lado, todos conocemos excepciones a esta regla y otras de las que estamos comentando en este espacio; pero no se trata de hacer, de la anécdota, categoría. PD: Benvinguts siguen tots els visitants de Mestalla (la reflexión que nos interesa, aquí y ahora, es otra…).
El siguiente factor que, por comparación con los tiempos pasados, no puede ser desdeñado es el de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Supone otra ventaja que Meriton, por azar, se ha encontrado. Únicamente ha tenido que emular, en esta parcela, lo que hacen el resto de clubes. De esta tropa, la misma que se mamaba en La Deportiva o ficha a última hora tras ver resúmenes de YouTube que le pasan los espabilados intermediarios, no esperéis ninguna virtud a nuestro favor. Y es que Cortés, Ortí o Llorente no contaron con el beneficio que, para la venta de abonos y entradas, ha supuesto la implementación ya consolidada de medios de pago online. Los que ya tenemos una edad sabemos que, en aquellos maravillosos años, asistir a un encuentro de competición europea implicaba no solo acudir a Mestalla en la jornada señalada, sino también destinar una mañana o una tarde a hacer cola para adquirir tu entrada física. ¿Y qué decir del aficionado de comarcas que, tras una temporada mediocre (de las que ahora serían de vuelta al campo), tenía que hacerse alrededor de 200 km en un día veraniego para renovar, previa cola en taquillas, su pase? Estos son los ejemplos paradigmáticos, pero hay muchos más: desde el asiento libre para quienes desean rentabilizar su ausencia (algún turista comprará la entrada) a la renovación automática del abono, pasando por el sistema de rebajas por asistencia. Este último me parece un éxito incontestable porque remueve eficazmente el gen capitalista de la parroquia. Los tipos más huraños, los mismos que antaño no dejaban el pase ni a su sobrino como regalo de comunión, ahora mueren por cederlo. Y es entonces cuando se obra el milagro: albergan la sensación de que han ahorrado tras pagar un abono más caro que el de la temporada anterior, pero para ver a un equipo cada vez pequeño. ¿El resultado de todas estas medidas? El lógico: más facilidades para ir a Mestalla equivale a asistencias más abultadas. ¿Y el de que se cedan más pases que nunca? Aparte de reiterar la respuesta anterior, seguro que ya sospechas la derivada. Y también le encanta a Meriton: más población flotante en Mestalla, es decir, más aficionados eventuales cuyo compromiso con el club se limita a una experiencia de usuario espectacularizada y tan superflua como circunstancial. Estas facilidades, como no puede ser de otro modo, también resultan extensibles a las aficiones visitantes. Si bien el tirano Tebas ha reducido drásticamente el settore ospiti de todos los estadios, ahora la afición visitante, como puedes comprobar en cada encuentro, está desperdigada por todas las gradas. Y también es más numerosa que nunca. Más madera…
Por otro lado, está en marcha lo que, en condiciones normales, podríamos considerar una regeneración natural de la hinchada; pero, en verdad, implica un subrepticio proceso de sustitución. No nos centremos tanto en el número de socios que Meriton dice que somos (regla número 1 del manual de resistencia ante la ocupación: nunca validar nada que salga del aparato de desinformación de la empresa pantalla). No debemos quedarnos en el análisis convencional y superficial relativo a que los más jóvenes irán ocupando progresivamente el lugar de los más mayores (muchos de los cuales se lo están dejando por no soportar la ignominia de un club secuestrado y desnaturalizado). Tenemos que fijarnos en la escasa fidelización del socio que generan los antiproyectos de Lim y Mendes. Los bailes de cifras entre los abonados más recientes (ejemplo de un amigo: de ser el número 43 284 en la campaña 15-16 a avanzar hasta el 22 996 en la 22-23) resultan especialmente llamativos y nos conducen a concluir que un altísimo porcentaje de los socios está de paso. Meriton únicamente tiene que echar mano de la tasa de reposición que la consustancial grandeza del VCF, en el marco de las tendencias imperantes, le proporciona. De este modo, nos encontramos con una mitad de abonados que apenas ha visto jugar al equipo en Europa. Ergo: un perfil de aficionado (para ellos, fan o usuario; rol que una gran parte, por acción u omisión, asume) que es incapaz de ejercer la crítica porque, directamente, no es ni conocedor, a efectos comparativos, de la gloriosa historia de su club.
También influyen poderosamente otras variables intervinientes con las que la era Meriton, por pura coincidencia temporal, se ha topado. Existe una resignificación de la experiencia futbolera derivada de la idealización a través de las redes sociales de cualquier acontecimiento. No supone un hecho únicamente constatable en el fútbol, sino que abarca todo tipo de eventos sociales, desde las procesiones de Semana Santa hasta un almuerzo con los amigos. Es un constructo mediante el que profesionales de la comunicación subcontratados por el holding bombardean al seguidor con imaginería de cartón piedra, tweets canallitas y hashtags de quita y pon para fingir involucración y sentiment; y, de paso, ganar tiempo a favor de los negocios del amo y en contra del VCF. Estas técnicas de marketing podrían haber resultado muy útiles en tiempos de dirigentes como Tuzón y Ortí, que, por respetar y amar al VCF, sí merecieron disfrutar de su efecto benefactor. Pero, en manos de la empresa pantalla actualmente enquistada en el club, se convierten en unas de nuestras peores enemigas, pues contribuyen a programar maniobras de distracción y placebos para alienar, más si cabe, a la hinchada. Se trata de que, mientras ellos van vaciando el club, reproduzcamos los mantras de todo a 1 euro (calcados, en su vacuidad, a los empleados, para los mismos fines, en el resto de equipos) y no nos planteemos nada más. Desgraciadamente, la cultura de club que diversos colectivos bienintencionados se curraron, sobre todo, en la década previa al centenario ha devenido en un artilugio pirotécnico que es usado constantemente como metralla contra nosotros. Ya sabéis: el aprovechamiento espurio de nuestro pasado mediante la odiosa y abusiva extrapolación del concepto leyenda, el ADN y toda esa palabrería huera. Manipulación, infantilización, banalización y hedonismo como sucedáneos de una militancia que, verdaderamente, no se ejerce, sino que se sustituye por las gratificaciones inmediatas del culto a la imagen (se prefiere una story adornada mediante una frase hecha y un selfie con la camiseta oficial a informarse sobre el latrocinio al que nos están sometiendo y, en consecuencia, comprometerse a revertir la injusticia).
No acaban aquí los factores que han contribuido a reconfigurar progresivamente, siempre a favor de Lim y Mendes, el perfil de la masa social que confluye en Mestalla. Por una parte, se han producido expulsiones y exilios hacia las gradas más altas de socios críticos. Es un proceso paralelo al de la deconstrucción de los históricos grupos de animación y la creación de espacios de la susodicha supervisados por el club, en los que algunos de los derechos más elementales del hincha -y de la persona- se quedan en la puerta del estadio. En honor a la verdad, hemos de decir que, aunque a Meriton le venga de perlas esta desarticulación, estas medidas no fueron inventadas por su think tank de estómagos agradecidos y chivatos, sino que forman parte de un proceso represivo común en las gradas españolas promovido por Tebas, los Rubiales y sus adláteres, que gustan de sustituir a los aficionados por clientes. Por otra parte, no es ningún secreto que los apparátchiks de Meriton distribuyen entradas, además de otros parabienes, entre colectivos y particulares afines (por sus hechos y silencios los conoceréis), para que les sirvan de escudo protector ante la afición. El número de enchufados que se cita en Mestalla tampoco puede ser minusvalorado en el marco de esta estrategia holística de sustitución del valencianismo. ¿Sabemos cuántos figurantes entran al campo por la patilla (con pases y localidades de favor) en cada partido e inflan las cifras de abonados y asistentes, además de contribuir, en modo justiprecio, a que el estadio sea un remanso de paz para los parásitos dirigentes? ¿A nadie le llama la atención que la tribuna lateral, tras años de calvas, se haya comenzado a llenar? En la misma línea de estas dinámicas, se enmarcan las sucesivas microrreformas de nuestro estadio para albergar a cada vez más sponsors y palcos de empresas privadas. Cabe suponer, dadas las circunstancias de su conexión con la entidad, que tampoco van a ayudar demasiado, desde esas coordenadas, a liberar el VCF. En resumen: si algo es gratis, el producto eres tú. Y, en Mestalla, entre convidados de distinto pelaje, cada vez hay más productos poblando las gradas.
Pero ¿cuál es la realidad de la masa social valencianista?
Hemos dedicado un amplio espacio a explicitar por qué un Mestalla lleno con Meriton es un espejismo, pero no va a resultar tan farragoso resumir la decadencia por la que, en verdad, pasa la afición del VCF. Las cifras son elocuentes.
- Según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), los habitantes de la provincia de Valencia que manifestaban ser del VCF han disminuido, en menos de dos décadas, del 78 al 54 % de 2020.
- La cantidad de peñas valencianistas, por su parte, ha descendido, desde las 738 existentes en septiembre de 2007, a las menos de 350 actuales.
- Por último, en 2019 (espejismo deportivo de La Década Ominosa, arrebatado de las fauces de Meriton gracias a las artes de Alemany y Marcelino), el VCF fue el 7º clasificado en audiencias (por detrás no solo de los más poderosos, sino también de la Real Sociedad, del Betis, del Athlétic de Bilbao y del Sevilla).
Son estas las demoledoras estadísticas ante las que los llenos, con relevante porcentaje postizo, de Mestalla no deben ser las ramas que nos impidan ver el bosque de un club que ha perdido, en el momento más inoportuno, el tren de la historia. No dejan de representar la constatación del radical invierno demográfico que está experimentando el valencianismo. Reflejan, como no puede ser de otra manera, la franca decadencia de una institución cuya gerencia subsiste contra la afición del propio club. Una afición que, un partido sí y el otro también, le pide a la dirección que se marche. De hecho, el gabinete jurídico de la entidad es requerido habitualmente contra la afición valencianista pero no para defender al VCF del resto de sus agresores, asiduos o potenciales socios de los negocios de Lim y Mendes.
De un club del que cada vez se habla menos y, cuando se hace, es malamente. De una directiva que encabrona cotidianamente a los aficionados (tiene Mestalla hecho unos zorros y, al mismo tiempo, alecciona, infantilizándolos, a los seguidores para que no ensucien el estadio con pipas). De una masa social que está envejeciendo y desapareciendo en el norte, sur e interior del territorio valenciano y en cuyo caladero capitalino está pescando el buen hacer en captación del Levante (solo hace falta darse una vuelta, cualquier día, por el Jardín del Turia para comprobar que una presencia que antes era testimonial ahora ya está normalizada).
Y, finalmente, de una hinchada abandonada a su suerte por unos representantes públicos que demuestra tamaño desinterés por el VCF que no son capaces siquiera de comprender lo más obvio de toda esta coyuntura: que Mestalla es la auténtica fuerza del Valencia. Incluso en el periodo más sombrío de nuestra historia, nuestro vetusto estadio, merced a su incuestionable capacidad de atracción, sigue siendo capaz de convocar masivamente, aunque una alta proporción venga de gorra o solo de paso, a valencianistas y extraños. No cabe duda de que es el telúrico embrujo del recinto, propiciado por el incesante trabajo de generaciones de valencianos (no nos tiremos más piedras sobre nuestro tejado que las justas y necesarias, que eso es de acomplejados) que contribuyeron a edificar un VCF grande, lo que está sosteniendo, en medio del acreditado descenso demográfico, las constantes vitales mínimas de una institución que, milagrosamente, sobrevive a los trileros que la malgobiernan. Si, algún día, se tiene que efectuar el tránsito del viejo Mestalla a un nuevo campo de fútbol, esta empresa no debería, en ningún caso, dejarse en manos de quienes, valiéndose de argucias consagradas, en su día, por los poderes públicos, han hecho prisionera de sus burdos chanchullos a la institución civil más importante del pueblo valenciano. Sin la conexión sentimental que Mestalla encarna para su núcleo más fiel y la fascinación que despierta entre nuestros visitantes, el VCF ya no estaría en el coma inducido por Meriton, sino que se encontraría muerto.
No podemos calibrar si las tendencias de largo alcance que hemos presentado en este texto van a tener una incidencia similar en las próximas décadas, pero de lo que sí podemos estar seguros, a la vista de sus antecedentes, es de que una decisión tan relevante como cambiar de estadio para todo un siglo de existencia no debe depender de quienes solo contemplan el club con una mentalidad estrictamente extractiva, la cual ya ha lo ha empequeñecido exponencialmente. Este hecho, cristalino, si se ponderan todas las variables recientes (del historial deportivo a las cuentas anuales), es ignorado irresponsablemente por las instituciones políticas autonómicas y municipales y otros actores sociales. Como señalamos con anterioridad, solo hay un parámetro que, a mayor gloria de Peter Lim y Jorge Mendes, podría parecer desviado pero, en realidad, se encuentra dentro de la normalidad del entorno: los llenos de Mestalla.
¿Soluciones?
Es capital terminar este ejercicio de disidencia respecto a los oficialistas discursos autocomplacientes (y que, acríticamente, compran demasiados de nuestros compañeros) con un mensaje optimista. No vamos a hablar de milongas, de esa camiseta y ese escudo arrastrados y prostituidos y que, en estos tiempos de posverdad meritoniana, han sido convertidos en carcasas vacías, reclamos y trampantojos mediante los que, eficazmente, nos tratan de embelesar para dejarnos inermes. Tampoco vamos a hablar de dinero, sobreesfuerzos ni otras excusas que muchos se autoimponen para atenuar su mala conciencia por no aportar nada para deshacer el entuerto o incluso prestarse como cipayos. Llevamos toda una puñetera vida demostrando lo que nos importa el VCF e invirtiendo en él (aunque ahora ya no consumamos productos del club y reservemos nuestros fondos para financiar la resistencia y, el día de mañana, recuperar la entidad), pero ahora la lucha por la institución ha virado hacia la disrupción. En resumidas cuentas, lo que hacíamos, cuando aún teníamos el control de nuestro futuro, ya no sirve para resolver el problema esencial que nos atañe.
Y lo bueno es que la solución, aunque, por intereses espurios, te quieran convencer de lo contrario, sigue estando en ti. En la fuerza de tu voluntad y en no dejarte doblegar ni manipular por los captores del VCF.
¿Cómo se consigue esto? Por una parte y como ya explicamos en su día, reforzando el movimiento de resistencia. Puedes colaborar con la vanguardia popular y altruista que representa Libertad VCF, pero también tienes la posibilidad de montártelo por tu cuenta y realizar las aportaciones que se te ocurran. Tota pedra fa paret. La indiferencia y la pusilanimidad restan.
Por otra parte, está el asunto que, en este texto, nos concierne especialmente. Ya hemos abordado por qué en Mestalla se nos han puesto las cosas en chino (nunca mejor dicho). No en vano, abundan los testimonios de quienes se sienten incómodos o frustrados por no reconocerse ya en gran parte de la concurrencia con la que comparten graderío. Ante este proceso de sustitución en Mestalla del valencianista crítico que te hemos desgranado, la única alternativa eficaz pasa por perseverar en tu resistencia. Respetando al 100 % a quienes no han aguantado más este estado de las cosas y se han quitado de en medio, animamos a persistir en la grada (o tu lugar lo puede ocupar cualquier figurante); y, en la medida de lo posible, intentar reagruparse junto a amigos que compartan nuestros desvelos por la liberación del VCF.
Asimismo, es preciso mostrar una actitud rebelde y desobediente frente a las consignas que Meriton nos inocula a través de sus medios afines y la invasiva, anuladora y adocenadora megafonía. Ante la duda, en contra. En cualquier asiento está la primera línea. Se trata de adoptar, siempre que resulte viable, cualquier actitud que te identifique como contrario a la ocupación del club. Si solo vas a calentar la silla y animar en modo hilo musical, si no sacas tu rabia a pasear contra la flagrante injusticia del robo mediante mentiras del VCF… la consecuencia es que, además de contribuir a bloquear las protestas, Lim y Mendes te van a contabilizar a su favor (observación también válida para los desplazamientos).
Ellos, los malos, se toman esto como una guerra*; y, por eso, no dudan en utilizar todo lo que tienen a mano, desde bots a exfutbolistas, para dividirnos. Recojamos el guante y convirtamos esta guerra contra el VCF en la que nos metieron en su Vietnam (los valencianistas, por supuesto, somos los colonizados). Que ellos pierdan ganando y nosotros, mientras no nos rindamos, todavía ganaremos perdiendo. Hasta que nos dejen en paz. El VCF lo merece, ¡a por ellos! Salvem Mestalla!
*Existe una manida expresión de cuñado valencianí que, para combatir sus remordimientos por callar ante el oprobio, señala que “Meriton es circunstancial” o se remite a “cuando se vaya Meriton”. Bien, la etapa del holding asiático en Mestalla se acerca ya al decenio (su longevidad en la poltrona solo admite comparación con la de Luis Casanova). Curiosa concepción de circunstancial la de quienes, por razones crematísticas o carencias de empatía, no parecen inquietarse en demasía por la extraordinaria desgracia que supone el INDEFINIDO secuestro del VCF.
Simón Alegre (socio 4248).