Me acuerdo mejor de la segunda vez que hice el amor que de la primera. Ya sé que no es normal, que los seres humanos guardan en su memoria, como vestigio de un pasado inocente, su primera vez como símbolo del día en que conocieron el sexo en la práctica. Pero a mí no me pasa. Pienso que la segunda vez reunió, junto al aura de lo desconocido, el propósito de enmienda de no cometer los mismos errores.
También recuerdo con mucha mayor nitidez la segunda vez que fui al Mestalla que la tarde de mi estreno como valencianista. De hecho, no sabría decir cuál fue el primer día que acudí a Mestalla ni he almacenado sensaciones que después me han vuelto a la mente con el paso de los años. Pero mi segunda vez permanece en los recovecos de mi cerebro como una experiencia iniciática. Yo tenía cinco años aquel 7 de abril de 1968 en que el Valencia jugaba contra el Espanyol. Mi abuelo, que era el corresponsal del diario ABC en Valencia, tenía que mandar una crónica del partido a Madrid y me ofreció a acompañarlo a la zona de prensa, en la parte alta de la tribuna de Mestalla. Allí, mientras él escribía, yo podía disfrutar tranquilamente del partido sin molestarlo. El Valencia perdió por 2-3, pese a que Vicente Guillot marcó dos goles. Yo estaba enfadado, pero no porque el Valencia hubiera perdido, sino por una razón mucho más prosaica: desde aquella zona reservada a los periodistas, no se veía al marcador.
El marcador de Mestalla era un artilugio francamente curioso. Estaba formado por dos filas de rectángulos de neón que se iluminaban de noche y en las que su encargado colocaba, en cada una de sus celdas, una letra negra con fondo transparente para formar los nombres de los equipos que se enfrentaban en el césped. La última celda rectangular estaba reservada a los guarismos, el número de goles que cada equipo marcaba, que era de color rojo. Después de cada gol, el tipo subía con un número gigante y lo sustituía por el inmediatamente inferior, un ritual que, a los ojos de un niño de cinco años, era fascinante. Aquel día, pese que Valencia y Espanyol había hecho trabajar en cinco ocasiones al encargado del marcador, no pude ver en toda la tarde ese momento mágico en el que, en lo alto de la grada del gol Xicotet, un hombre tenía capacidad para hacer oficial lo que sucedía unos metros más abajo.
Como es obvio, con los años aprendí que el marcador no era lo más importante de Mestalla. Pero mi fascinación por los paneles donde se reflejaba el resultado no cedió. En 1971, Mestalla inauguró un marcador con reloj, que medía el tiempo de juego, en lo que fue un hito de innovación técnica que ahora sólo produce una sonrisa. Antes de la aparición de ese artilugio, más bien pedestre, todo hay que decirlo, ya funcionaba el Marcador Simultáneo Dardo, una forma de seguir, de forma cifrada, lo que ocurría en otros campos. Las claves para leerlo se publicaban cada domingo en la prensa local, lo que provocaba que yo recortara ese anuncio cada día de partido para poder saber a qué encuentro correspondían los goles de Tervilor, Camisas Ike o Reloj Radiant. No era fácil, porque, pese a que el mecanismo parecía sencillo (cada clave se correspondía a un partido y su resultado), había una serie de signos incomprensibles que, de vez en cuando, señalaba aquel cabalístico marcador: un punto rojo indicaba que el árbitro había pitado un penalti en contra o unas franjas rojas y blancas, que había habido una avería telefónica que impedía actualizar los resultados.
En 1982, con el Mundial, llegó el videomarcador, un invento moderno que ya se podía ver en los campos europeos. Pero el caso es que no tenía demasiada gracia, excepto si te fijas en los anuncios que emite durante el descanso. He llegado a ver reclamos de puticlubs, de salas de masajes o de lugares en los que se ofrecen fiestas para celebrar la “pérdida de virginidad”. Pero nunca los goles del partido repetidos en pantalla grande ni las jugadas polémicas para poder ver lo mismo que quienes disfrutan del encuentro desde la comodidad de la butaca hogareña. Nunca he entendido ese derroche informático si no se corresponde con una novedad que aporte algo al espectador.
La verdad, yo prefería aquel viejo marcador de neones, tan simple y complejo a la vez, y, sobre todo, el momento mágico en que su encargado subía con el número en la mano por las angostas escaleras que llegaban a él y colocaba, triunfante, el número del gol que alguien acababa de anotar. Y más si se equivocaba de número o anulaban un gol. Entonces tenía que subir una segunda vez.
Paco Gisbert
Socio del Valencia CF
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7 comentaris:
Ahora que has nombrado a tu abuelo me he acordado de aquel excelente texto que escribiste para el inencontrable "Once Titulares".
Excelente, como siempre.
Abrazos
El de los números rojos siempre fue mi preferido. Y el simultáneo Dardo un arcano irresoluble...
Que bueno el marcador simultáneo del Viejo Zorrilla. Lleno de elementos que había que desentrañar del tipo calcetines Ferrys = Santander - Zaragoza. Y luego los símbolos al lado (primer tiempo, descanso, penalty, flechas negras, rojas) y el recorte del periódico para poder interpretarlo.
El último gran servicio que rindió el Dardo fue el anuncio del gol de Zamora en Gijón. Así supimos en Mestalla que Juanito se quedaba sin liga.
Yo de nano soñaba con ser dos personas. El hombre del marcador o el que ponía y quitaba las banderas. Mi mejor recuerdo, los 7 goles al Rayo Vallecano en el marcador del gol xicotet. Ambicioso que es uno. La mediocridad como apuesta desde la infancia.
Hablando de videomarcadores, no podemos dejar de citar la noche del homenaje a kempes, cuando el ínclito Manolo el del bombo se puso todo ciego y se subió al del gol gran. Hubo un momento de enajenación mental colectiva (esos momentos tan de Mestalla) donde la tropa empezó a cantar "es un borracho, Manolo es un borracho" (Guantanamera). Se quitó la camiseta y amenazó con quedarse en pelotas. Pero no fue más allá. Todo tajado recuperó un último gramo de dignidad y se bajó ante la hilaridad de la grada que le pedía ya, metido en faena, que se tirara desde el marcador abajo con bombo incluido. Bien pensado, como post, 16 años después, hubiera quedado muy chulo: el suicidio de Manolo el del bombo.
Pero mejor así. Nos hubiéramos quedado sin la gloriosa anécdota de la tortilla Chelsea (1994). Grande Manolo.
BT
¿Lo del gramo de dignidad iba con segundas, BT? Es una pregunta inocente.
JR, tengo un ejemplar de sobra de ese libro. Llámame
El viejo "Dardo" es uno de esos recuerdos inseparables de mi niñez y que va asociado indisolublemente al viejo Luis Casanova. Flanqueado por un anuncio de "Danone" (corregidme si me equivoco) se mostraba como un gigante verde ante mis ojos, siempre enigmático hasta que mi padre terminaba de leer el "llibret" del partido y conseguía ponerle nombre y apellidos a aquellos resultados con nombre de camisa, reloj o bebida espirituosa. Todo un ritual.
Hoy en día, desde mi localidad en sillas gol sur, todavía miro en ocasiones de reojo hacia mi derecha, casi por inercia, como intentando revivir quién sabe qué recuerdo olvidado.
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