divendres, 7 de setembre del 2018

PEDJA


Soy perfectamente consciente de lo que supone escribir un artículo evocación de Pedja Mijatovic en su vinculación a Mestalla. Mijatovic es, seguramente, el más grande supervillano de la historia reciente del club. En un tiempo donde aparecen las primeras camisetas nominales, aún hoy, veinticinco años después, todavía asoma por Mestalla alguna camiseta, ya gastada, con el número 8 del montenegrino y una impresión añadida con el nombre del apóstol traidor. 


Asumo esa responsabilidad y toda respuesta a estas líneas que, sólo pretenden, poner en valor para nuestra historia centenaria la trayectoria de un jugador, que antes de villano fue el héroe predilecto de una afición que todavía tuerce el gesto cuando escucha su nombre. 

Recordaremos a nuestro protagonista a través del revelado de algunas instantáneas, esperando ajustar al máximo el tiempo, ya pasado desde aquellos acontecimientos y que debe dar una perspectiva que adecue la temperatura y suavice la agitación. 

Cámara oscura, luz tenue, comencemos. 

Instantánea primera. 

Lentamente aparece en el papel una primera imagen, es la fotografía de un jugador en lo que parece su presentación en el viejo Luis Casanova. Un muchacho en el que destaca un pelo largo y enrevesado con aparente fijador, una nariz del genotipo balcánico, entre aguileña y ganchuda y mirada desafiante. En la imagen intenta controlar el balón que vuela por el aire en filigrana ante una grada de Mestalla semidesértica con, apenas, algunos muchachos transeúntes que se han asomado a la curiosidad de ver la puerta del viejo estadio abierta. 

Su nombre es Pedrag (Pedja) Mijatovic y es uno de los nuevos fichajes para la temporada 1993-94. Su origen será durante mucho tiempo “yugoslavo” aunque los más cultos del lugar, atendiendo a la dramática situación de su lugar de origen se apresuran a precisar que es Montenegrino. Su origen es un club de Belgrado pero no el rutilante y reciente campeón europeo Estrella Roja sino el llamado Partizan. Su coste no es de ganga, 350 millones de pesetas es dinero importante para un jugador del cual se desconoce absolutamente todo y que incluso parece difícil su presencia en el once titular. Su aval es Pasieguito, con los antecedentes del bueno de Pasiego, muchos han dado crédito a su contratación pero parece una apuesta menor, un nombre anónimo más, si acaso por la peculiaridad balcánica, no tan habitual en aquellos tiempos en el Valencia… ja vorem. 

Pronto la fotografía adquiere color. En tiempos dónde, de muchos partidos, sólo se conoce la crónica del diario posterior, comienza a correr boca a boca una evidencia: Ese “tal Mijatovic” es muy bueno, corre, pelea y es un puñal inesperada, mete goles, muchos, de todas las formas y es… imparable. 

Imparable. 

Instantánea segunda. 

Poco a poco, en la noche de un estadio centroeuropeo, en Alemania seguramente, aparece un equipo vestido de azul muy oscuro y pantalón blanco. El Valencia europeo. 

Mijatovic era imparable y pronto lo había demostrado ante su afición y en una Europa que comenzaba a conocer cómo se las gastaba el montenegrino. 

Goles de todas las formas, electricidad, liderazgo… y un Valencia que parecía florecer: Los Fernando, Quique, Penev y compañía habían encontrado en aquel 8 el percutor que necesitaban para atemorizar el mundo. 

Con Hiddink al mando aquel Valencia jugaba de manera espectacular. La primera eliminatoria del curso europeo había sido finiquitada, con Pedja en modo estelar, ante el evocador Nantes de un tal Pedrós, de origen valenciano. Y en la ida ante el aparentemente débil Karlsrhue (“Un Osasuna” alguien dijo) parecía que el equipo, líder por aquel entonces en liga, iba a cabalgar con igual éxito por los campos europeos. 

Si. En la foto de aquella noche está, grabado para la historia, Pedja Mijatovic. 

Creímos que con Pedja en el campo éramos invencibles, que el momento de por fin, volver a levantar trofeos era inminente… Nos equivocamos. 

Instantánea tercera. 

Por un momento la imagen parece borrosa y errada pero no lo es, es la lluvia la que distorsiona la imagen. 

Lo que algunos creían primavera, era en realidad un tiempo cambiante y desquiciante que llenó de espejismos el imaginario colectivo de Mestalla. 

Pero Pedja seguía, como una constante, tirando del carro. Menos goles en esta segunda temporada pero el 8 seguía siendo la pesadilla de los rivales de aquel equipo. La liga había discurrido desapacible y gris, como si avisase de la tormenta, esta vez real, que se avecinaba en aquella tarde que, sin embargo, comenzó bajo un sol de justicia en Madrid. 

El once de aquella final guarda nombres evocadores. Zubizarreta, Penev, Fernando, Mijatovic… pocos imaginaban que una de las (Discutidas en su política) lonas legendarias que décadas después adornarían la fachada de tribuna de Mestalla, iba a ser asignada con, total merecimiento, al joven y rubio lateral derecho por aquel entonces y que todos consideraban jugador anónimo e intrascendente… pero ésa es otra historia. 

Bajo la lluvia, los jugadores corren extasiados, al frente de ellos Mijatovic abre sus brazos con su gesto de triunfo habitual, puños cerrados, chicle y mirada de depredador mientras se lanza al césped mojado para celebrar el gol que empata aquella final copera. Un golazo de falta. El éxtasis ché en las gradas del Bernabéu. 

Creímos que era inminente…nos volvimos a equivocar. 

Instantánea cuarta. 

Pantaloneta negra; aquella tercera temporada de Mijatovic se recordará por el Sabio que moraba en el banquillo del Valencia. También los jugadores creyeron que era inminente. Creyeron y por muy poco se equivocaron, aunque ésta vez, fue lo de menos, el camino mereció la pena. 

El Valencia ha arrasado al FC Barcelona y aparece ante el mundo como la supernova que pone en peligro el título del At. de Madrid. De hecho, en su visita al Calderón, los blanquinegros demostrarán quien ha sido, realmente, el mejor equipo de la segunda vuelta de aquella temporada. 

No, aquel Valencia no aparecerá en lo alto del cuadro de honor, tampoco lo hará Mijatovic, superado, paradojas, por su ex compañero Pizzi en la tabla de goleadores. 

Pero Mijatovic se convertirá en la súper estrella de aquella temporada. Imparable, demoledor… su chicle, su pelo largo, desordenado pese a la gomina y sus brazos abiertos son fotografía constante en la prensa del lunes donde, sus compañeros se han convertido en escuadra temible y amenazante. Luis, con su chándal en el banquillo, contempla su obra… una de las mejores del viejo sabio. 

La foto ya está plenamente revelada: Mijatovic levanta sus ojos al cielo con gesto de sorpresa e impresión mientras su boca muestra una mueca de felicidad y sorpresa, el cuello ladeado y el gesto de impresión por el ruido, atronador, que se intuye en la instantánea, de un Mestalla a sus pies. 

Es una de las ovaciones más impresionantes que se recuerdan el estadio Ché. Mijatovic es el héroe absoluto, ni tan siquiera Pedja espera un aplauso y unos vítores tan atronadores. 

Pedja es el héroe, el elegido. 

Instantánea final. (No válida). 

La réflex que inmortaliza el tiempo ha fallado en este último disparo, parece que se ha encasquillado. 

El carrete no parece haber corrido lo suficiente y se han agolpado, en una misma instantánea, varias imágenes que pierden su nitidez por su sobre-exposición. 

Una noche en la agrupación de Peñas, un Rolex de oro, unas camisetas de aficionadas rasgadas y sobreimpresas, Mijatovic en Mestalla de azul y de morado, el propio Pedja en un acto de centenario pero del otro equipo de la ciudad… Imágenes borrosas, sueltas, distorsionadas. 

De un accidente. 

De una traición. 

Creo que finalmente voy a contemplar con calma las primeras cuatro imágenes, a ellas el tiempo se va encargando, poco a poco, de poner en su sitio. Hay muchas más, siempre que contengan el escudo de Valencia en el pecho, son fotos de un héroe, un futbolista extraordinario, anárquico y diferencial, voraz e imparable, una supernova que iluminó una noche tenue y salpicó con su brillo a otras estrellas que buscaban su lugar en el firmamento. 

Me quedo, en éste centenario con ése Pedja, el de la foto de su casi anónima presentación, el de los goles desde el centro del campo, el de los puños cerrados y el chicle, el de la cara de sorpresa, como la de un niño ante la ovación de Mestalla. 

Sí me quedo con ese Pedja; el de después no me interesa. Seguramente la traición es incurable y nunca se podrán cerrar las heridas de aquellos días, luego semanas y meses y al final años en la que todo, absolutamente todo, se hizo y se dijo mal. 

Me quedo con el Pedja héroe que nos hizo soñar y olvido a la caricatura súper-villanesca en la que se convirtió después. 

Y recuerdo, ahora que el escudo del murciélago cumple cien años que, durante tres años, un montenegrino atravesó, como un rayo, el césped de Mestalla. Eso no quiero olvidarlo porque es también parte de nuestra historia, que el tiempo, que todo lo puede, tal vez algún día, coloque en su lugar. 

Sergi Calvo 
Socio y Accionista del Valencia CF