divendres, 7 de desembre del 2018

BITÁCORA DEL CENTENARIO



Jornada 15

EL ÚLTIMO TORO QUE MATÓ A GRANERO 

Al principio, mi padre solo me dejaba decirle porrito al árbitro. Era mi insulto de cabecera: PO-RRI-TO. ¡Árbitro porrito! me desgañitaba en la fila 7 del sector 6 de la mítica Numerada central, la que ahora llamamos del Mar. 

Aún no había vallas y la numerada destilaba la esencia más rotunda del valencianismo comarcal. A veces, la ira me congestionaba el rostro y la palabra porrito se me atragantaba de pura impotencia. Yo quería formar parte del orfeón encolerizado que bramaba “fill de puta, fill de puta”, pero aún no me atrevía a desobedecer a mi padre. Fascinado por el rugido de la marabunta, la palabra porrito se me antojaba ridícula. Así anduve mis 3 ó 4 primeros años en Mestalla, cohibido y temeroso, prisionero de la palabra porrito y su dudosa rentabilidad. La culpabilidad me abrasaba. No quería desobedecer, pero en mi fuero interno pensaba que llamándole “porrito” al árbitro jamás ganaríamos una liga. Una tarde, aprovechando el tumulto coral de la grada, rompí la disciplina paterna y me sumé al coro. Fue raro, porque justo cuando yo dije “fill de puta” por primera vez se hizo el silencio, o al menos eso me pareció a mí. Mi padre, que era un insultador contumaz, se quedó petrificado. ¿Qué has dicho?, preguntó amenazante. ¡Búho, papá, he dicho búho!, respondí desde el subconsciente, tirando mano del ingenio salvador. Fue la primera vez que los chistes de Eugenio salieron en mi defensa. En lugar de ganarme una colleja, mi padre se empezó a reír. Sin decirme nada supe que a partir de entonces ya podía sumarme al coro adulto y brófec del viejo Mestalla. 

Objetivamente mi padre era en ese sentido muy poco ejemplar. Tenía un repertorio amplio y variado de insultos que utilizaba según la importancia del partido, la pifia del árbitro o el momento clasificatorio del equipo. A veces imaginaba que sus insultos conseguían cambiar el rumbo de algunos partidos. En otras adoptaba una actitud como de estrella invitada. Dejaba que la masa se desgañitara y cuando el silencio parecía imponerse emergía con su retahíla perfectamente estructurada de insultos y palabrotas. Tenía el don. Con más lecturas y años de escolarización quizá hubiera acabado siendo un buen tertuliano de la Sexta. 

En aquellos años, el linier de Numerada era su gran objetivo. Lo mareaba ante el jolgorio de los vecinos. En otras ocasiones, eran los grises los que amenazaban con llevárselo a él. De todos sus insultos, mi preferido era el de “arbit, ton pare va ser el bou que matà a Granero”. Más que un insulto era una lección de historia. Lo aunaba todo: tauromaquia, fervor local, reminiscencias ancestrales. Teniendo en cuenta que Granero fue corneado de muerte en 1922, aquel insulto poseía la textura de un clásico, un relato con vida propia que trascendía el paso del tiempo. Era obvio que mi padre no había visto torear a Granero, ni tampoco sus hermanos mayores y quizá ni siquiera mi abuelo Vicent, taurino de pro en aquella ciudad que crecía alrededor del coso de la calle Xátiva, tan cerca de donde él mismo trabajaba como panadero en un horno de la actual calle Ribera. Era, por tanto, un insulto que venía de lejos, del Mestalla fundacional, del viejo y primitivo campo de gradas de madera y fútbol casi amateur. Que en los años 70-80’ aún perdurara en la iconografía del entonces Luis Casanova demuestra el poso dramático que la muerte del insigne torero dejó en Valencia. Con los años intenté hacer un remake del viejo insulto. Lo modernicé y lo castellanicé en una terrible concesión a la diglosia proverbial del país: “Arbitro, tu padre fue el toro que mató a Paquirri”. Pero era evidente que no sonaba igual, que carecía del valor atávico que sin duda emergía del insulto matriz. 

Un día, hacia 1989, pasamos por delante de la casa natalicia del torero Granero, en el corazón de Velluters. Ahí estuvimos en silencio un rato, en la calle Triador. Creo que fue una de las últimas veces en que salimos a pasear por la ciudad. Después, ya en solitario, era yo el que buscaba la placa conmemorativa. Todavía hoy lo hago en ocasiones. Al hacerlo siempre me acuerdo de Pes Pérez y su fatídico arbitraje de diciembre de 1985, un Valencia-Sevilla que acabó con violentísimas cargas policiales en la avenida de Suecia. El toro que mató a Granero se llamaba Pocapena, pero para mi padre ya siempre fue Pes Pérez. Esa tarde, no me cabe la menor duda, empezamos a bajar a segunda. Han pasado 33 años y casi ningún millennial sabe quién fue Granero. Pero si tú estuviste aquella jornada en Mestalla seguro que no te has olvidado del toro que lo mató. 

Rafa Lahuerta



2 comentaris:

Anònim ha dit...

Don José Donato i Soriano Aladrén, dos dels més grans atracos a cara descoberta que he vist en ma vida

jose control ha dit...

Cinco penaltis se tragó. Uno de ellos se podía ver en una excelente imagen que publicó "La Hoja del lunes". Mientras un jugador era derribado, Pes Pérez consultaba el reloj, ajeno a la jugada.