dissabte, 16 de febrer del 2019

BITÁCORA DEL CENTENARIO

Jornada 24



CLÁSICOS QUE NO TE CONTÉ.

A mediados de los años 80’, los Valencia-Espanyol se convirtieron en partidos de culto, regresando de golpe todo el encono larvado desde los años 60’, cuando el equipo perico partió por la mitad al mítico Valencia de Barinaga. Dicen los más viejos que nunca jugó tan bien el Valencia al fútbol como durante esa primera vuelta de la 65-66, la de Barinaga como entrenador. El hechizo se rompió durante un Valencia-Español jugado en diciembre de 1965. Ganó el Valencia, pero el precio a pagar fue muy alto. Tras ese partido, cuajado de lesiones y expulsados, el equipo se deshizo como un azucarillo. Finalmente, Barinaga fue sustituido por Mundo. De alguna manera, ese choque violento y tenso degeneró en algo más durante las siguientes temporadas. En el excelente libro de Paco Lloret, “Mestalla momentos mágicos”, se recoge con detalle la hostilidad con que se recibía al Español en el bienio 67-68. Hay una pancarta dedicada al portero blanquiazul que lo resume todo: Romero, tu padre. Huelga decir que la palabra que falta es un dibujo, el dibujo de un toro de generosa cornamenta. El descenso a segunda del Español en 1969 atenuó la rivalidad, que regresó multiplicada por mil en 1983, cuando Sarriá pasó de los gritos de tongo, tongo con el 0-2 a los de A segunda, a segunda tras el 5-2 final. Entonces, esas afrentas colectivas no eran tan habituales y el valencianismo en masa tomó número y matrícula. La primera vez que el Español jugó en Valencia fue poco después, en octubre de ese mismo 1983. Mestalla se tomó aquello como una final y el equipo respondió con creces. El 4-0 desató la euforia y las ganas de revancha. Pocas veces he visto un Mestalla tan encendido en un partido jugado en octubre como el de aquel domingo. Los gritos de A Segunda, a segunda atronaron durante minutos. En la vuelta, el VCF ganó 1-2 con incidentes en las gradas. Incidentes que volvieron a repetirse de manera habitual durante los siguientes años. En la 84-85 el partido de Mestalla quedó desdibujado por la jornada de huelga, un 5-1 que sirvió para que Carlos Arroyo se presentara en sociedad ante la parroquia. Peor fue en la 85-86. El partido de liga acabó con empate a cero. Fue un sábado noche. Los ultras del Español se colocaron en la esquina del gol norte, a pocos metros del viejo Yomus. En el descanso sucedió lo inevitable. Bastonazos, carreras, avalanchas, quema de banderas. Sólo cuando apareció la policía se calmó la situación. Posiblemente, fueron los incidentes más graves dentro de Mestalla en toda su historia; ni siquiera lo sucedido el día del Manchester Utd en septiembre de 1982 fue parecido. 

Acabada la liga, con el VCF en segunda, vino el enfrentamiento de copa de la liga, aquel engendro que no cuajó. En la ida, el Valencia se mostró implacable y arrasó 5-2. Fue una jornada que ahora nadie comprendería. El equipo estaba descendido pero el ambiente en los partidos de copa de la liga era de extraña y anómala adhesión, como si no hubiera pasado nada. De hecho, ese partido contra el Español fue el mejor de la temporada. En la vuelta, los coches con matrícula de Valencia lo pasaron mal. Creo, si la memoria no me falla, que fue el día en que el periodista de InterValencia, Enrique Martínez, fallecido prematuramente a los pocos años, resultó agredido en las inmediaciones de Sarriá. La tónica se mantuvo durante los siguientes años. Tensión e incidentes. Con el cambio de siglo algo cambió. El Español ganó la copa en Mestalla y el valencianismo se sintió campeón de liga con los dos goles de Baraja en aquella noche inolvidable de abril de 2002. Los recuerdos se volvieron amables por ambas partes. Los últimos partidos en Mestalla han sido anómalos. No recuerdo arbitrajes tan caseros a favor del Valencia como contra los pericos. Es una rara tradición. El domingo volveremos a celebrar una edición más de este clásico sin literatura. En la última fila de Mestalla haremos la digestión. Primero, como mandan los cánones, nos comeremos un arroz a ras de mar. 

Rafa Lahuerta