dimarts, 26 de febrer del 2019

EN EL TREN DE VUELTA



Estuve en Mestalla en lo que yo creí, hasta hace cinco minutos, que fue un Trofeo Naranja hace más de 21 años, y ayer volví. Aquel 7 de agosto, tras la presentación del equipo, Romario, casi al final del partido, cogió la pelota avanzado el centro del campo e hizo un gol en la portería contraria de donde me encontraba situado que él mismo incluyó entre sus once mejores. Así fue la que hasta ayer fue mi única visita al campo del Valencia, imprevista, con poca presión, calurosa, ataviado con una camiseta con motivos del PSG y celebrando un precioso gol. 

Me ha venido cientos de veces aquel día a mi cabeza, probablemente por ser la única vez que había estado en Mestalla y cuanto más tiempo pasa, más bonito lo recuerdo. Cuando entré era aún de día y en la foto que tengo de recuerdo mi hermano es el que más sonríe de los dos. Somos muy futboleros, él y mi padre son del Real Madrid, mi madre también, menos cuando el Madrid juega con el Valencia, porque entonces, no se guía por el fútbol trata de compensar el número rigiéndose por otros parámetros, más fugaces y sentimentales, como el que le lleva a completar la quiniela pensando en qué lugar preferiría estar de vacaciones. 

Durante la semana previa a este Valencia-Celtic la simple idea de volver a pisar Mestalla fue motivo suficiente durante la semana para regresar a mi infancia y descubrirme perseverando ante la extrañeza del autobús del colegio que mi equipo era el Valencia, teniendo que justificar la respuesta, al menos dos veces, "nací por allí". Omito aposta que sólo viví durante 4 años en Requena, que no tengo familia valenciana y que salvo por ese detalle, ni yo mismo soy capaz de entender qué me llevó a elegir al Valencia. Igual que expongo que no soy capaz de establecer qué fue exactamente lo que me hizo decantarme por el Valencia, tengo pleno conocimiento de qué día el Valencia pasó de ser una parte más de mí y de mi personalidad. Ya por entonces podía pasear por Huelva la camiseta del Valencia que mi padre me había traído, el regalo que más ilusión me ha hecho por siempre. Bien pues, 7-0. Un rotundo Karlsruher 7 Valencia 0. Al día siguiente, víspera de mi cumpleaños, un vecino de mi quinta me vio y de lejos empezó a gritar “Karlsruher, Karlsruher”, no alcanzo a recordar si llegué a contestarle, pero aquel día cambió mi relación con el club. Estrechamos lazos. De ti no se ríe nadie. A ti te defiendo. Fue transfundirme de sangre blanquinegra. 

Ahora bien, no negaré que en cierta manera la imposibilidad de vivir al Valencia CF de cerca, más que de cerca, como socio, alimenta mi nivel de histerismo igual que el del jugador que se queda en la grada por lesión no pudiendo ayudar en el césped. Te castigas por no poder estar ahí y enseguida te resignas. Así toda la vida, por lo que puedo afirmar que el continuo anhelo es mi motor para ser del Valencia. Ojalá pudiese estar ahí; maldiciendo que los nuestros no aguanten el balón en la banda, temblando con ese Mestalla que aprieta y ahoga, saliendo contrariado por un gol en la única ocasión clara del rival, silbando al equipo contrario,etc.

No hay nada más que razonar, de esta manera vivo mi amor por el club, un relato de pretensiones de lo que otros vivieron y viven día a día. Semejante al alma de un miliciano exiliado. A cambio eso sí, el interés por su historia, por intentar comprender una institución hipnótica. Por lo que bajo estas premisas el día de ayer no podía ser un día cualquiera, no hubo ni un solo momento para la imaginación, sólo para la sensación de plenitud, de querer estar donde quieres estar, “la voluntad de querer llegar”. Y hasta ahí no se aproxima uno solo, por eso la figura del Centenari y mis amigos de Últimes Vesprades a Mestalla se tornan en indispensables para esta vivencia. Necesitaba estar, necesitaba volver, aquel partido de verano (para mí) "Trofeo Naranja" fue el bautizo, la vuelta contra el Celtic de Europa League, la confirmación. 

Ayer fui yo el que más sonrió, estuve en Mestalla con la camiseta del Valencia que mi padre me regaló, en el año del centenario y canté un gol en la portería contraria de donde me encontraba, que Gameiro no incluirá entre sus once mejores. Salgo del campo pensando que hay veces que cuando le pones realidad a las ensoñaciones estas se desinflan pero esto es otra cosa, me marcho con otra dosis, y preveo que no para otros veintiún años. Me hace tan inmensamente feliz estar con mi Valencia que aunque inevitablemente estar más veces hará perder parte de la magia del partido de ayer, cuando lo acompañe me sentiré menos en deuda con mi equipo y ya sólo por eso merecerá la pena.

Por último, esta mañana antes de ir a la estación me he vuelto a acercar al estadio a escuchar los latidos en el hormigón, a ver la resaca que deja una noche de partido, a tocar los escudos, a tomarme otra foto para que no se me olvide la puerta de entrada, a contemplar un rato más la silueta que dibuja la tribuna del estadio con más historia de España. 

El tren acaba de dejar atrás Córdoba y yo aún sigo en Sillas Gol Alto al lado de Pep.

Amunt!