¡Eso era, eso era!
Acababa de localizar el origen de un recuerdo intenso, casi punzante, de olor a higuera que toda mi vida he tenido en algún lugar no muy escondido de mi memoria y que nunca supe ubicar en mi infancia.
Pero gracias a las muchas conversaciones que había tenido con mi madre aquellas últimas semanas sobre su vida dentro de un estadio de fútbol, por fin lo he conseguido:
¡Era Mestalla!
Foto: Mi padre y mi hermana Mariló junto al yayo debajo de una de las higueras junto a la casa que tuvieron después de 1957, junto a la hípica.
Pero creo que voy a rebobinar esta historia para ubicarnos mejor desde el principio.
Los años vividos en casa de mis yayos maternos dentro del estadio fueron una parte del relato de la vida que por la naturaleza humilde de los hechos nunca fue ensamblado.
Un recuerdo aquí, unas fotos allá, algunas historias sueltas que mamá y papá nos contaban a mí y a mis hermanas, eran todo lo que tenía de aquellos maravillosos años.
Sin embargo, con motivo de la publicación de la primera camiseta del Valencia C.F. para la temporada 2022-2023, cuyo escudo está basado en uno de los primeros diseños, por la celebración del centenario de Mestalla, publiqué un tweet con una foto del yayo entre las sillas de enea de tribuna y un texto en el que sugería que podía ser buen momento para contar la historia de los 30 años de la vida de esta familia en las entrañas de esa mole de cemento y hormigón.
Las reacciones a la publicación fueron extraordinarias por parte de todos.
De inmediato se pusieron en contacto conmigo desde la Fundación del club para conocernos y conocer todo acerca de aquella intrahistoria, que en los archivos del club estaba en blanco.
La prensa y los aficionados también se volcaron al conocer que hubo mucho más que fútbol en el templo del Valencia pero sobre todo, Jesús Roig fue el que me animó a “coser” los retales de la memoria para recuperar el relato más o menos completo de la historia de la familia Pons-Miguel; ahí va:
Corría el año 1939, año muy difícil para España, el final de una guerra atroz que la había dejado destrozada y cuyo bando ganador imponía una dictadura y se disponía a pasar factura a los que no lucharon en sus filas.
Era el caso del yayo Constantino (permitidme anteponer lo de yayo, siempre le llamé así), que como a tantos valencianos le tocó luchar en el bando republicano, por lo que fue despedido de su anterior empleo público en Renfe.
La situación era dramática, una familia con dos niños pequeños al principio de la posguerra y sin un sueldo con el que poder sobrevivir.
Pero apareció un ángel, la prima Paquita, cuya relación siempre había sido muy cercana, era pareja de D. Antonio Cotanda, a su vez presidente de la Federación Valenciana de Fútbol.
D. Antonio sabía que el Valencia buscaba un conserje para Mestalla, que durante la guerra había servido como campo de concentración y al que había que devolver a la normalidad.
Y así fue como el yayo y el club llegaron a un acuerdo de mínimos, vivienda por trabajo, hasta que la economía le devolviera la capacidad de pagar un sueldo más, como pasó pocos años después.
La familia se instaló en la vivienda en la que estuvieron hasta la riada de 1957, situada bajo la grada de tribuna, frente al acceso principal del estadio.
La vivienda había servido antes de la guerra como hogar a la familia de Wenceslao, el antecesor de Constantino, y constaba de tres dormitorios, un aseo, una cocina, un trastero y la lavandería, estos últimos abuhardillados, pues la inclinación de la grada que tenía encima hacía necesaria esta forma.
Foto: Lola en la actualidad, indicando el lugar por dónde se accedía a la vivienda.
El dibujo del plano es mío con las indicaciones de mi madre (pido perdón).
La actividad diaria consistiría en que el yayo Constantino se encargaría de cuidar el terreno de juego (líneas del campo, cortar y regar el césped) y cuidaría de la entrada y salida de público y empleados.
Foto: El yayo Constantino con su uniforme de conserje
Por otro lado, la yaya Lola se ocuparía de que la ropa de los jugadores estuviese siempre limpia.
El yayo (como así le llamaré en adelante) hacía todas las labores de cuidado del campo totalmente a mano. Cortaba el césped con cortadora manual, una labor que requeriría de paciencia pues la dimensión del área del terreno de juego era demasiado grande para una persona con semejante pequeño artilugio. El riego lo hacía con manguera, utilizando el agua de la acequia de Mestalla que pasaba a pocos metros de la zona sur del estadio. Y las líneas de juego, un misterio para nosotros, pues usaba la cal que amontonaba detrás de una de las gradas y a través de una regadera la iba dejando caer hasta completar el dibujo. Un misterio, porque las líneas quedaban perfectamente trazadas, y lo hacía tan solo con una regadera! Las rectas las hacía ayudado de piquetas y cuerdas que marcaban el camino, pero los semicírculos y el círculo central nunca supimos cómo.
Por otra parte, la yaya se ocupaba de tener siempre a punto la ropa de entrenamiento y la de los partidos de todos los jugadores y cuerpo técnico.
La pequeña lavandería estaba al final de la vivienda, donde había dos pilas, una más grande para la ropa de color y otra más pequeña para la blanca.
Foto: La yaya Lola frente a la casa con Mariló
Era tan minucioso el trabajo de limpieza de las camisetas, que debido a la diferencia de texturas con el escudo, antes de lavar había que descoserlos, para volver a coserlos una vez limpios uno a uno. Recuerda mi madre con agrado los ratos que pasaba con la yaya ayudándole a recoserlos, presumiendo de lo perfectos que llegaban a quedar para que los jugadores los lucieran en el partido del domingo.
En aquellos tiempos los jugadores aprovechaban los uniformes cada domingo hasta el final de la temporada. Desde la perspectiva de un aficionado del siglo XXI, no cabe en la cabeza pensar en un equipo ganador de Ligas y Copas de España, plagado de estrellas como la mítica “Delantera Eléctrica” formada por Epi, Amadeo, Mundo, Asensi y Gorostiza, sin poder intercambiar las camisetas con los jugadores rivales, ni mucho menos echarlas a la grada donde un enjambre de manos se deja la piel por conseguir el “trofeo” de su ídolo… sin duda eran otros tiempos.
Entre aquellos recuerdos destaca uno de ellos: cuenta la mamá, que Mundo era un jugador con tendencia a engordar. Por esto, el Valencia encargó la instalación de una sauna individual en la enfermería, aquellas en las que la cabeza del paciente quedaba fuera, para tratar al delantero al final de cada entrenamiento.
Todo era trabajo, trabajo y trabajo a cambio de la vivienda, una hipoteca difícil de asumir por la ausencia de ingresos, y sin embargo “nunca pasamos hambre”, asegura orgullosa.
El yayo utilizó terrenos en desuso alrededor del estadio para cultivar todo tipo de frutas y verduras en pequeños huertos, pues la tierra de l’Horta Nord era muy fértil y el espacio de Mestalla lo había sido durante siglos. También criaba gallinas, por lo que conseguía el objetivo fundamental en aquella época de cartilla de racionamiento: comida para toda la familia.
Aquellos primeros años, cuando el Valencia decidió acometer reformas para actualizar el estadio, Constantino se incorporó también a la plantilla de albañiles, por lo que en la familia pudieron entrar por fin los primeros salarios.
Foto: el yayo con 2 trabajadores de la colla en la obra de ampliación
Una gran alegría que aliviaría la economía de la familia, pero una gran carga para él, pues las tareas de cuidados del campo y conserjería debería continuar haciéndolas después de los trabajos en la reforma del estadio. Se podría decir que el yayo se dejó la piel de sol a sol por el Valencia C.F.
Años después, el Valencia le asignó un sueldo por los trabajos de Conserje del estadio, por lo que pudo prescindir de los trabajos de albañilería.
La década de los 50 trajo cierta normalidad para todos, una época en la que la juventud de los dos hijos se pudo desarrollar en relación con los vecinos del barrio de Exposición, siendo Lola una flamante fallera, en la que conoció a Pepe, mi padre, gran aficionado al fútbol en general y al Valencia C.F. en especial, y donde Luis, su hermano, se hizo futbolista, que hasta llegó a jugar en el Mestalleta.
Foto: la mamá y una amiga de la Falla Exposición
Pero algo terrible iba a cambiar sus vidas, la riada de 1957.
“Era un 13 de octubre, sobre las 23:30 h., estábamos durmiendo ya, cuando vino la primera acometida del Turia.
-¡Constantino, Constantino, que se ha desbordado el Turia!, ¡salid todos, id subiendo, arriba, corred!!!”
Era el vigilante que tenía Mestalla por las noches, enseguida escucharon el terrible rumor del agua, que empujaba un aire húmedo muy poco común, que les hizo comprender que aquellas advertencias iban muy en serio.
Cuando relata aquellas horas de angustia, a la mamá todavía se le encoge el corazón recordando las sensaciones de angustia interminables de aquella noche.
Enseguida huyeron a las partes altas del estadio, ayudando a subir a los vecinos de las casas bajas de la calle General Pando desde los tejados hasta la rampa de anfiteatro a través de tablones.
La yaya entró en pánico cuando, por la oscuridad de la noche, confundió las sillas de tribuna flotando con cadáveres. Fue dantesco, tuvo que irse a casa de su familia de Ruzafa unas semanas para recuperarse.
En la segunda venida, cuando abrieron las compuertas para evitar males mayores, la mañana siguiente, recuerda Lola ver desde el balcón de la fachada frente a la calle Mícer Mascó, un torrente de agua a toda velocidad en dirección al estadio.
Foto: el agua en la calle General Pando con Mestalla al fondo
Fue entonces, cuando el club decidió construir una nueva vivienda para que estuviesen más cómodos por los destrozos que el agua había originado en la de tribuna.
Se trasladaron poco después a la que a la postre sería la casa donde estarían hasta la jubilación de Constantino.
Foto: plano hecho por mí según las indicaciones de mi madre (pido disculpas)
La casa tenía tres dormitorios, cocina, aseo y comedor, y anexo una lavandería donde la yaya seguiría con sus tareas. Frente a la puerta de acceso, un arco con vegetación y un espacio de césped. A la derecha, algún pequeño huerto y un par de higueras que desprendían un intenso aroma a campo y a libertad.
Foto: mi hermana y yo frente a la nueva vivienda algunos años después
Los últimos años de la década de los 50, estuvieron marcados por los matrimonios de Lola y de Luis. Ambos se casaron con sus respectivas parejas allá por el año 1960. Mi madre presume de haber sido “la novia de Mestalla”, pues nunca antes y tampoco después, un coche de novios entró en el estadio para recogerla e ir a casarse a la cercana parroquia de San Pascual Bailón.
Foto: los papás y la yaya Lola entes de ir a la Iglesia donde se casaron.
Aquello supuso que durante la última década, los yayos continuasen trabajando y viviendo en Mestalla solos, aunque ya iban haciéndose mayores los dos.
No obstante, en el club hacía ya años que habían contratado una lavandería externa que había cerca para que realizasen las tareas de limpieza, por lo que la yaya tenía una mayor calidad de vida.
Mientras tanto, entre 1962 y 1965 nacimos Mariló y yo, y dado que la mamá iba al puesto de charcutería que tenían en el Mercado de Colón (y que seguimos teniendo), a nosotros nos dejaba con los yayos en Mestalla, del que hicimos nuestro espacio natural de vida y juegos, donde comíamos, donde nos cambiaban los pañales, entre lavado y lavado, entre riego y corte.
En 1970 falleció la yaya Lola y el yayo vino a vivir a casa donde estaría hasta su fallecimiento allá por el año 1980.
En 1971, al tiempo que el Valencia ganaba la Liga con Di Stefano y los hermanos Claramunt, el árbitro inexorable que es el tiempo hacia sonar tres veces su silbato, dando por finalizado el partido más largo de la historia de Mestalla, el partido de la vida. Constantino cumplía 65 años y, por tanto, alcanzaba el derecho a su jubilación, un descanso merecido después de tantos años de trabajo y de entrega a una vida dedicada al Valencia C.F. y a la que fue y sigue siendo la casa de ambos, la casa de todos los valencianistas: MESTALLA.
Lo que vino después, como bien dice mi madre, fue un idilio entre él y el pueblo de Mestalla. Sus tertulias, sus partidos, sus visitas, cada día de su vida, hasta el final de sus días.
Foto: Lola con Mariló (su hija) y María (su nieta) en la sala de trofeos de Mestalla, en la actualidad
José Manuel Manglano Pons.
Nieto de Constantino, último conserje del Camp de Mestalla.
@Manglanopons
2 comentaris:
Gracias por compartir esta historia tan interesante como personal.
Magnífico relato. Muchas gracias por compartirlo! Amunt!
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