divendres, 23 de novembre del 2018

BITÁCORA DEL CENTENARIO

Jornada 13

LA FALACIA DEL FUTBOL ALTERNATIVO 

Sucedió hace 5 ó 6 temporadas, en la última fila de Mestalla. Llegué un poco apurado y me las encontré. Eran dos crías de unos 15 años y medio. Las dos llevaban camisetas del Rayo Vallecano. Me sentí ligeramente invadido pero opté por mostrarme cordial. ¿Sois de Madrid?, pregunté en el descanso. No, somos de aquí, respondieron. ¿Y cómo es que sois del Rayo? indagué sorprendido. Porque es el equipo que más mola, el equipo de la clase trabajadora, contestaron casi al unísono. Entre líneas, las dos me miraron con ese aire tierno pero fanático que destila la adolescencia: “que no te enteras abuelo, que no enteras”. Me quedé tan perplejo que no dije nada más. En silencio, eso sí, advertí lo bien que funciona el capitalismo. ¿Qué hace que dos chiquillas de Valencia se hagan del Rayo Vallecano sino el marketing viscosamente alternativo que proyecta la franquicia falaz de que hay un fútbol guay y otro facha, un fútbol bueno y otro malo? En su delirio hormonal, estas dos criaturas enarbolaban una bandera que no sólo les venía grande, es que les hacía perder el tiempo. Quizá eso fue lo que me apenó, verlas embarrancar en un ámbito donde la izquierda no tiene competencias para administrar su propio desconcierto. Hay clubs ricos y clubs pobres, con más o menos tradición, con más o menos músculo social, pero eso no tiene nada que ver con ideologías decimonónicas. En esencia, el fútbol es siempre sistémico, y por tanto, salvajemente neoliberal. Es inevitable que lo sea. Responde a los patrones de la competencia, la competitividad y el quítatetúpaponermeyo. El deporte profesional es una trampa de dimensiones épicas. Bajo la lógica deportiva se pervierte el lenguaje. La guerra por otros medios es una metáfora amable que contamina la realidad y la derechiza inevitablemente porque obliga al individuo a ser animal en guardia, con códigos y pretextos de ataque y defensa; siempre preso de la vanidad, el tribalismo y la industria de la insatisfacción. Toda esa milonga del supérate a ti mismo se convierte en mercancía averiada para venderte bebidas isotónicas o zapatillas de diseño. Lo que subyace es el mercado, la inevitabilidad del mercado. El fútbol es un escenario apasionante pero podrido, que conviene tomarse con grandes dosis de ironía y escepticismo. Por desgracia, yo siempre lo olvido. Soy demasiado cerril o estoy demasiado enfermo de infancia, todo puede ser. La incondicionalidad casi fanática es la piedra angular que hace rodar el negocio. El fútbol de izquierdas es el fútbol del escritor Roberto Bolaño: el equipo que bajó a segunda, luego a tercera y que finalmente desapareció. Es una contradicción vibrante ser o creerse de izquierdas y tifar por un equipo que, como todos los demás, sirve al neoliberalismo puro y duro. Pero la vida va de eso: de administrar contradicciones sin morir de cinismo. Como teatro, el fútbol tiene el valor de reproducir metáforas que los poetas convierten en textos lacrimógenos, pero su expansión es mercantil, inmoral, sujeta a la voracidad de los intermediarios y los grandes grupos mediáticos. Incluso esos clubs que se creen escorados a la izquierda acaban trapicheando con la mercancía adulterada de las identidades colectivas que ofrecen souvenirs con el rostro del Che Guevara, o sirviendo a nacionalismos supremacistas y excluyentes, cuando no claramente etnicistas. Llegado el caso, prefiero el canibalismo a cara descubierta de los clubs que enarbolan la bandera del fútbol es fútbol. Cuando hay performances de solidaridad, campañas contra la homofobia, spots televisivos contra el racismo, etc, etc, etc el fútbol profesional se parece demasiado a la película de Berlanga protagonizada por Cassen, “Plácido”. También en eso el capitalismo es infalible. Ocupa el espacio con voracidad y aprende a justificarlo todo. Moralmente resulta impecable decir que eres del St Pauli, del Rayo o del Livorno, pero no me lo creo salvo que seas de Vallecas y hayas visto jugar a Felines porque tu padre te llevó de pequeño en matinales frías de carajillo y aceitunas chafadas. De hecho, hubo algo que me alivió en esas dos muchachas. Eran del Rayo hace 6 años, pero es muy posible, así lo deseo por su propio bien, que la moda futbolera las haya abandonado ya. Cuando acabó el partido con victoria del VCF, el fútbol de toda la vida se impuso. El hincha desaforado que soy se encaró hacia los Bukaneros. Con las manos en cierto sitio grité todo lo fuerte que pude: ¡¡Au a mamar-la al carrer del pallasso Fofó, fills de puta!! Así estuve al menos medio minuto. Después, con exquisita educación, me despedí de las crías. Es sólo fútbol, sonreí. En la puerta del vomitorio de salida, el segurata que lleva años tocándome los cojones me advirtió: me montas un pollo más y te mando a los nacionales. 

Rafa Lahuerta