divendres, 19 d’octubre del 2018

BITÁCORA DEL CENTENARIO


Jornada 9


TANGANA EN LA BARRACA

Un Valencia-Leganés es una ciénaga narrativa. No hay anécdotas, ni recuerdos, ni vivencias que alimenten la posibilidad del memorioso para escribir su bitácora del Centenario. En perspectiva, la 2018-19 no es una buena temporada para tirar de memoria. Faltan muchos clásicos. A bote pronto me salen unos cuantos: Zaragoza, Sporting, Oviedo, Osasuna, Mallorca, Deportivo, Murcia, Elche, Las Palmas, Racing. Incluso Tenerife, Castellón, Málaga, Logroñés, Burgos, Salamanca, Hércules, Albacete o Cádiz son clubs que me escribirían las crónicas sin apenas esfuerzo. Bastaría con un fogonazo. Por contra, su lugar lo han ocupado equipos de los que no sé nada, a los que nada me vincula. Sostener esa tensión es el reto de mi particular centenariazo lírico. En jornadas así estoy obligado a pensar en Violante, un soneto me manda hacer Violante. Seguro que conoces la historia. Se le acercó al poeta Lope de Vega una fan llamada Violante y le pidió un soneto. Contra todo pronóstico salió airoso del envite. Por multitud de lances similares, la medieval plaça de Les Herbes de Valencia acabó llevando su nombre: Plaza Lope de Vega. En esa plaza estuvo y está la portería más estrecha de Europa. A principio de los años 90’ los nanos aún jugaban al fútbol en ese rincón del barrio del Mercado. La portería más estrecha de Europa ejercía de imán y cerrojo. Una mística del Catenaccio sobrevolaba el ambiente. De portero solía jugar un chaval gordito al que todos llamaban Algarrobo. Algarrobo era un niño megáfono. Como era imposible meterle un gol se pasaba el rato amenizando el juego con una frase hecha que él mismo había patentado: No le ganas ni al Leganés, No le ganas ni al Leganés, repetía hasta la saciedad. A pocos metros de la portería, casi al inicio de la calle del Trench, estaba el bar La Barraca, en sintomática y casual sintonía con el tipo de fútbol que allí se practicaba. Muchas tardes me las pasaba en su terraza. Buscaba ideas para una novela que sintetizara esa atmósfera de ciudad vencida, pero el partido clandestino me despistaba demasiado. De vez en cuando, el niño megáfono se enzarzaba con algún rival. La tangana se estiraba hasta que el Algarrobo le daba un bofetón al listo de turno. Eran tanganas de mano abierta, mis preferidas. Después, el tiempo cubrió de olvido las escaramuzas callejeras y la plaza Lope de Vega se entregó a la borrachera del turismo de masas. A veces imaginaba al Algarrobo convertido en un yonki que muere en los aledaños de la huerta de Campanar, pero pronto desistía; la novela negra me agota. La realidad es más fructífera y generosa. En la semana del Valencia-Leganés, Enrique Ballester ha presentado su libro en Valencia. Si escribir es alimentar paradojas, “Barraca y Tangana” es el soneto de Violante a los pies de Santa Catalina. Tenía razón mi madre cuando en el verano de 1984 me obligó a memorizar ese poema. Algún día te servirá de algo, me decía. Yo la miraba escéptico. Menudo coñazo, pensaba. Un soneto me manda hacer Violante, en mi vida me he visto en tal aprieto, repetía como un papagayo. 34 años después tengo algo parecido a una respuesta. Lope de Vega y el Leganés, quién lo iba decir, unidos gracias al genio de Enrique Ballester. Ya sólo falta que la frase que el niño megáfono repetía todo el tiempo a modo de mantra: “No le ganas ni al Leganés, no le ganas ni al Leganés”, deje de cumplirse. De momento, el fantasma del jodido Algarrobo lleva cuatro empates en casa y la minúscula portería que defendía con ardor guerrero se ha convertido en reclamo universal para turistas. Menos suerte tuvo el bar La Barraca. En el año 2003 cambió de nombre. Ahora se llama café del Mar. A su lado, el felliniano “Ocho y medio” cuenta otra historia. Acaso un poema de ruinas y playas. Posiblemente, la historia de Jep Gambardella en la ciudad de Valencia: la evocación nocturna del mar en la calle del Trench.

Rafa Lahuerta