dissabte, 13 d’abril del 2024

OTRA GRAN DERROTA


Cuando había que prepararse para acudir al estadio, no recuerdo que nos motivara el anhelo de llegar a un lugar en el que recibiéramos atención personalizada, un asiento con calefacción incorporada, arrumacos, ni un sinfín de viandas de estrella michelín en los descansos. La experiencia de ir al fútbol implicaba, como implica ir a un concierto o a un festival, saltos, gritos, lluvia, calor, colas en el urinario, llantos, risas, cansancio, maldiciones y abrazos con absolutos desconocidos como si te los fueras a follar.

Se generaba un ambiente de comunión y se alentaba la intimidación al rival como vía para ganar puntos cuando las piernas de los futbolistas no daban para más. Era la forja para los recuerdos de una vida entera. Nos importaba un pimiento lo adusto que era y la gente acudía en masa con la plebe de la mano para iniciarlos en este rito dominguero. La narrativa moderna, sin embargo, nos insta a aborrecer lo que hizo del fútbol una pasión para transformar los estadios en lujosos resorts, cómodos templos clónicos, tan ovalados como desprovistos de carácter a los que acudir a relajarse. Esas atracciones forzadas que desplazan a los aficionados locales para sustituirlos por turistas adinerados del norte de Europa, o por casuals cuyo único interés es hacerse valer del escenario para lucir una sudadera de 100 euros en sus historias de Instagram, ya no te venden fútbol, sino pasar un finde en un centro comercial.

Como sucede en una economía enfocada al turismo a costa del bienestar de los ciudadanos autóctonos, paulatinamente el hincha de casa ha dejado de ser el foco de atención para los clubes. Se afanan en felicitar el Año Nuevo chino o San Patricio, pero ignoran las fechas importantes de su propia historia. Sus mensajes, al igual que las franquicias que lo han devorado todo, están plagados de lemas en inglés tan vacíos, impersonales e innecesarios, que si comunican con alguien no es contigo.

En eso se respalda el triste triunfo de esta política extractiva y depredadora, en lograr que los desfavorecidos maten por preservar el derecho de los ricos a despojarlos de sus hogares, barrios, ciudades… y ahora también de sus pasiones futbolísticas.

El Nou Mestalla es un claro ejemplo de este desvarío. Monumento a la coentor. Una aberración nacida de la corrupción política, cuyo fin no era proveer ni fomentar nada con su creación, sino perpetuar el modelo turístico de grandes eventos que aumentara el caudal de las mordidas, comisiones y especulaciones de un régimen y un partido que se consideraba impune. En ese afán, el VCF no era más que un instrumento para lograr tales fines, no les importaba lo más mínimo, por ello lo intervinieron hasta transformarlo en una conselleria sin cartera, y en consecuencia, llevarlo a la ruina más absoluta. Asunto que hubiera tenido un ligero sentido de existir alguna coherencia en ese plan, pero aquellos que se aprovecharon de él lo abandonaron cuando ya no podían ocultar sus vergüenzas.

Por eso resulta del todo indecente hilar discurso, análisis o reportaje alguno sin mencionar este peculiar hecho: que el fracaso del proyecto del estadio, la ruina del club, la llegada de un magnate de Singapur, la operación aval que lo precipitó y otros asuntos (como la venta accionarial a Juan Soler) fueron obra del Partido Popular. Nuestra desgracia es que quienes nos asestaron el golpe fatal han regresado al poder, con idéntica hoja de ruta, para rematarnos. Repiten los mismos sainetes, hoy, por reconocibles, menos sutiles, de antaño: grandes eventos, grandes distracciones, gran especulación.

Y podrían ganar de nuevo. El evento llamado a deslumbrar al ingenuo también ha ido a coincidir en esta alineación nostálgica. Lo controlan todo: las administraciones, la prensa, una sociedad sin espíritu crítico y un poder empresarial que, alejado del antiguo maná de la construcción, es ahora el yerno del dueño de Mercadona buscando trascender. La guinda para que, si fuera menester, ejecutasen la ilegalización del club con tal de que Hacendado Junior obtenga lo que papá desea.

En esta vorágine, al igual que nuestra ciudad y sus habitantes, en 2024 nos encontramos tan derrotados como en el pasado, pero con la agravante de una situación mucho más precaria. La euforia por los éxitos y una psicopatía colectiva en pro del lujo nos negaron en 2006 la posibilidad de un debate crítico sobre la conveniencia de esa construcción. A pesar de ello, fue necesario luchar para acallar las pocas voces discordantes que se atrevieron a plantar cara, padeciendo altas dosis de violencia mediática y política. Hoy, ante semejante desnorte, lo que predomina es la ausencia total de discrepancia. Reducida a meros desahogos en redes sociales o a conversaciones de sobremesa. Nos enfrentamos a un entorno alineado con el poder y con una masa social acomodada en su impasible papel de espectador, tan asimilada, como los zombies tecnológicos que somos, que celebra la mediocridad de su club haciendo la ola con entusiasmo, mientras otros nos narran cuentos edulcorados sobre lo bien que gestionamos el holocausto y lo maravilloso que resulta vernos desaparecer aferrados a una identidad mancillada.

Ya no se habla de futuro, ni queda rastro de la vieja voluntad de querer llegar. Solo el anhelo de palmarla como la palma un secundario en una peli de acción. Piñau, piñau. Boom. Boom.

Así que sí, de la misma manera que se prioriza el piso turístico sobre el vecino, la franquicia sobre el comercio local, o tu calidad de vida se relega cuando interfiere con los intereses del lobby hostelero sin que nadie mueva un dedo (o cambie de papeleta), un Senegal-Turquía de 2030 será más relevante que el futuro y la existencia del Valencia C. F. Puede que sólo nos salve el paréntesis que nos otorga que el único interés del propietario sea revalorizar sus acciones, no acabar el estadio. Aunque, tal como ocurrió en 2006, los intereses económicos, el ego, los negocios y la posición social de los (i)responsables son, en definitiva, lo único que cuenta.

Lo sabemos porque estamos en una película que ya hemos visto, lo que antes causaba escándalo, ahora se acepta con normalidad. Los que se indignaban ante ofertas de 170 millones por las viejas parcelas llamarán héroe al que las adquiera por 50 millones. La indignación frente a la reducción de calidades en el ‘donut de cemento’ se transformará en elogios a un campo decorado con lonas mal colocadas que disimulen una construcción inacabada.

El momentáneo salvavidas que representa el desahogo del propietario no da para cantar victoria, pues en cuanto los vientos cambien la dócil aceptación del Lonas Arena Park se forjará, como en su concepción, a través de engaños persistentemente amplificados por todos los medios posibles. Ese estadio, hoy no más que una pirámide moderna en espera del cadáver del faraón, solo tuvo sentido en un mundo y en un club que ya no existen. Y aún así seguimos enfrascados en un embrollo que, por lo general, no cuestionamos.

Recordemos como en la década de 2000 algunos creyeron ingenuamente que la única forma de mantener el éxito o elevar su estatus consistía en adoptar el modelo de los ‘arenas’ estadounidenses. Estas estructuras de acero y vidrio se vendían como la panacea, con discursos que prometían riquezas ilimitadas. Lo que se omitía era que estos recintos también venían con un considerable incremento de los costos de mantenimiento y personal, y que las enormes deudas contraídas para su construcción devoraban cualquier ingreso proyectado, por muy generoso que fuera. La diferencia con el pasado es que hoy contamos con la experiencia verificable de casi dos décadas de ‘arenas’ en el fútbol europeo. Por eso, en 2024, sabemos que las fantasiosas proyecciones de ingresos nunca se materializan, quedando a años luz de lo prometido. Que las deudas, tanto previstas como inesperadas, ya sean los contratos fallidos para la explotación de palcos o servicios de catering, han desangrado a todos los clubes, generando déficits colosales. Que la rentabilidad marginal de los derechos del nombre y el valor limitado de tener más asientos, junto con la difícil o imposible explotación comercial de sus espacios internos, no suelen compensan el costo de su construcción y mantenimiento.

¿Realmente vale la pena pasar por estos ciclos ruinosos y destructivos para acabar generando 15-20 millones más que en los viejos campos, teniendo que destinar casi todo ese dinero extra a pagar facturas?

Semejante calvario ha puesto en jaque la existencia de numerosos clubes. El Schalke y el Girondins de Burdeos pelean por no descender a tercera división. El Hamburgo, que se enorgullecía de nunca haber descendido, cumple seis temporadas en segunda. El VCF y el Lyon apenas sobreviven en primera. El Tottenham y el Atlético aguantan con ingeniería financiera, llegando los Spurs a vender parte del club a un magnate estadounidense para obtener cash, fórmula que ya sondean en Madrid. Mientras que el Arsenal atravesó un período convulso que acabó con la era Wenger y la peculiaridad de ser el último club Premier sin propietario. Ahora en manos de otro millonario altivo que no ha conseguido frenar la sangría de déficits anuales que arrastra la entidad y bajo cuya gestión se han visto protestas masivas exigiendo su salida.

Solo la televisión, el salvavidas de los clubes británicos, evitó males mayores cuando la situación se tornaba crítica. Estas ruinas no hacen más que desacreditar la idea original de que los estadios faraónicos eran necesarios para el éxito y crecimiento de clubes con aspiraciones, cuando en realidad los pilares del nuevo fútbol han sido los derechos televisivos, la Champions League y una sólida estructura deportiva. Resulta curioso que a nadie le pareciera sospechoso que la aristocracia balompédica nunca emprendiera tales proyectos, dejándolos en manos de clubes aspirantes sin la economía o recursos para soportar la presión que conlleva la construcción de estadios de tales magnitudes. Y hasta sorprendente que los dos únicos casos de «éxito» hayan sido estadios financiados con dinero público, quedando la exposición al riesgo de los clubes reducida al mínimo, o que uno de ellos, hablamos del Bayern, partiera desde un estadio olímpico.

La triste realidad que distingue al Valencia de todos ellos es que su mengua no proviene de construir un estadio imposible, sino de pretender hacerlo. Debido a su incapacidad para completar la obra ha sufrido todas las consecuencias adversas sin disfrutar de los escasos beneficios que tales recintos podrían aportar.

Conscientes de ello, persistimos en la idea primitiva: intercambiar parcelas por estadio, o viceversa. En eso sí somos únicos. Esta obstinación en un modelo de ejecución sin salida, que no ha sido cuestionado en casi dieciocho años desde la presentación del proyecto y quince desde la paralización de las obras, contrasta con la tendencia vista en otros clubes. Mientras el modelo de ‘arena’ se desmoronaba, equipos como la Juventus, Liverpool, Leverkusen, Stuttgart, Marsella, Real Sociedad, y más tarde el Barça y el Madrid, siguieron el ejemplo previo del Manchester United y el moderno Manchester City de los jeques, descubrieron el potencial de los antiguos estadios al transformarlos y adaptarlos a la modernidad, incluso si eso significaba reducir su aforo.

Estas renovaciones quirúrgicas, que ajustan el gasto al máximo e invierten solo en lo esencial, asestaron el golpe final a la ruinosa idea de la americanización.

Pero a pesar de ser una concepto relegado al ostracismo, en esas seguimos nosotros. Ensimismados en una ejecución solo plausible en un contexto de burbuja inmobiliaria y festival crediticio que hace décadas que desapareció. Pues siquiera el continuo fracaso en hallar soluciones creativas ha logrado quebrar el paradigma mental impuesto en la era del boom inmobiliario. Los tenaces intentos de ceder la gestión del estadio a cambio de su finalización fueron sistemáticamente rechazados por empresas y operadores del sector, al considerar el negocio deficitario y carente de atractivo. Si esto sucedía con un proyecto completo y un club todavía aferrado a la élite, ¿qué beneficios podemos esperar de uno que amenaza con avanzar dejando el 60% de las instalaciones sin construir, ocultando la mayoría del graderío tras lonas y cuyo inquilino anda abonado a la media tabla sin capacidad de crecimiento? Lo mismo ocurrió con la supuesta venta de las parcelas, las escasas opciones reales de venta que han brotado en dos décadas fueron desestimadas por considerarlas insuficientes o ni siquiera dignas de atención por su bajo valor. Si después de casi veinte años de estancamiento no se encontró solución alguna, más allá de persistir y darle vueltas a la idea original, ¿cuánto tiempo más estamos dispuestos a tolerar esta ruina perpetua? ¿Otras dos décadas, tres? ¿Cuarenta años pagando cemento e intereses de un recinto inutilizado?

Las alternativas siempre han estado presentes, aunque la voluntad de explorarlas ha brillado por su ausencia. Incluso con cambios de gobierno, ha prevalecido la alergia a la iniciativa, con un enfoque más interesado en capitalizar políticamente la aparente resolución de problemas heredados que en buscar soluciones reales. Dado que el embrollo del estadio tiene raíces políticas y es el resultado de un intervencionismo agresivo en favor de intereses particulares que han acabado destruyendo al VCF, la solución parece obvia: que aquellos que desearon el estadio sean quienes lo finalicen.

El club ya ha excedido sus capacidades pagando un alto precio por su sumisión a terceros. Y su inversión representa el 50% del coste total de la obra. A pesar de las complicaciones morales que conlleva el uso de fondos públicos en el deporte de masas, el modelo Múnich/Bilbao ofrece un camino sencillo, rápido y viable. Y posiblemente el único. Sin embargo, este también choca con la cultura comisionista, el flujo de dinero hacia círculos cercanos y otras prácticas populares. Pero si no están dispuestos a ello, déjenos tranquilos, olvídense para siempre del Valencia y que sea el tiempo el encargado de sepultar el nuevo viejo estadio. No estamos aquí para llenarles los bolsillos a los hosteleros ni a vuestros amigos de pupitre.

Más que nada porque la necesidad de un nuevo estadio nunca fue real, sino otro capricho impuesto por la desfachatez de ciudad que era aquella Valencia de principios de siglo. Hoy, tras un viaje lleno de vicisitudes, nos encontramos con una realidad social, deportiva y financiera que exige soluciones más terrenales y acordes con las circunstancias actuales del club.

Aunque la idea de permanecer en Mestalla pueda causar rechazo, esta reacción no es más que otra maniobra de distracción para permanecer impasibles en el inmovilismo. Las soluciones legales son accesibles y representan una alternativa mucho menos dañina que las consecuencias de completar el mortífero donut de cemento de Corts Valencianes. Hasta el recital común de descréditos al viejo recinto parecen sacados del manual de la buena corrupción: deje de invertir en una infraestructura hasta que su deterioro justifique la necesidad de demoliciones y nuevas construcciones, y ya tiene usted vía libre para lo que desee.

Pero por mucho que insistan, la realidad es que cualquier deterioro que presente Mestalla no es consecuencia de la edad, sino del abandono. Desde su remodelación para el mundial 82 a finales de los setenta —tuvo como consecuencia el descenso a segunda, en otro brillante coro de sainetes y complejos sin tratar—, la inversión en el estadio ha sido prácticamente nula. Aparte de una capa de pintura en 2014 y el añadido de un anillo de gradas entre 1997 y 2002, que no mejoraron ni los servicios ni la calidad, no se ha hecho nada más en 45 años. Tamaña falta de cuidados no hay cuerpo que lo aguante.

Incluso con sus limitaciones actuales, nuestro querido y viejo Mestalla alberga un potencial enorme para ser revitalizado como instalación moderna que dote a la entidad de ese plus de ingresos que tanto parece entusiasmar a los fans de las lonas, y ello sin la consecuente pérdida de arraigo e identidad que supondría abandonarlo. Hay espacio de sobra para zonas comerciales, y una amplio espacio preparado para la incorporación de un hotel/centro comercial. Incluso los cimientos están adecuados para un parking, una oportunidad que nunca se ha explorado. Si hubiera voluntad, las posibilidades son infinitas.

Ni siquiera tienen a su favor la carta de la sentencia por la ampliación; pues aquello fue un proceso contra las administraciones por otorgar licencias que contravenían el plan urbanístico y por aprobar un proyecto que debieron corregir. Como perjudicado, el club podría reclamar compensación económica por los perjuicios sufridos, algo que no se ha hizo nunca, revelando una vez más la sumisión a los intereses políticos en aquellos años. Y aunque ese fuera realmente el verdadero obstáculo, se solventaría con dicha reforma, que es una solución evidente e insalvable si la intención fuera permanecer en el histórico estadio.

Estoy convencido de que si el destino del club estuviera en nuestras manos, nadie dudaría sobre qué camino tomar. Esta certeza se mantendría incluso si la entidad estuviera dirigida por personas razonables y comprometidas con la integridad y el futuro del club. En vez de trabajar por su saqueo y destrucción. Sin embargo, nos encontramos en una situación de incertidumbre, a la espera de que el próximo sorteo de la lotería nos traiga un máximo accionista que no sea peor que el carcamal de Singapur, o, en su defecto, que los espurios intereses del actual verdugo finalmente desbaraten la nueva hornada de corruptelas que tienen preparadas usando un Mundial como excusa.

No se trata únicamente de contar con bares o áreas pretenciosas para un público selecto. Estamos hablando, sobre todo, de supervivencia. Para una entidad que retrocede alarmantemente, que sufre una crisis de identidad y arraigo, despojarla del último vínculo que mantiene la esencia de lo que fue y lo que aspiró a ser, sería un golpe fatal. Introducir a este club, ya transformado en franquicia, en un espacio impersonal y frío, carente de cualquier atmósfera y lleno de lonas y cintas de nylon que disimulan sus deficiencias, sería ejecutar la sentencia de muerte que firmó en 2006.

Además, se ignora las profundas secuelas que sufre y sufrirá el Valencia CF debido a las decisiones tomadas en este periplo. El accidente demográfico es el más significativo de estos efectos. No hay necesidad de un estadio más grande cuando el actual, incluso con un aforo reducido, no logra alcanzar los niveles de abonos y asistencia de antes de 2008. Menos aún cuando las nuevas generaciones no tienen ningún tipo de interés en el fútbol y la generación anterior se ha perdido casi por completo. Los millennials representamos el último suelo social que sostiene al Valencia, y a medida que nuestros padres nos dejen, temo que detrás nuestro no quede más que un yermo nuclear.

Si queda alguna posibilidad de revitalizar el club y restaurar su antigua gloria, necesitamos un símbolo como Mestalla para impulsar ese renacimiento. En tiempos de crisis, es esencial aferrarse a certezas y emblemas que alivien el sufrimiento. Reconstruir esa identidad perdida en un mundo de cartón, no sería posible sin un recinto que es reconocido y admirado en toda Europa por su arquitectura, singular verticalidad y esa capacidad de generar ambientes increíbles. Ese grado de desafección no es exclusivo de estos lares, lo estamos viendo en todas partes, hasta llegar a boutades de pintar la fachada del viejo Highbury en el Emirates para ver si de una vez ese campo les resulta acogedor a sus aficionados, que no han dejado de acudir en procesión hasta los restos de su viejo campo para llorar sus penas, lamentar su destino o convertirlo en el centro neurálgico de las protestas contra Kroenke. Los clubes que no poseen millones para rebozarse en lujos refuerzos, ni coleccionan títulos por castigo, necesitan más que nadie de esta clase de intangibles para sobrevivir a la tiranía del fútbol moderno y la gentrificación que lleva aparejada.

Si pensamos en el club, y no en una franquicia, en un espectáculo o en un mero entretenimiento pasajero fácilmente sustituible, eso es lo que necesita el VCF, y no dos partidos random de un Mundial que no le importa absolutamente a nadie en una ciudad ya de por sí arrasada por la turistificación.

La lucha por nuestra supervivencia como institución es inseparable de la lucha social y vecinal. El Valencia CF, al igual que la ciudad, ha sido víctima de políticas nefastas y de una depredación urbanística impulsada por sus actuales dirigentes. Ambas batallas parecen perdidas de antemano ante la apatía generalizada y un marco mental que convence a muchos de que la desolación de Ciutat Vella, vacía de vecinos y repleta de pisos turísticos, es beneficiosa para todos. Es la misma mentalidad que nos lleva a aceptar vivir de alquiler en locales comerciales reconvertidos, a precios exorbitantes, como si fuera lo más chic. Asistimos atónitos a una pacífica asimilación que solo se ve alterada cuando el equipo cae por debajo de la décima posición. Es una derrota en toda regla.

Así, que si hubiera alguna posibilidad de resurgir, de salvar Mestalla y enderezar el rumbo, esta difícilmente vendría de una afición postulada de manera radicalmente opuesta a lo que defendía de 2000 a 2014, o de unos socios que hace tiempo dejaron de ejercer su papel activo para convertirse en meros NPCS de un juego bugueado.

A ver qué dicen los dados.

Josep Lizondo "Desmemoriats".

dilluns, 8 d’abril del 2024

El Déu de Mestalla


Com totes les coses bones de la vida va ser un pensat i fet. Mon pare va telefonar aquell últim dissabte de maig de 1991 a casa de la iaia, on el meus germans i jo havíem anat a dinar. El València jugava eixe dia a les 22:30 hores, des de les taquilles em preguntava si volia anar. La meua resposta va ser un si rotund, eufòric, irreflexiu.

El trajecte des del carrer Gorgos era curt però intens. Envoltats de fidels parroquians i fum de tabac. Era un temps en el que el Club podia triar lliurement l’horari dels seus partits. Encara no ho sabíem, però prompte el mercantilisme desaforat anava a deixar-nos sense cap marge d’acció. A nivell personal naturalment jo tampoc sabia que aquella nit estava fent un viatge sense bitllet de tornada. A pesar de tot i de manera irremeiable una part de mi ja es va quedar per a sempre en el vell i emblemàtic estadi.

Amb els huit anys que jo contava aleshores tot allò em va parèixer descomunal. Segurament em va quedar gran. El partit acabà amb victòria per 2 a 1. El dos gols els va fer Fernando. El nostre deu brillava amb llum pròpia en un equip que volia eixir de la foscor i tornar a donar guerra en les lluites que atorguen la gloria.

Com dirien hui els moderns, Fernando era un jugador diferencial. El nostre estendard, tots el coneixien arreu de l’estat i el vinculaven directament amb el Valencia, en una època en la que no era estrany ser un one club man. El seu futbol era un compendi de bones condicions, qualitat, visió de joc i encert de cara a gol. Sense dubtes, per a tota una generació va ser el primer ídol futbolístic.

Anys després el deu, ja convertit en mite, va tornar al club. Es seu pas per la secretària tècnica va ser curt, amb encerts i errors la seua eixida es va precipitar fruit de les diferències amb els mandataris. La seua millor herència va ser delegar el càrrec en Braulio Vázquez. El gallec fou durament criticat en aquella època pels aficionats més histriònics i proclius al populisme, la qual cosa baix el meu punt de vista el consagra com a un professional honest i eficient.

Este estiu es complirà una dècada des de que el Valencia va ser, primer venut i després segrestat. Com en tants altres moments de la història, un encantador de serps va contar amb el favor popular per fer i desfer en benefici propi. Encara em bull la sang quan recorde eixos dies. Que car li ha eixit al valencianisme aquell minut de gloria d’Amadeo Salvo.

Davant la dictadura de Meriton la postura que ha adoptat Fernando Gómez ha sigut molt decebedora, per dir ho de manera diplomàtica. El procés d’auto destrucció es imparable. La situació del club per tant es límit. Arribats a este punt qualsevol cosa que no siga la lluita total i frontal contra Lim es col·laboracionisme. Aixina de clar i de dur. La realitat és massa trista com per a assumir la resignació. No crec que el meu raonament siga el de un radical, Al meu sentiment de lluita l’impulsa el record d’aquell xiquet que vaig ser i que mai més ha pogut abandonar la militància valencianista. Perquè el vincle d’un amor pur i autèntic es capaç de suportar el pas del temps i el pes de les traïcions.

Tot i això cal dir que després d’un tranquil exercici de reflexió he conclòs que a Fernando Gómez no tinc res que reprotxar-li. Es tracta d’un dels jugadors que amb més orgull i dignitat ha defensat la senyera de capità. Segurament la culpa és meua per voler creure que el factor referencial havia de transcendir del terreny de joc.

Des de l’òptica de la edat adulta vaig entendre fa anys que Fernando sempre serà el meu deu, però el veritable Déu resideix en Mestalla, no se’l pot vore ni tocar. Se que la seua existència es inqüestionable perquè des d’aquella nit de maig de 1991 la meua fe és indestructible.


Dani Soler.

dijous, 28 de març del 2024

EL GOL Y LA TRACA DE FORMENT




Ni el fort vent regnant ni la foscor a què tenen condemnada Mestalla van impedir que ahir per la vesprada continués explotant la traca infinita que va encendre Forment aquell 28 de març del 1971. Com passa des del 2018 a iniciativa de Rafa Lahuerta, a la vorera de vell camp tornarem a celebrar l'alegria dels nostres pares en un exercici humil però carregat de simbolisme i emotivitat. Un acte de resistència tan senzill com un discurs, una cançó i una traca que va ressonar contudentment a les entranyes de Mestalla per commemorar el passat però també per reivindicar el futur, per celebrar que malgrat tot encara seguim drets, ni agenollats ni el nostre beneït vell camp enderrocat.


També l'acte l'aprofitem per a fer-li un xicotet i merescut homenatge a Antón Martínez, perquè el seu gol una setmana després a Sabadell va ser tan important com el gol de Forment.



DISCURSO DE MIQUEL NADAL



CANCION DE CISCO FRAN - SARRIA '71 



LA TRACA DE FORMENT - SERGIO MANZANERA



Breu cronologia d'una traca: 

2018 - José Vte. Forment i Rafa Lahuerta
2019 - Javier Iranzo
2020 - José Carlos Fernández (virtual per causes de la pandèmia)
2021 - Antón Martínez (en Almenara)
2022 - José Vte. Forment i Antón Martínez 
2023 - Merchina Peris
2024 - Sergio Manzanera


Ultimes vesprades a Mestalla


diumenge, 11 de febrer del 2024

Comunicat d'úvaM davant l'oposició de Meriton a la declaració de BIC del València CF





L’associació últimes vesprades a Mestalla (úvaM) és un col·lectiu plural i independent format per valencianistes que, des de la seua fundació en 2008, ha desenvolupat la seua activitat, sempre i de manera incondicional, al servici de la recuperació i la divulgació de la història del Valencia CF. 

Volem condemnar l'escrit d'al·legacions amb el que els representants de Meriton Holdings en València s’han oposat a la declaració del València CF com a Bé d'Interés Cultural (BIC), una iniciativa de Libertad VCF que contà amb l’aprovació unànime de tots els grups polítics representats a l'Ajuntament de València i en la que ens enorgullix participar.

No pot sorprendre ja a ningú l'evident utilització instrumental que patix el València CF per a servir als interessos de Meriton Holdings de la mà dels seus delegats a la nostra terra, però resulta escandalosament reveladora la confirmació que d'este extrem fa el senyor Javier Solís, el Director Corporatiu nomenat per Meriton Holdings per a dur a terme la seua política extractiva sobre els recursos, la història i els valors del nostre club, en firmar l'escrit d'al·legacions.

És este aspecte, l’oposició de Meriton Holdings a la declaració del València CF com a BIC, allò veritablement greu d’este episodi, paradigma de la desgraciada situació en que es troba el nostre club en les seues mans. Però, per raons evidents, no podem deixar passar el maldestre intent del senyor Solís per embrutar el nom de la nostra associació. No se’ns ocorre una situació més clara sobre quines són les pròpies motivacions en relació amb el València CF que la postura que cadascú ha pres davant esta iniciativa: úvaM, com sempre ha fet tant com a col·lectiu com els seus integrants de manera individual, actua exclusivament en defensa del València i del que el València representa; el senyor Solís i la resta de delegats de Meriton Holding en València, actuen en defensa de la “finalitat lucrativa” del senyor Lim i de la conservació dels seus jornals, per davant de qualsevol altra consideració.

No volem acabar sense apel·lar a tots els agents socials, polítics, culturals i econòmics de la societat valenciana a ser conscients de l’amenaça que Meriton Holding suposa per a la pròpia existència del València CF: humilment demanem que es facen possibles els acords i consensos necessaris per a forçar l’eixida del senyor Lim del València com a única via per protegir el nostre club, el seu futur i el seu patrimoni material i immaterial. 

Amunt València...


últimes vesprades a Mestalla

 

divendres, 22 de desembre del 2023

ORGULLO EN EL BARRIO


Parecía que el año del Centenario de nuestro maltratado Mestalla iba a acabar con el sabor amargo del veneno que todo lo que toca Meriton impregna. En el último partido en casa volvieron a utilizar a un grandísimo jugador de fútbol, que no leyenda del Valencia Club de Fútbol, como escudo humano, modus operandi que ya no coló.

Pero faltaba un último partido en el campo con más sabor a barrio de Primera División, el del Valle del Kas.

Y fue allí donde un futbolista que transmite barrio por sus cuatro costados realizó el mejor homenaje que se puede hacer a nuestro campo y al pueblo que desde hace más de cien años en él habita.

No fue su gol ni la victoria que supuso, fue muchísimo más. Fue el cómo, las formas, el contenido inmenso, el significado infinito.

No corrió a nuestra grada visitante a señalarse el nombre que con tanto sacrifico y esfuerzo había conseguido lucir en la camiseta de su Valencia Club de Fútbol. No se señaló la oreja para protestar las críticas que durante estos primeros meses de campeonato pudieran estar surgiendo. No celebró excéntricamente posando para las fotos del día siguiente.

En esa ceremonia salvaje, natural e instintiva que apenas duró unos segundos, Sergi hizo el homenaje que merecía el año del Centenario de Mestalla.

Sin parafernalias ni fuegos de artificio, surgió desde las entrañas de su sentimiento valencianista. En nombre de su Valencia, del de su madre y de su abuelo. En el nuestro.

En estos tiempos tan duros en los que la única meta del valencianismo es sobrevivir y en los que en ese esfuerzo nos encontramos tan solos y desamparados, hay gestos que resucitan el orgullo de todo un pueblo, que dibujan un inmenso rayo de esperanza entre tanta tiniebla.

Una vez más los valencianistas, en el campo y en la grada, tirando del club.

A trescientos kilómetros de esa portería sin gradas de Vallecas, en la penumbra del olvido, Mestalla sonreía complacido y satisfecho. Sabía por sabio y viejo que, aunque fuera en el último suspiro del año de su Centenario, aquello iba a suceder, que su pueblo y su gente lo iban a dignificar, aunque fuera en el exilio que Meriton nos impone

Gracias Sergi.

Jose Carlos Fernández Haba. Socio 1.087

dijous, 16 de novembre del 2023

MESTALLA LLENO, CON MERITON = ESPEJISMO


Vaya por delante, antes de adentrarnos en el meollo del asunto, que la afición valencianista se ha caracterizado, en todo tipo de coyunturas, por ser una de las más fieles de nuestro entorno. Aportamos, además, un poco de contexto: somos el club representativo de la tercera ciudad de España (sin adversario homologable intramuros) y una de las más relevantes de la Europa mediterránea y contamos con un territorio de potenciales adhesiones, incluyendo una pobladísima área metropolitana y una significativa red de ciudades medianas, que supera ampliamente los tres millones y medio de almas. Asimismo, nuestro equipo, como destacó recientemente Rubén Uría, se encuentra entre el selecto grupo de los que han ganado prácticamente todo en las competiciones continentales.

Así que, aunque Meriton nos haya convertido en una medianía (debido, como resulta obvio, a su relegación de lo deportivo en los antiproyectos que sucesivamente perpetra), conviene recordar que, antes del punto de inflexión que, en nuestra historia, supone el viciado, por amañado, proceso de venta, no era nuestra divisa flotar como basura espacial a mayor gloria de los negocios de un fondo buitre, sino la voluntad de querer llegar. Interesa constatarlo –insistimos- para quienes, compra de voluntades aparte, se sienten cómodos, lo cual equivale a no hacer nada para combatirlo, en este escenario. No es una cuestión solo de dinero (arraigado pensamiento de mezquinos y mediocres), que también; sino, sobre todo, de dignidad y voluntad. Y, como repasaremos posteriormente, estas virtudes no requieren del gregarismo para ser puestas en práctica, sino que se pueden y se deben ejercitar, primeramente, de forma individual.

Entrando ya en el tema que nos ocupa, hay comparaciones históricas que, si no son abordadas en sus contextos precisos, van a resultar harto odiosas. ¿Por qué Mestalla se llena ahora (en el peor momento, como acreditan las estadísticas, deportivo, económico y social de la historia de la entidad) más que en algunas temporadas en las que el VCF disputaba la Liga de Campeones? ¿Se ha vuelto la afición valencianista más fiel que hace 15 años? ¿Ha conseguido Meriton un éxito atribuible a alguna modalidad de buen hacer?

Una vez descartada la última de las preguntas retóricas, pues los intereses de Meriton son endémicamente contrarios a los de la institución a la que parasita, vamos a profundizar, para intentar sacar algo en claro, en esta suerte de enigma. No se trata de impugnar las afluencias a Mestalla, que están a la vista de todos, sino de arrojar luz sobre un fenómeno que no tiene tanto de incomprensible como, en principio, podríamos pensar. De este modo, va a ser posible entender por qué los esbirros de Lim y Mendes están maravillados con la estampa, mientras que el seguidor concienciado, el que no se limita a ser ni cliente ni atrezzo, asiste, con cierta perplejidad, a un nuevo viejo Mestalla en el que cada vez se siente más fuera del cuadro.

Como todos los fenómenos complejos, el Mestalla a rebosar con Meriton no se puede explicar desde el reduccionismo de la monocausalidad. Y que suponga un fenómeno complejo no significa que sea raro, sino, simplemente, que tiene unas causas que no se pueden ventilar mediante el recurso a argumentos que, por parciales o generalistas, resultan insuficientes.

Así que, como las consecuencias (autocomplacencia, propaganda para los intereses de Lim, minimización de la combatividad…) ya las conocemos, vamos con las causas. Será un análisis denso, extenso y que huirá de los falsarios relatos épicos mediante los que recurrentemente nos hacemos trampas al solitario y que carecen de objetividad, desvían el foco y, por tanto, operan como munición de nuestros enemigos.

¿Por qué, justo ahora, Mestalla se llena tanto?

En primer lugar, hemos de señalar que existe una tendencia global de crecimiento del ocio pospandemia que ha pasado incluso por encima de la inflación. Se trata de una ola consumista general, relativamente previsible y correlacionada –cómo no- con el nivel de renta. Comprende desde el turismo al cine, pasando por la hostelería. Y, por supuesto, abarca los espectáculos deportivos. Por consiguiente, hay más ganas de gastar en ocio el dinero ahorrado y la asistencia a Mestalla no supone una excepción.


Efectivamente, los valencianistas no somos, en este aspecto, ni originales ni pioneros. Estamos enmarcados en una corriente global que tiene una acusada manifestación local en nuestra Liga. ¿Acaso a nadie le extraña que una competición con un notable descenso de nivel en las últimas campañas y un sistemático maltrato al aficionado, desde los precios a los horarios, presente unas gradas cada vez más repletas? Ni siquiera hace falta que nos remitamos al Metropolitano o a los estadios sevillanos o vascos para calibrar el indudable alcance de esta tendencia. Incluso campos como Riazor o La Rosaleda, con sus equipos en categorías impropias, muestran unos graderíos más poblados de lo, en otras épocas, imaginable.

Otra tendencia general con especial incidencia en nuestro caso es la del turismo, una actividad que ha crecido exponencialmente en el Cap i Casal durante la última década. Valencia está en el top 10 de las ciudades europeas más visitadas. Y, como es normal, a numerosos de nuestros huéspedes les mola dejarse caer por Mestalla. Sí, por esa centenaria catedral deportiva que, entre el autoodio de unos políticos snobs y la apatía de una sociedad civil desmovilizada, puede ser derribada para albergar en 2030 un Israel-Corea del Norte; y, de paso, dar vidilla a los negocios de un especulador asiático que se cisca en las instituciones locales y se jacta del dolor que genera entre los valencianistas. Un Mestalla gentrificado y copado por turistas es el sueño húmedo de Meriton. Le permitiría prescindir ya totalmente del aficionado local y, consecuentemente, del gasto en medios de comunicación y mercadotecnia que requiere tenerlo permanentemente engatusado. Si frecuentas las gradas altas del estadio, podrás comprobar que la presencia de turistas, en algunos sectores, oscila alrededor de un tercio de los asistentes. Como puedes imaginar, el turista, a grandes rasgos, ni siente ni padece por el VCF. Consume una experiencia de ocio que, por lo general, no conlleva ninguna involucración especial en la liberación del club. Por otro lado, todos conocemos excepciones a esta regla y otras de las que estamos comentando en este espacio; pero no se trata de hacer, de la anécdota, categoría. PD: Benvinguts siguen tots els visitants de Mestalla (la reflexión que nos interesa, aquí y ahora, es otra…).

El siguiente factor que, por comparación con los tiempos pasados, no puede ser desdeñado es el de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación. Supone otra ventaja que Meriton, por azar, se ha encontrado. Únicamente ha tenido que emular, en esta parcela, lo que hacen el resto de clubes. De esta tropa, la misma que se mamaba en La Deportiva o ficha a última hora tras ver resúmenes de YouTube que le pasan los espabilados intermediarios, no esperéis ninguna virtud a nuestro favor. Y es que Cortés, Ortí o Llorente no contaron con el beneficio que, para la venta de abonos y entradas, ha supuesto la implementación ya consolidada de medios de pago online. Los que ya tenemos una edad sabemos que, en aquellos maravillosos años, asistir a un encuentro de competición europea implicaba no solo acudir a Mestalla en la jornada señalada, sino también destinar una mañana o una tarde a hacer cola para adquirir tu entrada física. ¿Y qué decir del aficionado de comarcas que, tras una temporada mediocre (de las que ahora serían de vuelta al campo), tenía que hacerse alrededor de 200 km en un día veraniego para renovar, previa cola en taquillas, su pase? Estos son los ejemplos paradigmáticos, pero hay muchos más: desde el asiento libre para quienes desean rentabilizar su ausencia (algún turista comprará la entrada) a la renovación automática del abono, pasando por el sistema de rebajas por asistencia. Este último me parece un éxito incontestable porque remueve eficazmente el gen capitalista de la parroquia. Los tipos más huraños, los mismos que antaño no dejaban el pase ni a su sobrino como regalo de comunión, ahora mueren por cederlo. Y es entonces cuando se obra el milagro: albergan la sensación de que han ahorrado tras pagar un abono más caro que el de la temporada anterior, pero para ver a un equipo cada vez pequeño. ¿El resultado de todas estas medidas? El lógico: más facilidades para ir a Mestalla equivale a asistencias más abultadas. ¿Y el de que se cedan más pases que nunca? Aparte de reiterar la respuesta anterior, seguro que ya sospechas la derivada. Y también le encanta a Meriton: más población flotante en Mestalla, es decir, más aficionados eventuales cuyo compromiso con el club se limita a una experiencia de usuario espectacularizada y tan superflua como circunstancial. Estas facilidades, como no puede ser de otro modo, también resultan extensibles a las aficiones visitantes. Si bien el tirano Tebas ha reducido drásticamente el settore ospiti de todos los estadios, ahora la afición visitante, como puedes comprobar en cada encuentro, está desperdigada por todas las gradas. Y también es más numerosa que nunca. Más madera…

Por otro lado, está en marcha lo que, en condiciones normales, podríamos considerar una regeneración natural de la hinchada; pero, en verdad, implica un subrepticio proceso de sustitución. No nos centremos tanto en el número de socios que Meriton dice que somos (regla número 1 del manual de resistencia ante la ocupación: nunca validar nada que salga del aparato de desinformación de la empresa pantalla). No debemos quedarnos en el análisis convencional y superficial relativo a que los más jóvenes irán ocupando progresivamente el lugar de los más mayores (muchos de los cuales se lo están dejando por no soportar la ignominia de un club secuestrado y desnaturalizado). Tenemos que fijarnos en la escasa fidelización del socio que generan los antiproyectos de Lim y Mendes. Los bailes de cifras entre los abonados más recientes (ejemplo de un amigo: de ser el número 43 284 en la campaña 15-16 a avanzar hasta el 22 996 en la 22-23) resultan especialmente llamativos y nos conducen a concluir que un altísimo porcentaje de los socios está de paso. Meriton únicamente tiene que echar mano de la tasa de reposición que la consustancial grandeza del VCF, en el marco de las tendencias imperantes, le proporciona. De este modo, nos encontramos con una mitad de abonados que apenas ha visto jugar al equipo en Europa. Ergo: un perfil de aficionado (para ellos, fan o usuario; rol que una gran parte, por acción u omisión, asume) que es incapaz de ejercer la crítica porque, directamente, no es ni conocedor, a efectos comparativos, de la gloriosa historia de su club.

También influyen poderosamente otras variables intervinientes con las que la era Meriton, por pura coincidencia temporal, se ha topado. Existe una resignificación de la experiencia futbolera derivada de la idealización a través de las redes sociales de cualquier acontecimiento. No supone un hecho únicamente constatable en el fútbol, sino que abarca todo tipo de eventos sociales, desde las procesiones de Semana Santa hasta un almuerzo con los amigos. Es un constructo mediante el que profesionales de la comunicación subcontratados por el holding bombardean al seguidor con imaginería de cartón piedra, tweets canallitas y hashtags de quita y pon para fingir involucración y sentiment; y, de paso, ganar tiempo a favor de los negocios del amo y en contra del VCF. Estas técnicas de marketing podrían haber resultado muy útiles en tiempos de dirigentes como Tuzón y Ortí, que, por respetar y amar al VCF, sí merecieron disfrutar de su efecto benefactor. Pero, en manos de la empresa pantalla actualmente enquistada en el club, se convierten en unas de nuestras peores enemigas, pues contribuyen a programar maniobras de distracción y placebos para alienar, más si cabe, a la hinchada. Se trata de que, mientras ellos van vaciando el club, reproduzcamos los mantras de todo a 1 euro (calcados, en su vacuidad, a los empleados, para los mismos fines, en el resto de equipos) y no nos planteemos nada más. Desgraciadamente, la cultura de club que diversos colectivos bienintencionados se curraron, sobre todo, en la década previa al centenario ha devenido en un artilugio pirotécnico que es usado constantemente como metralla contra nosotros. Ya sabéis: el aprovechamiento espurio de nuestro pasado mediante la odiosa y abusiva extrapolación del concepto leyenda, el ADN y toda esa palabrería huera. Manipulación, infantilización, banalización y hedonismo como sucedáneos de una militancia que, verdaderamente, no se ejerce, sino que se sustituye por las gratificaciones inmediatas del culto a la imagen (se prefiere una story adornada mediante una frase hecha y un selfie con la camiseta oficial a informarse sobre el latrocinio al que nos están sometiendo y, en consecuencia, comprometerse a revertir la injusticia).

No acaban aquí los factores que han contribuido a reconfigurar progresivamente, siempre a favor de Lim y Mendes, el perfil de la masa social que confluye en Mestalla. Por una parte, se han producido expulsiones y exilios hacia las gradas más altas de socios críticos. Es un proceso paralelo al de la deconstrucción de los históricos grupos de animación y la creación de espacios de la susodicha supervisados por el club, en los que algunos de los derechos más elementales del hincha -y de la persona- se quedan en la puerta del estadio. En honor a la verdad, hemos de decir que, aunque a Meriton le venga de perlas esta desarticulación, estas medidas no fueron inventadas por su think tank de estómagos agradecidos y chivatos, sino que forman parte de un proceso represivo común en las gradas españolas promovido por Tebas, los Rubiales y sus adláteres, que gustan de sustituir a los aficionados por clientes. Por otra parte, no es ningún secreto que los apparátchiks de Meriton distribuyen entradas, además de otros parabienes, entre colectivos y particulares afines (por sus hechos y silencios los conoceréis), para que les sirvan de escudo protector ante la afición. El número de enchufados que se cita en Mestalla tampoco puede ser minusvalorado en el marco de esta estrategia holística de sustitución del valencianismo. ¿Sabemos cuántos figurantes entran al campo por la patilla (con pases y localidades de favor) en cada partido e inflan las cifras de abonados y asistentes, además de contribuir, en modo justiprecio, a que el estadio sea un remanso de paz para los parásitos dirigentes? ¿A nadie le llama la atención que la tribuna lateral, tras años de calvas, se haya comenzado a llenar? En la misma línea de estas dinámicas, se enmarcan las sucesivas microrreformas de nuestro estadio para albergar a cada vez más sponsors y palcos de empresas privadas. Cabe suponer, dadas las circunstancias de su conexión con la entidad, que tampoco van a ayudar demasiado, desde esas coordenadas, a liberar el VCF. En resumen: si algo es gratis, el producto eres tú. Y, en Mestalla, entre convidados de distinto pelaje, cada vez hay más productos poblando las gradas.

Pero ¿cuál es la realidad de la masa social valencianista?

Hemos dedicado un amplio espacio a explicitar por qué un Mestalla lleno con Meriton es un espejismo, pero no va a resultar tan farragoso resumir la decadencia por la que, en verdad, pasa la afición del VCF. Las cifras son elocuentes.

- Según el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), los habitantes de la provincia de Valencia que manifestaban ser del VCF han disminuido, en menos de dos décadas, del 78 al 54 % de 2020.

- La cantidad de peñas valencianistas, por su parte, ha descendido, desde las 738 existentes en septiembre de 2007, a las menos de 350 actuales.

- Por último, en 2019 (espejismo deportivo de La Década Ominosa, arrebatado de las fauces de Meriton gracias a las artes de Alemany y Marcelino), el VCF fue el 7º clasificado en audiencias (por detrás no solo de los más poderosos, sino también de la Real Sociedad, del Betis, del Athlétic de Bilbao y del Sevilla).

Son estas las demoledoras estadísticas ante las que los llenos, con relevante porcentaje postizo, de Mestalla no deben ser las ramas que nos impidan ver el bosque de un club que ha perdido, en el momento más inoportuno, el tren de la historia. No dejan de representar la constatación del radical invierno demográfico que está experimentando el valencianismo. Reflejan, como no puede ser de otra manera, la franca decadencia de una institución cuya gerencia subsiste contra la afición del propio club. Una afición que, un partido sí y el otro también, le pide a la dirección que se marche. De hecho, el gabinete jurídico de la entidad es requerido habitualmente contra la afición valencianista pero no para defender al VCF del resto de sus agresores, asiduos o potenciales socios de los negocios de Lim y Mendes.

De un club del que cada vez se habla menos y, cuando se hace, es malamente. De una directiva que encabrona cotidianamente a los aficionados (tiene Mestalla hecho unos zorros y, al mismo tiempo, alecciona, infantilizándolos, a los seguidores para que no ensucien el estadio con pipas). De una masa social que está envejeciendo y desapareciendo en el norte, sur e interior del territorio valenciano y en cuyo caladero capitalino está pescando el buen hacer en captación del Levante (solo hace falta darse una vuelta, cualquier día, por el Jardín del Turia para comprobar que una presencia que antes era testimonial ahora ya está normalizada).

Y, finalmente, de una hinchada abandonada a su suerte por unos representantes públicos que demuestra tamaño desinterés por el VCF que no son capaces siquiera de comprender lo más obvio de toda esta coyuntura: que Mestalla es la auténtica fuerza del Valencia. Incluso en el periodo más sombrío de nuestra historia, nuestro vetusto estadio, merced a su incuestionable capacidad de atracción, sigue siendo capaz de convocar masivamente, aunque una alta proporción venga de gorra o solo de paso, a valencianistas y extraños. No cabe duda de que es el telúrico embrujo del recinto, propiciado por el incesante trabajo de generaciones de valencianos (no nos tiremos más piedras sobre nuestro tejado que las justas y necesarias, que eso es de acomplejados) que contribuyeron a edificar un VCF grande, lo que está sosteniendo, en medio del acreditado descenso demográfico, las constantes vitales mínimas de una institución que, milagrosamente, sobrevive a los trileros que la malgobiernan. Si, algún día, se tiene que efectuar el tránsito del viejo Mestalla a un nuevo campo de fútbol, esta empresa no debería, en ningún caso, dejarse en manos de quienes, valiéndose de argucias consagradas, en su día, por los poderes públicos, han hecho prisionera de sus burdos chanchullos a la institución civil más importante del pueblo valenciano. Sin la conexión sentimental que Mestalla encarna para su núcleo más fiel y la fascinación que despierta entre nuestros visitantes, el VCF ya no estaría en el coma inducido por Meriton, sino que se encontraría muerto.

No podemos calibrar si las tendencias de largo alcance que hemos presentado en este texto van a tener una incidencia similar en las próximas décadas, pero de lo que sí podemos estar seguros, a la vista de sus antecedentes, es de que una decisión tan relevante como cambiar de estadio para todo un siglo de existencia no debe depender de quienes solo contemplan el club con una mentalidad estrictamente extractiva, la cual ya ha lo ha empequeñecido exponencialmente. Este hecho, cristalino, si se ponderan todas las variables recientes (del historial deportivo a las cuentas anuales), es ignorado irresponsablemente por las instituciones políticas autonómicas y municipales y otros actores sociales. Como señalamos con anterioridad, solo hay un parámetro que, a mayor gloria de Peter Lim y Jorge Mendes, podría parecer desviado pero, en realidad, se encuentra dentro de la normalidad del entorno: los llenos de Mestalla.

¿Soluciones?

Es capital terminar este ejercicio de disidencia respecto a los oficialistas discursos autocomplacientes (y que, acríticamente, compran demasiados de nuestros compañeros) con un mensaje optimista. No vamos a hablar de milongas, de esa camiseta y ese escudo arrastrados y prostituidos y que, en estos tiempos de posverdad meritoniana, han sido convertidos en carcasas vacías, reclamos y trampantojos mediante los que, eficazmente, nos tratan de embelesar para dejarnos inermes. Tampoco vamos a hablar de dinero, sobreesfuerzos ni otras excusas que muchos se autoimponen para atenuar su mala conciencia por no aportar nada para deshacer el entuerto o incluso prestarse como cipayos. Llevamos toda una puñetera vida demostrando lo que nos importa el VCF e invirtiendo en él (aunque ahora ya no consumamos productos del club y reservemos nuestros fondos para financiar la resistencia y, el día de mañana, recuperar la entidad), pero ahora la lucha por la institución ha virado hacia la disrupción. En resumidas cuentas, lo que hacíamos, cuando aún teníamos el control de nuestro futuro, ya no sirve para resolver el problema esencial que nos atañe.

Y lo bueno es que la solución, aunque, por intereses espurios, te quieran convencer de lo contrario, sigue estando en ti. En la fuerza de tu voluntad y en no dejarte doblegar ni manipular por los captores del VCF.

¿Cómo se consigue esto? Por una parte y como ya explicamos en su día, reforzando el movimiento de resistencia. Puedes colaborar con la vanguardia popular y altruista que representa Libertad VCF, pero también tienes la posibilidad de montártelo por tu cuenta y realizar las aportaciones que se te ocurran. Tota pedra fa paret. La indiferencia y la pusilanimidad restan.

Por otra parte, está el asunto que, en este texto, nos concierne especialmente. Ya hemos abordado por qué en Mestalla se nos han puesto las cosas en chino (nunca mejor dicho). No en vano, abundan los testimonios de quienes se sienten incómodos o frustrados por no reconocerse ya en gran parte de la concurrencia con la que comparten graderío. Ante este proceso de sustitución en Mestalla del valencianista crítico que te hemos desgranado, la única alternativa eficaz pasa por perseverar en tu resistencia. Respetando al 100 % a quienes no han aguantado más este estado de las cosas y se han quitado de en medio, animamos a persistir en la grada (o tu lugar lo puede ocupar cualquier figurante); y, en la medida de lo posible, intentar reagruparse junto a amigos que compartan nuestros desvelos por la liberación del VCF.

Asimismo, es preciso mostrar una actitud rebelde y desobediente frente a las consignas que Meriton nos inocula a través de sus medios afines y la invasiva, anuladora y adocenadora megafonía. Ante la duda, en contra. En cualquier asiento está la primera línea. Se trata de adoptar, siempre que resulte viable, cualquier actitud que te identifique como contrario a la ocupación del club. Si solo vas a calentar la silla y animar en modo hilo musical, si no sacas tu rabia a pasear contra la flagrante injusticia del robo mediante mentiras del VCF… la consecuencia es que, además de contribuir a bloquear las protestas, Lim y Mendes te van a contabilizar a su favor (observación también válida para los desplazamientos).

Ellos, los malos, se toman esto como una guerra*; y, por eso, no dudan en utilizar todo lo que tienen a mano, desde bots a exfutbolistas, para dividirnos. Recojamos el guante y convirtamos esta guerra contra el VCF en la que nos metieron en su Vietnam (los valencianistas, por supuesto, somos los colonizados). Que ellos pierdan ganando y nosotros, mientras no nos rindamos, todavía ganaremos perdiendo. Hasta que nos dejen en paz. El VCF lo merece, ¡a por ellos! Salvem Mestalla!


*Existe una manida expresión de cuñado valencianí que, para combatir sus remordimientos por callar ante el oprobio, señala que “Meriton es circunstancial” o se remite a “cuando se vaya Meriton”. Bien, la etapa del holding asiático en Mestalla se acerca ya al decenio (su longevidad en la poltrona solo admite comparación con la de Luis Casanova). Curiosa concepción de circunstancial la de quienes, por razones crematísticas o carencias de empatía, no parecen inquietarse en demasía por la extraordinaria desgracia que supone el INDEFINIDO secuestro del VCF.


Simón Alegre (socio 4248).