dimecres, 25 d’octubre del 2017

MEMORIAS DEL VIEJO GOL GRAN, EL CAMINO INVERSO



Folclore de la grada Gol Gran. VCF-At.Madrid. Temporada 1995-96.

Leí las memorias de Joaquín Maldonado en un momento de crisis severa. En el retiro espiritual de mi padre, en el Perellonet junto al mar Mediterráneo, bajo un banderín del Valencia C.F. y la atenta mirada de un recuerdo fotográfico de mi viejo junto a Alepuz, ex-jugador del Deportivo de La Coruña y presidente del colegio valenciano de entrenadores de fútbol. Eran Tiempos revueltos. El culebrón del verano discernía sobre el proceso de la venta del club. Para unos, una traición al sentiment, para la banca la venta de un activo tóxico, y para otros la mayor transacción planetaria del fútbol mundial.  

Regresar al pasado a veces no es fácil y narrar en primera persona un pedazo de historia personal vivida en la gradas de Mestalla tampoco lo es. Es incluso hasta punzante. Había caído Don Arturo Tuzón por la némesis de un nuevo lobby abonado a la fanfarronería y al discurso fácil. Pasamos del naranjazo al ladrillazo (años más tarde de l´equipasso al batacasso). 

Me refrescó la memoria volver a leer el magnífico relato " La balada del Bar Torino " escrito por mi amigo y compañero de grada Rafa Lahuerta Yúfera. Rafa siempre ha sido una enciclopedia vasta de datos y fechas, y memorable ha sido siempre su aportación al valencianismo literario. Le avala la modestia del anti-héroe. Al día siguiente de la toma de posesión del nuevo terrateniente de Mestalla, Paco Roig, nos reunimos Gonzalo Mora, Rafa Lahuerta, Javier Galdón y Pedro Nebot. "Gol Gran se cocinaba en los fogones del Bar los Toneles un día 10 de marzo a la sombra de la estación del norte, obra del brillante arquitecto Demetrio Ribes. Me viene a la memoria un reflejo de como Rafa jugaba con un bolígrafo dibujando en una servilleta del palacio del calamar "Gol Gran”. El nuevo proyecto se ponía en marcha a escasos metros de la desparecida bajada de san francisco, el origen del valencianismo. 

El traslado al fondo sur de la peña Lubos y el resto de jóvenes hinchas del fondo norte requería unos trámites burocráticos, se abría un nuevo Valencia de oficinas y despachos segregado en departamentos especializados gracias a la modernización de las nuevas estructuras del club. El interlocutor con el club fue Don Antonio Company (R.I.P) risueño, afable y con don de gentes, hombre fuerte en la campaña de Paco Roig. Algunos vieron la puesta en escena de la nueva grada Gol Gran (Lubos) en su primera temporada como en tiempos de República. El Mestalla de las dos gradas de animación. "Los rojos y los azules “. El Gol Gran frente al Gol Xicotet. Se equivocaron. Mismo ADN pero diferente actitud. Aunque años después algún bocachancla radiofónico nacido y bautizado en la pila del bautismo de la corporación rogista, llegó a vaticinar que Gol Gran era un fondo marxista. Grave error. Daniel Le Breton escribió que liberado de tradiciones y costumbres cada ser humano se convierte en su propio dueño y sólo debe rendir cuentas a sÍ mismo. Rescato y destaco las palabras que definieron los principios fundacionales. "Seríamos más bien una plataforma de jóvenes valencianistas con ganas de animar al equipo sin alardes de violencia ambiental. No racismo. No homofobia. No nacionalismos. Por contra potenciaríamos al máximo la historia del club.

Una de las claves para el buen funcionamiento orgánico de la grada fue la independencia económica. Sin jerarquías. Ni subvenciones a los desplazamientos ni a los tifos. Nunca estuvimos en venta. Optamos por el camino inverso a la radicalización ambiental. La desradicalización. Y así empezó todo. 

La renovación estética de la fachada del gol sur quedaba marcada por una arquitectura apoyada sobre dos pilares: El blanquinegrismo y el bilingüismo. Un regreso al Bar Torino. Un guiño a la memoria histórica del club. Ante la incomprensión general de un sin fin de socios y aficionados que durante muchos años vivían el fútbol apasionadamente en la grada sur sin apenas animación y colorido, debutamos un Valencia-Sevilla. Habíamos usurpado su espacio natural, su hábitat. Y eso, que era una grada abonada a las peñas, Arrós Caldós, Toni Lambada, Carrilers, Penya Politécnica, entre otras. Lo que en su día no supieron proyectar los políticos valencianos, construir la "Gran Valencia" o bien el museo del folklore, proyecto fallido, lo hicimos nosotros en apenas una temporada y en una grada. El fondo central de la vieja general se pobló de banderas blanquinegras, banderones tricolores, minibanderas, bufandas, una fusión al estilo más canalla de Ricard Camarena amenizado por cánticos populares y temas valencianos. Supimos remar en una sola dirección matriculando a los más entusiastas del fondo sur en la universidad Gol Gran y dejando de lado, egos y fantasmas del pasado. Fuimos más de letras que de ciencias, fuimos los poetas de la grada....

Endavant Gol Gran. No continuará.

Pedro Nebot (Fundador Gol Gran) 


dilluns, 16 d’octubre del 2017


ACEQUIAS Y RAILES.


A Clara.

Éramos adolescentes y en nuestro barrio no echaban ninguna de James Dean. Nos habían cerrado el Mavis allá por 1985.

Fue jodido aquel año sin fútbol de primera ni pelis de reestreno.

Crecíamos pasando las tardes entre descampados en los que futbolear y aquellos recreativos que por la luz que inundaba todo el local habíamos bautizado “Los verdes”.

Vivíamos en la frontera, y por ella, haciendo equilibrio sobre los raíles del Trenet, atravesábamos el puente que desembocaba en el Semáforo de Europa. Luego nos desviábamos a la derecha, cambiando raíles por sendas sobre acequias hasta llegar al Instituto.

Allí cerca, decían que estaba el mar pero nosotros éramos más de la grada que llevaba su nombre, por la que cada día desde 1923 amanece Mestalla.

También rodeaban al Ramón Llull huertas y acequias.

Cuando lanzábamos el balón por encima de la valla del Instituto, tenías que ser rápido para evitar que cayera sobre el sucio caudal de alguna de ellas. Había un punto al partir del cual, entre la maleza y las cañas era imposible seguir su pista.

Recuerdo que una vez, escondido entre aquella flora anárquica y salvaje, descubrí a un drogadicto en el momento justo en que se inyectaba la jeringuilla. Me quedé mudo mirándolo. El mono no le impidió notar el susto en mi cara y me señaló dónde se encontraba el balón. Apenas me dio tiempo para darle las gracias, cogerlo y salir pitando.

Todo lo que quedaba de recreo y de partido, en aquella época eran sinónimo, no toqué pelota, no me quitaba la imagen impactante de aquel sudoroso chaval con ojos enrojecidos.

De ella sabía que vivía más allá de donde yo dejaba la vía para desviarme al sendero de las acequias, en una especie de isla perdida, que era de familia humilde y que debía conservar sus libros en buen estado para que lo heredaran sus hermanos. Los míos estaban repletos de escudos y alineaciones del Valencia.

Como algunos amiguetes del cole, bendita EGB, continuaron conmigo la carrera estudiantil en aquel Instituto, ya me precedía mi fama de irremediablemente che. Una fama que al poco tiempo certificaron el resto de nuevos compañeros.

Los días que tocaba religión, como el profesor era mayor y corto de vista, aprovechábamos en las últimas filas para hacer papelitos. Durante la semana habíamos ido recopilando periódicos, qué buena calidad tenía el papel de la Hoja del Lunes, para recortarlos concienzudamente y lanzarlos en Mestalla los fines de semana que jugábamos en casa.

Ella, tan ajena y lejana al fútbol y al Valencia, un día se ofreció a ayudarnos en la tarea. Fue el día que comencé a mirarla distinto y al parecer, como me comentaban los cabrones de mis amigos, como ella ya llevaba mirándome a mí desde principio de curso.

Y yo qué mierdas sabía de esas cosas. Podía hablar de si el planteamiento  de Espárrago era bueno o malo, de si Fenollet y su zurda iban a marcar época en Europa, de si Arias era el jugador más elegante del mundo sacando el balón, de si Fernando era rapidísimo en contra de lo que la mayoría de gente opinaba, porque un segundo antes de recibir el balón ya sabía dónde lo iba a poner y lo ponía… y yo qué sabía de lo que se me cachondeaban los capullos de mis amigos.

La temporada estaba resultando perfecta, la tercera en primera tras el nuevo kilómetro cero del descenso y casi sin darnos cuenta nos habíamos metido muy arriba peleando con los de siempre, disputándoles un terreno que el Dios Fútbol con la inestimable colaboración de la Liga de Fútbol Profesional les tiene reservados.

Así fue avanzando la temporada y el curso, experimentando cosas que nunca había vivido, ni en fútbol ni en amores, yo que me había forjado como valencianista en el desierto de la segunda, ahora coqueteando con los primeros puestos de la Liga y con la más guapa de la clase.

Apenas faltaban tres jornadas para acabar la temporada cuando un amigo de Benimaclet, me dijo que no podía venir a Mestalla porque sus padres se lo llevaban de boda de un pariente a Mallorca, y querían aprovechar el viaje para estar toda la semana de vacaciones.

Se ofreció a dejarme su pase. Tuve varios días para elegir a quién ofrecérselo.

Fue a mitad de clase de pretecnología cuándo Dios me echó una mano como al Diego se la había echado en el Azteca cuatro años antes:

“¿Te gustaría venir el sábado a Mestalla?”. 

A mitad de frase contestó que sí.

Creo que de primeras entendió “a cenar” porque luego la conversación no me cuadraba. Decidí evitar equívocos y aclaré que jugábamos contra el Tenerife a las diez y media de la noche.

No sé si se llegó a desencantar por no resultar mi ofrecimiento tan romántico pero mucho más madura, aparte de guapa que yo, supo comprender que la invitaba a lo que para mí era lo más sagrado.

Ganamos dos a uno con goles de Fernando.

Dos jornadas después, despedíamos la temporada con un 4-0  (hat trick incluido de Cuxart) a nuestros hermanos del Logroñés y alcanzábamos el subcampeonato de Liga por debajo del Real Madrid y por encima del Barcelona y Atlético.

Así acabó la Liga y tres semanas después el curso.

Ella se marchó a Barcelona con su familia por tema de trabajo de su padre que luchaba por dejar de ser humilde.

Yo acabé el Bachillerato tres años después, cuando ya no había acequias, ni cañaverales, ni drogadictos alrededor de mi Instituto. El horizonte ya no eran raíles por los que hacer equilibrios.

Supe por casualidad, que la vida le fue bien, que estudió derecho y se casó con un prestigioso abogado de buena familia.

Que viven en una bonita zona residencial y tienen 3 hijos y un barco, que no son nada futboleros.
Me alegré por ella y por sus padres.

Cada vez que por azar o descuido algún resumen del Valencia invade televisivamente su vida, se sigue acordando de aquel inmaduro gilipollas que sigo siendo, aquel con el que lo más cerca que del amor estuvo, fueron las dos avalanchas en las que nos abrazamos como celebración de los goles, allí en el fondo norte de Mestalla, muy cerquita de la Yomus.

Me gusta pensar que aún me recuerda.

Yo nunca la he olvidado.

Se llamaba General de Pie.

Jose Carlos Fernández Haba.
Socio del Valencia.