dissabte, 16 de gener del 2016

El tiempo que nos queda

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Mestalla está viviendo una nueva juventud. Una más. No soy capaz de enumerarlas, pero podemos convenir que esta que estamos presenciando es la penúltima -la última nunca, que diríamos en la barra del bar-.

Releyendo algunos de los primeros artículos del blog, especialmente alguno de los recogidos en el libro y que datan del verano y el otoño de 2008, cuando el traslado al nuevo estadio de Benicalap parecía una realidad cercana, con el consecuente abandono del viejo Mestalla esperando inminentemente detrás de cualquier esquina, llegué a una conclusión.

Nosotros, actual pueblo de Mestalla, somos unos afortunados y tenemos, también, una misión. Afortunados porque el destino nos ha concedido una prórroga, la última voluntad de un condenado a muerte. Prolongar la vida que algunos habían decidido que tocara a su fin. Estirarla no unos días ni unas semanas, sino unos años que, actualmente, no sabemos cuándo acabarán.

Caprichoso el destino ha querido, además, que Mestalla espere su marcha reluciente. Los nuevos amos han decidido engalanarlo. Mestalla aguarda el momento último y definitivo del adiós brillando con luz propia, como en las mejores ocasiones: partidos grandes, noches mágicas, eliminatorias europeas con traca final y un largo etcétera repleto de banderas blancas y negras ondeando en el cielo del barrio de Algirós.

La misión es la de mantener viva la llama del sueño que heredamos de nuestros padres y abuelos. Transmitir a las generaciones venideras la leyenda del viejo Mestalla. Que los niños de mañana conozcan el estadio donde su equipo se hizo grande. Porque no muere lo que es recordado, porque quien pierde los orígenes pierde identidad.

Mientras tanto aprovechemos el tiempo. Apuremos la última luz del sol que se pierde por detrás de la tribuna. Cantemos, saltemos, gritemos, abracémonos con nuestros compañeros de grada, alentemos a nuestro equipo. Somos replicantes de Blade Runner huyendo a vivir el tiempo que nos queda antes de que todos esos momentos de gloria se pierdan como lágrimas en la lluvia. 

 

Pau Corachán Latorre
Socio del Valencia CF
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