diumenge, 25 de novembre del 2012

Los hermanos Panero y Mestalla

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En toda convención chotofriki hay siempre un momento álgido donde se hace balance de la nómina de fiascos, chascarrillos y casos únicos que jalonan los arrabales del relato Mestallí. Como todo el mundo sabe, ser del Valencia es una cuestión menor. Una religión anodina y de clase media. Los héroes, ya se sabe, eligen otras opciones. El choto no, el choto, como se deja llevar y es un ser blando y sin carácter, acaba sus días en la barra del bar de la esquina poniendo a prueba a otros chotos sobre quién es capaz de mear más lejos en la recuperación de momentos cumbres de la futbolería local. Es la estampa suprema del fin de la historia, muy similar a aquella otra del café donde Fontanarrosa novelaba las efervescencias de "El mundo ha vivido equivocado". En este escenario de mediocridad ambiental, el choto suelta su retahíla de anécdotas ya manidas y mil veces repetidas donde a veces se cuela un nuevo detalle que hace gimotear a los más lagrimitas. Ya se sabe: la moneda al aire, el accidente de Walter, la casa donde vivía Vicente Peris, la irrupción del Gitano González en un Valencia-Athletic de la 72-73, el banderín de la Recopa del 80 que pende en un anaquel de La Salamandra, el caso Gallolo... o el momento cumbre de la confusión de Vicente Asensi en 1941 cuando se alivió en el videt y no en la correspondiente taza. Todo ello por no recurrir al día en que recién salido de la ducha y con la toalla enrollada sobres sus partes púdicas le preguntó a la camarera del hotel: Señorita, ¿usted conoce Nueva York? No, contestó la muchacha. Pues mire la estatua de la libertad, dispuso el procaz Asensi mientras la toalla se deslizaba con suavidad hacia el suelo. Un guiño inocente que de forma malévola hace pensar en el tipo de nombre impronunciable que dirigía el FMI.

Puede que el chotofriki haya alcanzado ya el nirvana futbolístico o una madurez subsidiaria y algo cínica que le remite a cierta lucidez del abandono de todo exhibicionismo militante en el mercado de las militancias. Quizás el chotofriki ha comprendido que hacer bandera de una identidad futbolera es tan estúpido como hacerlo de cualquier sistema de creencias más o menos organizado. Y que, en realidad, no hay manera seria de hablar de fútbol porque la subjetividad y la militancia impiden todo acuerdo razonable y ajustado a la realidad de lo que pasó y no al heroísmo intuido de lo que nos hubiera gustado que pasara. A fin de cuentas, el creyente es siempre un enfermo cuya tara es la incapacidad para asimilar con ironía las contradicciones de su doctrina. Quizás por ello, y parafraseando a Onetti, el chotofriki prefiere perder una discusión “banal” que perder el tiempo “real”. El dilema para el chotofriki es la evidencia de su condición de burgués. Bendito dilema, claro, porque nada mejor en el mundo que permitirse el honor de la desidia y el suave discurrir de los acontecimientos desde la atalaya del poder bendecido por los dioses y Bankia. Gran suerte, por tanto, ser burgués y del Valencia. Suerte poder hablar de la propia decadencia a la manera de los hermanos Panero en El desencanto, con las espaldas cubiertas y la mueca entre pija y condescendiente de quien sabe que toda gloria es finita e inútil. Suerte, en suma, ser miembro de una religión blanda y nada heroica. Suerte saber que el premio a nuestra propia inconsistencia nos libra de caer en la superioridad moral... ese purgatorio de cándidos ególatras.


Rafa Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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dimarts, 6 de novembre del 2012

Mestalla, el nacimiento de un mito

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Cada vez que se oyen rumores sobre la posible reanudación de las obras del nuevo Mestalla, se me pone un nudo en el estómago, tengo sentimientos encontrados, el nuevo estadio está más cerca de donde resido, y en diez minutos andando estaré allí, pero como animal de costumbres, mi mapa de movimiento humano, es sencillo y reproducible, la proximidad del nuevo estadio, suplantará a las tertulias pre-partido en coche, a la satisfacción de encontrar aparcamiento legal a la primera, al peregrinaje originario desde la zona de la Mezquita y posterior desde el Paseo de la Alameda, a la llegada hasta los aledaños del viejo Mestalla, allí donde se respira el ambiente y el sonido inconfundible de la afición, la excitación antes del partido, los cánticos, el trago a la rubia, la caballería con su innegociable rastro, el asalto al monumento a la afición, la llegada de los contendientes, y siempre a un cuarto de hora del comienzo, el inicio de las rampas del particular Alpe D’Huez, por su vertiente más dura, por la Torre B, luego acceso a Vomitorio 469, bajada de vértigo a la tercera fila, con el campo de batalla de color verde como fondo, saludos a mis compañeros de armas, hasta encontrar el refugio de mi trinchera, el asiento nº140.  “THE SHOW CAN BEGIN”.

Mi consciencia sobre Mestalla y el fútbol nació a golpe de transistor, escuchando la cruel adversidad de un triste y anunciado descenso, los inicios parten del lastre de creerse mago inexperto e ilusionista en sueños de campeón, comprados a golpe de talonario, e impagados con economías quebrantadas, para mayor gloria de la ambición, de la dictadura fanfarrona y del ego desmesurado.

No os faltará razón para decirme que visteis a algunos de los mejores jugadores europeos y sudamericanos del momento, pero yo desde mi perspectiva inmadurez, os contesto, que esos éxitos si no tienen un equilibrio económico, se vuelven simiente en campos de fracasos futuros.

Al ritmo de timbales de Segunda División, empezaron los pobres de espíritu a abandonar el barco del Valencia CF, con la misma intensidad y a la voz de “El Valencia será lo que los valencianos quieran”, se subieron los valientes, a manadas, como nunca antes había sucedido, un ejército de optimistas, dispuestos a recuperar el orgullo perdido, y renacer de nuestras cenizas, cual Ave Fénix.

Crecí con la esperanza de un temprano regreso a la élite, forjado en la disciplina y austeridad económica, del primero de nuestros valientes, Don Arturo, que quiso, supo y pudo sacar la espada clavada de lo más profundo de nuestro escudo, rellenándolo de economías malabares, equilibrados presupuestos y amortizadas deudas.

Para redirigir el rumbo, continuamos confiando en la sapiencia de una leyenda del fútbol mundial, un argentino de los de tango de Gardel, un viejo amigo del Valencia CF, Don Alfredo y su ayudante Jesús Paredes, sus señas de identidad, trabajo, honestidad, parquedad en palabras, y ocurrentes respuestas, nunca dijo una palabra de más, no vino a ganar títulos,  pero con él conseguimos posiblemente el más trascendental del club “El Ascenso”, después en el retorno a primera, se sufrió como cualquier equipo recién ascendido, sin la suficiente experiencia, y afectado por las lesiones, llevó al equipo a desfondarse en el segundo tercio de la Liga de 1987-88, así que se hizo cargo del equipo, un valencianista de los de antes, de los de siempre, D. Roberto Gil, que consiguió mantenerlo en la máxima categoría.

Después del asentamiento en la categoría y en plena pubertad, apareció un uruguayo rígido, serio y trabajador, Víctor Espárrago (el antecesor del homo-Cúper), junto a su inseparable Modesto Emir Turrén “El Jefe”, su fútbol basado en el rigor táctico-defensivo y en la racanería de un fútbol escaso, amante del cuerpo a cuerpo y de la combatividad, pero efectivo. Un increíble 3º puesto, nos daba acceso (justo seis años y medio después) a lo impensable, el retorno a las competiciones europeas.

En lo deportivo se recurrió a una cantera igual de productiva que antaño, aderezado con exóticos fichajes, que elevaron al club, pese a la estrechez monetaria, a cotas insospechadas, hicimos nuestro el lema “nunca con tan poco se consiguió tanto…” añadiendo “…y especialmente en tan corto espacio de tiempo”.

Mi adolescencia se fue con Guus Hiddink, un holandés errante, de ida y vuelta, un exquisito cafetero de juego preciosista y escaso botín, que nos dejó duelos de altura entre el Dream Team de Cruyff, y la Naranja Mecánica, y… por desgracia de 2 noches de tren europeo, dos humillantes descarrilamientos en la Copa de la UEFA, el nombre de las estaciones, Nápoles y Karlsruher. Después, llegó el caos institucional y deportivo.

El paso a mi juventud, en la antesala de lo antiestético, trajo el rumor de lo incierto, la Ley de Sociedades Anónimas, la oportunidad de mentes ávidas de protagonismo, por hacerse con el poder accionarial del Valencia CF, desde la distancia en el tiempo, me resulta más fácil de entender, pero lo cierto es que todo pasó muy deprisa, y sin más, nos vimos con Paco Roig de presidente, creí que su incontinencia verbal sería transitoria, sí, no lo voy a omitir, le hizo un lavado de cerebro a una afición aletargada y anclada en la monotonía, y nos hizo ser partícipe de su Valencia campeón, nos hizo subir la autoestima, nos lo creímos y casi lo consiguió, un extraño e injusto subcampeonato de Copa y un excepcional subcampeonato de Liga, pero el peaje se me antojó excesivo, a nuestro D. Arturo, lo empujamos a marcharse por la puerta de atrás, la vorágine de las SS.AA. dejó obsoleto el viejo sistema, como antigua forma de club de fútbol, y se tragó a todo aquel que no quiso competir, utilizando como método, la chabacanería y el “bocachanclismo”. Las SS.AA nos dejaron para la posteridad, que el fútbol ya nunca sería lo mismo.

La era de Paco Roig (nada que ver con la de Aquarius), la recuerdo como una “mascletà” de sucesión de noticias extradeportivas, bochornosas la mayoría de ellas, el tiempo se me pasó rápido, tal vez por la continua retahíla de fichajes, no en vano, en dos temporadas nos trajimos a medio Logroñés, a casi una cuarentena de jugadores fichados en 4 temporadas, y en el mismo espacio de tiempo, se fichó a Parreira y su estilo de juego “El Parabrisas”, al tío Luis Aragonés con sus amiguetes, Patxi Ferreira, Moya, Otero y Engonga; a Jorge Valdano, el estilista del verbo, y su filosofía “Las perchas o la utilidad de las derrotas”, que vino aquejado de graves problemas de incontinencia verborreica, una trajeada variedad del mal que padecía su presidente.

Pero para mí, lo peor fue ver, uno tras otro, a jugadores como Quique, Giner, Robert, Penev, Eloy, Tomás, Sempere, luego Arroyo, y en otros períodos, Fernando, y finalmente Camarasa, dejar de pertenecer al club, y pasar a ubicarse para siempre en el “Hall of Fame” de mi memoria, pues con ellos el club fue creciendo y buscando su lugar, una búsqueda paralela a la mía, era como si mis hermanos mayores se fueran de casa, sabes que ya nada será igual, no en vano habían permanecido junto a mí, muchos años.

La Copa del 99, con el guiño a Camarasa, levantando la copa junto a Mendieta y el Piojo López, guarda un significado especial para mí, pues Camarasa no sólo estaba alzando la Copa, estaba en cierto modo, haciendo un homenaje generacional, los que no consiguió ganar ningún título, y los que ya empezaban a triunfar. Eso o, que en mi acusada bondad, creí conveniente repartir emocionalmente un trozo a Copa con ellos, se lo debía. Ostras, hubiera sido increíble ver a Fernando levantar un trofeo, y no menos increíbles las celebraciones del cachondo de Giner, o ver a Sempere cantar.

Parece un poco extraño, ahora que lo pienso, pero en aquella etapa, cuando el club sufrió más, y la máxima aspiración era entrar en UEFA, cuando se esfumaban las Ligas antes de llegar a Navidades, y conseguir un título, era una quimera, fue entonces cuando fui más del Valencia CF que nunca.

Al final la hoguera de las vanidades, exhumó su particular venganza, y donde antes el populacho aclamó al emperador, después pidió su cabeza hasta destronarlo. El resto, y lo que sucedió después, hasta el día de hoy, ya lo conocemos, todavía está muy reciente y pertenece a otra etapa de mi vida.

Si alguna vez vuelven los buenos tiempos económicos se abrirá la veda para que cualquier flautista de la palabra nos hipnotice y, con su melodía de la abundancia, nos confunda y vuelva a birlarnos nuestra dignidad y sentimiento: he llegado a la confusa conclusión de que es normal, cíclicamente necesitamos caer al fondo del abismo, y saber dónde estamos, para volver a resurgir. Deber ser el espíritu fallero que impregna esta tierra, que nos hace parecer como un monumento fallero, quemar y rehacer. Ahora que, como nos descuidemos, en una de estas no nos rehacemos.

Es por esto, que en el momento que se puso la primera piedra para el nuevo estadio, esa piedra tenía grabada la caducidad del viejo Mestalla, se podrá tardar más o menos tiempo, pero una verdad es inescrutable, su desalojo y derribo final.

Yo no sé si estaré preparado para ese día, el de su destrucción, pero procuraré estar cerca, no quiero que nadie me lo cuente, lo quiero ver con mis propios y seguramente vidriosos ojos, ese será el trozo de objeto que me lleve de él, su recuerdo de las tardes y noches allí vividas.

Cuando ya haya sido aniquilado, y en su espacio mortal, se realicen edificios, jardines o lo que urbanísticamente se decida, las generaciones de ayer y de hoy, sabremos que estuvo allí, con todos nosotros, gritando, animando, llorando, riendo, sufriendo, todos juntos, y será un deber de valencianista, no olvidar, y recordar a las generaciones de mañana, que y quien fue nuestro Mestalla, pues ese será el momento del nacimiento del mito, el lugar donde se reunió, al sufridor perenne de bufanda, al aficionado de bocata y pinganillo, al contertulio de lo blanco o negro, al come-pipas en envoltorio de opiniones maleables, al socio-accionista de alegres lágrimas, solemnes tardes y gloriosas noches, …  es ahora, cuando echando la vista atrás, me doy cuenta de cuánto te voy a echar de menos. “THE SHOW MUST GO ON”


José Luís Aguilar, “Pepelu”
Socio del Valencia CF
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