dilluns, 6 de desembre del 2010

Idolatría

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Las calles de Buenos Aires pertenecen a Maradona. El Diego. El 10. Paredes, escaparates, puestos de venta ambulantes, quioscos y la mente de los porteños son los altares de adoración de El Pelusa. El icono del modo de ser argentino hecho carne en la persona del gran jugador de fútbol. Un dios, el Zeus del panteón futbolístico. El fútbol, ese culto pagano de ritos precisos, conocidos, seguidos por millones de seres a lo largo de todo el planeta. Un culto que, como todos, no se entiende sin dioses, santos o mártires que lo sustancien y lo conviertan en realidad. Convirtiendo el pan y el vino de nuestros anodinos días en carne y sangre de vida digna de ser vivida.

Si algo hay en el mundo con la memoria más corta que un pez es el fútbol. Los malos resultados se esfuman sin dejar rastro ante una victoria, las tropelías de los dirigentes se minimizan u obvian si esos mismos dirigentes contratan a un crack, las leyes pueden ignorarse, cambiarse o reescribirse si benefician los intereses de nuestro equipo del alma. Igual ocurre con los jugadores que nos han hecho disfrutar, gritar extasiados un gol o asombrarnos con sus carreras, regates y pases imposibles. Cuando se van, cuando nos dejan por un mejor contrato o por caprichos de las leyes insondables del mercado, son olvidados rápidamente y sustituidos por un nuevo paradigma futbolístico, por un nuevo ídolo. O así suele ocurrir. Cuando Kempes tuvo que irse a River Plate, tras finalizar su primera etapa en el Valencia, me sentí mal. No me encontraba, no me entendía. Mestalla no me decía nada sin “El Matador” en el terreno de juego. No fui capaz de encontrar un nuevo héroe. El mío lo había sido tanto, significó tanto, lo quise tanto que una suerte de duelo presidió aquellas temporadas que vinieron. Temporadas irregulares, lidiando con el descenso, sin lugar en mi memoria. Me quedé sin santo al que rezarle y el santoral, amplio como era, no me podía consolar.

La temporada 2010-2011 me trae sensaciones familiares, ya vividas y no precisamente agradables. Las peanas están vacías. Los dioses han sido transferidos, aunque leo en la prensa que el nuevo dios se llama Mata y que Soldado es un santo al que se le puede rezar con confianza. Mi culto hacia Villa era intenso y me dio muchas alegrías. No sé si esa memoria, ligera como el pedo de una lagartija, que es inherente al fútbol se materializará en esta ocasión. Tal vez, Tino Costa nos haga olvidar a Baraja en un par de jornadas o Topal haga deseable la despedida del gran Albelda, incluso una racha goleadora de Soldado nos ponga tan contentos como unas pascuas; ojalá fuera así. Sabemos lo que nos espera, seguiremos apoyando al equipo, nuestro orgullo valencianista no se verá mermado, pero el templo de Mestalla, al menos para mí, tendrá hornacinas por llenar, los de los dioses y santos que hagan de nuestro rito futbolístico una verdadera profesión de fe. No puedo imaginar los muros de nuestras calles pintadas con la efigie de Unai Emery.


Francisco García
Socio del València CF
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