divendres, 29 de juny del 2018

D. JAIME HERNÁNDEZ PERPIÑÁ (1927-2018)




(Artículo cedido por el diario Las Provincias, publicado el día 29 de junio de 2018, escrito por José Ricardo March).
http://www.lasprovincias.es/valenciacf/fallece-jaime-hernandez-valencia-20180628120914-nt.html

Jaime Hernández Perpiñá
Maestro de periodistas e historiadores deportivos
(1927-2018)

Por José Ricardo March

Cuando en enero de 2018, tras meses de entrañables charlas telefónicas, pude conocer personalmente a Jaime Hernández Perpiñá en Canet, tuve la sensación de vivir un momento de éxtasis vital. El abrazo inicial en presencia de Alfonso Gil se prolongó unos segundos, intenso, emocionante, lleno de gratitud por mi parte tras años de lecturas y admiración desde la distancia. Enseguida trenzamos una conversación que él, juez y parte en la actualidad deportiva valenciana durante medio siglo, iba trufando de sabrosas anécdotas. Apenas hacía un año que Jaime había alcanzado su novena década y hablaba con entusiasmo del próximo centenario del Valencia Club de Fútbol, una de las grandes pasiones de su vida. Y también de la que sería su última obra: un prólogo para el libro de historia del club que aparecerá con motivo del centenario. En las cuartillas que nos enseñó, redactadas con letra y estilo impecables para sus noventa primaveras, Jaime rendía (rinde) un sincero homenaje a viejos ídolos y amigos como Antonio Puchades, Mario Kempes o Luis Casanova, entre otros 

La muerte de Hernández Perpiñá, maestro de periodistas e historiadores futbolísticos, supone el fin de la vieja generación de cronistas deportivos de la que él era el último representante. La que inició su camino en la posguerra y llenó las páginas y ondas con información sobre el Valencia, el Mestalla o el Levante durante décadas. La de Miguel Domínguez, Alfonso Torrente, Ramón Ferrando, Ricardo Ros, Eduardo Bort y tantos otros. Más allá de alguna breve incursión radiofónica, se puede decir que Jaime debutó con diecisiete años en el periodismo en las páginas de Deportes, un espléndido semanario que salía de los talleres de Las Provincias y que se publicó a lo largo de treinta y dos años, récord de permanencia en la siempre precaria prensa deportiva valenciana. Su primera crónica, firmada como “Banderín”, recogía la información de vestuarios (“casetas”) de un Valencia-Athletic de Bilbao que acabó con victoria local. El seudónimo juvenil, que empleaba para esquivar la fama de su hermano, el ya famoso José Manuel Hernández Perpiñá, le duró años hasta que fue trocado por el de “Jaime Martín”. Y es que la modestia llevaría a Jaime a permanecer en un segundo plano hasta que el fallecimiento de su hermano en 1972 le empujó a firmar sus crónicas con sus propios apellidos. Y a proseguir con éxito la brillante carrera periodística del que fue su máximo referente laboral y personal.

Jaime Hernández Perpiñá desarrolló su profesión en una época en la que las malas condiciones laborales del periodismo obligaban a los cronistas a buscarse los cacahuetes en otros oficios para poder sobrevivir. Así, alternó colaboraciones en prensa (Las Provincias, Deportes, Levante), radio (Radio Nacional, Cadena SER) y televisión (TVE) con un trabajo de oficina. Inquieto y meticuloso por naturaleza, dotado de una fina ironía y un estilo evocador y poderoso, escribió algunas de las páginas más emotivas de la historiografía del Valencia, recopilando relatos de aquí y allá. Aportando, mediante pinceladas ágiles, sus propias experiencias, vividas junto al equipo en los campos de España y Europa. Ese conocimiento de primera mano de la historia del Valencia le permitió afrontar con solvencia una tarea por la que siempre será recordado: la de relator de la vida del Valencia y el deporte valenciano. Un trabajo impagable que, a pesar de las limitaciones de la época, completó con éxito y que dio a luz memorables obras como Historia del Valencia CF (1974), Cuarenta históricos del deporte valenciano (1988) o La gran historia del Valencia CF (1994).

El maestro deja miles de páginas escritas y un valioso archivo personal por el que la Fundación del Valencia o la Biblioteca Valenciana habrían de interesarse. Y un recuerdo extraordinario entre los que le conocimos y apreciamos. Afectuoso, cordial y educado, recibió su último homenaje hace apenas unos meses con motivo del Fòrum Algirós dedicado a los orígenes de la prensa deportiva valenciana. Subido al estrado del palco VIP de Mestalla, rodeado de discípulos, admiradores y familiares de sus viejos compañeros, dio una lección de integridad, serenidad y memoria. “Es la hora de la marcha y de cerrar las casetas”, finalizaba su primer escrito periodístico, publicado hace ahora setenta y un años. Gracias, maestro, por todo.




dijous, 28 de juny del 2018

LAS DOS SILLAS DE ENEA





A Jaime Hernández Perpiñá.
Porque mientras España debate sobre la Ley de Memoria Histórica, el valencianismo sabe que él es nuestra Memoria Histórica. 


Está claro que morirse no es una buena idea ni un gran proyecto de futuro, pero al menos dejadme cerrar los ojos e imaginar cómo debe vivirse un partido del Valencia C. F. en el cielo. Fantaseo con una gran pantalla de televisión y delante de ella a Jaume Bonico Ortí, al mítico portero Quique Martín (sentado en un larguero, por supuesto), a Puchades, Jorge Iranzo, Jaime Hernández Perpiñá, Paco Sendra, Vicente Piquer, Luis Casanova, Di Stefano, Higinio García, Salvador Gomar, Ramos Costa, Julio de Miguel, Lobo Diarte, Enrique Moreno, Ignacio Eizaguirre, Antonio Fuertes, Juan Barrachina, Wilkes, Pasieguito o Sendra, comentando las jugadas o los cambios que harían para ganar el partido. Y, por qué no, presiento que, durante cada encuentro, todos ellos animan al ritmo de un bombo mientras cantan “el cielo se pregunta quiénes somos, nosotros le decimos quiénes somos: som la força del València i ningú ens pararà”.

Pero ahora que lo medito… Creo que es injusto pensar que en la otra vida sólo la gente importante ve a nuestro equipo, que sólo lo siguen aquéllos que han ocupado portadas o los que nos han levantado de nuestros asistentes. De eso nada. Personas anónimas que fallecieron, el charcutero, el policía, el albañil, la profesora, la ingeniera, el médico, la cocinera, el chófer, la enfermera, la filóloga… Seguro que todos se sientan delante de la misma gran pantalla para ver desde las alturas las andanzas del murciélago. Y chillan, se enfadan, se cabrean, protestan al árbitro (sin insultos para no enfadar a San Pedro, claro), celebran los goles, cantan y aprietan al rival desde su curva nord celestial.

A lo largo de toda nuestra puñetera vida echamos de menos a muchas personas. La magdalena de Proust nos enseñó que cualquier objeto en cualquier momento nos puede llevar a cualquier recuerdo; gente que ya no está, que no volviste a ver después de esa fría despedida, los que ya murieron. Algo de esa traición de la memoria hay en algunas de mis llegadas a la grada de Mestalla.

Desde bien pequeño mi padre me ha dicho en innumerables ocasiones dónde tenían los asientos él y mi abuelo cuando de pequeño iba al campo. “Las dos primeras sillas a la salida del túnel de vestuarios, justo encima”. Y así lo repite cada vez que tiene la oportunidad de reafirmar su fidelidad valencianista, o porque supone que lo he olvidado desde la última vez que me lo dijo, o porque cree que nunca me lo ha contado.

Y esa frase, que él repite palabra por palabra como si fuera una beata oración, se me ha quedado grabada a fuego, de tal manera que cada vez que me fijo en el túnel de vestuarios, indefectiblemente me acuerdo de ellos. No conocí a mi abuelo, pero me lo imagino robusto -por no decir gordo- yendo de la mano con mi padre, entrando en Mestalla, sentándose en las sillas, entonces de enea, y disfrutando del juego de Roberto Gil, Waldo, Guillot, Héctor Núñez o Wilkes.

¿De qué forma celebrarían los dos esa Copa de Ferias del año 1962? ¿Cómo vivieron el 6-2 del partido de ida? ¿Cómo fue la vuelta a casa después de esa borrachera de goles? ¿Oirían el partido de vuelta por la radio en una especie de Carrusel Deportivo de la época? No sé, son preguntas indescifrables que tal vez no tengan respuesta porque uno ya falleció y el otro apenas lo recuerde.

De todas formas, estoy convencido de que su ubicación en el campo, tan cerca del césped, les hizo vibrar aquella noche con los seis tantos que le marcamos al F.C. Barcelona. Y me gusta pensar que la proximidad de sus asientos con el banquillo del Valencia le permitía a mi abuelo chivarle de vez en cuando a Domingo Balmanya algún cambio táctico durante los encuentros. Quién sabe. Puede que una pizca del tercer o cuarto gol de esa noche tenga un pedacito de mi abuelo, que le chivó al entrenador que la defensa blaugrana flojeaba por el carril izquierdo. Quién sabe.

Con los años la pasión de mi padre por el Valencia se desinfló; según él, el club se ha desnaturalizado, y puede que esté cargado de razón. Hace muchas temporadas que él dejó de ir a Mestalla y prefirió la comodidad del salón. Sin embargo, a mí no se me han olvidado nunca esas dos sillas de enea de la Fila 1 y, al recordarlas, me entran unas terribles ganas de ir con mi padre al fútbol. Obviamente, no ocupo en el estadio el mismo asiento de aquella época, pero deseo con todas mis fuerzas repetir esa imagen de mi padre y mi abuelo en Gol Xicotet Bajo. Creo que algo se mantiene -llámalo cadena, herencia o legado- en esas familias que empezaron juntas en Mestalla y siguen en Mestalla a pesar de los muchos, miles y miles, disgustos a cuestas. Quieras o no, la vida te va separando de tus padres, discutes con ellos hasta el punto de que pueden pasar varios días sin hablaros, pero las dos horas del partido son un momento sagrado e inaplazable.    

Hace meses vi en las redes sociales una fotografía preciosa de un iaio i el seu net y su nieto en los alrededores de Mestalla. Es una imagen que ejemplifica perfectamente a qué me refiero con esa cadena, herencia o legado que se mantiene a pesar de los años y las hostias de este recorrido. Viendo esa foto, quién no ha deseado que la vida le ofreciese tener la oportunidad de volver a ver en Mestalla un partido, uno solo, en compañía de su abuelo que falleció hace tiempo, con el hermano que ahora mismo vive en las antípodas de tu día a día, o con tu madre, gran patidora a cada centro lateral que llegaba al corazón de nuestra área. En definitiva, gente que ya no está y que ahí arriba vive los partidos del Valencia con su bufanda y su gorra como un hincha terrenal más.

Javier Marías escribió una vez, no recuerdo en cuál de sus magníficas novelas, que hay un vínculo para siempre entre dos hombres que se han acostado con la misma mujer a lo largo de la vida; y viceversa. Es una relación inapreciable, invisible y que en la mayoría de los casos desconocemos, en muchos casos por fortuna. ¿No puede ser que ocurra algo parecido con el fútbol? Existe un finísimo hilo que cruza y salta de persona a persona entre aquéllos que son seguidores del mismo equipo. Como la barra de un futbolín que une, acompasa e iguala los movimientos de todos los jugadores. Hay algo de eso con total seguridad. Es la única explicación a que dos valencianistas se saluden en Idaho, Santa Fe o Birmingham únicamente porque uno de ellos lleva la camiseta del equipo, y sólo por esa nimiedad sean capaces de contarse con todo detalle las circunstancias que rodean al viaje, mi hija está de erasmus, mi suegro emigró y vive aquí, algo completamente impensable sin esa chispa que ha provocado el escudo en el pecho. Obviamente, si la camiseta ha sido el motivo que ha abierto esa conversación, también será una referencia al club el que la cerrará: el internacional grito de Amunt!

Y eso me lleva a otra reflexión sobre por qué nos vestimos con la camiseta del Valencia cuando viajamos al extranjero. Para lucir colores, dirán algunos. O acaso es porque inconscientemente buscamos a nuestro igual y queremos que nos reconozca. Admito que en mis viajes al extranjero me ha podido la timidez y nunca he salido a la calle con ella, pero veo un punto de orgullo, de pertenencia, de desvergüenza incluso entre aquéllos que sí lo hacen. Y por lo visto los hay, y muchos. Visitad la web https://www.viachers.com, un magnífico catálogo documentado de valencianistas por el mundo.

Pero no solo eso. No es únicamente orgullo o pertenencia. Admitamos que también hay un punto de maldad. Las camisetas las carga el diablo. Nos la ponemos para conquistar el mundo, para inmortalizar en foto ese momento de llevar la elástica en el tercer piso de la Torre Eiffel, en el Empire State, en la Torre de Pisa, en el Puente de Londres o en la Muralla China. Y, por qué no, para restregarles a los franceses, a los norteamericanos, a los chinos o los italianos, a todos, que sí, que tienen esos monumentos inmortales y eternos que visitan millones de personas, que están orgullosos del símbolo de su ciudad… pero, sintiéndolo mucho por ellos, nosotros somos del Valencia Club de Fútbol.


Carles Ricart.