dimecres, 30 de juny del 2010

El salario del miedo

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La primera vez que salté al terreno de Mestalla fue en 1966. En aquellos tiempos, se dejaba un balón en el centro del campo durante el descanso, las sillas eran de enea y no había verjas que separaran a los aficionados de sus ídolos. Mi padre me puso sobre el campo y yo, con mis tres años a cuestas, corrí hasta el centro del campo y chuté el balón. No recuerdo nada de aquel episodio, pero sé que el Valencia ganó una Copa del Generalísimo la temporada siguiente y también sé que aún no existían los grupos ultras. Desde la temporada 1971-72 hasta la actualidad he acudido a Mestalla, salvo la infausta temporada 86-87 que me pilló en el servicio militar. Recuerdo la gran eliminatoria contra el FC Barcelona en la temporada 78-79 que acabó con la consecución de la Copa del Rey, con un Valencia dirigido por un enorme Kempes. Podría recordar, eso sí, haciendo un esfuerzo importante, que había alguna peña que destacaba más que otras, quizá la Peña Colorista Sector 8, pero ni por asomo recuerdo grupos ultras en las gradas. A partir de la vuelta del Valencia a primera división, en la temporada 87-88, se empezó a poblar la grada con grupos de jóvenes, emulando a los “hooligans” ingleses, que tenían en su punto de mira el fútbol como fenómeno social, pero nunca deportivo. El intento de asimilación de unos colores y una ideología, casi siempre intolerante y fascista, fue un fenómeno que floreció en Mestalla, y no siempre de forma espontánea, sino alimentado y alentado por el propio club y algunos medios de comunicación. De algún modo, se extendió la idea de que grupos juveniles de animación eran necesarios e imprescindibles para lograr hacer a un equipo “campeón”. Ultras Sur, Frente Atlético, Boixos Nois, Riazor Blues, Yomuss,... “Hooligans” en el Reino Unido, “Barras Bravas” en Argentina... Ahí los tenemos, institucionalizados, financiados y, a menudo, haciendo del chantaje un modo válido de relación con el club. Y en este estado de cosas, cuando los jugadores de las ligas europeas promocionan una pulserita contra el racismo, y consiguen un pelotazo económico, pues todos los niños y niñas quieren ir a la moda, viene la paradoja, la vergüenza y la rabia. Los jugadores del Valencia, acosados una semana antes en Paterna, pagan el peaje del miedo y regalan sus camisetas a los acosadores, a los matones, a los racistas y malas personas que aún mancillan la memoria de una persona que murió asesinada. Me da igual cuáles fueran sus ideas. Así la ceremonia de la confusión es completa y el sonrojo no parece llegar a la cara de los dirigentes del club. Mucho de lo que el Valencia CF va a ganar en Porxinos no es más que mísera calderilla comparado con el gran capital moral que se ha perdido con la actitud tibia del club y el ejemplo lamentable de casi todos los jugadores. La grandeza de unos colores, títulos deportivos y logros económicos aparte, también se mide en los momentos históricos. Y éste lo es. La directiva del FC Barcelona ha marcado la dirección a seguir. Campeones de Liga sin ultras apoyados por el club en sus gradas. ¿Se cometerá el error histórico de pensar en ellos cuando el Valencia estrene su nuevo estadio?

Francisco García Cubero, Profesor de Bachillerato
Socio del Valencia CF
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