dimecres, 18 de maig del 2011

Una historia en la Historia

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El calendario nos depara a menudo etapas de ociosidad y despreocupación. En este artículo me remonto a una de ellas, titulándolo como el libro de Sauro Marianelli que nos encomendaron leer en el colegio durante las vacaciones de Semana Santa de 1994. Los que, siguiendo el paradigma hornbyano, incurrimos en la disfunción hecha hábito de organizar nuestras rutinas en torno al partido de nuestro equipo tendemos a generar constantemente símiles balompédicos que hagan más comprensibles nuestras disquisiciones. Es entonces cuando los relatos más ligeros y anodinos adquieren un cariz memorable que trasciende la simple experiencia.

Si realmente fueron o no para tanto ya no es el núcleo del debate. En el caso que nos ocupa, refuerzan la identidad y la militancia valencianistas y eso es más que suficiente desde un prisma individual y potencialmente colectivo.

Pero volvamos a 1994, al Mestalla primaveral de ese año para rememorar esos tiempos de limbo competitivo y calma que mediaron entre dos procelosas tempestades: el colapso del tuzonismo y la erección del roigismo. Después de la debacle de Karlsruhe, las humillaciones caseras ante Real Madrid y Barcelona, la maldición apocalíptica del gol 3000, los coqueteos con el descenso y los bailes de entrenadores y presidentes, los efectos efervescentes al alimón de la entronización de Roig, el estrambótico retorno de Hiddink y el efímero fichaje de Aristizábal se habían diluido y los últimos encuentros de la temporada se presentaron como bolos de fútbol de salón, mientras se velaban armas para el auténtico Año I de la Era Roig.

Sin ninguna opción de clasificación europea nos plantamos en la penúltima jornada. El escaso rigor competitivo de esas fechas propició que un par de futbolistas de la primera plantilla (Serer y el fulgurante Mendieta) visitaran mi colegio, cumpliendo con los designios de algunos célebres consejeros de las directivas de Tuzón y Soler que matriculaban a sus vástagos en dicho centro. Especialmente fructíferas en este capítulo fueron las gestiones de un dandy que le daba un aire a Frank Sinatra y que solía utilizar un aparato entonces desconocido y fascinante para nosotros, un genuino teléfono móvil que más bien recordaba al zapatófono del Superagente 86.

Mi fervor valencianista propició que el sorteo de las entradas se decantara a mi favor por el método del amaño, vía baremación objetiva de méritos realizada previamente por el profesorado, todo sea dicho.

Así que de esa guisa nos plantamos mi padre y yo en la penúltima cita liguera y jornada de clausura del ejercicio en Mestalla. Uno de esos partidos en los que acudes al campo sin la emoción de los puntos, pero con la aspiración de coleccionar momentos inolvidables, como hacía la chica de “Y decirte alguna estupidez, por ejemplo, te quiero”.

Y así fue. A pesar de que sometí a mi padre contra su voluntad a la pésima visión de la portería del Gol Sur, la tarde fue prologándose a la medida que dictaminaban los esquemas de mi goce infantil. En el fondo norte bajaron los banderones (entre ellos, los que más me gustaban, el del murciélago de Spook y el cuadriculado de la senyera) al balcón de Sillas Gol Norte para darles más realce al ondearlos, hacia una esquina de la misma General de Pie unos aficionados desplegaron un cubregradas con la efigie del malogrado Rommel Fernández en el primer aniversario de su muerte (un homenaje que nunca llegó de manera parangonable por parte oficial) y en el antiguo sector visitante unos quinientos hinchas no cesaban de animar a nuestro contrincante el Pucela (con gritos tan empáticos como “Ni Barça ni Madrid, Real Valladolid!”).

Como la vida está llena de imponderables, un penalti y la consiguiente expulsión de Sempere generaron un maravilloso efecto mariposa para nuestro Valencia. Iván Rocha falló y años después también marraría la pena máxima más grotesca ejecutada contra nuestra portería en toda la historia. González atajó y en el contragolpe subsiguiente Mijatovic desequilibró a toda la defensa visitante para culminar tumbando al meta, como a él tanto le gustaba. Aquella rocambolesca jugada acarreaba la pedrea de la titularidad forzosa de González en aquel inmortal acto final en Riazor.

Donde comenzaba una intrahistoria de consecuencias letales e irreversibles se gestaba una soleada tarde de alborozo infantil, disfrutando de una brillante goleada del VCF.

Completamente ajeno al posible descenso del simpático Pucela, ignorante del fatalismo que ya estaba atenazando al deportivismo y conocedor a posteriori de que al cancerbero parapenaltis no le renovarían el contrato. Ser un chaval en perenne estado de asueto y jolgorio tiene las ventajas de afrontar el quehacer diario de manera alegre y despreocupada, sin reparar en los problemas que nos rodean. Un inconsciente hedonismo que resulta sano a esas edades y que, sintetizado en el tarro de las esencias de aquella tarde futbolera, desprende un poso de indescriptibles recuerdo y orgullo valencianistas.

Aquel día Quique, con la inestimable colaboración de Fernando, se despidió de Mestalla con dos espléndidos tantos, firmando quizás también el epílogo del Valencia de mi infancia.


Simón Alegre
Socio del Valencia CF
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dilluns, 9 de maig del 2011

Seguiremos siendo nosotros mismos

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Estar de vacaciones, viajar y en un país “extraño” relacionar las cosas con tú equipo de fútbol puede tener muchas explicaciones o ninguna. Pueden tener tantas explicaciones como la de ser un imbécil para tus compañeros de viaje ya que relacionas la sociología de un país y su movimiento diario con tal o cual color o con tal o cual jugador.

Prefieres meterte en la shop de los fans del equipo local que en el Museo Diocleciano declarado de interés mundial por la UNESCO. Pero s lo que tiene mantener unos ideales, pocas veces ganadores, muchas veces segundones y otras tantas de perdedor... pero bueno la vida son pequeñas cosas por las que sentir y si no sientes nada igual es que no estás vivo.

Estos días estuve recorriendo Croacia. Históricamente es una nación con muchas corrientes políticas, culturales y religiosas y eso se nota en cada Isla y en cada piedra que pisas. De antepasados avaros y eslavos, conquistada por romanos, venecianos y bombardeada en un sinfín de ocasiones por los otomanos. Croacia fue dependiente administrativamente de Hungría, formando parte del imperio Austrohúngaro a principios del S. XX y Durante la II Guerra Mundial nació el Estado Independiente de Croacia apoyado por los regímenes fascistas de Italia y Alemania. Después de la guerra, Croacia fue una de las unidades federales del renovado Estado de Yugoslavia bajo el gobierno comunista y de allí ya conocemos toda la gresca balcánica de principio de los 90. En 1998 recuperó Croacia la normalidad territorial al reincorporar la región interior de Eslavonia y está a las puertas de entrar en la UE como estado de pleno derecho.

Volviendo a la futbolería que nos atañe es un país dominado sociologicamente por el Hadjuk Split en la zona costera y por el Dinamo de Zagreb, la capital, en la zona interior, puedes visitar cualquier población de tan alargada península que habrá algún mural de su Torcida con los colores del Hadjuk. El HNK Hadjuk Split nació de la mano de un grupo de estudiantes de Split que se encontraban en Praga que quedaron impresionados tras presenciar el duelo local entre el Slavia y el Sparta y tras el encuentro, reunidos en la popular cervecería U Fleků, decidieron fundar un equipo de fútbol en su ciudad natal. El NHK Hajduk Split era oficialmente registrado el 13 de febrero de 1911.

Sus mejores años llegaron en la década de los setenta, ganando tres campeonatos de liga y cinco copas consecutivas. Además, en 1973 alcanzó las semifinales de la Recopa, su mayor éxito deportivo internacional. En la Copa de Europa llegó a la ronda de cuartos de final en 1976 y 1980.
Caminando por los intramuros de Split en las tiendas de deporte la novedad flamante y más vendida era la camiseta de Villa del FCB, era el Barça de Villa no de Messi ni de Iniesta, nanos no españoles ya la lucían tanto en la versión blaugrana como en la verde. Aún no había jugado ni un solo minuto con su nuevo equipo y ya era una estrella mundial, forjada en nuestros colores, pero desconozco si esos mismos críos tenían la camiseta del Villa del VCF. Supongo que no.

En los mercadillos de Split que habían cerca de la puerta de plata de los muros de la ciudad abundaban los puestos con las camisetas falsificadas de los principales equipos y sus estrellas. En estos estands también dominaba Villa tanto con el 7 de la selección, como con el del Barça y me llamo la atención también ver la camiseta del City con el 21 de Silva, también estaban Fabregas, Torres, Ronaldo y demás “astros”... Lo primero que pensé es que de España hacia fuera ¿que jugador nuestro deslumbraba internacionalmente?... Mata, puede ser, pero no creo que ningún chavalín de Split mate por su camiseta, ni que el falsificador de turno haga camisetas del VCF de Topal, por ejemplo.

Volvemos a nuestras andadas, a regenerarnos con nuevos mimbres. Hemos vivido el día después de Villa, Silva, Baraja... igual que vivimos el día después de Mendieta, Pedía o Piojo. La historia reciente dice que cuando nuestros grandes se van son nuestros años de gloria futbolística. A mi este equipo me mola y este año, igual por la impotencia o por el nosequé de que se han ido Villa y Silva, creo más en él. Nuestra forma de ser es Mediterránea, divertida pero aguerrida, alegre pero duros y debemos de ser un bloque. Por que esto a nivel deportivo y social lo tenemos que sacar adelante nosotros cada uno que puebla la grada de Mestalla y cada soldado que salta a al césped con nuestros colores. Fuera de nuestros muros ya hay muchos que se han encargado de jodernos y dejarnos como estamos, pero nuestra forma de ser es sin olvidar de donde venimos mirar hacia delante, con orgullo, con mucho orgullo de ser quienes somos... Que empiece el juego señores


Guillem Bertomeu
Soci del Valencia CF
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