dimarts, 26 de febrer del 2019

EN EL TREN DE VUELTA



Estuve en Mestalla en lo que yo creí, hasta hace cinco minutos, que fue un Trofeo Naranja hace más de 21 años, y ayer volví. Aquel 7 de agosto, tras la presentación del equipo, Romario, casi al final del partido, cogió la pelota avanzado el centro del campo e hizo un gol en la portería contraria de donde me encontraba situado que él mismo incluyó entre sus once mejores. Así fue la que hasta ayer fue mi única visita al campo del Valencia, imprevista, con poca presión, calurosa, ataviado con una camiseta con motivos del PSG y celebrando un precioso gol. 

Me ha venido cientos de veces aquel día a mi cabeza, probablemente por ser la única vez que había estado en Mestalla y cuanto más tiempo pasa, más bonito lo recuerdo. Cuando entré era aún de día y en la foto que tengo de recuerdo mi hermano es el que más sonríe de los dos. Somos muy futboleros, él y mi padre son del Real Madrid, mi madre también, menos cuando el Madrid juega con el Valencia, porque entonces, no se guía por el fútbol trata de compensar el número rigiéndose por otros parámetros, más fugaces y sentimentales, como el que le lleva a completar la quiniela pensando en qué lugar preferiría estar de vacaciones. 

Durante la semana previa a este Valencia-Celtic la simple idea de volver a pisar Mestalla fue motivo suficiente durante la semana para regresar a mi infancia y descubrirme perseverando ante la extrañeza del autobús del colegio que mi equipo era el Valencia, teniendo que justificar la respuesta, al menos dos veces, "nací por allí". Omito aposta que sólo viví durante 4 años en Requena, que no tengo familia valenciana y que salvo por ese detalle, ni yo mismo soy capaz de entender qué me llevó a elegir al Valencia. Igual que expongo que no soy capaz de establecer qué fue exactamente lo que me hizo decantarme por el Valencia, tengo pleno conocimiento de qué día el Valencia pasó de ser una parte más de mí y de mi personalidad. Ya por entonces podía pasear por Huelva la camiseta del Valencia que mi padre me había traído, el regalo que más ilusión me ha hecho por siempre. Bien pues, 7-0. Un rotundo Karlsruher 7 Valencia 0. Al día siguiente, víspera de mi cumpleaños, un vecino de mi quinta me vio y de lejos empezó a gritar “Karlsruher, Karlsruher”, no alcanzo a recordar si llegué a contestarle, pero aquel día cambió mi relación con el club. Estrechamos lazos. De ti no se ríe nadie. A ti te defiendo. Fue transfundirme de sangre blanquinegra. 

Ahora bien, no negaré que en cierta manera la imposibilidad de vivir al Valencia CF de cerca, más que de cerca, como socio, alimenta mi nivel de histerismo igual que el del jugador que se queda en la grada por lesión no pudiendo ayudar en el césped. Te castigas por no poder estar ahí y enseguida te resignas. Así toda la vida, por lo que puedo afirmar que el continuo anhelo es mi motor para ser del Valencia. Ojalá pudiese estar ahí; maldiciendo que los nuestros no aguanten el balón en la banda, temblando con ese Mestalla que aprieta y ahoga, saliendo contrariado por un gol en la única ocasión clara del rival, silbando al equipo contrario,etc.

No hay nada más que razonar, de esta manera vivo mi amor por el club, un relato de pretensiones de lo que otros vivieron y viven día a día. Semejante al alma de un miliciano exiliado. A cambio eso sí, el interés por su historia, por intentar comprender una institución hipnótica. Por lo que bajo estas premisas el día de ayer no podía ser un día cualquiera, no hubo ni un solo momento para la imaginación, sólo para la sensación de plenitud, de querer estar donde quieres estar, “la voluntad de querer llegar”. Y hasta ahí no se aproxima uno solo, por eso la figura del Centenari y mis amigos de Últimes Vesprades a Mestalla se tornan en indispensables para esta vivencia. Necesitaba estar, necesitaba volver, aquel partido de verano (para mí) "Trofeo Naranja" fue el bautizo, la vuelta contra el Celtic de Europa League, la confirmación. 

Ayer fui yo el que más sonrió, estuve en Mestalla con la camiseta del Valencia que mi padre me regaló, en el año del centenario y canté un gol en la portería contraria de donde me encontraba, que Gameiro no incluirá entre sus once mejores. Salgo del campo pensando que hay veces que cuando le pones realidad a las ensoñaciones estas se desinflan pero esto es otra cosa, me marcho con otra dosis, y preveo que no para otros veintiún años. Me hace tan inmensamente feliz estar con mi Valencia que aunque inevitablemente estar más veces hará perder parte de la magia del partido de ayer, cuando lo acompañe me sentiré menos en deuda con mi equipo y ya sólo por eso merecerá la pena.

Por último, esta mañana antes de ir a la estación me he vuelto a acercar al estadio a escuchar los latidos en el hormigón, a ver la resaca que deja una noche de partido, a tocar los escudos, a tomarme otra foto para que no se me olvide la puerta de entrada, a contemplar un rato más la silueta que dibuja la tribuna del estadio con más historia de España. 

El tren acaba de dejar atrás Córdoba y yo aún sigo en Sillas Gol Alto al lado de Pep.

Amunt!





divendres, 22 de febrer del 2019

BITÁCORA DEL CENTENARIO

Jornada 25

16 DE AGOSTO DE 1977.

El sábado 16 de febrero cerró La Edad de Oro. Como era pertinente fuimos a rendirle pleitesía por última vez. Allí se quedó el banderín que Vicente Peris le regaló a mi padre, el mismo con el que su hija Merchina y yo nos fotografiamos el día de la presentación de La Balada del bar Torino, en octubre de 2014. A Juanjo se le notaba emocionado. Son más de 30 años siendo el Rock & Roll de esta ciudad y el futuro ya no es lo que era. Hay personas a las que sólo puedes querer: Juanjo Almendral es una de ellas. De niño jugaba a colarse en Mestalla. Vivía encima del cine Alex, en la confluencia de Cardenal Benlloch con Blasco Ibáñez. En los festejos de la liga de 1971 fue de los primeros en saltar al césped. No era el equipo de la ciudad el que ganaba el título, era el de su barrio. Después ensanchó la mirada. Los libros, la música, la mística de la Valencia canalla que latía al otro lado del río. 

El 16 de agosto de 1977 Juanjo estuvo allí. El VCF de un Kempes rutilante y estelar desarboló por completo al Honved de Budapest. Valencia estaba desierta, pero Mestalla vibraba como una olla a presión. De madrugada empezaron a llegar los rumores: Elvis Presley había muerto. Lo demás ya lo sabes. El Mito, la fantasía, la leyenda. Entre la inmortalidad de Elvis y la efervescencia de Kempes, Juanjo dejó de ser el adolescente eléctrico que se asomaba a la Bahía de nadie. El paseo al mar moría ante su balcón y la banda sonora que destilaba la madrugada de agosto mutó en una marea tóxica de frenazos de camiones justo delante de su portal. Nadie le puso título a la canción, pero El Semáforo de Europa era una serpiente que recorría la ciudad de norte a sur. A media tarde, la terraza del bar los Checas parecía un suburbio de Memphis. Cervezas, tramussos, desarrapados de los cinco continentes que vendían su sangre por un bocata de mortadela. El paisaje era caótico, inspirador, fronterizo. Junto al bar persistían intactas las vías, pero los trenes ya no circulaban por ellas.

Entre ser Kempes o ser Elvis, aquel muchacho desgarbado y atípico eligió ser Juanjo de Oro. Hizo lo más difícil: inventar una ciudad que no existía. A la manera de Italo Calvino y sus ciudades invisibles, rescató garitos y alargó madrugadas. Continental, La Marxa, La Edad de Oro. Leyó a Borges, dio la vuelta al mundo, adivinó antes que nadie que el 6-0 de junio de 1999 pasaría a la historia como el día de San Marino. Mientras tanto, guardó el secreto de Elvis confinado en un pueblo olvidado de Murcia y custodió el tesoro del jamón tatuado con el careto del Rey. De la calle Generoso Hernández se trasladó a la colonia nazi de la calle San Jacinto, territorio envuelto en la bruma del consulado alemán en Valencia durante los años de la II Guerra mundial. En el viejo Almacén volvió a brillar el rótulo de La Edad de Oro. Seguramente también fuimos felices, pero no tanto. En la calle San Jacinto se presentaron 3 libros de temática valencianista. El Amunt! de Alfonso Gil, las 25 historias de José Ricardo March y La Balada del bar Torino. Para cerrar el círculo, Cisco Fran grabó en sus entrañas la canción que resume todos los 16 de agosto en Valencia, “Nostalgia de Bell Ville”. Ahora toca escribir otro capítulo, una nueva Edad de Oro a la que confiarle el poco o mucho futuro que nos pueda quedar. A menudo fabulamos sobre la gran novela que nunca hemos leído dedicada a nuestras calles. Llegado ese punto siempre se me impone Juanjo de Oro. Él es esa novela. 

Rafa Lahuerta

dimarts, 19 de febrer del 2019

¡OSTRAS! ¡QUÉ FRÍO!


Mestalla, el viejo Luis Casanova, un estadio poco weather friendly porque, como todo el mundo sabe: en la capital del Turia, no llueve nunca.


O mejor dicho, CASI nunca, sempre plou quan no hi ha escola y es cierto que, aunque los datos pluviométricos que arrojan los climogramas de la capital nos hablan de un territorio tirando a seco y que, en los últimos años, se aproxima peligrosamente a la aridez, también es cierto que aquí, algo, aunque sea poco, llueve… y la lluvia moja, y cala porque aquí, Plou poc però per a lo poc que plou, plou prou.

Y aquí hace sol, y humedad, en combinación peligrosa (que se lo digan al bueno de José Luis Gayá). El frío, la lluvia, el sol, incluso el aire están bien, uno puede más o menos protegerse de ellos pero, ¡ay, amigo! La humedad es la parca de nuestra atmósfera, a todos alcanza, hasta los huesos.

Y allá por otros barrios, los estadios están bien cubiertos y protegidos, (cierto que a veces las columnas y pilares que sujetan esas cubiertas interfieren en la visión del verde), aunque el viejo estadio recogido y cubierto de caire británico o norteño ya es una especie en extinción frente al estadio moderno, animal tecnológico donde la comodidad vence a la humanidad… fríos estadios donde no hay calor, porque el más intenso de esos calores, el humano, ha sido extinguido bajo luces de neón, pantallas led y barras automatizadas. Pero eso es otra historia.

Mestalla no está cubierto, no al menos la mayor parte de su aforo si exceptuamos, claro está la cómoda y vetusta tribuna / anfiteartro.

Y muchas gentes, tanto aficionados, contables y directivos argumentan que es así lo lógico, ya que en Valencia no llueve nunca y que más que el Sol, el problema es la humedad, y eso lo sabemos bien en noches de veraniegas de Naranjas intempestivos y bochornos asfixiantes.

Hace algunos años (…) se debatió incluso, la oportunidad y necesidad de realizar en pleno la cubierta de un posible (…) nuevo Estadio valencianista: Mucho dinero y tiempo para cuatro gotas.

Y sin embargo, en Valencia, a veces, llueve. En Valencia a veces hace mucho frío, por una humedad pertinaz que trae el viento y en Valencia, también hace un sol que en ocasiones se convierte en fuego abrasador.

Es cierto que son cuatro días en la temporada, pero también es cierto que son esos cuatro días en que nuestros pequeños se quedan en casa secuestrados por una mamá que aplica la necesaria dosis de cordura. Sumemos otros cuatro días en que, o crema solar o cangrejo asado. Y nos da que en algunas zonas de Mestalla, salvo algunos agradables entretiempos (los otros cuatro días y cada vez más escasos) se ha ido, tradicionalmente, las clases populares, a gallineros varios… a sufrir.

Y escribo con cierto conocimiento de causa: no es el mismo frío el de una tribuna resguardada que el de una Grada la Mar a la interperie, tampoco el mismo Sol el de numerada cubierta que el de General de pie Norte. No, no es lo mismo. Tampoco es el mismo precio, es natural, pero, no, no es lo mismo.

Se ha dicho que, en Valencia, ciertas cosas no son necesarias, permítanme que lo discuta, cuatro días de suplicio, no curten: enferman.

Y viajamos atrás en el tiempo, seguro que todo lector de estas líneas tiene su recuerdo de empatía hacia estas afirmaciones, en mi caso recuerdo dos especialmente:




Aquel Valencia - F.C. Barcelona de 1991 que se saldó con un épico 2-2. Llovió, llovió mucho y caló, caló mucho y hasta los huesos. El cemento helado de aquella esquina de General de pie norte fue testigo de un tormento agotador que dejó a alguna decena de mil de Valencianistas más de una semana en cama y con la sensación de haber superado con vida (los afortunados que lo hicieron) una de las pruebas físicas más exigentes que puede tolerar un cuerpo humano.




La primera temporada en la Champion’s League también vivió también una noche de tortura atmosférica en un Valencia – Bayern que se saldó con un apañado 1-1. Fue la noche en que Adrian Ilie inauguró su peculiar y algo grotesca danza goleadora, aunque muchos de los allí presentes, en el palomar de grada la mar, sólo suplicábamos por una cama cubierta por un edredón calentito y un estómago repleto de caldo hirviente. Aquella noche, los linces que compraron aquella noche acciones de farmacéuticas especializadas en antipiréticos y antigripales, consiguieron amasar una pequeña fortuna.

Noches de frío en Mestalla. 

Unas cuantas, seguro que recuerdas alguna. 

¡Ostras! ¡Qué frío!


Sergi Calvo
Llueva, nieve o truene…Mestalla

Pd.
Llovía, mucho. VCF-FCB 1991

Octubre, abrigos en las gradas, el baile de la Cobra congelada VCF-BM 1999





dissabte, 16 de febrer del 2019

BITÁCORA DEL CENTENARIO

Jornada 24



CLÁSICOS QUE NO TE CONTÉ.

A mediados de los años 80’, los Valencia-Espanyol se convirtieron en partidos de culto, regresando de golpe todo el encono larvado desde los años 60’, cuando el equipo perico partió por la mitad al mítico Valencia de Barinaga. Dicen los más viejos que nunca jugó tan bien el Valencia al fútbol como durante esa primera vuelta de la 65-66, la de Barinaga como entrenador. El hechizo se rompió durante un Valencia-Español jugado en diciembre de 1965. Ganó el Valencia, pero el precio a pagar fue muy alto. Tras ese partido, cuajado de lesiones y expulsados, el equipo se deshizo como un azucarillo. Finalmente, Barinaga fue sustituido por Mundo. De alguna manera, ese choque violento y tenso degeneró en algo más durante las siguientes temporadas. En el excelente libro de Paco Lloret, “Mestalla momentos mágicos”, se recoge con detalle la hostilidad con que se recibía al Español en el bienio 67-68. Hay una pancarta dedicada al portero blanquiazul que lo resume todo: Romero, tu padre. Huelga decir que la palabra que falta es un dibujo, el dibujo de un toro de generosa cornamenta. El descenso a segunda del Español en 1969 atenuó la rivalidad, que regresó multiplicada por mil en 1983, cuando Sarriá pasó de los gritos de tongo, tongo con el 0-2 a los de A segunda, a segunda tras el 5-2 final. Entonces, esas afrentas colectivas no eran tan habituales y el valencianismo en masa tomó número y matrícula. La primera vez que el Español jugó en Valencia fue poco después, en octubre de ese mismo 1983. Mestalla se tomó aquello como una final y el equipo respondió con creces. El 4-0 desató la euforia y las ganas de revancha. Pocas veces he visto un Mestalla tan encendido en un partido jugado en octubre como el de aquel domingo. Los gritos de A Segunda, a segunda atronaron durante minutos. En la vuelta, el VCF ganó 1-2 con incidentes en las gradas. Incidentes que volvieron a repetirse de manera habitual durante los siguientes años. En la 84-85 el partido de Mestalla quedó desdibujado por la jornada de huelga, un 5-1 que sirvió para que Carlos Arroyo se presentara en sociedad ante la parroquia. Peor fue en la 85-86. El partido de liga acabó con empate a cero. Fue un sábado noche. Los ultras del Español se colocaron en la esquina del gol norte, a pocos metros del viejo Yomus. En el descanso sucedió lo inevitable. Bastonazos, carreras, avalanchas, quema de banderas. Sólo cuando apareció la policía se calmó la situación. Posiblemente, fueron los incidentes más graves dentro de Mestalla en toda su historia; ni siquiera lo sucedido el día del Manchester Utd en septiembre de 1982 fue parecido. 

Acabada la liga, con el VCF en segunda, vino el enfrentamiento de copa de la liga, aquel engendro que no cuajó. En la ida, el Valencia se mostró implacable y arrasó 5-2. Fue una jornada que ahora nadie comprendería. El equipo estaba descendido pero el ambiente en los partidos de copa de la liga era de extraña y anómala adhesión, como si no hubiera pasado nada. De hecho, ese partido contra el Español fue el mejor de la temporada. En la vuelta, los coches con matrícula de Valencia lo pasaron mal. Creo, si la memoria no me falla, que fue el día en que el periodista de InterValencia, Enrique Martínez, fallecido prematuramente a los pocos años, resultó agredido en las inmediaciones de Sarriá. La tónica se mantuvo durante los siguientes años. Tensión e incidentes. Con el cambio de siglo algo cambió. El Español ganó la copa en Mestalla y el valencianismo se sintió campeón de liga con los dos goles de Baraja en aquella noche inolvidable de abril de 2002. Los recuerdos se volvieron amables por ambas partes. Los últimos partidos en Mestalla han sido anómalos. No recuerdo arbitrajes tan caseros a favor del Valencia como contra los pericos. Es una rara tradición. El domingo volveremos a celebrar una edición más de este clásico sin literatura. En la última fila de Mestalla haremos la digestión. Primero, como mandan los cánones, nos comeremos un arroz a ras de mar. 

Rafa Lahuerta

dimarts, 12 de febrer del 2019

D.JOSE MANGRIÑAN


Com a complement al post pujat el dia 11 de febrer, afegim aquest magnífic reportatge a D. José Mangriñán de l'homenatge amb motiu del lliurament de la insígnia d'or i brillants que li va concedir el Valencia C.F., de mans de D.Arturo Tuzón, president del club en aquell moment. (Reportatge inclòs a la revista del club al març de 1991).








dilluns, 11 de febrer del 2019

GRANDES HISTORIAS HACEN GRANDES CLUBES



Piensen en una marca conocida. ¿Le acompaña algún eslogan o frase que le haga recordarlo?

Lo haremos al revés. Le digo el eslogan y usted dirá que le viene a la mente. Alguno igual no le suena, pero tranquilo, eso es porqué es usted muy joven. 

- Comenzamos:
"La chispa de la vida"
"A mí siempre me daban dos"
"¡Anda, la cartera!"
"A mi plim, yo duermo en..."
- Y del mundo futbolístico:
"Tener más moral..."
"Mes que un club". 

Todo esto viene a cuento porqué conseguir que a una marca se le recuerde y marque "un antes y un después" cuesta mucho esfuerzo y aún más dinero. Lo que todas las marcas desean es tener esa relevancia con el mínimo coste.

El Valencia de los años 50, y anteriores, era bastante desconocido fuera de España. En Sudamérica eran contados los que lo conocían, al igual que a la inmensa mayoría de clubes españoles. Las excepciones, como no, eran los "grandes", que contaban en sus filas con estrellas mundiales. El Real Madrid y el Barcelona se disputaron el fichaje del más grande del continente americano, D. Alfredo Di Stefano, lo que les hizo aún más visibles. . 

El Valencia comenzó a sonar más por Europa, en 1953, con el fichaje de Faas Wilkes. Pero este no era un jugador tan conocido en el resto del mundo futbolístico de entonces. Un modesto jugador vino a cambiar la historia del Valencia. Un hecho que en su tiempo tuvo una gran repercusión, pero que con el paso del tiempo fue perdiendo reconocimiento. Por supuesto hablo del excepcional marcaje de Mangriñán a D. Alfredo Di Stéfano, el 12 de septiembre de 1954 en Chamartín, en el primer partido de liga de la temporada 54-55. Una lástima que un verbo que comenzó a utilizarse en toda España no llegase a ocupar un lugar en el diccionario de la RAE, o por lo menos en el ADN de los valencianistas. Mangriñán y su verbalización Mangriñanear se utilizaron durante casi una década para describir a la parienta. Lo utilizaban más los hombres para referirse a sus mujeres por el mero hecho de ser estos, entonces, más futboleros. O al pesado de turno, que no dejaba de perseguir, ni a sol y ni a sombra, a la moza que pretendía.

Mangriñán era y es, en su definición, constancia en el trabajo encomendado, entrega total sin escatimar esfuerzos y como consecuencia de su resultado, trabajo bien hecho y aportación al resultado del equipo. 
Nuestro escudo se ha confeccionado con las puntadas de las historias individuales de todos los que forman parte de este club. Desde los más visibles mediáticamente, jugadores, entrenadores y presidentes, hasta los menos visibles, como son los aficionados, directivos y empleados del club. A mi modesto modo de entender el Valencia perdió muchas oportunidades de añadir puntadas a su escudo. Esas puntadas que son más valiosas que las que puedan coserse con hilo de oro para conmemorar unas fechas concretas, sea un cincuentenario, ya olvidado por la inmensa mayoría, o sea el presente centenario. Puntadas de historias personales que conforman el murciélago que tan alto lo hacen volar y que por menospreciar o no saber sacarle todo lo que de bueno han aportado, aportan y aportarán al club se pierden y no engrandecen su historia y legado como merece. Hablo de los primeros jugadores, que nunca mejor dicho, por amor al arte balompédico se entregaron en cuerpo y alma. Hablo de esos llamados locos. Los aficionados por seguir ese nuevo deporte y los directivos por gastar, incluso lo que no tenían, en algo sin futuro. 

Grandes historias que quedaron en el olvido. Nunca está de más recordar a los grandes, pero díganme cuantas batallas hubiese ganando Napoleón sin sus soldados, sin esos pequeños actos heroicos que completan la historia del devenir de los acontecimientos. Esos peones, imprescindibles para poder jugar al ajedrez. 

Dar a cada uno el mérito que merece. Pues la defensa es el patito feo del fútbol. Como muchas veces he oído decir “Los goles son la salsa del fútbol”, sin pensar que mucha “salsa” puede estropear el mejor plato. Si tanto aportan los goles ¿Por qué no jugar sin porteros? ¿Por qué no jugar con 11 delanteros? ¿Serán mejores esos encuentros en los que los resultados sean de dos o tres dígitos? Quizás quieran volver al inicio de este deporte, en el que todos corrían tras el balón, antes de crear las reglas que lo comenzaron a regir. Ya no será este deporte que tantos amamos y tanto nos emociona. Ni mejor, ni peor, será algo diferente. 

Con el hilo del esfuerzo, donde David volvió a vencer a Goliat, Mangriñán aportó su puntada de entre las miles que hay. Una puntada ni más ni menos importante que todas las demás, en la que cada uno hace todo lo que su fútbol le permite, sin escatimar en la entrega al conjunto. Pese a sus limitaciones técnicas fue, como siempre decía, «la horma de su zapato», el que supo entender el juego de su contrincante y utilizar sus mejores virtudes hasta conseguir aburrir a D. Alfredo, un portento del fútbol mundial. Anticipándose, consiguiendo que su rival llegase a desquiciarse por no poder hacer lo que mejor sabía, jugar al fútbol. Sin ninguna entrada brusca o incorrecta, todo deportividad. 

D. Alfredo, viéndose impotente por el marcaje, en una jugada en la que Mangriñán cayó al suelo aprovechó para descargar toda su frustración e ira pisándole deliberadamente la barriga. Este lance fue vitoreado por gran parte de la afición madridista, la cual también descargó su parte de impotencia. Un socio del R. Madrid recriminó la actuación del jugador, lo que ocasionó la reprimenda de los aficionados que le escucharon. Fue denunciado a la directiva, que le llamó para pedirle explicaciones. Su respuesta fue la de entregar su pase de socio y darse de baja como tal. No aceptó que no se pudiesen criticar las acciones antideportivas, por muy jugador del R. Madrid y por muy Di Stéfano que fuese. Poco tiempo después paso a ser socio del Atlético de Madrid. 

En la siguiente jornada el Valencia jugaba en Mestalla. Iturraspe no alineó a Mangriñán, pero el público, antes de comenzar el encuentro, comenzó a gritar el nombre del “secante”, lo que hizo que tuviese que salir al terreno de juego para recibir y agradecer la ovación. 

En la jornada 16 el R. Madrid visitó Mestalla y venció al Valencia CF por 1 a 3. Se adelantó el Valencia con gol de Badenes a los 10 minutos, que neutralizó Olsen finalizando la primera parte, minuto 40. En los últimos minutos marcó Di Stéfano 2 goles, en el minuto 84 y el 85. Mangriñán no jugó ese encuentro, aunque años después un tal Sarmiento, uno de los fundadores del periódico AS, escribió un artículo en el que puso a Mangriñán en ese encuentro que no jugó y en el que Di Stéfano se desquitó del magnífico marcaje de la primera jornada de liga. Desconozco que le impulso a tal desatino, pues no debería ser normal que un periodista deportivo escribiese con tal desconocimiento de los hechos. 

El siguiente partido, en el que se vieron las caras, fue en la jornada 15 de la temporada 55-56, en Chamartín, donde el R. Madrid ganó 1 a 0, con gran partido de los “ches” y una inoportuna y grave lesión de Fuertes, lo que mermó las posibilidades. La crónica del partido dice así “… no menospreciemos el estupendo papel de Mangriñán que hizo desaparecer como jugador al genial Di Stéfano, dicho sea en su honor, sin cometer una sola suciedad, mientras el argentino recurría, de palabra y obra, a toda clase de incorrecciones, algunas de las cuales , sancionadas por Arqué, quizá sean también sancionadas por las autoridades federativas;…” 

De los siguientes marcajes no he encontrado, aún, prensa que los explique. Creo probable que se perdiese el interés para restarle el valor que cada uno de esos marcajes tuvo. 

Mangriñán también supo anular a otros muchos contrincantes, pero no tuvieron la misma repercusión mediática. 

Antes del marcaje del 12-09-1954, en su primera temporada como jugador del primer equipo, 52-53, Mangriñán marcó excepcionalmente a Sergio Rodríguez Viera, jugador uruguayo del Málaga, en la jornada 26 de liga, 5-04-1953. El Valencia comenzó encajando un gol en el minuto 2. A los 30 minutos fueron expulsados Becerril, por el Málaga, y Puchades, por el Valencia. Pero el mejor juego era del Valencia. En la segunda parte Quincoces le dijo a Mangriñán, y así me lo contó él, -“Mangriñán, ahora me va a marcar usted a… (otro jugador que ahora no recuerdo). El caso es que el marcaje de Rodríguez pasó a encomendárselo a otro jugador. 

El Valencia consiguió marcar en la segunda parte, marcando el 3º en el minuto 68. El problema es que Rodríguez marcó en el minuto 82 y 85, lo que supuso el empate final a 3. 

Ya en el vestuario Quincoces le pidió disculpas a Mangriñán. –“Me va usted a perdonar, pero hemos perdido un punto por mi culpa, ya que no debería de haberle cambiado en su labor de marcaje a Rodríguez”, que quedó totalmente anulado cuando Mangriñán era el encargado de su marcaje. 

En el siguiente encuentro en Mestalla el Valencia perdería, contra todo pronóstico, contra el Atlético de Madrid. Estos dos resultados dejaron al Valencia a merced del resultado que se diese en el encuentro que tendría que disputar contra el Barcelona en Les Corts. Al perder 2 a 1 solo quedaba la posibilidad de un “tropiezo” del Barcelona en las 2 últimas jornadas. El Valencia ganó los 2 encuentros, al igual que el Barcelona, lo que permitió a este último proclamarse como campeón de Liga, quedando el Valencia subcampeón, por mejor golaveraje con el Real Madrid. 

Volviendo al Marcaje a Di Stefano. La Pequeña Copa del Mundo que se disputaba en Caracas, Venezuela, se trataba de un campeonato a 4. Uno del país anfitrión, que en el año 1955 fue La Salle (Campeón de Primera División de Venezuela 1955), un destacado equipo de Sudamérica, Sao Paulo (Tercer Puesto del Campeonato Paulista 1955), y el ganador de la Copa Latina, que enfrentaba equipos de Portugal, Italia, Francia y España. La Copa Latina del año 1954 no se disputó, por coincidir con el Mundial de Fútbol, ya que en 1950 tuvieron problemas para poder organizarlo, por la coincidencia con dicho evento futbolístico, pues las figuras internacionales se dedicaban, en esas fechas, en exclusiva a su selección nacional. Por tanto no había campeón de la Copa Latina y los promotores de la Pequeña Copa del Mundo decidieron invitar al Benfica (Campeón de Primera División de Portugal 1954/55) y al Valencia (eliminado en Cuartos de la Copa por el Sevilla en 1955 y quinto puesto de Primera División de España 1954/55) no presentaba un palmarés de los exigidos para participar. ¿Por qué fue entonces invitado? ¿Quizas por haber ganado la Copa de la temporada 53-54? 

La respuesta más probable, por el famoso marcaje a Di Stéfano. Ya que la directiva del Valencia al comunicar a los jugadores la participación en dicho campeonato y Mangriñán decirles que él solicitaba no participar, pues hacía meses que tenían preparado todo para contraer matrimonio en julio, por lo que coincidían ambos eventos le respondieron que él debía participar, pues era uno de los requisitos que les habían puesto desde la organización, como supongo sería que tampoco faltasen los jugadores internacionales. Finalmente tuvo que posponer un mes la boda y casarse en agosto, a su regreso de Venezuela. 

Este hecho demuestra la gran repercusión que tuvo el marcaje en toda Sudamérica, donde la figura de Mangriñán, por su gran marcaje, fue la que ayudó a que fuese más conocido el Valencia por la inmensa mayoría de los aficionados en ese continente. 

Recuperemos esas historias que nadie ha escrito. No esperemos a que otros vengan a explicarnos que es nuestro sentimiento. Como los ladrillos toscos que sujetan el enlucido y todos los adornos que colgamos en la pared, pues sin ellos nunca se sostendrían. Quede como un borrón en la memoria, de las diferentes directivas, el no saber reconocer lo que cada cual aportó a la historia de este nuestro Valencia. Y no hablo solo de jugadores, la parte más visible de la historia del club. Escriban sobre esas historias personales que no se cuenta en los libros de historia del Valencia. En mi caso aporto la historia que su protagonista nunca contó fuera del círculo familiar, es mas, nunca se atrevió, como yo lo hago, a decir que gracias en parte a él se jugó La Pequeña Copa del Mundo. Sin darse méritos, pues siempre pensó que lo que hizo no fue más que su obligación. La que todos, en mayor o menor medida de sus posibilidades, realizaban defendiendo el escudo que les fue prestado y que obligatoriamente debían devolver a su afición con sus mejores puntadas, para que ese escudo, que nos pertenece a todos, luzca vibrante, colorido y con ese sentimiento que no alcanzo a poder expresar en toda su amplitud. 

Me permitirán que mi recuerdo personal sea para un gran hombre y padre, José Mangriñán Diago. 

AMUNT VALENCIA!!!

divendres, 8 de febrer del 2019

BITÁCORA DEL CENTENARIO


Jornada 23

AMARCORD

Esta jornada me ha estallado en la cara, así que tiraré de memoria y evocaré los Valencia-Real Sociedad que recuerdo hasta el año del descenso de la Real, precisamente en Mestalla. Escribo de memoria y sin consultar. Si hay errores no dudéis en señalarlos. 

77-78----(0-1) Primer día del año. Viene mi tío con nosotros. Ovación de gala a Claramunt cuando sale en la segunda parte, seguramente su última gran ovación. 

78-79---(1-0) Domingo tarde noche. Televisado. Posiblemente, el último partido en blanco y negro que se televisa desde Mestalla. No recuerdo quién marca el gol. 

79-80----(0-0) Arconada en modo estelar. La Real Sociedad alarga una semana más su espectacular trayectoria como equipo invicto. Sólo perdería un partido, en la penúltima jornada, frente al Sevilla. 

80-81----(3-2) Primer partido de liga. Sábado noche. Partidazo de Solsona. Tras ir 3-0 la Real acorta distancias gracias, entre otras cosas, a los errores de Pereira. El héroe de Heysel empezó fatal la temporada. En la grada dicen que es porque se ha casado. Cuando acaba el partido los carniceros y yo cantamos en la puerta del bar Los Checas una canción que nos hemos inventado hace poco: “Arsenal, Arsenal, somos los folloneros”. El recuerdo de la Recopa sigue vivo. 

81-82----(1-2) Domingo tarde, mes de abril, nublado. Única derrota en casa en toda la temporada. Para la Real, victoria determinante de cara al título de liga. 

82-83-----(2-1) Domingo tarde. Primera jornada con peñas tras la portería del gol norte. Muchas banderas blancas y muchas tracas. El 2-1 llega en el último minuto tras galopada de Carrete. Mucha tensión en la grada. La preocupación de un posible descenso empieza a notarse. 

83-84----(2-1) Domingo de octubre. Ambiente de gala. Al acabar el partido el Valencia es líder. Es la primera vez desde 1977 que veo líder al Valencia. Emoción indescriptible. Lo anuncian en los videomarcadores. El liderazgo sólo durará una semana. 

84-85-----(2-0) Sábado noche. Partidazo de Roberto. 

85-86------(3-1) Sábado noche. Primera vez que veo a la Real Sociedad sin Arconada. Juega Elduayen. Se nota. 

86-87-----No se juega al estar el VCF en segunda. La Real gana la copa en Zaragoza frente al At Madrid. 

87-88------(0-1) Domingo tarde, domingo de Cridà. Pésimo Valencia. Preocupación en Mestalla. Después del partido encendemos una bengala en la puerta de la discoteca Jardines del Real. Las pijas gritan asustadas. 

88-89-----(1-0) Domingo 1 de enero de 1989. Un Mestalla de resaca. Marca Eloy a última hora. 

89-90-----(3-1) 1989 se cierra en Mestalla como se inició, con un VCF-Real Sociedad. Buen Valencia bajo la lluvia y golazo de Tomás. Último partido que mi padre ve en directo en la grada de Mestalla. 17-12-1989. 

90-91-------No recuerdo. 

91-92--------No recuerdo. 

92-93--------No recuerdo. 

93-94----(0-0) Domingo tarde. Por la mañana voy a los Albatros a ver Amarcord, de Fellini. El Valencia fatal. En plena crisis post-Kalsrhue. 

94-95-----(4-2) Domingo tarde. El Gol Gran le dedica una pancarta a la novela de Ferran Torrent, “Gràcies per la propina” 

95-96----(0-1) Domingo tarde. Portentosa actuación de Alberto, que salva a la Real de una goleada de escándalo. Mestalla despide al Valencia con una gran ovación. 

96-97-----(0-1) Primer partido de liga. Sábado noche. Flojo Valencia. De madrugada, no me digas cómo, acabo en Mister Chus. 

97-98----No recuerdo. 

98-99----No recuerdo. 

99-2000----(4-0) Golazo de Carboni de falta. Sábado noche. El Valencia desatado de la primavera de 2000. La Cuperativa en su momento de máxima brillantez. 

2000-01----No recuerdo. 

2001-02-----(4-0) Domingo tarde. Ambientazo en Mestalla. Se vislumbra la liga tras 31 años de espera. Golazo de Angulo y también de Mista acabando el partido. 

2002-03----(2-2) Sábado noche. La Real lidera la tabla. Partido tenso. Veo en la grada a mi compañero de pupitre hasta 5º de EGB, Dani Pérez. Será la última vez que nos encontremos. Dani muere en agosto de 2012. 

2003-04-----(2-2) Arbitraje lamentable. Domingo tarde. Pese a todo empate de gran valor logrado por Mista a última hora. El Gol Gran le dedica una pancarta a la familia Alcántara. Ese día está en el palco Pepe Sancho. Semanas después, “Cuéntame” se hace eco de la liga del VCF en 1971. Por la pancarta, explicará años después el genial actor de Manises. 

2004-05------No recuerdo. 

2005-06----(2-1) Sábado noche. Viene Eva. Hacemos pic-nic en la última fila del Gol Xicotet alto. Primera vez que me subo a las alturas. Intuyo que ese acabará siendo mi sitio en Mestalla. 

2006-07-----(3-3) Domingo tarde casi veraniego. La Real Sociedad desciende a segunda división. Confirmo que Lotina tiene cara de enterrador. 

Rafa Lahuerta 



divendres, 1 de febrer del 2019

BITÁCORA DEL CENTENARIO


Jornada 22

29-1-2019, SI UNA NOCHE DE INVIERNO UN VIAJERO


(A Vicente Montesinos, que lo sabe) 

Volví al fútbol el día del Sporting. No veía un partido de competición española en la grada desde el año pasado, frente a la UD Las Palmas. La primera temporada de Marcelino la seguí de reojo, contento pero ausente, con miedo a pisar Mestalla. A veces me pasa. Saco el abono pero no voy al campo. Mi relación con el VCF es tan intensa y enfermiza que necesito distanciarme cada cierto tiempo. Cuando el equipo va bien me relajo y pienso en alejarme un poquito más. Después sucede algo y el veneno regresa. Suele ser el pánico a coquetear con el descenso lo que me arrastra al cadalso. Entonces subo a la última fila y confirmo lo que ya sé: el Valencia es un misticismo. En la última fila todo adquiere un valor telúrico. 

El martes la ciudad temblaba. El viento arreciaba y los mástiles de las banderas repicaban como campanas de réquiem. Al fondo, el Miguelete cobijaba luces y sombras. El martes, extrañamente, estaba iluminado. Desde Mestalla parecía un faro, el faro de la tradición, el faro de cierta e inevitable arrogancia: la justa para sobrevivir. 

Cuando marcó el 0-1 Molina pensé en todas esas variaciones de la estupidez a las que tan proclive suele ser el Valencia. Ese tiro en el pie también nos define. Es un punto autodestructivo, una impotencia que se gestiona mal porque la impotencia ni siquiera es melancólica y no permite el susurro del lirismo. Nuestra impotencia es una bronca sin medida, “un aneu a fer la mà” de dimensiones bíblicas. Me pasé 90 minutos pensando en esa digestión. Ese aprendizaje de la frustración y la humildad se lo debo al VCF. Han sido tantas expectativas y tantos fracasos que al final uno aprende a callar, a recomponerse en silencio, a digerir de la mejor manera posible los reveses. En otros clubs el fracaso es la norma y se digieren de una manera más natural. No aspiran a otra cosa que a no descender. Aquí no. Esa forma irracional de acumular expectativas fracasadas y mantener pese a ello la firmeza nos distingue. Es un rasgo de carácter que destila tanta insensatez como fortaleza. Es lo que somos. Toda esa rabia fue la que saltó por los aires en 2 minutos. 

Los mástiles de las banderas cambiaron el réquiem por el vincero de Nessun norma. Por un momento entendí que esa locura sin peaje era el gran festejo del Centenario, el llanto descontrolado, la carrera desquiciada por un sector del graderío en el que sólo estaba yo, la certeza de estar rodeado de miles de ausentes, de todos los Pablo Muga que siguen al Valencia desde la última fila de Mestalla. Ahí arriba, en lo más alto del Gol Xicotet, durante algunas noches de invierno, hay viajeros que, como en la novela de Italo Calvino, rozan el secreto. Con el 2-1 me dejé llevar por ese susurro del cuarto anillo, el senado celestial del valencianismo. Supe, entendí, y creo que fue una intuición compartida por todos los presentes en Mestalla, que el tercer gol iba a llegar por el propio impulso de la energía acumulada, una energía que adoptó la forma de rugido, un rugido que no admite réplica. El rugido de Mestalla asombra por su contundencia. Es un rugido de varias generaciones. Vertical, bronco, incontenible cuando se desborda. Un instante así va mucho más allá del éxtasis. No es un orgasmo. Un orgasmo es otra cosa. En un orgasmo hay cooperación necesaria de otro cuerpo. Pero un instante como el del martes en Mestalla te conecta con una dimensión espiritual a la que tienes acceso muy pocas veces en la vida. Lo sabes cuando sucede. Lo sabes cuando has nacido con esa camiseta, has escuchado a los tuyos contarte mil veces las mismas historias, has llorado de niño sin ser capaz de convertir esa pena en palabras o has vibrado en la calle sabiendo que tu equipo ha logrado un título. Parece ridículo, suena ridículo, lo es. Da igual. En noches como la del martes uno se vuelve llanto, alegría pura y tensa, abrazo de multitudes, parte de un todo que todo lo puede. Lo sabes entonces y lo sabes para siempre. Y es tan bonito, poderoso y embriagador que sólo cabe dejarse llevar por la corriente de euforia a sabiendas de que puede que no vuelva nunca más un temblor semejante. Es lo que es y conviene saberlo. Tras el colapso emocional llegó la hora del inventario. Es fácil y se resume en dos palabras: amor y gratitud por quienes nos hicieron del Valencia. Ellos empujaron a la red ese tercer gol. Si eligieron a Rodrigo no fue por casualidad. Es quién más lo merecía. Ese gol, y ya da un poco igual lo que suceda el resto del año, explica el Centenario. 

Rafa Lahuerta