dilluns, 10 de desembre del 2012

Agradecimiento

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Amb motiu de la eixida a la venda del llibre Últimes vesprades a Mestalla, amb textos del nostre blog, tenim la satisfacció de publicar hui el text que ha escrit Elvira Roda Llorca, "la chica burbuja". Recordem que tots els beneficis de la venda del llibre es destinaran a donar suport a la seua lluita contra la síndrome de la Sensibilitat Química Múltiple, i que esta iniciativa ha estat possible gràcies a participació del València CF i la Fundació València CF, que han sufragat la edició, i a l'editorial Carena.
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Elvira Roda (a l'esquerra en la foto) amb unba amiga 
en la final de Copa del Rei disputada entre el València CF i l'Atlético de Madrid 
a l'Estadio de La Cartuja de Sevilla el 26 de juny de 1999. 
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Alejandro, Carolina, Isabel, Josep y todos los que habéis colaborado.


Agradezco muchísimo vuestro gran esfuerzo para conseguir que este libro salga a la luz, os doy gracias por intentar ayudarme a dejar atrás esta enfermedad, este aislamiento que durante años me ha tenido apartada de las personas y acontecimientos más queridos.

También quiero agradecer de un modo muy especial al Valencia CF, a la Fundació València CF y a la editorial Carena su desinteresada colaboración: sin ella no hubiera sido posible hacer realidad esta iniciativa.

Como este libro se dedica al Valencia CF os diré que desde muy pequeña, no solo por mi abuelo sino por toda mi familia, he sentido como mío este equipo. Son tantos recuerdos compartidos con los más queridos en torno a este Valencia CF... Quizás uno de los mejores la final de la Copa del Rey en Sevilla, donde fui con mi hermano y amigos: recuerdo que pinté a alguno que otro la cara en aquel viaje de tren... Fue un día tan lleno de júbilo, de emoción... Luego en el estadio los saltos, los besos, los abrazos... Tan cerca de quienes yo quería, tan fácil y tan felices...

Ahora quizás creo entender mejor el propósito de aquellos hombres que junto a mí abuelo, quisieron hacer realidad algo que sería más que un equipo, mucho más que un club: un grupo humano que fomentara los mejores principios. Creo que sentían de verdad que aquello con lo que soñaban y trabajaban en crear día a día era en verdad una buena razón para compartir más y mejor la vida con las personas que más quieres y exaltar esos valores humanos: compañerismo, generosidad, esfuerzo, entrega, unión, amistad...

Supongo que el balón y el juego era una excusa para despertar la pasión en nuestros corazones y compartir en familia y amigos un todo.

Doy gracias al Valencia por existir y a esos hombres que lo hicieron posible y a los que hasta hoy continúan para que siga esa esencia.

Estos años supongo que aprendí a priorizar ciertas cosas y a restar importancia a tantas. Parece que con tantos problemas en el mundo... hay tantas cosas sin sentido...

Estos años que viví en soledad mi cabeza y corazón lo ocupaban personas con problemas... y es curioso que, ya quedando tan lejos aquellos días en los que podía entrar al estadio, cuando escuchaba de lejos gritar "gol" en la calle, mientras yo respiraba cerca de la orilla del mar, me seguía alegrando como si el tiempo no hubiera pasado.

Por unos instantes ese "gol" me emocionaba porque me recordaba a cuando saltaba, reía o abrazaba a los míos. Son esos instantes que llevan a recuerdos del corazón que te ligan a otros más profundos y tan cargados de felicidad que es increíble, porque te mueve tanto, te reactiva tanto te dan tantas ganas de vivir...

Ahora sé que el propósito de mi abuelo y aquellos hombres se cumplió y se cumple cada día en cuanto a compartir el amor.

Lo dicho, mil gracias al Valencia CF y a todos los que lo hacéis realidad. Gracias por tantos momentos dulces y felices.

Gracias a todos los que estáis ahí y me ayudáis. Repito gracias por emplear tantísimo tiempo, tantísima dedicación, por demostrarme tanto y tan bien vuestro cariño. Vuestro libro es un gran regalo y vuestro mérito increíble.

Gracias también por dar a conocer mi enfermedad, la Sensibilidad Química Múltiple, enfermedad nueva, emergente, y ojala que con los esfuerzos de todos sea reconocida y tratada en España por la Sanidad Pública, como medida urgente de justicia y necesidad para los enfermos que la sufren.


Elvira Roda Llorca
Aficionada al Valencia CF
Afectada por el síndrome de la Sensibilidad Química Múltiple

diumenge, 25 de novembre del 2012

Los hermanos Panero y Mestalla

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En toda convención chotofriki hay siempre un momento álgido donde se hace balance de la nómina de fiascos, chascarrillos y casos únicos que jalonan los arrabales del relato Mestallí. Como todo el mundo sabe, ser del Valencia es una cuestión menor. Una religión anodina y de clase media. Los héroes, ya se sabe, eligen otras opciones. El choto no, el choto, como se deja llevar y es un ser blando y sin carácter, acaba sus días en la barra del bar de la esquina poniendo a prueba a otros chotos sobre quién es capaz de mear más lejos en la recuperación de momentos cumbres de la futbolería local. Es la estampa suprema del fin de la historia, muy similar a aquella otra del café donde Fontanarrosa novelaba las efervescencias de "El mundo ha vivido equivocado". En este escenario de mediocridad ambiental, el choto suelta su retahíla de anécdotas ya manidas y mil veces repetidas donde a veces se cuela un nuevo detalle que hace gimotear a los más lagrimitas. Ya se sabe: la moneda al aire, el accidente de Walter, la casa donde vivía Vicente Peris, la irrupción del Gitano González en un Valencia-Athletic de la 72-73, el banderín de la Recopa del 80 que pende en un anaquel de La Salamandra, el caso Gallolo... o el momento cumbre de la confusión de Vicente Asensi en 1941 cuando se alivió en el videt y no en la correspondiente taza. Todo ello por no recurrir al día en que recién salido de la ducha y con la toalla enrollada sobres sus partes púdicas le preguntó a la camarera del hotel: Señorita, ¿usted conoce Nueva York? No, contestó la muchacha. Pues mire la estatua de la libertad, dispuso el procaz Asensi mientras la toalla se deslizaba con suavidad hacia el suelo. Un guiño inocente que de forma malévola hace pensar en el tipo de nombre impronunciable que dirigía el FMI.

Puede que el chotofriki haya alcanzado ya el nirvana futbolístico o una madurez subsidiaria y algo cínica que le remite a cierta lucidez del abandono de todo exhibicionismo militante en el mercado de las militancias. Quizás el chotofriki ha comprendido que hacer bandera de una identidad futbolera es tan estúpido como hacerlo de cualquier sistema de creencias más o menos organizado. Y que, en realidad, no hay manera seria de hablar de fútbol porque la subjetividad y la militancia impiden todo acuerdo razonable y ajustado a la realidad de lo que pasó y no al heroísmo intuido de lo que nos hubiera gustado que pasara. A fin de cuentas, el creyente es siempre un enfermo cuya tara es la incapacidad para asimilar con ironía las contradicciones de su doctrina. Quizás por ello, y parafraseando a Onetti, el chotofriki prefiere perder una discusión “banal” que perder el tiempo “real”. El dilema para el chotofriki es la evidencia de su condición de burgués. Bendito dilema, claro, porque nada mejor en el mundo que permitirse el honor de la desidia y el suave discurrir de los acontecimientos desde la atalaya del poder bendecido por los dioses y Bankia. Gran suerte, por tanto, ser burgués y del Valencia. Suerte poder hablar de la propia decadencia a la manera de los hermanos Panero en El desencanto, con las espaldas cubiertas y la mueca entre pija y condescendiente de quien sabe que toda gloria es finita e inútil. Suerte, en suma, ser miembro de una religión blanda y nada heroica. Suerte saber que el premio a nuestra propia inconsistencia nos libra de caer en la superioridad moral... ese purgatorio de cándidos ególatras.


Rafa Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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dimarts, 6 de novembre del 2012

Mestalla, el nacimiento de un mito

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Cada vez que se oyen rumores sobre la posible reanudación de las obras del nuevo Mestalla, se me pone un nudo en el estómago, tengo sentimientos encontrados, el nuevo estadio está más cerca de donde resido, y en diez minutos andando estaré allí, pero como animal de costumbres, mi mapa de movimiento humano, es sencillo y reproducible, la proximidad del nuevo estadio, suplantará a las tertulias pre-partido en coche, a la satisfacción de encontrar aparcamiento legal a la primera, al peregrinaje originario desde la zona de la Mezquita y posterior desde el Paseo de la Alameda, a la llegada hasta los aledaños del viejo Mestalla, allí donde se respira el ambiente y el sonido inconfundible de la afición, la excitación antes del partido, los cánticos, el trago a la rubia, la caballería con su innegociable rastro, el asalto al monumento a la afición, la llegada de los contendientes, y siempre a un cuarto de hora del comienzo, el inicio de las rampas del particular Alpe D’Huez, por su vertiente más dura, por la Torre B, luego acceso a Vomitorio 469, bajada de vértigo a la tercera fila, con el campo de batalla de color verde como fondo, saludos a mis compañeros de armas, hasta encontrar el refugio de mi trinchera, el asiento nº140.  “THE SHOW CAN BEGIN”.

Mi consciencia sobre Mestalla y el fútbol nació a golpe de transistor, escuchando la cruel adversidad de un triste y anunciado descenso, los inicios parten del lastre de creerse mago inexperto e ilusionista en sueños de campeón, comprados a golpe de talonario, e impagados con economías quebrantadas, para mayor gloria de la ambición, de la dictadura fanfarrona y del ego desmesurado.

No os faltará razón para decirme que visteis a algunos de los mejores jugadores europeos y sudamericanos del momento, pero yo desde mi perspectiva inmadurez, os contesto, que esos éxitos si no tienen un equilibrio económico, se vuelven simiente en campos de fracasos futuros.

Al ritmo de timbales de Segunda División, empezaron los pobres de espíritu a abandonar el barco del Valencia CF, con la misma intensidad y a la voz de “El Valencia será lo que los valencianos quieran”, se subieron los valientes, a manadas, como nunca antes había sucedido, un ejército de optimistas, dispuestos a recuperar el orgullo perdido, y renacer de nuestras cenizas, cual Ave Fénix.

Crecí con la esperanza de un temprano regreso a la élite, forjado en la disciplina y austeridad económica, del primero de nuestros valientes, Don Arturo, que quiso, supo y pudo sacar la espada clavada de lo más profundo de nuestro escudo, rellenándolo de economías malabares, equilibrados presupuestos y amortizadas deudas.

Para redirigir el rumbo, continuamos confiando en la sapiencia de una leyenda del fútbol mundial, un argentino de los de tango de Gardel, un viejo amigo del Valencia CF, Don Alfredo y su ayudante Jesús Paredes, sus señas de identidad, trabajo, honestidad, parquedad en palabras, y ocurrentes respuestas, nunca dijo una palabra de más, no vino a ganar títulos,  pero con él conseguimos posiblemente el más trascendental del club “El Ascenso”, después en el retorno a primera, se sufrió como cualquier equipo recién ascendido, sin la suficiente experiencia, y afectado por las lesiones, llevó al equipo a desfondarse en el segundo tercio de la Liga de 1987-88, así que se hizo cargo del equipo, un valencianista de los de antes, de los de siempre, D. Roberto Gil, que consiguió mantenerlo en la máxima categoría.

Después del asentamiento en la categoría y en plena pubertad, apareció un uruguayo rígido, serio y trabajador, Víctor Espárrago (el antecesor del homo-Cúper), junto a su inseparable Modesto Emir Turrén “El Jefe”, su fútbol basado en el rigor táctico-defensivo y en la racanería de un fútbol escaso, amante del cuerpo a cuerpo y de la combatividad, pero efectivo. Un increíble 3º puesto, nos daba acceso (justo seis años y medio después) a lo impensable, el retorno a las competiciones europeas.

En lo deportivo se recurrió a una cantera igual de productiva que antaño, aderezado con exóticos fichajes, que elevaron al club, pese a la estrechez monetaria, a cotas insospechadas, hicimos nuestro el lema “nunca con tan poco se consiguió tanto…” añadiendo “…y especialmente en tan corto espacio de tiempo”.

Mi adolescencia se fue con Guus Hiddink, un holandés errante, de ida y vuelta, un exquisito cafetero de juego preciosista y escaso botín, que nos dejó duelos de altura entre el Dream Team de Cruyff, y la Naranja Mecánica, y… por desgracia de 2 noches de tren europeo, dos humillantes descarrilamientos en la Copa de la UEFA, el nombre de las estaciones, Nápoles y Karlsruher. Después, llegó el caos institucional y deportivo.

El paso a mi juventud, en la antesala de lo antiestético, trajo el rumor de lo incierto, la Ley de Sociedades Anónimas, la oportunidad de mentes ávidas de protagonismo, por hacerse con el poder accionarial del Valencia CF, desde la distancia en el tiempo, me resulta más fácil de entender, pero lo cierto es que todo pasó muy deprisa, y sin más, nos vimos con Paco Roig de presidente, creí que su incontinencia verbal sería transitoria, sí, no lo voy a omitir, le hizo un lavado de cerebro a una afición aletargada y anclada en la monotonía, y nos hizo ser partícipe de su Valencia campeón, nos hizo subir la autoestima, nos lo creímos y casi lo consiguió, un extraño e injusto subcampeonato de Copa y un excepcional subcampeonato de Liga, pero el peaje se me antojó excesivo, a nuestro D. Arturo, lo empujamos a marcharse por la puerta de atrás, la vorágine de las SS.AA. dejó obsoleto el viejo sistema, como antigua forma de club de fútbol, y se tragó a todo aquel que no quiso competir, utilizando como método, la chabacanería y el “bocachanclismo”. Las SS.AA nos dejaron para la posteridad, que el fútbol ya nunca sería lo mismo.

La era de Paco Roig (nada que ver con la de Aquarius), la recuerdo como una “mascletà” de sucesión de noticias extradeportivas, bochornosas la mayoría de ellas, el tiempo se me pasó rápido, tal vez por la continua retahíla de fichajes, no en vano, en dos temporadas nos trajimos a medio Logroñés, a casi una cuarentena de jugadores fichados en 4 temporadas, y en el mismo espacio de tiempo, se fichó a Parreira y su estilo de juego “El Parabrisas”, al tío Luis Aragonés con sus amiguetes, Patxi Ferreira, Moya, Otero y Engonga; a Jorge Valdano, el estilista del verbo, y su filosofía “Las perchas o la utilidad de las derrotas”, que vino aquejado de graves problemas de incontinencia verborreica, una trajeada variedad del mal que padecía su presidente.

Pero para mí, lo peor fue ver, uno tras otro, a jugadores como Quique, Giner, Robert, Penev, Eloy, Tomás, Sempere, luego Arroyo, y en otros períodos, Fernando, y finalmente Camarasa, dejar de pertenecer al club, y pasar a ubicarse para siempre en el “Hall of Fame” de mi memoria, pues con ellos el club fue creciendo y buscando su lugar, una búsqueda paralela a la mía, era como si mis hermanos mayores se fueran de casa, sabes que ya nada será igual, no en vano habían permanecido junto a mí, muchos años.

La Copa del 99, con el guiño a Camarasa, levantando la copa junto a Mendieta y el Piojo López, guarda un significado especial para mí, pues Camarasa no sólo estaba alzando la Copa, estaba en cierto modo, haciendo un homenaje generacional, los que no consiguió ganar ningún título, y los que ya empezaban a triunfar. Eso o, que en mi acusada bondad, creí conveniente repartir emocionalmente un trozo a Copa con ellos, se lo debía. Ostras, hubiera sido increíble ver a Fernando levantar un trofeo, y no menos increíbles las celebraciones del cachondo de Giner, o ver a Sempere cantar.

Parece un poco extraño, ahora que lo pienso, pero en aquella etapa, cuando el club sufrió más, y la máxima aspiración era entrar en UEFA, cuando se esfumaban las Ligas antes de llegar a Navidades, y conseguir un título, era una quimera, fue entonces cuando fui más del Valencia CF que nunca.

Al final la hoguera de las vanidades, exhumó su particular venganza, y donde antes el populacho aclamó al emperador, después pidió su cabeza hasta destronarlo. El resto, y lo que sucedió después, hasta el día de hoy, ya lo conocemos, todavía está muy reciente y pertenece a otra etapa de mi vida.

Si alguna vez vuelven los buenos tiempos económicos se abrirá la veda para que cualquier flautista de la palabra nos hipnotice y, con su melodía de la abundancia, nos confunda y vuelva a birlarnos nuestra dignidad y sentimiento: he llegado a la confusa conclusión de que es normal, cíclicamente necesitamos caer al fondo del abismo, y saber dónde estamos, para volver a resurgir. Deber ser el espíritu fallero que impregna esta tierra, que nos hace parecer como un monumento fallero, quemar y rehacer. Ahora que, como nos descuidemos, en una de estas no nos rehacemos.

Es por esto, que en el momento que se puso la primera piedra para el nuevo estadio, esa piedra tenía grabada la caducidad del viejo Mestalla, se podrá tardar más o menos tiempo, pero una verdad es inescrutable, su desalojo y derribo final.

Yo no sé si estaré preparado para ese día, el de su destrucción, pero procuraré estar cerca, no quiero que nadie me lo cuente, lo quiero ver con mis propios y seguramente vidriosos ojos, ese será el trozo de objeto que me lleve de él, su recuerdo de las tardes y noches allí vividas.

Cuando ya haya sido aniquilado, y en su espacio mortal, se realicen edificios, jardines o lo que urbanísticamente se decida, las generaciones de ayer y de hoy, sabremos que estuvo allí, con todos nosotros, gritando, animando, llorando, riendo, sufriendo, todos juntos, y será un deber de valencianista, no olvidar, y recordar a las generaciones de mañana, que y quien fue nuestro Mestalla, pues ese será el momento del nacimiento del mito, el lugar donde se reunió, al sufridor perenne de bufanda, al aficionado de bocata y pinganillo, al contertulio de lo blanco o negro, al come-pipas en envoltorio de opiniones maleables, al socio-accionista de alegres lágrimas, solemnes tardes y gloriosas noches, …  es ahora, cuando echando la vista atrás, me doy cuenta de cuánto te voy a echar de menos. “THE SHOW MUST GO ON”


José Luís Aguilar, “Pepelu”
Socio del Valencia CF
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dilluns, 22 d’octubre del 2012

20 de Octubre de 1982

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Fecha por todos recordada, sobretodo en la comarca de La Ribera, debido a la rotura de la presa de Tous tras la impresionante tromba de agua que cayó durante la jornada. Ahora que se cumplen 30 años y se han hecho reportajes varios, yo también he empezado a recordar y, como casi nadie recuerda que aquella noche el Valencia jugó en Mestalla (para entonces Luis Casanova) partido de UEFA y yo es lo que viví pues también me he decidido a contar lo que recuerdo.

En aquella maldita fecha hablar de fútbol parece grotesco pero al Valencia le tocó jugar a pesar de que no debió hacerlo. El colegiado parecía desconocer la tragedia que estaba formándose en la provincia de Valencia y decidió no suspender el encuentro y ceder a las presiones de los checos que querían seguir jugando. Sí que recuerdo que la segunda parte se demoró unos 40 minutos porque la tromba de agua era increíble. En la primera parte también estuvo cayendo lo suyo aunque dio una pequeña tregua. Pero el campo estaba ya impracticable y sólo Welzl a un pase de Kempes a trompicones luchando contra los charcos pudo marcar antes de terminar la primera parte. Alguna gente de la tribuna se fue a casa en ese momento de la suspensión y por lo que decía la radio sobre la situación.
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En la segunda parte, Solsona y Carrete centrando balonazos a Kempes y Saura porque la pelota ya no podía ni rodar por el césped. Yo creo que fue una de las victorias más tristes en la historia de Mestalla. Cabe decir que seríamos unos 8000 0 9000 en el estadio, gente de la capital porque la jornada se puso muy fea para los aficionados que debían llegar en coche desde los pueblos.

Yo vivía entonces en Cirilo Amorós casi esquina con Ruzafa y a la vuelta estuvimos escuchando el transistor pero ya no hablaban del partido pues las programaciones se interrumpían dando alertas de emergencia para los habitantes de La Ribera diciendo que la presa estaba cediendo y la verdad es que era escalofriante sólo escucharlo. Por la calle árboles y señales de tráfico arrancados por el fortísimo temporal. Incluso el semáforo que estaba en Sorní con Plaza América. Y ni un alma caminando, lógicamente. No quiero ni pensar el miedo que pasaría toda la gente de Alzira, Carcaixent, Sumacàrcer, Gavarda etc. También te paras a pensar en la vida en sí.

Allí estábamos en estadio viendo un partido de fútbol sin saber del todo bien la tragedia que estaba iniciándose a apenas 40 kilómetros. También piensas en los escasos medios que entonces disponíamos para catástrofes de esta magnitud y que, milagrosamente, no se perdieron más vidas en aquel desastre. Sin duda, para muchos valencianos aquella fecha está marcada por razones obvias. Para mi, aquel encuentro fue "el partido de la Pantanada de Tous".


Fernando Belda Sóller
Socio del Valencia CF
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divendres, 12 d’octubre del 2012

Traca va

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De todas las peñas que han pasado por Mestalla mi preferida siempre fue la "Traca va". Su periplo fue efímero y no creo que contara con más de 10 miembros pero su filosofía era posiblemente la más mestallística de todas: disparar una traca a la salida del equipo y otra con cada gol del Valencia. Se ubicaban en la esquina de la general norte con tribuna, bajo la cabina de los periodistas, y se hicieron fuertes en la segunda vuelta de la 86-87, con el equipo en segunda división. Sólo el día del Jerez, 6-0, incumplieron su plan. A partir del quinto gol se limitaron a aplaudir. Con la prohibición de entrar tracas en el otoño de 1987 la peña se desintegró.

Hemos hablado poco de ese asunto, asunto capital para entender lo que era Mestalla cuando las 4 esquinas del campo retumbaban por acción y efecto de la pólvora festiva. Desde entonces el mestallismo vive de la nostalgia de la pirotecnia que es otra forma suicida y autodestructiva de ejercer el forofismo che. Hubo grandes pirotécnicos en las generales del viejo graderio. Algunos acabaron indultados. Otros volaron por los aires. Después llegaron las bengalas. Pero las bengalas eran ya un signo de uniformidad al estilo Burguer King y lo mismo las veías en una curva italiana que en una grada griega. Capitalismo pirotécnico. Nunca me convencieron.

Rafa Lahuerta Yúfera 
Socio del València CF 
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diumenge, 23 de setembre del 2012

Llámenme Lubo


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Creo que esa fue la frase que más nos caló a todos pues, a partir de ese momento, así fue como llamaríamos a aquel búlgaro desconocido con melena un tanto gitanesca recién aterrizado desde uno de los países miembros del pacto de Varsovia. Recuerdo que el Valencia meditó bastante el fichaje pues la alternativa de Polster, de similares características físicas y técnicas, estuvo presente hasta que las cartas se repartieron adecuadamente. Penev al Valencia, Polster al Sevilla y el compatriota del búlgaro, Stoichkov, otro en la agenda del gran Pasieguito, acabó en el Barça. Pasiego ya había traído a Kempes después de verlo jugar en Rosario Central tras una gira por aquellas tierras. Lubo fue el segundo grandísimo acierto (el tercero sería Mijatovic) de ese hombre que tanto dio por el Valencia. Penev no pudo ser partícipe en la vuelta del Valencia a Europa pues ya había empezado esta competición con su anterior club. Así pues disfrutamos de él con los goles ante el Barça en la eliminatoria copera.  Siempre recordaré  un penalti que le hizo Koeman en ese partido donde el búlgaro cayó como un plomo. Sus altura y su portento físico le hacían blanco fácil, aunque sudando lo suyo para derribarlo, de los defensas “killers” españoles (como al atlético súper López que casi lesionaría de por vida a Nando en un partido en el Calderón de la 91/92.

Lubo Penev fue, sin duda alguna, el ídolo de todos los chavales de principios de los 90. Todos queríamos ser Penev cuando jugábamos partiditos de patio de colegio, de igual manera que los chiquillos de finales de los 70 querían emular a Kempes o, hasta hace poco a Villa. Todos necesitamos ídolos. Yo no estoy muy seguro de esto pero diría que Lubo Penev fue el ídolo más mediático que tendría el Valencia desde la marcha de Kempes. Fue el hombre que necesitaba Mestalla. El que hacía que la afición coreara su nombre y que, prácticamente, toda la ciudad conociera su nombre, y no sólo por sus proezas en los terrenos de juego. Transmitía una seguridad en sí mismo que se salía del césped. Era lo que llamaríamos un tanto chulo. Pero nos gustaba tener un jugador así. Respecto al posible fichaje de Romario, Lubo se limitó a decir “conociendo este club sólo me lo creeré cuando lo vea con el escudo del Valencia en el pecho”.

Después vino su caída en picado a raíz del cáncer que le apartó del equipo durante casi un año. Pero Lubo lo superó. Su físico le ayudó a ello. Durante su ausencia, Mijatovic ocuparía el corazón de la afición ché. Aquí siempre hemos necesitado tener un ídolo, un líder, alguien al que admirar e idolatrar, lo cual ha sido un craso error bajo mi opinión.

Su despedida fue triste. A mí no me gustó lo que pasó. Una historia de enfrentamientos personales y peleas con sabor barriobajero con el presidente de aquel momento. Después visitó Mestalla con dos camisetas diferentes pero ya nadie coreó su nombre ni agradeció sus servicios. Cosas del fútbol. Amor y odio, fina línea en los sentimientos futbolísticos.


Fernando Tomás Puchades
Antiguo socio del Valencia CF
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dijous, 30 d’agost del 2012

Tele-Mestalla

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Mestalla representa un insòlit cas d´amor platònic que al remat es consagra.

I és que el primer contacte amb Mestalla de molts valencianistes arriba mitjançant la televisió. Parle, en este cas, de televisió a color, i a més a més, autonòmica, puix els meus començaments com a seguidor coincidixen amb els inicis de Canal 9.

Així que millor escriure d´este tema abans que la radiotelevisió autòctona desaparega o la intervenguen i sols retransmeta partits del Reial Madrid.

I com la visió del món sempre depén de les ulleres que gasta cadascú, he redactat este article en valencià, la llengua que escoltàrem en eixes primeres retransmissions a Mestalla.

No tinc la intenció de fer l´anàlisi dels mitjans tècnics usats per a televisar un partit al nostre estadi, doctors tenen els mass media per a això. Volia expressar com recorde haver fet el seguiment primerenc de la meua passió valencianista a Mestalla, associada llavors al filtre de la xicoteta pantalla.

La sensació era de màxima intensitat i d´una ansietat agreujada pel fet de no poder assistir encara freqüentment a l´estadi. El dia es feia llarg esperant la nit del partit, perquè el nostre equip tenia vocació noctàmbula i l´encontre, si no s´emmarcava en eixes jornades extraordinàries de Copa o competició europea, sempre es disputava el dissabte per la nit, dos hores abans de qualsevol film durant el qual Steven Seagal o Chuck Norris ajusticiaven a galtades una colla d´inoperants.

Em posava dels nervis i de tant en tant arribava a l´hora del partit amb maldecap. Tota la meua atenció es concentrava just després de l`autèntic preàmbul del partit. Eixe rondo que jugaven les lletres de Bancaixa (partit oferit per Bancaixa; sí, els valencians encara contàvem amb sistema financer propi, explicarem als nostres néts) sense deixar caure la pilota i que, amb remat de xilena de la a, donava pas a l´emoció de l´encontre.

Lo primer que apareixia sempre era un plànol de Mestalla gravat des del fons sud que confirmava que l´estadi estava de nou ple. Les graderies es podien vore ennegrides, com si de formiguers es tractaren, llevat del fons nord, que dibuixava algun dels primers tifos de cartolines o rotllos de paper, o simplement un compacte bufandeig de llana dels d´abans, colorejat amb el blanc de l´equipació i el blau, groc i roig de la nostra senyera.

El partit televisat per les cadenes de la FORTA representava l´ocasió per a que les aficions desplegaren les seues millors gales i els fons s´encarregaven de l´atrezzo.

Les narracions dels inseparables Miquel Àngel Picornell i Jordi Carrascosa deparaven divisió d´opinions. Allunyats dels romanços de l´actual escena, a mi m´agradava el seu estil “bronco y copero”, tradicional. Implacables amb l´àrbitre i indissimuladament indignats amb tot lo que perjudicara al nostre equip. Amb ells aprenguérem metàfores com “l´estadi està ple de gom a gom” o “la pilota ha fet un ciri”. I si alguna paraula no sonava vernàcula, al sendemà tenia registre d´entrada al Cabinista de Las Provincias.

L´adolescència tancà esta etapa amb la consecució del primer abonament, quan no coneixíem encara l´actual saturació d´encontres. Amb els de Canal + dels diumenges aplega la introducció de les prèvies i el controvertit concepte d´infotaintment i amb l´apocalíptic “volvemos en 7 segundos” de JJ Santos a Karlsruhe el malson d´unes privades estatals que mai dissimularen la seua antipatia (no one likes us and we don´t care, van cantar els Sex Pistols), tot això adobat per l´infame partit dels dilluns, musicat amb el merescut Puta A3 de rigor, símptoma de cinc lustres sense cap èxit que paladejar, com si vivírem en un etern 92, també en lo futbolístic.

La sentència de tot este model de retransmissions la signà el Pay Per Beer (et fas una cervesa i veus el partit amb els amics), obrint un període d´especulació i horaris intempestius que he patit com un dels aficionats que acudixen religiosament a Mestalla, els últims micos d´esta passió de la que alguns han fet negoci.

Tot i això, davant de la xicoteta pantalla preservaré el record d´uns temps de fidel comunió valencianista i d´un Mestalla ple, majestuós i en tecnicolor.


Simón Alegre
Soci del Valencia CF
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dissabte, 4 d’agost del 2012

Su primera visita a Mestalla

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Elegí mal día para llevar a mi hijo a Mestalla por primera vez. Quizá debí esperar a que fuera más mayor, pero hace unas semanas acudí con él para ver el Valencia - Sevilla. Perdió nuestro equipo y el partido fue de los peores que le he visto jugar al Valencia.

Yo tampoco tuve suerte la primera vez que visité Mestalla: empate a un gol frente al Atlético de Madrid (12 de Abril de 1981). Pero nunca olvidaré la sensación que experimenté al ver el césped de Mestalla por primera vez en mi vida.

Quizá un día mi hijo recuerde también su primera visita a nuestro viejo estadio. Tal vez ese día ya haya sido demolido y el Valencia esté jugando en el nuevo estadio aún paralizado.

Quizá debí esperar a que mi hijo fuese un poco más mayor pero no importa, volveremos. Y a ver si la próxima vez el Valencia gana.

Aunque sólo hay una primera vez. 


Jose Vicente Pascual Fuentes
Socio del Valencia CF 
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diumenge, 15 de juliol del 2012

Rabah

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Mundial España’82. La selección argelina queda encuadrada en el grupo B, junto a Alemania Occidental, Austria y Chile. Era la cenicienta del grupo, pero en el primer partido frente a los alemanes, salta la sorpresa y vencen por 1-2, anotando el primer gol un tal Rabah Madjer. Posteriormente un vergonzoso apaño entre alemanes y austriacos dejan fuera de la segunda fase a Argelia.

27 Mayo 1987. Final Copa Europa entre Oporto y Bayern Munich, en el Práter vienés. Se adelantan los bávaros, pero en el minuto 79, Rabah Madjer, ya considerado como uno de los mejores jugadores de Europa, bate al mítico Pfaff con un histórico gol de tacón que sirve para empatar la final. Dos minutos después, el Oporto logra el definitivo 2-1 con el que ganan su primera copa de Europa.

13 Diciembre 1987. Copa Intercontinental, Tokio. El Porto vence 2-1 a Peñarol en una increíble final jugada bajo una intensísima nevada. Con 1-1 se disputa la prórroga, en la cual Rabah Madjer logra el gol de la victoria con una vaselina desde fuera del área.

Antes de disputarse ésta última final, comienza a correr el rumor que el Valencia quiere hacerse con los servicios de Madjer en calidad de cedido. Veníamos de años muy oscuros, descenso incluido, y sólo el hecho de que un futbolista de talla mundial pudiera recalar por entonces en nuestro equipo me llenaba de ilusión. Por entonces los rumores sí eran antesala de la noticia, no como ahora, que muchos de ellos se alimentan sólo para conseguir contratos suculentos, con las comisiones correspondientes para los agentes.

Recuerdo que seguí al milímetro todas aquellas noticias, principalmente a través de Antena 3 Radio, con nuestro amigo Paco Lloret  informando. Las negociaciones parecían ir por buen camino. Estaba todo hecho, a falta de una única condición: el Oporto dejaría salir a Madjer sólo si se proclamaban campeones intercontinentales.

El 14 de diciembre, un día después de aquella final, jugada de madrugada, me levanté con un solo propósito. Enterarme si el Oporto había ganado aquella final. Sin Internet, sin los periódicos informando, ni por la radio, sin teletexto, ni siquiera llamando a un número de telefónica que existía de información deportiva, pude enterarme del resultado. Había que esperar al programa de Lloret a mediodía en Antena 3 Radio. Y sí, joder, el Oporto había ganado y al 99% Madjer jugaría con nuestra camiseta. Un crack mundial con nuestro escudo en su pecho.

Su debut se produjo el 3 de enero de 1988, contra el Athletic Club. La expectación fue máxima, no recuerdo otra igual. Lleno histórico y recaudación altísima. Todo por el argelino. Y a los 15 minutos, Subi mete un balón en profundidad para que Madjer, rapidísimo, tremendamente veloz, toque el balón con la cabeza adelantándose a Biurrun, en el gol norte. La locura. Sí, luego perdimos, pero aquel equipo no daba para más.

En la media temporada que estuvo, entre lesiones musculares y Ramadán, su rendimiento fue discreto. Tan solo anotó 4 goles en los 14 partidos que disputó. Y al final de temporada regresó al Oporto, club con el que volvió a pisar Mestalla en la noche gloriosa de Fenoll como valencianista con aquel 3-2. Y por cierto, Madjer marcó el primer gol de los portugueses.

Siempre he considerado a Rabah Madjer uno de los grandes. Y gracias a él, aquel mes de Diciembre de 1987, tras una larga travesía por el desierto, lo viví tan ilusionado como un chiquillo.


Jose Miguel Lavarías
Socio Valencia CF
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dilluns, 2 de juliol del 2012

Colarse en Mestalla: un deporte de otros tiempos

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Querido lector, ignoro si conoces al director de cine Tim Burton, e igualmente ignoro si su filmografía te es cercana, tanto como lo es para mí. Viene a cuento este preámbulo porque me parece importante fijar las coordenadas del relato en estos términos. Mi padre es como el personaje encarnado por el magnífico actor británico Albert Finney en la película Big Fish de Tim Burton. Para aquellos que o bien no han visto la película, o no recuerdan sus detalles, apuntaré que Ed Bloom, el personaje que interpreta Finney, es un vulgar comerciante, un viajante, un representante de comercio que, como antídoto contra una gris y nada excitante vida laboral, adorna sus relatos con inverosímiles historias que tienen que ver con los días y semanas que pasa fuera de casa. No desvelaré los recovecos fantásticos y emocionantes de esta historia, pues son innecesarios en lo sucesivo, pero animo a todos aquellos que no hayan visto la película a que la vean.

Cuenta mi padre que cuando la acequia de Mestalla bordeaba el “gol gran”, él y sus hermanos, una suerte de hermanos Dalton del fútbol valenciano, solían colarse por un “forat” que había en un lugar bajo las gradas solo conocido por ellos. Siempre cuenta que una vez los descubrieron y que el policía armada les persiguió hasta obligarles a salir por donde habían entrado. La huida debió ser desesperada pues mi tío Pepe, el hermano mayor, calculó mal sus salto y cayó con sus posaderas y demás osamenta en las turbias aguas de la acequia. La que da nombre al hogar del Valencia C. F.

En las sobremesas navideñas, las pocas en las que mi familia ha sido capaz de comunicarse con cierta naturalidad, siempre aparecían historias de todo tipo y jaez, predominando las futboleras y, entre ellas, las hazañas de mi padre con su panda de enfermos del fútbol. Cuenta que durante los años 60 tenía un amigo, llamado Vaquer, con el que se colaba sistemáticamente. Su técnica, obsoleta en los tiempos que corren, tiempos de tornos y guardias jurados de mirada acerada, consistía en señalar al que iba detrás de él como el depositario de su entrada o abono. No olvidemos que, en aquellos tiempos, los porteros debían recortar a mano el numerito asignado al partido en cuestión. Su técnica le franqueaba el paso y le dejaba el “marrón” al que venía detrás que, ignorante de la que se le venía encima negaba conocer de nada al timador, el cual, ágil de piernas, desaparecía cual Guadiana futbolero entre el gentío.

Con los años mi padre empezó a evitar esos riesgos emocionantes, pero ya innecesarios, sacando un abono y comprando su entrada cuando el partido no estaba incluido en el pase, era día del club o venía un equipo extranjero. Recuerdo con nitidez el partido de Copa de la UEFA en Mestalla contra el Manchester City, el 27 de septiembre de 1972. Mi padre me sacó de casa por sorpresa. ¡Venga que nos vamos a Mestalla! ¿Qué? Sí, que hay un partidazo. Las entradas eran de general de pie en el “gol xicotet”. La asistencia no fue demasiado abundante y desde nuestra posición se veían las localidades de anfiteatro casi vacías. En la media parte mi padre decidió que podía sentarse allí, dado que no había otras personas que las ocuparan. Caminamos por los pasillos y topamos con una puerta metálica que nos impedía el acceso, como no podía ser de otra manera, al anfiteatro. Mi padre aporreó la puerta para que la abrieran y nos permitieran pasar, pero quién la abrió fue un policía armada, un “gris”, para entendernos. Siguió una discusión y la amenaza de ser llevado a comisaría. Mi congoja, que iba en aumento, rompió a llorar. Mi llanto infantil provocó dos efectos: cierta indulgencia por parte del policía, que nos mandó de vuelta por donde habíamos llegado; y una bronca de mi padre por mi falta de hombría. Ese episodio, desagradable sin paliativos, podría haber sido el broche final a ese deporte, mal entendido, de tomarle el pelo a todo el mundo, colándose. Un deporte de otros tiempos. Tiempos de posguerra, necesidad, picardía y el sonido sordo de la radio en los domingos contando las hazañas futbolísticas que otros, en mejor posición económica, sí podían ver.

Si alguna vez las sospechas de que mi padre contaba más trolas que otra cosa pudieron afianzarse en mí, aquellas quedaron totalmente despejadas en una tarde de domingo de 1974. El 1 de diciembre jugó el At. Madrid en Mestalla y mi padre se vio con unos amigos de la playa, con los que jugaba desde hacía años todos los domingos. Valero era uno de ellos. Un tipo con corte de pelo a lo Nino Bravo, altura escasísima y traje de chaqueta al estilo del Doctor Rosado. Valero no tenía entrada y mientras hablaban de cómo eludir el pago de los impuestos, se terció que podía intentar colarse. Dicho y hecho. Con la vieja técnica de apuntar al de atrás, mi padre, y yo como cómplice forzado, nos haríamos los suecos cuando Valero apuntara hacia nosotros como depositarios de su entrada. Tal vez los años pasados oxidaran la habilidad innata de hacer bueno lo imposible, o quizá los nuevos porteros tenía más reflejos que los de los años 50 y 60, pero fuera como fuese, a Valero lo pillaron nada más entrar por la rampa de acceso a tribuna y anfiteatro. Mis nervios se relajaron al ver que Valero era conducido como un vulgar ratero hacia la salida, él que lucía un aspecto inmaculado, con aquella corbata llena de amebas y sus solapas puntiagudas.

Sí. Todo lo que me contaba mi padre, como en la película de Burton, tenía un halo de verdad. Practicante de un deporte extinguido en unos tiempos de incertidumbre y miserias que, ciertamente, cada vez distan menos de aquellos, sigue jactándose de no haber pagado nunca en sus tiempos mozos para entrar en Mestalla. Y yo, fíjate, que no le creo del todo…


Francisco García
Socio del Valencia CF
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dissabte, 16 de juny del 2012

El secreto del ajedrez y mi pequeño trozo del Luís Casanova

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Ya hace más de 12 años que no vivo bajo el mismo techo que mis padres, pero la cercana ubicación de mi trabajo hace posible que me presente en su casa un par de veces a la semana para degustar, en 25 minutos, el menú casero que mi madre prepara a menudo: su exquisito arroz cocinado en cualquier modalidad (al horno, seco, caldoso, blanco, etcétera), que es capaz de competir incluso con la mismísima Nouvelle Couisine, grande en continente y escasa en contenido.

Las conversaciones giran en torno a los achaques propios de dos seres entregados en cuerpo y alma, desde su juventud, al sacrificio de una vida entera pobre en estudios, rica en valores y generosa en esfuerzos, en pos de un futuro mejor para sus tres hijos: Isabel, Vanessa y un servidor, José Luis. Una vez concluida la confraternización familiar -intercambio de achaques, novedades y situaciones familiares íntimas-, llega el momento del café. Y como cada lunes, desde su jubilación, mi padre y yo hacemos un resumen de la jornada balompédica del día anterior, con especial atención al partido del Valencia. Si el resultado ha sido bueno no hay reproches: ensalzamos con justicia a los jugadores e incluso nos aventuramos a fantasear sobre victorias y títulos. Pero si el resultado ha sido negativo: sacamos el látigo a pasear, enviamos a la grada a los jugadores que no han rendido, al entrenador a las galeras (con su correspondiente finiquito) y concedemos oportunidades a los reservas. Este blanco o negro debe ser la mezcla de pólvora y fuego combinadas con el sol, la brisa del mar y la musicalidad etérea, muy frecuentes por estos lares, que liberan alguna toxina que nos dejan sin matices ni tonos de grises.

La liturgia continúa con un poco de lectura del periódico, un rápido vistazo a los titulares y leo con especial atención la sección de deportes. Luego me retiro a mi antigua habitación –un reducido y confortable espacio que custodia entre sus paredes las mismas constantes vitales que el día en que me despedí de ella-, enciendo el ordenador y me “instruyo” durante 30 minutos.

Buscando hace días un programa de ordenador para mi padre (que aún ha tenido arrestos para manejarse con él), abrí un cajón y me encontré una caja de color marrón. Su deslizante tapa sacó a la luz los recuerdos de una infancia ya vivida e irrepetible: unas figuras de ajedrez que no tienen la transcendencia mística del Ajedrez de Montglane, que Katherine Neville inmortalizó en El Ocho, pero para mí tiene un significado propio, llamado NOSTALGIA. Y vuelvo la vista atrás y desgrano el particular secreto de mi otro Luis Casanova con El Ajedrez de Montglane.

Viví toda mi infancia en el borde de Valencia, en la parte Suroeste de la ciudad, tétricamente hablando en la última finca antes de llegar al Cementerio General, en el nº 129 de la Avenida Gaspar Aguilar (curiosamente con mi mismo apellido), dramaturgo y poeta valenciano del siglo XVI, promotor de la Academia delos Nocturnos bajo el pseudónimo de “Sombra”. Todo mi campo de acción se circunscribía desde el tramo final de la Avenida, la Calle Forata y la Calle General Barroso, y traspasar estos límites fronterizos era algo poco menos que prohibido y, por consiguiente, desconocido.

La zona segura era mi habitación: un búnker irregular (por la disposición de los pilares) de 3x4m, donde, nada más entrar por la puerta, aparecían ante mi vista el escritorio, el armario y la cama, formando todo el mobiliario una U. Y, justo detrás de la puerta, existía un pequeño hueco, de aproximadamente 1x3 m, que se transformaba en mi templo del fútbol mundial.

Versión 1.0
Lo arcaico del sistema, viene de comenzar a utilizar toda forma susceptible de mantenerse en pie: los vaqueros del Valencia contra los indios malos de cualquier otro equipo (antes nos hacían creer que eran los malos, ahora…), mezclados con simpáticos clicks rígidos de dos posiciones, y las porterías dos palos de un helado Colajet pegados al suelo con plastilina.

Versión 1.1
La aparición en mi vida de los coleccionables, me llevó a doblar, en forma de ”L”, los cromos repetidos de inacabados álbumes. Una afición casi papirofléxica que no tardé en abandonar, pues los cromos no aguantaban las corrientes de aire que se filtraban por debajo de la puerta. Los cartoncillos se caían y debía invertir mucho tiempo en levantar a los jugadores.

Versión 1.2
Entonces, fieles a la moda, recortábamos las caras de los jugadores y las pegábamos en las chapas de las Coca Colas o cervezas de la marca Turia. Eso supuso el inicio de una técnica todavía más avanzada: con un seco y meticuloso golpe de Mr. Dedo Indice hacía correr por las baldosas de cualquier suelo a los jugadores de mi equipo, que golpeaban una pequeña bola de collar, de mi madre o mis hermanas, para introducirla en la portería. Para la ocasión añadía otro palo de Colajet, que dispuesto de forma horizontal ejercía las veces de larguero junto a los otros dos verticales que seguían anclados al suelo con plastilina. Esta técnica era magnífica, pero los partidos estaban sujetos a la pericia de Mr Indice y al caprichoso destino de un suelo y una pelota de formas irregulares.

Versión 1.3
En la siguiente configuración, sobre el tapete de mi habitación de 3 m2, me dediqué a jugar partidos con botones, que entonces estaban de moda entre mis amigos. Se trataba de botones grandes de chaquetones sin mucha definición para el portero y los defensas. Los dos centrales eran exactamente iguales -como guiño general a la incipiente NBA que emitían en TV de madrugada, con Ramón Trecet; y, en particular, a los Houston Rockets y sus Torres Gemelas- y representaban el infranqueable e inexistente juego aéreo, de formas compactas y rocosas. Además, tenía botones de menor calibre, pero dotados de personalidad propia para los medios, rápidos y ágiles los extremos, y eficaces los delanteros. Siempre había dos parejas iguales, a excepción de dos botones: el que hacía las veces de cerebro del equipo y el de su lugarteniente. En mi caso, y hasta el final de mis ratos de ocio, sobre todo debido a su longevidad en el club, encarnaron a Fernando y Arroyo. El juego era siempre el mismo: marcar gol en las artesanales porterías. Y en esta ocasión me ayudaba de otro botón para poder hacer avanzar al resto de botones hacia la pelota nacarada. Entonces, repetía tirada el equipo del botón que quedaba más cerca. La principal innovación consistió en un reloj despertador analógico, con su martirizante tic-tac y su estruendosa forma de transmitir la hora en que se había programado la alarma. Esta versión me duró bastante tiempo.

Versión 1.4
Siempre en constante evolución: I+D+i en estado puro. A mis manos llegó un juego de ajedrez, con piezas de entre 3 y 4 cm. Enseguida decidí que, en lugar de Defensas Indias, Apertura Inglesa o Ataque Austriaco, cambiaría estas jugadas por la Defensa Valenciana, Apertura por las Bandas y Ataque Bulgaro-Asturiano. Lo siguiente fue retirarles el trozo de tela de tapete que tenían en la base, pues ofrecía demasiada resistencia y no se deslizaban lo suficientemente rápido por el terrazo, y luego les pintaba el número del dorsal.

El tamaño de las piezas, y el señorío del juego para el cual estaban diseñadas, hacía necesario dignificar y reestructurar mi particular estadio. Ello requería de un esfuerzo extra de imaginación porque había que reducir el espacio. Así lo hice: 6 baldosas de terrazo, de 40x40 cm, eran las dimensiones del nuevo tablero. Rebuscando entre los juguetes ya olvidados de la cada vez más distante infancia, descubrí un… ¡Exin Castillos de Fantasmas!

Supe en ese momento que había dado con el material perfecto para crear las nuevas porterías: firmes y resistentes. Al terminar de prepararlas y probarlas, una sonrisa afloró en mi cara: empezaba a perfeccionar el invento. Sustituí el viejo reloj de cuerda por un sofisticado reloj digital, que hacía las veces de marcador electrónico, y la alarma que brotaba del aparato me avisaba -con sus suaves acordes de melodía- del momento del descanso y del final del partido.

La elección de las diferentes fichas debía adecuarse a una fusión entre los movimientos de las piezas, su función y la traducción de los puestos del equipo. Me resultó una tarea fácil por su lógica, partiendo de un sistema típico 1-4-4-2. El Rey era el portero por sus limitaciones a la hora de avanzar; las dos torres eran los dos centrales (no podían ser otra cosa); tres peones para los laterales y el medio centro (suelen ser los jugadores de menor calidad); dos caballos para los extremos, por su forma de avanzar en el tablero (subir la banda y centrar forman una “L” invertida); los dos Alfiles en la posición de delanteros (las diagonales son cosa de delanteros); y la pieza más importante, la Reina, era el organizador (puede moverse a su antojo por todo el tablero). La batalla estratégica estaba servida.

Para entonces, ya había creado y perfeccionado toda una serie de ritos y voces en forma de susurros, que alcanzaban notas más altas cuando me quedaba a solas en casa. Empezaba el partido y ponía el reloj en marcha. El comentarista principal tenía una voz grave y dominaba el tempo del partido. Era el director del show que se avecinaba, hacía las entrevistas antes y después del partido y, si lo deseaba, también se ocupaba de hacer la introducción al inicio de las jugadas para que su compañero fuera desgranando cada jugada hasta su desenlace, incorporando a la imitación el característico acento argentino del gran Héctor del Mar: el hombre del gol.

Organizaba campeonatos enteros, donde yo jugaba todos los partidos del Valencia. Los demás partidos los sorteaba con un dado entre los distintos equipos. Diseñaba mi propia clasificación. Cada tiempo de un partido duraba 10 minutos, y rara vez perdía. Si esto sucedía, alargaba la jugada hasta conseguir empatar, con el correspondiente delirio en las gradas. Me hice un especialista en crear artificialmente el rugido del Luis Casanova. Los sonidos más estrepitosos los reservaba para partidos importantes, donde el Valencia se jugaba un título. Tras una primera parte desastrosa, el descanso servía para que los dos comentaristas pusieran verde el sistema de juego empleado por el equipo, e incluso se permitían la licencia de comentar, con antiguos jugadores del club, sobre las carencias y necesidades del equipo. Allí aparecían, en las citas importantes, un imponente póker de ases: Mestre, Roberto Gil, Paquito y como excepción Pasieguito.

Reanudación y remontada épica estaban aseguradas. El plato se cocinaba ahora con todos los ingredientes: el equipo, movido por mi mano maestra, empezaba a tocar la “nacarada”. Mareando al rival, entrando por las bandas, arrollando al contrario, Fernando, Arroyo, Quique, Giner, Arias, Penev y Eloy se ponían las pilas; el entrenador daba instrucciones y los comentaristas ayudaban a crear el punto perfecto del partido; los goles se sucedían, rugía la agrada, llegaba el empate, el reloj daba el último minuto, se acercaba la jugada perfecta, de tiralíneas, a un toque, con rapidez. Esto exigía una concentración y una pericia, sólo conseguida con la experiencia. Y, en ese instante, dejaba que la voz de Héctor del Mar fluyera:
“… El mariscal, Ariasss, sale con la pelota jugada desssde la cueva del murciélago; le pasa al teniente Arrrrroyo, que avanza hasta centro del campo; abre a la banda izquierda, donde aparece Quique; “Eeel Faraonito” centra al vértice izquierdo del área grande, donde aparece Eloy Olayaaaaaa. ¿Quien dijo pequeño? Grande, grande Eloy. Sutil toque hacia el desmarque de Lubo Penev.

¿Qué hace…? ¡La deja pasar…! ¡Llega Ferrrnando…! ¡La empalma y…. golasso! ¡FERNANDO, golasso! ¡FERNADO, golasso! ¡FERNANDO, golasso! FERNANDO… ¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL por toda la escuadra! ¡Para darle la victoria al Valencia! ¡Para darle su título! ¡Para darle la gloria a su afición! ¡Para hacer justicia a una generación de jugadores! ¡Gracias equipo! ¡Gracias Valencia!... “.

El clímax se desataba en estado puro. Era como estar en el mismísimo Luis Casanova, por la fuerte carga de emotividad. Incluso la situación me ponía los pelos de punta. Era el único lugar donde este equipo lograba todos los éxitos que yo necesitaba para alimentar mi espíritu valencianista. La eléctrica jugada continuaba, incluso me atrevía a repetirla. Y aunque nunca era exactamente igual a la original, me esforzaba en recrearla de la mejor manera posible. La repetición siempre era a cámara lenta porque, para entonces, ya dominaba el montaje y la realización.

Después, llegaba el turno de las entrevistas: primero, los comentaristas que hacían las valoraciones del partido; más tarde, los jugadores que daban las gracias a la afición; y, por último, comparecía el presidente Tuzón, quien se emocionaba al comentar lo dura que había sido la travesía por el desierto de Segunda. Toda una experiencia.

En un partido conseguía ponerme en la piel de todos los elementos que rodean al fútbol. Me hubiera gustado estar capacitado, bien como periodista deportivo, o bien como jugador, entrenador o presidente, y sólo en uno de ellos conseguí inmortalizarme: como Aficionado, Socio y Accionista, la voz no oficial que cree dominar todas las áreas.

Este juego consiguió robarme muchísimas horas de estudio, tal vez demasiadas. Los “Progresa Adecuadamente” empezaban a ser cada vez más “Necesita Mejorar“, y el exigente BUP dejo paso a la más asequible F.P.

Aún continué jugando un par de años más, pero la evolución personal y social, y la no tan asequible F.P., lograron que, poco a poco, fuera abandonando mi ajedrez futbolístico hasta que éste cayó en el olvido. También ayudó, en gran medida, una mudanza de casa. Era el fin.

Una vez que hice el traslado de mis enseres personales a la otra vivienda regresé a la antigua casa, después de 23 años, subí para despedirme de cada una de las habitaciones que habían dado forma a mi mundo y dejé para el final el suelo de terrazo: las seis baldosas que ocupaban casi un metro cuadrado, un espacio que sólo yo podía ver, mi pequeño estadio Luis Casanova. Frente a esa porción de suelo me recreé en la inmortalidad de cientos de partidos, y en los títulos virtuales que conseguí y que el equipo de carne y hueso no fue capaz de conquistar.

La tecnología y la comodidad se adueñaron de mi imaginación. Tras jugar de rodillas tantos años, la llegada del ordenador personal a los hogares hizo que me incorporara a 70 cm del suelo y, sentado, he disfrutado de otro tipo de simulaciones de fútbol: el PC Fútbol 5.0, los Fifa desde el 96 hasta hoy, con su impecable avance gráfico, siempre con el Valencia como mi equipo.

No me he dejado arrastrar por la seducción de optar a manejar a los super equipos que dominan el panorama europeo. Es una sensación distinta, pero placentera. Hay comentaristas y ya no necesito susurrar más, aunque echo de menos a Hector Del Mar, su voz desgarrada era la voz que nos ponía en camino hacia la gloria de los títulos.

El otro día me llamó mi hijo Pablo, de 7 años, para que fuera a su habitación. Cuando me introduje en ella, me llevé una sorpresa inesperada: allí estaba con sus cromos de fútbol de esta temporada, doblados en forma de “L”, preguntándome qué podía hacer para que no se cayeran. Me arrodillé junto a él y, cuando me disponía a ayudarle, mi sorpresa fue en aumento: vi un bote de plástico que contenía unas chapas de botellas de Coca cola y de cerveza, así que le enseñé a recortar la cabeza de los cromos (que ahora son de pegatina) y las pusimos en el interior de las chapas. Después me comentó como podríamos hacer unas buenas porterías y, sin decirle nada, me sacó un juego de bloques de construcción. Si me hubieran pinchado en ese momento, no me hubieran sacado ni gota de sangre. En apenas quince minutos, mi hijo había avanzado dos versiones que a mí me costaron algunos meses. Le ayudé a montar las porterías -una bala de cañón pirata hacía las veces de balón-, y echamos una partida. Mr. Dedo Índice renacía y regresaba a un terreno de juego. Después de jugar con unas reglas bastantes flexibles, debido a la naturaleza de mi contrincante, y al finalizar el partido, espontáneamente le dí un abrazo muy fuerte, que Pablo se tomó con cara de no saber nada, me fui de la habitación dando gracias mentalmente por haber vivido ese momento, con una mueca de satisfacción y un nudo en el estómago. Cuando me hallaba lo suficientemente lejos, dejé que se derramaran de mis ojos unas lágrimas de emoción. De este modo fue como inauguramos su campo: el MESTALLA, pero esta vez con una nueva versión, su versión, la 2.0.

P.D. El día 17 de octubre fue el cumpleaños de Pablo y a mi mujer se le ocurrió comprarle un detalle. Acudimos a varias tiendas para encontrar el regalo que se adaptase a los gustos de mi hijo. Fuimos finalmente a Los Chicos, una tienda antigua de juguetes y regalos, y mi mujer decidió regalarle un ajedrez.

Entramos y el anciano dependiente nos mostró varios modelos, pero ninguno nos convenció. Entonces, Amparo divisó una pequeña caja marrón de la que se encaprichó.

El anciano la cogió y, después de limpiar el exterior, abrió la tapa y dentro de la caja… ¡aparecieron, una tras otra, las piezas relucientes de 3 a 4 cm. de un juego de ajedrez que yo conocía muy bien! El resto sólo el destino lo sabe y probablemente un tablero de otras seis baldosas de algún suelo.


José Luís Aguilar, “Pepelu”
Socio del Valencia CF
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diumenge, 10 de juny del 2012

La noche de la infamia

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Cierro los ojos. Dos de Noviembre de 1993. Todo se ve algo oscuro, incluso la indumentaria lo es. Azul casi negro que obliga al colegiado a vestir de verde. Pantalón blanco, eso sí. Primer partido europeo retransmitido por una televisión privada. Acostumbrados a TVE pienso que esto no puede traer nada bueno. Y además no juega Lubo. Que tonterías… El partido no empieza mal, tenemos  la eliminatoria casi en el bolsillo pero ya se sabe que los alemanes son testarudos. Tenemos el precedente del Español de Clemente y no hay que confiarse. Hasta el minuto 29 el Valencia está aguantando bién. Pero aparece Schmitt… y ya estamos fuera de la eliminatoria en 8 minutos. Acabaré harto de escuchar ese nombre hasta el final del partido en boca de JJ Santos que, por cierto, acierta de pleno cuando, recién llegado el quinto, jalea “hay que seguir luchando, no importa que nos metan cinco que siete…” Pero quién demonios es Schmitt? Y Karlsruhe? Donde anda eso ? (Un consejero avispado lo llegó a definir como un Osasuna alemán)... Todo un tanto surrealista. Cuando el árbitro pite el final del partido toda Europa  empezará a hablar del delantero germano y de esa ciudad tan difícil de pronunciar. A partir de ese momento ya nadie en Valencia querrá oir hablar de ella. Craso error.

Empieza la segunda parte y la sangría continúa. Uno tras otro Sempere pasa de la indignación a la desesperación. Aún así fue uno de los mejores. Con eso está todo dicho. El séptimo es de una tristeza inenarrable. Minuto 90. Se cuela tan ridículamente entre sus pies que el veterano portero ya ni reacciona. Se queda de cuclillas. Los jugadores no se miran. Les avergüenza hacerlo. Al fondo de la imagen, pancarta de “Fossa dei Lubos”. Me admira y me entristece. “Una caricatura de equipo” fue la definición de Don Arturo. Demasiado cortés, como siempre.

Pitido final. Marcador del estadio en primer plano. 7-0. Demasiados números. Sobran las palabras. En ese momento ya nadie se acuerda del 1-5 del año pasado ante el Nápoles. Lo que parecía insuperable ahora lo ha sido… La cumbre de la vergüenza. Apago la televisión y miro un póster de Mestalla. Me pregunto qué pasará a partir de aquello. Nunca imaginaría que las cosas cambiarían tanto. Nadie lo pudo digerir en el 75 aniversario. Todos pensaron que la peor de las pesadillas había acabado apenas seis años antes. Pero las pesadillas siempre pueden aparecer mientras se sueña. Y que es el fútbol sino eso.

El valencianismo del siglo XXI, borracho de triunfos y con la testosterona disparada ya no recuerda aquello. No quiere recordar ni lo necesita. Craso error. El que olvida el pasado tiene el peligro de volver a repetirlo. Que este post sea el primero, o de los pocos, sobre la noche de la infamia es un mal síntoma.

Abro los ojos. Octubre de 2011. Estamos en Champions. Pero aquello no fue una pesadilla. Forma parte de mi vida, de mis recuerdos y de la gran historia del Valencia. No hay que ocultarla.


Fernando Tomás Puchades
Antiguo socio del Valencia CF
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