Lamentablement hui no podem reunir-nos tots a la porta 0 de Mestalla per retre tribut al 49 aniversari d'un gol i una temporada que perdura en el temps. Així que el merescut homenatge ho farem a la manera d'Últimes vesprades a Mestalla, amb literatura.
Adjuntem video realitzat pel nostrea amic Paco Polit de l'homenatge realitzat l'any passat.
Article publicat al blog el 27 de març de 2009.
Yo no estuve aquella tarde en Mestalla pero como tantos otros soy hijo de aquel delirio del 28 de marzo de 1971. Lo supe definitivamente 31 años después, cuando el Pipo Baraja remontó con 2 golazos el partido clave contra el Espanyol de abril de 2002 y un estallido de locura colectiva inundó el viejo campo. Como todos los que estuvimos en Mestalla aquel sábado por la noche me vi preso de la congoja; envuelto en lágrimas y babas ajenas, con la certeza casi palpable de que por fin veríamos ganar una liga a nuestro equipo, la liga que llevábamos esperando más de 30 años y cuyo impacto emocional se me antoja como el más contundente de cuantos como hincha he vivido y creo que viviré: nada en la vida se espera y se desea durante tantos años. Pero más allá de odiosas e innecesarias comparaciones, creo que el de Forment contra el Celta de 1971 es el gol más celebrado de la historia de Mestalla. Más incluso que el de Tendillo al Madrid de 1983, el de Roberto a Buyo en 1992 o el ya comentado de Baraja al Español en abril de 2002. A favor del tanto de Forment juega el crono, la tensión de 90 minutos agónicos, la falta de costumbre. El gol de Forment reformuló un anhelo colectivo, el del gol milagroso que cambia la historia y sacia años y años de sequía.
Asumido el hechizo, volvamos a ese domingo de primavera de 1971. Llevaba el VCF 24 temporadas sin ser campeón de liga y faltaban 4 jornadas para el final. Un empate en casa era perder demasiado. El partido había sido áspero, duro, a cara de perro. Entonces llegó el corner en la portería del gol Xicotet, la de la épica. Minuto 92. 1-1. "Para la cinta" en ese momento. El rumor ansioso de Mestalla, los corazones desbocados, el sí o sí recorriendo las 4 esquinas del campo. Sergio se acerca al banderín del córner más cercano al marcador del gol norte, jaleado por la hinchada, sin apenas espacio entre el césped y la grada. "Ara sí", se dice a si mismo mientras ejecuta el saque. Esos segundos del balón en el aire lo explican todo. En esos segundos se esconde la verdad del fútbol. Todo pasa tan rápido que las cábalas, los dedos cruzados, las invocaciones a la virgen de los creyentes, la mano del padre siempre cálida o el susurro de "ara sí" contenido en miles de gargantas se quedan en el limbo de las cosas que hacemos sin saber que las hacemos. Las que nos definen. "Ara sí" vuelves a pensar. Lo piensan todos. Los presentes, los ausentes, los que casi 40 años después intentaran recrear el instante justo en que Forment se adelanta al portero vigués para, in extremis, peinar la pelota al fondo de la red ante el frenesí desatado de un Mestalla en estado de máxima excitación. GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL. El rugido es tan potente que se oye al otro lado del río.
Por momentos el tiempo queda suspendido, en un globo de felicidad expansiva y extática. Un paroxismo emocional sin medida. Mucho más que un orgasmo. 2-1. Los abrazos con desconocidos, los desmayos, la rabia contenida durante tantos y tantos años son sólo una pequeña muestra del sufrimiento acumulado. 24 años de expectativas no siempre satisfechas reducidas al clamor de un instante único. La parroquia lanza almohadillas al terreno de juego, en pie, fuera de sí; algunos incluso, como me contará años después mi padre, se lanzan al campo en un estado de enajenación absoluta. Hay que saber lo que está en juego. Y sólo ellos lo saben realmente. Los presentes, los ausentes, los que ahora intentamos recrear ese día a partir de unas cuantas fotos y un puñado de testimonios. Ese gol. Un hito fundacional de tertulias familiares, el icono de una tarde imborrable en el marco de un año mágico. 1971. Un estallido de alegría inexplicable, nuevo, histórico. Ese gol convertido en hilo conductor de un programa de televisión 20 años después, con Forment explicando la jugada para absoluta conmoción de quien firma este escrito, apenas unos meses después de enterrar a la persona que me hizo partícipe de ese sentimiento irrenunciable, mi padre. Lo que hay detrás de ese gol es la primera liga del Gran Mestalla; la primera vez que más de 60.000 valencianistas se funden en un solo grito y ven más cerca la epopeya del título. Lejos queda la liga del 47' y aquel Mestalla de gradas de madera y caminos embarrados de la postguerra. Estamos en el presente, en la España predemocrática de 1971 y vamos a volver a ganar una liga. Sólo quedan 3 jornadas. Y este gol de Forment es algo más que una señal. Es la culminación de un sueño largamente acariciado.
Casi 40 años después, la perspectiva del tiempo transcurrido y las ligas de la factoría Benítez no pueden hacernos cambiar de criterio. La de 1971 es posiblemente la más meritoria del palmarés. Por la fisonomía del equipo, por lo inesperado, por la dificultad añadida de la coyuntura sociopolítica, por la tensión máxima con que se desarrollan las últimas jornadas del campeonato. Diría, incluso, que por la literatura generada durante los siguientes 30 años de travesía en el desierto.
Sólo una semana después es Antón quien marca en Sabadell el gol de la victoria, también de manera agónica, a falta de cinco minutos. La penúltima jornada es de trámite, con un Mestalla entregado y un ambiente festivo, con globos y pólvora a raudales. La victoria es cómoda y abultada, 3-0 al Elche. Finalmente, y para añadir más zozobra y tensión, la no menos angustiosa tarde de Sarrià. 18-04-1971. No hace falta insistir. 20.000 valencianistas en Barcelona, toda una afición movilizada. Perdemos 1-0 pero somos Campeones de Liga por cuarta vez. El recibimiento es apoteósico desde el momento en que se cruza el rio de la Sénia hasta la llegada al Cap i Casal. La emoción se desborda. Hemos vuelto. No importa que vayamos a tardar 31 años en volver: siempre lo hacemos. En el camino, una certeza: el gol de Forment inventó un género. El "forner d'Almenara" puso la cabeza, Mestalla el corazón. Posiblemente, el gol más celebrado de nuestra historia. Llamen al marmolista e inmortalicen el testarazo. Para que nadie olvide jamás el material con el que se construyen las gestas, los mitos, la memoria, el compromiso, la lealtad.
Rafa Lahuerta Yúfera
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