dilluns, 2 de març del 2009

Los sobres de azúcar dicen la verdad

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A Miquel Nadal. Con afecto sincero.

De todos los caminos que conducen a Mestalla me tocó el más sencillo. A sólo cinco minutos a pie. Bastaba con asomarse a la esquina de la calle Gorgos con Rubén Darío para ver el esqueleto de la grada en todo su esplendor. Así las cosas, crecí con un pie en Mestalla y otro en la ciudad, resultando imposible sustraerse al ritmo creciente del ambiente prepartido o al potente rumor del gol en aquellas tardes en que alguna inoportuna gripe me dejaba en cama. Ese vivir en Mestalla me fue otorgado sin hacer mérito alguno. Por eso, antes que vegetar narcotizado por la cercanía del tesoro, preferí asumir el hechizo con un plus de responsabilidad. Responsabilidad y agradecimiento, que ya en la adolescencia, despertó en mi una inusitada curiosidad por las distintas formas de llegar a Mestalla, como si la variable del itinerario explicara otro tipo de conductas y reacciones.

Pronto supe que la más habitual de las maneras era desde el otro lado del río. O desde más allá de las clásicas cruces que delimitan las fronteras de la ciudad moderna. Lo anómalo, más bien, era no cruzar ninguno para llegar al campo. Precisamente, de esa liturgia de cruzar puentes surgió la Valencia actual, en un mito visible que explica mejor que nadie Miquel Nadal en su necesario último libro, donde queda definida la presencia de Mestalla como estilete y avanzadilla de la ciudad vigente. Por otro lado, los testimonios de mi propia familia ahondaban en ese viaje desde la otra orilla. Así que durante algunas semanas me dediqué a la excéntrica tarea de acudir al fútbol desde todos los rincones vinculados a mis mayores. Desde Catarroja, Zapadores en Monteolivete, la calle Cuenca de Patraix, Tejedores en el Barrio Chino y Zurradores, a la sombra del Micalet. Trayectos en Vespa, viajes desde el pasado y una nómina de puentes: Real, Aragón, Angel Custodio y La Peineta de Calatrava, sustituto de la Pasarela del Justicia.

En cada uno de esos itinerarios intenté conformar algo más que el mero paseo hasta Mestalla. A tal efecto, creé una especie de alter-ego múltiple, con circunstancias variables y novelas en marcha según el punto de partida. De fondo, una vocación casi obsesiva por justificar racionalmente la pasión enfermiza. El protagonista: un aprendiz frustrado de Nani Moretti y Paul Auster. El equipaje: un Moleskine clandestino cargado de relatos sacudidos por el azar y el misterio. El objeto: la ciudad reinventada desde una mirada nada ceñida a los cánones habituales. Mirada popular, futbolizada, antiintelectual. La ciudad de un hincha. Esa novedad editorial: Aquí vivían los hermanos Bonora, allí la familia de Augusto Milego, en esa esquina abrió un bar la viuda de Walter. Toda una escenografía de placas imaginarias y retratos en piedra. Marmolismo urbano. Fútbol sin fútbol. El bar Torino.

Pese a ese esfuerzo disparatado por estar a la altura de mis mayores y sus vivencias, mi itinerario más metafísico llegó por sorpresa el día en que emulando a Vila-Matas me disfracé de burgués al otro lado del Ensanche. Americana de marca, zapatos Bay y gafas de sol. Comí en el Romeral, tomé café en Aquarium y a pie crucé el Turia por la pasarela peatonal del Mar. Lucía el impagable sol del membrillo y entre las manos se me fundía la felicidad. Sólo me faltó la victoria del Valencia. A cambio, pude saborear la frase leída un par de horas antes en un sobre de azúcar: 'Cruzar puentes es un acto filosófico'. En ese instante sinteticé todos los partidos en que, por vivir tan cerca del Templo, me había perdido el inmenso placer de salvar a pie el puente del Mar. De manera súbita hice mía la serenidad aristocrática de las gentes de tribuna y su estoicismo nada asilvestrado ante las adversidades deportivas. Comprendí de golpe que vivir junto a Mestalla me cegaba. Era otro hombre. Más sensato, menos impulsivo. Había dejado atrás mi disfraz de forofo iracundo.

Acepté que, más allá del tópico fusteriano de coger la vaca por los cojones, la filosofía era y es el acto de cruzar puentes camino de Mestalla. En tardes soleadas, en días tormentosos, en frías noches de invierno. Lejos, narrativamente lejos del relato decimonónico de la dos veces leal y su perfil más retratado durante cinco siglos. Pero cerca, infinitamente cerca, del sueño urbano de buscar nuevos horizontes al otro lado del río.


Rafa Lahuerta Yúfera
Socio del Valencia CF
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11 comentaris:

kawligas ha dit...

Siempre tuve que cruzar puentes para llegar a Mestalla y la pasarela del Mar fue el primero y el que recuerdo con más fuerza y cariño. Y coincido con la leyenda del sobre de azúcar, esa distancia es necesaria para ver con claridad, y más en los tiempos oscuros que se nos avecinan.

Anònim ha dit...

Els que som de poble, i a Mestalla en som molts, més que ponts, per arribar a Mestalla passem sequies. En el meu cas les de Moncada, Tormos i ...Mestalla.

Josep Bosch.

Anònim ha dit...

Ir a Mestalla cruzando puentes que unen y complementan partes de una ciudad siempre por descubrir.
Pero Mestalla ha sido para algunos, un testigo silencioso, capaz de agitar corazones tan sólo con ver sus banderas en lo alto, sus tenues luces de interior, sus rugidos cercanos o su silencio fantasmal entre semana. Esa proximidad, Rafa, ha sido azúcar para paladares gustosos de vivir vigilantes de esa, "nuestra otra casa".

Alfredo Cardona

Alfredo Cardona

Anònim ha dit...

Mi ruta, en mi época adolescente de aficionado, consistía en ir con el autobús (coche de línea) de Albal a la plaza de España. Un trayecto lento, con muchas paradas, especialmente desquiciante en días de partido. Después, tomábamos otro autobús o directamente seguíamos a pie. Esa ruta, ese ritual, es una de las cosas que más añoro en la actualidad.

V. C. T.

Anònim ha dit...

Genial, Rafa. El camino hacia el estadio es, casi siempre, una magnífica antesala de la felicidad (cuando no la felicidad misma). Es falso, en efecto, que todos esos caminos conduzcan a Roma.

Grandes abrazos,
Pepe

Anònim ha dit...

Alfredo, si tienes ocasión ve un día al bar "El Bocho". Hay fotos del barrio de cuando eras chaval.

Hay una especialmente buena. La plaza Xuquer arrasada por la riada y al fondo Mestalla. Espectacular.

Para la semana riuà del próximo octubre intentaremos subirla aquí.

saludos a todos

BT

Anònim ha dit...

Esta postal tiene mucho tirón para mi. Es la misma vista que veía desde mi clase de COU D, en el curso 88-89. El año del regreso a Europa. Tuvo vigencia hasta 1997.

BT

Anònim ha dit...

como esta el asunto y al paso q vamos aun nos kedan bastantes caminos q hacernos para ver a nuestro equipo a Mestalla

un saludo
Joan

kawligas ha dit...

La vista es desde el Colegio de El Pilar ¿no?

Oxímoron ha dit...

Mi experiencia en este sentido radica en cruzar habitualmente el Puente de Calatrava para acudir a Mestalla.
A este post le viene que ni pintada la cita "un puente es un hombre cruzando un puente" de Julio Cortázar.

Desficium Tremens ha dit...

Bar Torino, és vosté un autèntic figura. Estic segur de que en som molts de no chotos, de no futbolers i inclús d'antifutbolers que seguim este blog per texts com este. De fet, el vostre discurs ya fa anys que ha conseguit que vos comprenga i que m'aborre de l'antifutbolerisme.

Ara que pense, a pesar de ser d'Algirós, he creixcut d'esquenes a Mestalla. Ya granadet em vaig adonar, no sense sorpresa, de lo prop que ho tenia de casa. Això tan important que eixia per la tele. No va formar part dels meus itineraris fins a l'etapa universitària. Oh, la relació entre persona i espai!